sábado, 25 de febrero de 2012

¿Son los alumnos lotófagos?

Por Bernardo Fdez.-Caballero Martín-Buitrago, el 13 de noviembre de 2007 a las 12:06 pm en Educación, General
Alguien dijo alguna vez que al final solo quedan las sensaciones… Ya hace tiempo de las Ferias y Fiestas de Herencia, en concreto un mes y 20 días, y solo nos quedan las sensaciones; las sensaciones, un puñado de fotos y un libro azul; un libro azul que durante 15 días estuvo dando vueltas por todas las casas de Herencia, y que ahora después de todo ese tiempo estará guardado en algún cajón de la casa.

En mi caso particular además retengo la sensación concreta de una lectura, una lectura del libro azul, y de un artículo, un artículo escrito por Manuel José Díaz-Pacheco Galán.

Para mí su descubrimiento fue especial, pues todavía recuerdo con agrado la sensaciones que me produjo su lectura, así como los comentarios y divagaciones que originó su disertación con el resto de compañeros.

Sin duda es un artículo que nos propone un gran debate, plural, flexible y participativo, pero sobre todo es un artículo que no deja indiferente, pues tiene la cualidad de invitarte, sin darte cuenta, a la reflexión.

No divago más y os dejo con lo que verdaderamente importa que es el artículo en sí. Aquellos que no lo hayan leído háganlo, no se arrepentirán y aquellos que ya lo conocen… que os voy a decir, vuelvan a disfrutar con su lectura, pero sobre todo con su reflexión.

¿Son los alumnos lotófagos?

El título va encabezado con el sustantivo alumnos, pero podría referirse a cualquier colectivo o a la sociedad en general. Ulises cuando regresa de la Guerra de Troya, después de diez años de guerra, tardará otros tantos años llenos de aventuras en regresar a su patria. Cuando se dirigían a Ítaca un fuerte viento los llevó a la costa de Citera, donde encontraron el país de los lotófagos. Los lotófagos formaban un pueblo extraño: eran pacíficos y se alimentaban de una flor carnosa y blanca llamada loto. Los comedores de loto parecían felices, vivían únicamente en el presente, no sabían quiénes eran sus ante¬pasados ni por qué estaban allí y parecía no importarles en absoluto. Los habitantes de aquellas tierras acogieron con excelente hospitalidad a Ulises y sus hombres, en ningún momento los trataron como extraños, sino como miembros de su propio pueblo. Aquellas gentes no sólo eran amigables, sino que parecían extraordinariamente felices, vivían en eterno presente, sin ningún tipo de preocupación.

Los lotófagos invitaron a Ulises y a los suyos a comer el fruto del loto, pero él, siempre prudente y precavido, les advirtió;
-“No comáis nada extraño. Más vale sufrir hambre que morir envenenado”. Pera ellos replicaron:
-“Nada Malo puede salir de estas gentes, mira cómo nos han tratado desde que llegamos a estas tierras.”

De esta forma, desobedeciendo los consejos de Ulises, algunos de sus hombres aceptaron la invitación y comieron de la dulcísima pulpa de La flor del loto. Ocurrió entonces- que junto al placer del gustoso alimento se sintieron como embriagados y olvidaron todas sus preocupaciones. Los que comieron loto reaccionaron de forma extraña cuando se encontraron con sus compañeros, como si no los reconocieran: habían olvidado sus propios nombres, el de su patria, el de sus padres y sus esposas, no sabían dónde estaban ni hacia donde se dirigían.

Cuando llegó a Ulises la noticia de semejante transformación ordenó que nadie probara ese fruto y se dispuso a alejarse del lugar Los hombres que habían comido loto tuvieron que ser introducidos a la fuerza en las naves, maniatados.
Hay algo extraño, seductor, atractivo, en esta historia. Una flor que produce el olvido es mucho más que una simple droga. Somos lo que somos por la memoria. El pasado nos constituye como personas y como sociedad. Sin pasado no hay futuro. Es lo que les ocurre a los hombres de Ulises, al olvidar el pasado han perdido el futuro, el sentido a sus vidas: han olvidado el regreso. Porque el regreso no sólo es el movimiento hacia atrás, sino hacia delante, es la onda expansiva del pasado.

