lunes, 2 de enero de 2012

VERA NABOKOV La enemiga de Lolita

Por Eduardo Berti

Suplemento cultural diario La Nación, Buenos Aires, 6 de febrero de 2000


Cuando la investigadora Stacy Schiff, después de publicar en 1994 una completa biografía de Saint-Exupery, anunció a sus amigos y colegas que se aprestaba a indagar la vida de Vera Nabokov, esposa por 52 años del autor de Lolita, casi todos intentaron disuadirla. La mujer había llevado una existencia poco menos que invisible, discretamente a la sombra de su amado Vladimir. ¿Cómo hacer para atrapar el fantasma? Hoy, ya publicado en inglés y en francés su encomiable Vera o la vida con Nabokov, Schiff puede sonreír orgullosa: el fantasma se ha corporizado, todo gracias a su perseverancia y a la ayuda de diversas personas, entre ellas Dmitri Nabokov, quien puso al alcance de la biógrafa el preciado diario íntimo de su madre.

"La señora Nabokov ejerció una influencia enorme sobre uno de los mayores escritores de nuestra época", considera Schiff. "Pensé que a través de ella podría hacer, además, un retrato oblicuo y revelador de su marido. La vida de Vera tal vez no nos haga descubrir nuevos estratos de la obra de Nabokov, pero nos dice mucho acerca del autor".

Vladimir Nabokov no tiene veinticinco años cuando conoce en Berlín, en un baile de máscaras, a Vera Evseievna Slonim. Las familias de ambos han dejado San Petersburgo debido a la revolución bolchevique. Para la fecha, 1923, hay medio millón de rusos radicados en Berlín y 86 editoriales de emigrados, entre ellas la fundada por el señor Evsei Slonim, padre de Vera. Por entonces Vladimir escribe poemas y firma como Sirin. Vera --nacida en 1902-- no sólo conoce la obra de Sirin sino que es capaz de recitar algunos de sus versos de memoria. Muchos amigos de Nabokov se consternan al saber que Vera es judía. Lo mismo algunos familiares. Haciendo oídos sordos, Volodia se casa con ella el 15 de abril de 1925. Meses atrás --estima Schiff que bajo el influjo de Vera-- ha dejado a un lado la poesía y el alias de Sirin para ponerse a escribir su primera novela: Mashenka.

"Delgada, de huesos muy finos, Vera tenía una tez transparente y un porte de reina", describe Schiff en su libro. Lo mismo que Vladimir, era ella una aristócrata con ideas democráticas. Lo mismo que Vladimir, desdeñaba a Freud. Lo mismo que Vladimir, era una fervorosa amante de las artes. "Nos parecemos terriblemente", dice una carta de Nabokov a Vera. "A los dos nos gusta 1) introducir discretamente palabras extranjeras, 2) citar pasajes de nuestros libros favoritos, 3) traducir nuestras impresiones de un sentido (la vista, por ejemplo) a otro (el gusto, por ejemplo)...".

El libro de Schiff tiende a mostrar cuán indispensable ha sido Vera para Vladimir, tanto el hombre como el escritor. Usualmente Nabokov recitaba de memoria un listado con las cosas que jamás había aprendido a hacer: tipear a máquina, contestar el teléfono, hallar un objeto extraviado, conducir, cortar la página de un libro, dedicar su tiempo a un "filisteo". De todos estos menesteres se encargaba Vera, para que su esposo existiera "sólo a través del arte".

En la historia de las letras rusas abundan los casos de mujeres inmoladas al servicio de un esposo literato. Se cuenta que Sofía, mujer de Tolstoi, copió siete u ocho veces el manuscrito de La guerra y la paz; se sabe que la estenógrafa a quien Dostoievski dictó El jugador acabó siendo su segunda mujer. Lo peculiar de Vera, afirma Schiff, es que ayudar a su marido nunca fue para ella una condena, sino una "misión" que abrazó con agrado. Fue "mucho más que una mera dactilógrafa", señala Schiff, aunque menos que una "colaboradora directa". Fue la primera lectora de Nabokov y él tomaba seriamente sus dictámenes. Fue su público y su crítica, su chofer y su enfermera, su agente literaria, su compañera en la caza de mariposas y también quien salvó de las llamas el borrador de Lolita. Aunque en vida Vera odiaba ser llamada "musa", fue por lo menos el modelo para muchos personajes femeninos de su esposo: Zina, la heroína de su última novela europea, El don (o La dádiva), y también Clare en La verdadera vida de Sebastian Knight, su primera novela norteamericana.

