lunes, 2 de enero de 2012

Insolencia, humor y excentricidad Con flemática ironía

Por Eduardo Berti

La Nación, Suplemento Cultura, 22.07.1998

MI PADRE, MI MADRE, LORD BENTLEY, EL CANICHE, LORD KITCHENER Y EL RATON
Por Sylvia Townsend Warner
(Barcelona, Lumen) - 226 páginas



POCO conocida en Argentina, figura de considerable culto en Gran Bretaña a raíz de sus novelas Lolly Willowes (1926) y Mr. Fortune´s Maggot (1927), y de una vida que desafió las convenciones -incluyó una resonante militancia comunista y un notorio romance con la también escritora Valentine Ackland-, Sylvia Townsend Warner merece además ser presentada como poeta, como la traductora al inglés de Contra Saint-Beuve, de Marcel Proust, y como una cuentista magistral.

Nacida en 1893, hija de un profesor de historia, Townsend Warner colaboró con la revista New Yorker desde mayo de 1936 hasta su muerte en 1978. En todo ese tiempo trabó amistad con el editor y narrador William Maxwell y llegó a publicar más de 150 cuentos. De semejante cosecha, la editorial Lumen ha seleccionado once relatos, reunidos bajo un título nada fácil de memorizar.
Por definición -y salvo muy raras excepciones- todo volumen de cuentos es "desparejo". Claro que la irregularidad siempre tiene matices y, en este caso, ocurre que los relatos menos satisfactorios no están para nada lejos de los verdaderamente buenos ("Desagravio", "Sus apacibles vidas", "Vivir para los demás") y de los dos que, sin duda, se destacan como los mejores: "Idenborough" y "Amantes".
Sylvia Townsend Warner (y no Silvia, como informa por error la tapa) escribió "Amantes" en 1963. Un clima siniestro (entendiendo como "siniestro" lo extraño en un contexto familiar) atraviesa este cuento que trata la historia de dos hermanos incestuosos. Celia Tizard, que ha perdido en el frente a su joven y flamante esposo Tim, recibe a su hermano Justin de "permiso" después de una batalla. La bienvenida a Justin es tan exagerada que Warner escribe: "Era como si lo hubiese preparado todo por Tim...". Una noche, Celia se descubre de pie ante la cama de su hermano, "tratando de despertar al hombre que (...) caso de despertarlo sería Justin". Lo que sigue, aunque puede imaginarse (Warner expande hasta el límite el significado de la palabra "permiso"), conviene ser leído.
Cuento de enorme sutileza, "Idenborough" combina la "memoria involuntaria" de Proust con ese tono de epifanía nostálgica que hay, por ejemplo, en la última escena de "Los muertos", de James Joyce. La historia es simple: una mujer viaja por Inglaterra con su segundo marido y llega por accidente a un pueblo donde, según recuerda, muchos años atrás vivió una inolvidable aventura amorosa y le fue infiel a su primer esposo. "Reincidiendo en la deslealtad, ella miraba al frente, humedeciéndose los labios, impaciente por reconocer el paraje", escribe Warner, al tiempo que esconde en la manga un desenlace agudo y sorpresivo.
De todos los relatos agrupados en este volumen, "Vivir para los demás" es acaso el de mayor resonancia autobiográfica porque tiene como protagonista a un compositor, profesión que la autora estuvo a punto de abrazar en desmedro de la literatura.
Insolencia, humor y excentricidad son elementos tan propios de Warner como la bruma de misterio que a menudo envuelve los hechos o la frialdad que exhibe la voz del narrador. Leer estos cuentos es acercarse al mundo de una escritora de primer nivel, cuya flemática ironía alcanza su cumbre en una escena de "Desagravio". En ese cuento, la ex mujer de un personaje de nombre Fenton vuelve a su antiguo domicilio conyugal para, con el consentimiento de la joven "sustituta", cocinar el plato favorito de su ex esposo. Mientras la "sustituta" tiene ante sus ojos asombrados "una esposa que Fenton nunca le había descrito", la "sustituida" lamenta que los cuchillos se hayan oxidado, pero igual se pone manos a la obra. "Estará listo a las siete. Hay que dejarlo hervir a fuego lento, no a borbotones", dice una nota que encuentra Fenton al regreso del trabajo. La nota, escrita al dorso de una tarjeta de visita, es una muestra perfecta de ese tono provocador y escueto que tanto identifica a Sylvia Townsend Warner.

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