Todos sabemos de la pericia de Neil Gaiman como narrador. Y sabemos también que, además de un gran escritor es, como Borges o Lovecraft, un aun más gran lector, conocedor extenso de los textos mitológicos, así como de casi todos los subgéneros de la literatura fantástica. En el nefando y larguísimo título de esta adaptación al cómic de uno de sus relatos, Esposas prohibidas de siervos sin rostro en la mansión secreta de la noche del aciago deseo, Neil Gaiman nos ofrece en una parodia ligera de la literatura gótica pasada por el tamiz del pulp setentero.
Como decíamos, Gaiman es un extenso conocedor de la tradición gótica, desde sus albores en el siglo XVIII (lo que se llamó novela negra, antes de que este adjetivo pasara a identificar a las obras de género policíaco), pasando por el filtro romántico que el XIX aplicó, y llegando a la recuperación de este tipo de narrativas chocantes en el espíritu pulp que se forjan a partir de los años 30 del siglo XX y que tienen su ocaso en la literatura de quiosco en los años 70. En el caso de España, este fenómeno se enmarcó en los llamados bolsilibros, ficciones baratas que podían adquirirse en la papelerías por un precio minúsculo y que prometían al lector diversión descerebrada para un rato. Eran novelas de muy diversa calidad que eran facturadas a toda prisa y que, a consecuencia de la premura y precariedad en las que eran escritas, tenían que beber de todos los tópicos posibles. Los géneros que tocó esta literatura popular fueron muchos, desde las novelas románticas hasta la ciencia-ficción, pasando por el western (el género que mejor triunfó en España, de manos de Marcial Lafuente Estefanía) o el terror.
En este contexto amplio de la literatura gótica entendida como un subgénero del terror, que bebe principalmente de los tópicos cinematográficos clásicos y de los clichés que había forjado la literatura de folletín decimonónica, debemos entender el homenaje/parodia de Gaiman. En su relato, vemos una aproximación al género gótico que no puede ser más tópico, pero esta aproximación tan manida tiene una razón de ser y a medida que avancemos en la lectura descubriremos el por qué: tiene a un autor que no logra inspirarse para escribir su propia historia. No desvelaremos, evidentemente, el final del relato para no estropear la lectura.
Gaiman hace algo que suele ser típico en él, y es el darle la vuelta a la tortilla una situación o a un punto de partida que resulta familiar o tópico para el lector, y Esposas prohibidas de siervos sin rostro no es la excepción. No vamos a decir que éste es el mejor Gaiman porque no lo es; consideramos que la fiebre por adaptar al cómic cualquiera de sus escritos está haciendo en ocasiones un flaco favor al inglés, que no a su bolsillo, evidentemente. Un lector avezado echará un suspiro tras cerrar la lectura, pero evidentemente quizá pueda sorprender incluso a éste si tiene la guardia baja. Gaiman hace lo que le gusta hacer: señalar sus influencias, sus gustos, y jugar con unos ingredientes que le encanta usar. Neil es un cocinero pasándoselo bien en la cocina, y aunque el resultado es visualmente atractivo, el sabor del plato no nada del otro mundo.
En el apartado gráfico hay que destacar el gran trabajo de ambientación que realiza Shane Oakley, sin duda, el hallazgo más interesante de la obra. Con su dibujo afilado de abigarrados contrastes, la narración de Gaiman encuentra una réplica visual adecuada. Su dibujo bebe de influencias clásicas de cabeceras como Creepy y consigue emular el auténtico sabor a narrativa gráfica pulp, a pesar de que su lápiz sea en ocasiones demasiado afilado.
El tomo se completa con unos bocetos de preparación de Oakley, en el que vemos la influencia que también ejercieron en él las cintas clásicas de la Warner o la Hammer. También se incluyen varios descartes y páginas esbozadas, en las que podemos ver el método de trabajo del dibujante.
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