Un poeta persa que debemos citar es Mohammed Schemsu-D-Din, más conocido como Hafiz o el guardador, por su buena memoria (conocía de memoria el Corán), máximo representante de la poesía mística sufí[1] de la Persia del siglo XIV, el VIII de la Hégira islámica.
Siempre ha existido un aire de misterio y leyendas alrededor de la vida de Hafiz, tal vez porque se han conocido muy pocos detalles de la misma.
Sus poemas celebran los placeres del vino, la caza y el amor en la corte de Shiraz (Persia). En un plano más profundo, en opinión de algunos especialistas, reflejan también su absoluta devoción como sufí a la unión con la divinidad. Asimismo satirizan la hipocresía de los líderes religiosos musulmanes.
La obra de Hafiz, recopilada hacia 1368 con el título de Diván contiene más de 500 poemas. Cada uno de los poemas consta de hasta 15 pareados muy estructurados, que se ocupan de un solo tema. El lenguaje es muy sencillo, lírico y apasionado. Llama la atención especialmente su amor hacia las gentes sencillas, y pone en relación la vida cotidiana con la búsqueda de la eternidad.
El canto al vino, a la embriaguez, al amor y al instante de Khayyam, continúa floreciente tres siglos después, en los versos de Hafiz, que siguen la estructura métrica persa de la ghazal o gazel[2].
Dibujo coloreado titulado Un hombre anciano y otro joven junto a una mujer merendando Atribuido a Muhammad Ali (Iran, Isfahan; c. 1650)
El vino permite el olvido del mundo particular y la contemplación hiperbólica de quien se identifica panteísticamente con el universo:
¡La piedra de los sabios trae, copero!
La copa que en sí encierra el universo.
¡Venga vino! que quiero yo mi alma
de soberbia y rencor, dejar lavada.
¡Venga vino! que quiero hacer pedazos
esa red del absurdo clerical,
que trata de envolvernos en sus lazos.
¡Venga vino! Que quiero ver postrado
todo ese mundo bello, ante mis plantas
y en la tierra mandar cual soberano
¡Venga vino! Que al cielo subir quiero;
Y ver de la otra vida los misterios.
¡Vino, vino, copero! ¡Tráeme el vaso
que encierra cuanto existe de valioso
en este mundo vano!
Hafiz era un piadoso anticlerical, conforme al sufismo persa, que coincide con el luteranismo europeo en su condena de los mullahs[3] (sacerdotes islámicos), a los que llama hipócritas, y en su desprecio por los ritos exteriores y los intermediarios religiosos. Por ello su actitud mística, que le llevaba a alcanzar estados de ultraterrenalidad únicamente a través de los placeres y deleites terrenales, fue tachada por los ortodoxos de atea y blasfema.
En el fondo, si bien recapacitas,
verás que todo es uno en esta vida
Impío es para Hafiz, el sacerdote, que no disfruta de la vida y que pretende que los demás tampoco lo hagan:
El mul-lah con furor me recrimina
mi vida, y mis pecados;
con tremendos castigos me
amenaza;
mas yo no le hago caso
En Hafiz perdura y se mantiene la larga tradición persa del divino culto a la vida a través de la embriaguez y el éxtasis terrenales. La tradición juglaresca de la Edad Media europea, mejor conocida por nosotros, seguía unos patrones vitales completamente similares a los de sus contemporáneos persas.
La vida de Hafiz es más sosegada y menos inquieta que la de Khayyam, su obra menos desgarrada y menos trágica. Apartado de los asuntos políticos, vivió siempre epicúreamente como un pobredervisch[4], en el lugar que le vio nacer, sin aceptar nunca ningún puesto de favor en una corte, pese a ser muy admirado de numerosos príncipes y sultanes. Se cuenta que sólo una vez intervino en un asunto mundano para salvar a su ciudad natal (Shiraz) de la destrucción. Saliendo al encuentro del terrible ejército de Timur-lenk[5], le rogó que no lo hiciese, y fueron su palabra y su prestigio, las que disuadieron al poderoso, que no sólo accedió a su súplica, sino que además le obsequió regalos para él y para su bella y amada ciudad.