En mis veinte años de profesor he visto como los alumnos cada vez son más parecidos a los lotófagos, viven sólo en el presente, en el mismo estado de aparente felicidad que tenían estas personas que se encontró Ulises. A la mayoría de los alumnos no les preocupa ni les ocupa lo más mínimo nuestro pasado. Los centros educativos depositarios de saber acumulado de la sociedad, seleccionan lo fundamental y se encargan de transmitirlo a las nuevas generaciones. No podemos despreciar lo que se enseña en las escuelas, deberíamos valorarlo como algo fundamental, para crecer como individuos y como sociedad.
¿No habremos convertido a nuestros chicos en lotófagos, a los que sólo les importa el presente, un presente disfrazado de artilugios, móviles, messenger, internet, MP3, PSP game boy, play station, i-pod, xbox…, que producen el mismo efecto que la flor de loto? Los chicos viven en un estado de aparente placidez, sin otra preocupación que poder tener la flor de loto para seguir en el continuo presente, olvidando lo fundamental para luchar por el futuro.

Se han olvidada muchos de los principios que gobernaban las familias, las escuelas y la sociedad, no importan porque son del pasado y el pasado no existe, no importa de dónde venimos y por lo tanto nos da igual el futuro. Hace 25 años los chicos nos sentíamos depositarios de una serie de principios que parecían irrenunciables. Por ejemplo cuando ibas a vendimiar o trabajar ajeno, se convertía en sagrado el cumplir con la obligación y que no te llamaran la atención, parecía que en estos actos se ponía en juego el honor familiar y tenías que actuar de manera que la consideración tuya y por extensión la de tu familia quedara en buen lugar. Ahora da la impresión de que todos esos principios se identifican con una sociedad arcaica y trasnochada, que todo da igual.

La lotofagia tiene unas consecuencias nefastas en la educación, porque cría a los chicos en la imagen despreciando la palabra, lo que les deja en una situación muy complicada para aprender, porque la palabra es fundamental para educar a las personas, porque, como dice José Antonio Marina, la inteligencia humana es una inteligencia lingüística. Sólo gracias al lenguaje podemos desarrollarla, comprender el mundo, inventar grandes cosas, con¬vivir, aclarar nuestros sentimientos, resolver nuestros problemas, hacer planes, Una inteligencia llena de imágenes y vacía de palabras es una inteligencia mínima, tosca, casi inútil.
Cuando intentas hablar con los alumnos en clase y se les pide que expresen su opinión sobre cualquier tema que estemos estudiando, las expresiones se limitan a monosílabos o en el mejor de los casos se dan las siguientes expresiones: “yo me entiendo, pero no sé explicarlo”, “yo es que no sé, es que.,.”, por no hablar de otras expresiones que me resultan irreproducibles por escrito. La palabra no es fundamental para la comunicación de muchos alumnos, lo que les ocasiona gravísimos problemas, no sólo en el ámbito educativo, sino también en lo emocional y social.

Para que nuestra inteligencia sea viva, flexible, perspicaz, divertida, racional, convincente, necesitamos, en primer lugar, saber muchas palabras. No se trata de un adorno, sino de algo más importante. Cada vocablo es una herramienta para analizar la realidad. Por ejemplo, el vocabulario sentimental nos permite aclarar lo que sentimos. En él está sedimentado el saber de nuestros antepasados, las diferencias que han descubierto en el complejo y resbaladizo mundo afectivo. Ser miedoso no es lo mismo que ser cobarde. Sentir celos no es lo mismo que amar. Ser listo no es lo mismo que ser inteligente. Podemos pasarnos de listos, pero nunca nos pasaremos de inteligentes.

La imagen es una totalidad que nos seduce por la rapidez con que la captamos. La explicación, el razonamiento, la argumentación son frutos pausados de la palabra. La lectura nos parece más lenta que la imagen porque en la imagen lo vemos todo de golpe, mientras que el lenguaje esta expuesto en líneas, Pero es precisamente al poner en líneas lo que vemos en bloques cuando la inteligencia se desarrolla, porque entonces puede explicar las cosas, es capaz de razonar, de decidir justamente, de elaborar planes. Aquí está la gran utilidad de la palabra, que nos enseña a explicar y a explicarnos lo que somos, lo que sentimos, lo que nos ha pasado, lo que nos gustaría que sucediera.

Leer, hablar, escribir, es decir, explicar, comprender y disfrutar el mundo con palabras es una condición indispensable para desarrollar la inteligencia humana. Huir de la línea escrita es huir del argumento, de la razón, de la claridad, del análisis, de la capacidad de crítica.

¿Qué podemos hacer para no sucumbir a la flor de loto?, Ulises ató a sus compañeros y los embarcó. ¿Seremos capaces de tomar decisiones en contra de lo que desean los navegantes?.

Fuente: Libro de Feria y Fiestas 2007
Autor: Manuel José Díaz-Pacheco Galán

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