La investigación de Shiff completa aquellas zonas que quedaban más o menos penumbrosas en la biografía monumental de Brian Boyd sobre Nabokov, sobre todo en lo que se refiere a bambalinas familiares, o a las acusaciones que cayeron sobre Vera cuando su marido abandonó el idioma ruso para dedicarse a escribir en inglés. Más que un estudio literario, Vera ofrece un retrato abundante y complejo, salpicado de anécdotas jugosas. La misma Vera Slonim que en su temprana juventud habría participado en un complot para matar a Trotsky es la esposa abnegaba que en 1955 obtiene un permiso para portar un arma calibre .38 con el fin de "protegernos cuando viajamos a regiones lejanas a hacer investigaciones entomológicas". La misma madre que no quiere que su hijo de doce años lea Tom Sawyer porque se trata de "un libro indecente", es la mujer que defiende con ardor la novela Lolita y se indigna frente a los que hacen un análisis moral de la obra, en vez de literario.

Gracias a Schiff descubrimos los gustos literarios de Vera: leía con entusiasmo a Robbe-Grillet, Scott Fitzgerald y Evelyn Waugh, rechazaba a Pasternak y Dostoievski con el mismo rigor que Vladimir. Era raro que sus opiniones fueran divergentes. Cierta vez que su marido ponderó la obra de George Eliot, Vera exclamó horrorizada: "¿Pero cómo pude casarme contigo?".

A mediados de los años cuarenta, Nabokov comenzó a dictar cursos de literatura rusa y europea en universidades norteamericanas. Vera decidió comprar un auto, un Plymouth 1940 color beige, y obtuvo "en tiempo record" la licencia para conducir y llevar a su esposo al campus. Los alumnos pronto se habituaron a esa mujer delgada y serena que, a veces, incluso intervenía en la mitad de una clase para corregir un leve error en una cita apresurada de Gogol o de Pushkin. Para su libro, Schiff tuvo la feliz ocurrencia de entrevistar a varios ex alumnos. De esta forma se enteró de los rumores y leyendas que corrían acerca de la señora Nabokov, a quien unos apodaban "la condesa" y otros "el águila gris":

Según los estudiantes, Vera estaba siempre allí:

a) para recordar a todos que el profesor era un genio,

b) porque Nabokov tenía problemas de salud y ella lllevaba a todas partes los remedios,

c) porque no era su mujer, sino su madre,

d) porque en realidad él era ciego y ella lo guiaba,

e) para alejar del profesor a las jóvenes estudiantes (y esto mucho antes de Lolita).

Ningún alumno sabía que, en realidad, era Vera quien corregía los exámenes. En cuanto a la última hipótesis --acaso la menos falsa de todas--, la esporádica presencia de "la condesa" no impidió que el profesor Nabokov tuviera un romance con una alumna de Wellesley llamada Katherine. "Nabokov era fiel sólo lo indispensable", afirma Schiff. "Como lo atestiguan sus escritos, era muy sensible a la belleza en todas sus formas, particularmente a la belleza femenina. Su esposa no ignoraba que él era un seductor impenitente. El matrimonio estuvo a punto de naufragar en 1937, debido a una aventura pasional. Sus amigos se preguntaron entonces si Nabokov sería capaz de dejar a Vera, tan esencial para su vida y su obra. El tiempo demostró que no".

En los años cincuenta, aún en los Estados Unidos y antes de su última mudanza a Suiza, los Nabobov "dieron a luz", al margen de su hijo Dmitri (actual albacea de la obra de su padre, ex corredor de autos y cantante de ópera), a una suerte de "construcción lejana e inaccesible", un ente llamado V.N. cuyas iniciales, deliberadamente ambiguas, podían corresponder tanto a uno como a otro. En la autobiografía de Nabokov, Habla memoria, hay a primera vista una engañosa ausencia: la de Vera. Enseguida se descubre que su nombre falta explicitado pero que, por lo demás, el libro está lleno de invocaciones a una segunda persona porque el narrador se dirige a su esposa. De esta manera vivió Vera: desempeñando un papel omnipresente y al mismo tiempo invisible.

La señora Nabokov sobrevivió unos quince años a su esposo. Durante su viudez, recluida en Montreux, recibió entre otros a Martin Amis. Toda vez que un periodista o visitante intentaba sonsacarle una anécdota conyugal, ella eludía la pregunta. "No me acuerdo", respondía si estaba de buen humor. O, si malhumorada: "¿Usted es de la KGB?". Llegaron a pedirle que escribiera un texto sobre Vladimir. Se negó amablemente. No quería ser una "viuda escritora", como Anna Dostoievski o Fanny Stevenson. Poco antes de morir en 1991, destruyó todas sus cartas dirigidas a Volodia pero preservó las de él, que a su entender sí eran preciadas para la posteridad.

"¿Qué hubiese ocurrido sin la revolución?", le preguntó una vez a Vera y Vladimir el periodista Andrew Field. "Te habría conocido en San Petersbugo, nos habríamos casado y habríamos llevado una vida muy similar a ésta", respondió Nabokov, mirando a su esposa. "Para ese hombre de imaginación tan poderosa era absolutamente inconcebible una vida sn Vera", dice Schiff. "Tenía una convicción casi religiosa de que habían nacido para conocerse".

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