La embriaguez de este poeta está calculada con la fineza de Epicuro[6] y vemos en él la paradójica aparición de un dionisismo moderado y modelado, que no simboliza la potencia impetuosa del volcán, el terremoto o la cascada, sino el curso firme de un río tranquilo, pero profundo, que no sigue los cauces de los otros, sino que se dirige con calma a un más extenso mar, latente en cada gota de agua.
Difícil resultaría intentar establecer los límites de irradiación de la literatura sufí en Occidente. Sin embargo, acaso baste como ejemplo señalar que el sufismo no fue exclusivo del mundo islámico y que ilustres personajes -judíos, cristianos, ortodoxos- del área occidental se cuentan entre sus partidarios.
Tal es el caso del eminente astrónomo y filósofo medieval Roger Bacon[7]. Del mismo modo, Cansinos-Asséns denuncia influencias en Dostoievski[8]. Además, Chaucer[9] evidencia rasgos sufíes en susCuento del perdonador[10] y Cuento del escudero[11].
Para terminar, el orientalista Asín y Palacios advierte que la descripción que hace Dante del infierno, del purgatorio y de la visión beatífica en la Divina Comedia está demasiado próxima a la del sufí Ibn Arabi[12] como para considerarla una coincidencia fortuita.
La etimología de la palabra sufí parece tener su origen, según la tesis más aceptada, en el término saff, es decir, rango. En las mezquitas es costumbre que los fieles se coloquen en rangos frente al Mihrab (estancia de oración). Dicen los sufíes haber ellos alcanzado el primer saff entre los fieles situados frente al Solio (trono bajo dosel) de Alah, aduciendo para ello que se han purificado de la adulteración del Mundo.
Hafiz es sufí y participa por tanto de esa unión mística que le hace penetrar en otro mundo proyectando su alma, nafs, fuera del espacio de contaminación terrenal:
Cuando el cielo su diáfano y terso espejo levanta,
en el que el universo todo sus mil aspectos refleja;
donde el Chemschid de los cielos tiene su morada regia
entre místicas salmodias tejen el velo sagrado,
Shora su canto incorpora al canto de las esferas.
Los sufíes son además derviches (ya hemos hablado de esto), están consagrados a la pobreza:
Feliz es el mendigo que a la intemperie duerme
en tanto desvelado se agita el gran señor.
Pero ello no significa que deban transformarse en eremitas vitalicios; antes al contrario, la regla principal del sufismo exige que el devoto sea en el mundo, pero no del mundo.
Antes que él, en el 591 de la Hégira (1195 d. C.), Saadi Shirazi[13] ya había expresado la conciliación entre el placer mundano y la religiosidad en su Gulistán o Jardín de las Rosas, donde el lenguaje religioso alcanza su máxima voluptuosidad, el vino revela la devoción, la taberna se vuelve un oratorio, los besos son el rapto de la piedad. El sensualismo, en fin, transmite el ardor religioso.
Semejante paradoja no sería del todo comprendida sin tener en cuenta la irrefrenable inclinación del sufí a gozar de Dios en la Naturaleza. Las tradiciones orales sufíes y algunos autores derviches ya apuntaban en esa dirección. Adoran y aman a Dios en la belleza que les ofrece, en la belleza y en el placer que han de aprender a aprehender.
Joven arrodillado con taza de vino. Reza Abbasi (Siglo XVII. Isfahán, Persia)
Hafiz recogerá esa tradición anterior para llevarla al límite; pero su hedonismo no es un hedonismo horaciano, sino que su inclinación a los placeres terrenales está íntimamente ligada a la idea de que éstos han sido reunidos y ofrecidos por Dios al hombre para servirse y gozar de ellos:
Vino y amor, ¡tesoro incomparable!
¿qué sería nuestra tierra sin vosotros,
sino un desierto yermo, intolerable?
Al cielo se lo pido con fervor;
que Alá nunca me libre de estos lazos,
que ellos llaman pecados.
¡Vino, amor!
Vino, amor y rosas, la trilogía popular es el epicentro de su vitalidad ardiente que encuentra el éxtasis en los besos y en la ebriedad la oración, la confesión (y la admirable confusión). En este ritual del deleite es obvio que Hafiz prefiere la bacante a la vestal, o a ambas si con ello consigue magnificar en él la dicha de Alá.
Tampoco se trata de un privilegio estrictamente material, porque el amor de Hafiz no exige siempre ni necesariamente correspondencia. Afianzado en el platonismo (no en la versión barroca del platonismo), la amada llega también a convertirse en una ideación sobre la que mostrar el amor al Creador:
Tus cejas abovedadas,
son quioscos paradisíacos,
en que tus ojos habitan
como ángeles encantados.
Y esos ángeles irradian
la luz que el mundo ilumina;
y que es la que ellos trajeron
de su morada divina.
Hafiz fabrica una estética del placer fundada en una independencia ética, pero condicionada, no hay que olvidarlo, por la censurable autoridad de los representantes eclesiásticos. Por consiguiente, ese amor a la libertad, al vino, a las mujeres…, constituye también una reacción contra la religión oficial, contra el enmascaramiento que entraña el rito externo religioso:
Hipócritas de suyo son los mul-lahs…;
lo que incesantemente hacemos todos,
sin ocultarnos, ellos
en secreto lo hacen, más feamente…
¡Cuánta basura guardan en sus pechos!
La naturalidad con que trata los asuntos, la actitud de desafío que aparece en sus poemas hacia las ideas religiosas manifiesta su vitalidad crítica, en cuyo fondo puede entreverse un deseo de reivindicación de los derechos del hombre en este mundo:
Es el pecado una mujer ubérrima;
la virtud es un árido esqueleto.
Yo opto por el pecado… ¡Bésame!
¡Y tú, virtud, aléjate corriendo!
Es un deseo que se niega a aceptar las observancias exteriores del Islam, pero que participa del optimismo de una religiosidad íntima.
Es preciso insistir en que aquello que a los ojos de la oficialidad y el dogma pudiera parecer manifestaciones heréticas, para Hafiz no son sino estados de exaltación mística:
Loado, Alá, seas, porque el día y la noche
creaste maravillosos, por igual;
el día en las mejillas de mi amada;
la noche en su rizada cabellera que una fragancia exhala, nocturnal.
El desenfado y a veces la procacidad nos remiten a un referente europeo inexcusable: los goliardos[14], a su actitud irreverente, radicalmente crítica y ofensiva hacia la estructura social y eclesiástica en todos sus aspectos; sólo que la crítica goliardesca, justa por cuanto los vicios criticados eran ciertos y frecuentes, es una crítica egoísta e interesada, matiz que está muy lejos de prever la naturalidad hafiziana.
También aquella simbiosis de misticismo y frivolidad puede evocar al bardo chino Li-Bai[15] cuando, calzados los zapatos de Yeh–Sieh[16] y camino de las nevadas montañas donde debía ejercitar el culto taoísta, urdía la creación de la que más tarde denominó Seis Ociosos del Bosque de Bambú y de la secta de los Bebedores Inmortales.
Hafiz ciñe el alfange del pleno gozo, que blandirá contra el tedio de una religión enclaustrada. Prefiere el rito vivo, el culto definido por una práctica dinámica, vivificante y, por qué no, didáctica en la que caben todos los elementos de vida, pues ésta no es un don doloroso y chantajeado por el miedo, sino todo lo contrario: una gracia que se ofrece como preámbulo del paraíso donde el vino será escanciado por huríes bellísimas; es, sobre todo, sincero deleite de los placeres con sencillez estética antes que aparatosas y afectadas severidad y disciplina, contra las que clama:
Por la virtud pronúncianse no pocos;
y son unos bribones;
no es noble todo lo que luce y brilla,
ni indigno todo aquello que se oculta
para armonizar, en comunión dichosa, placer y misticismo, sensualismo y trascendencia, pecado y redención.
LiBai por Liang Kai. Museo Nacional de Tokyo
[1] Los sufíes son aquellos musulmanes que saborean el Islam; que se han consagrado a Dios, eliminando en sus vidas todo apego al ego. Son místicos, hombres que quieren buscar a Dios por encima de todo, sin descuidar sus responsabilidades sociales.
[2] A la denominación de Gazel corresponde una composición poética basada esencialmente en que sus dos primeros versos sean consonantes entre sí, lo mismo que todos los pares; o que los dos versos primeros finalicen con la misma palabra repitiéndose ésta al final de todos los pares, además de que en el último dístico, llamado real, el poeta se nombre a sí mismo. En cuanto al número de versos, ni siquiera la retórica persa es unánime; según unos autores, debe constar de trece versos; según otros, de menos o de más
[3] es la denominación que en algunas comunidades musulmanas recibe la persona versada en el Corán, los hadices y la jurisprudencia islámica o fiqh. En este sentido, es un término análogo al de ulema, más extendido entre los musulmanes suníes. En un sentido más general, y siempre dentro del islam suní, puede referirse a cualquier persona más versada en asuntos religiosos que el resto de los miembros de su comunidad.
[4] Un derviche (mendigo) es, en el sentido más habitual de la palabra, un miembro de una tariqa, (cofradía religiosa musulmana de carácter ascético o místico (sufí)). También designa, en Irán y Turquía particularmente, a un religioso mendicante, que en árabe se llama faqīr. En Marruecos y Argelia se usa más comúnmente la palabra ijwān (hermanos) para designar a los miembros de una cofradía.
[5] Tamerlán (del persa Timür-i lang, ‘Timur el Cojo’, Tamorlán, Timur Lang, Timur Lenk, Timur o Temür) fue un conquistador, líder militar y político turco-mongol. Se le considera el último de los grandes conquistadores nómadas del Asia Central. Se le da por nacido en Kesh, Transoxiana, Asia Central, el 10 de abril de 1336, aunque fecha y lugar son casi con certeza inventados y su nacimiento debería ubicarse entre finales de la década de 1320 y comienzos de la de 1330, posiblemente en Samarcanda. Murió en Otrar, de camino a China, a la que tenía intención de conquistar, el atardecer del 17 de febrero de 1405.
En poco más de dos décadas, este noble musulmán de origen turco y mongol conquistó ocho millones de kilómetros cuadrados de Eurasia. Entre 1382 y 1405 sus grandes ejércitos atravesaron desde Delhi a Moscú, desde la cordillera Tian Shan del Asia Central hasta los montes Tauro de Anatolia, conquistando y reconquistando, arrasando algunas ciudades y perdonando a otras. Su fama se extendió por Europa, donde durante siglos fue una figura novelesca y de terror, mientras que para aquellos involucrados más directamente en su trayectoria su memoria, siete siglos después, permanece aún fresca, ya sea como destructor de ciudades del Medio Oriente o como el último gran representante del poder nómada.
[6] Epicuro (Isla de Samos, actual Grecia, h. 342 a.C.-Atenas, h. 270 a.C.) Filósofo griego. Perteneció a una familia de la nobleza ateniense, procedente del demo ático de Gargetos e instalada en Samos, en la que muy probablemente nació el propio Epicuro y donde, con toda seguridad, pasó también sus años de infancia y adolescencia.
Cuando los colonos atenienses fueron expulsados de Samos, la familia se refugió en Colofón, y Epicuro, a los catorce años de edad, se trasladó a Teos, al norte de Samos, para recibir las enseñanzas de Nausifanes, discípulo de Demócrito. A los dieciocho años se trasladó a Atenas, donde vivió un año; viajó luego a Colofón, Mitilene de Lesbos y Lámpsaco, y entabló amistad con algunos de los que, como Hemarco de Mitilene, Metrodoro de Lámpsaco y su hermano Timócrates, formaron luego el círculo más íntimo de los miembros de su escuela.
Ésta, que recibió el nombre de escuela del Jardín, la fundó Epicuro en Atenas, en la que se estableció en el 306 a.C. y donde transcurrió el resto de su vida. El Jardín se hizo famoso por el cultivo de la amistad y por estar abierto a la participación de las mujeres, en contraste con lo habitual en la Academia platónica y en el Liceo aristotélico. De hecho, Epicuro se opuso a platónicos y peripatéticos, y sus enseñanzas quedaron recogidas en un conjunto de obras muy numerosas, según el testimonio de Diógenes Laercio, pero de las que ha llegado hasta nosotros una parte muy pequeña, compuesta esencialmente por fragmentos. Con todo, el pensamiento de Epicuro quedó inmortalizado en el poema latino La naturaleza de las cosas, de Tito Lucrecio Caro.
La doctrina epicúrea preconiza que el objetivo de la sabiduría es suprimir los obstáculos que se oponen a la felicidad. Ello no significa, sin embargo, la búsqueda del goce desenfrenado, sino, por el contrario, la de una vida mesurada en la que el espíritu pueda disfrutar de la amistad y del cultivo del saber. La felicidad epicúrea ha de entenderse como el placer reposado y sereno, basado en la satisfacción ordenada de las necesidades elementales, reducidas a lo indispensable.
El primer paso que se debe dar en este sentido consiste en eliminar aquello que produce la infelicidad humana: el temor a la muerte y a los dioses, así como el dolor físico. Es célebre su argumento contra el miedo a la muerte, según el cual, mientras existimos, ella todavía no existe, y cuando ella existe, nosotros ya no, por lo que carece de sentido angustiarse; en un sentido parecido, Epicuro llega a aceptar la existencia posible de los dioses, pero deduce de su naturaleza el inevitable desinterés frente a los asuntos humanos; la conclusión es la misma: el hombre no debe sufrir por cuestiones que existen sólo en su mente.
La ética epicúrea se completa con dos disciplinas: la canónica (o doctrina del conocimiento) y la física (o doctrina de la naturaleza). La primera es una teoría de tipo sensualista, que considera la percepción sensible como la fuente principal del conocimiento, lo cual permite eliminar los elementos sobrenaturales de la explicación de los fenómenos; la causa de las percepciones son las finísimas partículas que despiden continuamente los cuerpos materiales y que afectan a los órganos de los sentidos.
Por lo que se refiere a la física, se basa en una reelaboración del atomismo de Demócrito, del cual difiere principalmente por la presencia de un elemento original, cuyo propósito es el de mitigar el ciego determinismo de la antigua doctrina: se trata de la introducción de una cierta idea de libertad o de azar, a través de lo que Lucrecio denominó el clinamen, es decir, la posibilidad de que los átomos experimenten espontáneamente ocasionales desviaciones en su trayectoria y colisionen entre sí. En este sentido, el universo concebido por Epicuro incluye en sí mismo una cierta contingencia, aunque la naturaleza ha sido siempre como es y será siempre la misma. Éste es, para la doctrina epicúrea (y en general para el espíritu griego), un principio evidente del cosmos que no procede de la sensación, y la contemplación de este universo que permanece inmutable a través del cambio es uno de los pilares fundamentales en los que se cimienta la serenidad a la que el sabio aspira.
[7] Roger Bacon (Ilchester, c. 1220-Oxford, 1292) Filósofo, científico y teólogo inglés. Estudió en Oxford y se trasladó a París (1236). Tras hacerse franciscano, comentó a Aristóteles y, desde 1247, se dedicó a estudios científicos.
De nuevo en Oxford (1251), escribió De los espejos, De la multiplicación de las especies y unaMetafísica. Sin embargo, en 1257, se le prohibió enseñar y volvió a París. A instancias de su protector (Clemente IV), emprendió los Communia naturalium (un balance de la ciencia de su época), que abandonó para escribir el Opus maius (1267-1268), obra que envió al papa junto con la ya citada sobre las especies y otras dos (Opus minus y Opus tertium), y escribió también un Compendio del estudio de la filosofía.
En 1277 el general de los franciscanos, Jerónimo de Ascoli, tachó de sospechosas sus obras (sobre todo por sus ataques a San Alberto Magno y a Santo Tomás); condenadas sus tesis, estuvo en prisión hasta 1292. Ya en libertad, no pudo concluir su Compendio del estudio de la teología.
Científico avanzado a su tiempo, captó los errores del calendario juliano, señaló los puntos débiles del sistema tolemaico, indicó en óptica las leyes de reflexión y los fenómenos de refracción, comprendió el funcionamiento de los espejos esféricos, ideó una teoría explicativa del arco iris, describió ingenios mecánicos (barcos, coches, máquinas voladoras) y tomó de los árabes la fórmula de la pólvora de cañón.
Difusor (en París) y luego crítico de Aristóteles, adoptó una doctrina de los universales de tipo conceptualista y propuso la ciencia experimental como alternativa a la dialéctica escolástica; sin embargo, todo ello se basaba en una cosmovisión creyente, según la cual la ciencia se apoya en la teología (don divino) y la filosofía -su servidora- procede de la revelación desde Adán.
[8] Fiódor Mijailovich Dostoievski (Moscú, 1821 – San Petersburgo, 1881) fue un novelista ruso. Educado por su padre, un médico de carácter despótico y brutal, encontró protección y cariño en su madre, que murió prematuramente. Al quedar viudo, el padre se entregó al alcohol, y envió finalmente a su hijo a la Escuela de Ingenieros de San Petersburgo, lo que no impidió que el joven Dostoievski se apasionara por la literatura y empezara a desarrollar sus cualidades de escritor.
A los dieciocho años, la noticia de la muerte de su padre, torturado y asesinado por un grupo de campesinos, estuvo cerca de hacerle perder la razón. Ese acontecimiento lo marcó como una revelación, ya que sintió ese crimen como suyo, por haber llegado a desearlo inconscientemente. Al terminar sus estudios, tenía veinte años; decidió entonces permanecer en San Petersburgo, donde ganó algún dinero realizando traducciones.
La publicación, en 1846, de su novela epistolar Pobres gentes, que estaba avalada por el poeta Nekrásov y por el crítico literario Belinski, le valió una fama ruidosa y efímera, ya que sus siguientes obras, escritas entre ese mismo año y 1849, no tuvieron ninguna repercusión, de modo que su autor cayó en un olvido total.
En 1849 fue condenado a muerte por su colaboración con determinados grupos liberales y revolucionarios. Indultado momentos antes de la hora fijada para su ejecución, estuvo cuatro años en un presidio de Siberia, experiencia que relataría más adelante en Recuerdos de la casa de los muertos. Ya en libertad, fue incorporado a un regimiento de tiradores siberianos y contrajo matrimonio con una viuda con pocos recursos, Maria Dmítrievna Isáieva.
Tras largo tiempo en Tver, recibió autorización para regresar a San Petersburgo, donde no encontró a ninguno de sus antiguos amigos, ni eco alguno de su fama. La publicación de Recuerdos de la casa de los muertos (1861) le devolvió la celebridad. Para la redacción de su siguiente obra, Memorias del subsuelo(1864), también se inspiró en su experiencia siberiana. Soportó la muerte de su mujer y de su hermano como una fatalidad ineludible. En 1866 publicó El jugador, y la primera obra de la serie de grandes novelas que lo consagraron definitivamente como uno de los mayores genios de su época, Crimen y castigo. La presión de sus acreedores lo llevó a abandonar Rusia y a viajar indefinidamente por Europa junto a su nueva y joven esposa, Ana Grigorievna. Durante uno de esos viajes su esposa dio a luz una niña que moriría pocos días después, lo cual sumió al escritor en un profundo dolor.
A partir de ese momento sucumbió a la tentación del juego y sufrió frecuentes ataques epilépticos. Tras nacer su segundo hijo, estableció un elevado ritmo de trabajo que le permitió publicar obras como El idiota (1868) o Los endemoniados (1870), que le proporcionaron una gran fama y la posibilidad de volver a su país, en el que fue recibido con entusiasmo. En ese contexto emprendió la redacción de Diario de un escritor, obra en la que se erige como guía espiritual de Rusia y reivindica un nacionalismo ruso articulado en torno a la fe ortodoxa y opuesto al decadentismo de Europa occidental, por cuya cultura no dejó, sin embargo, de sentir una profunda admiración.
En 1880 apareció la que el propio escritor consideró su obra maestra, Los hermanos Karamazov, que condensa los temas más característicos de su literatura: agudos análisis psicológicos, la relación del hombre con Dios, la angustia moral del hombre moderno y las aporías de la libertad humana. Máximo representante, según el tópico, de la novela de ideas, en sus obras aparecen evidentes rasgos de modernidad, sobre todo en el tratamiento del detalle y de lo cotidiano, en el tono vívido y real de los diálogos y en el sentido irónico que apunta en ocasiones junto a la tragedia moral de sus personajes.
[9] Geoffrey Chaucer (?, h. 1343-Londres, 1400) Poeta inglés. Hijo de un vinatero proveedor de la corte, se cree que asistió a la escuela de gramática latina de la catedral de San Pablo y que estudió leyes en el Inns of Court. En 1357 era paje de la condesa del Ulster, y más tarde (h. 1367) escudero de Eduardo III. Hombre cercano a la Corte, alrededor de 1366 contrajo matrimonio con Philippa Roet, dama de compañía de la reina.
Desempeñó los cargos de interventor de aduanas en el puerto de Londres (1374-1386) y luego de juez de paz en Kent, parlamentario y encargado de los jardines y palacios reales. En comisiones reales, realizó diversos viajes al reino de Navarra, a Francia e Italia, lo que le sirvió para conocer la obra de Dante, de Petrarca y de Boccaccio. Al final de su vida alquiló una casa en las proximidades de la abadía de Westminster, y obtuvo el privilegio de ser enterrado en ésta.
Buen conocedor de la literatura cortesana francesa (Deschamps, Machault), su influencia se deja sentir en la primera parte de su obra; se le atribuye la traducción al inglés del célebre Roman de la rose, del que sólo se conservan algunos fragmentos. Esta influencia es así mismo patente en el Libro de la duquesa(Book of the Duchesse, h. 1374), su primera obra, escrita en tono elegíaco y dedicada a su protector, Juan de Gante, con motivo de la muerte de su primera esposa, Blanche.
Su primera estancia en Italia data de 1372, cuando se trasladó a Génova para cerrar un acuerdo comercial, y con este motivo entró en contacto con la literatura italiana, de cuya influencia son una clara muestra sus poemas La casa de la Fama (The House of Fame, 1380) y El parlamento de las aves (The Parlement of Fowls, 1382).
El primero, de dos mil versos, refiere en tono humorístico el accidentado viaje del poeta a lomos de un águila dorada rumbo al palacio de la diosa Fama. El segundo, que contiene muchos de los elementos típicos de los géneros cortesanos de la época, describe una reunión de toda clase de aves, con motivo de la fiesta de San Valentín, para elegir su pareja, lo cual da motivo a una águda sátira llena de comicidad.
Entre sus obras de influencia italiana figura también Troilo y Crésida (Troilus and Criseyde, 1383-1385), un largo poema de ocho mil versos que relata una historia de amores desgraciados en el marco de la guerra de Troya, y que al parecer ofendió a la esposa de Ricardo II, Ana de Bohemia. La leyenda de las mujeres virtuosas (The Legende of Good Women), obra inconclusa escrita al año siguiente, (1386), podría obedecer a la voluntad de desagraviar a la dama. El poeta se acusa en el prólogo de haber cantado a una mujer infiel, y se propone, para redimirse, la tarea de cantar las vidas de toda una galería de mujeres fieles que murieron por amor.
La obra más ambiciosa de Chaucer es, sin embargo, Los cuentos de Canterbury (Canterbury Tales), conjunto de relatos en verso inspirados en el Decamerón, que debió de componer entre 1386 y 1400. El poeta escribió en realidad sólo la cuarta parte de los cuentos que planeó en un principio, aunque la muestra recoge ya casi todos los géneros de la cuentística medieval. La obra desempeñó un papel crucial en la fijación de la gramática y la lengua inglesas. Chaucer se revela como gran artista y profundo psicólogo, capaz de imprimir gran vivacidad a la narración y impregnarla de un humor malicioso y profundamente humano.
El hilo conductor de la obra es la peregrinación de una serie de personajes, procedentes de todos los estamentos sociales, a la catedral de Canterbury, donde se encuentra la tumba de Santo Tomás Becket. En el conjunto de estos relatos se advierte la misma ambigüedad en la relación con la Iglesia y la religión que marca otras obras del poeta: los poemas satíricos y picantes alternan con los de temática piadosa, aunque los primeros son mucho más numerosos.
Sin embargo, la obra termina con una confesión en la que el autor se retracta de los cuentos menos edificantes, así como de obras anteriores suyas, como Troilo y Crésida. El reconocimiento de Chaucer creció notablemente durante el Renacimiento, si bien su posición fundacional en la literatura inglesa no ha dejado de reconocerse con posterioridad.
[10] Este cuento pertenece a la obra Los Cuentos de Canterbury. Chaucer, inspirado por los juglares que contaban historias en las paradas de sus recorridos, escribió esta obra como si fueran cantares en un inglés considerado “medio”. Por la evolución a lo largo del tiempo de este lenguaje es posible que se den variadas interpretaciones. En esta obra se reúnen las historias contadas a lo largo del camino a Canterbury y se establece que el que cuente la mejor historia, al final del recorrido será convidado con una cena. Se han encontrado 22 de estas historias a pesar de que el poema nunca fue terminado. Se estima que fue escrito a fines del siglo XIII y comienzos del XIV.
En este cuento, Chaucer nos muestra las enseñanzas religiosas sobre la vida ligera y sin responsabilidades. Cita grandes filósofos que han tratado el tema de las libertades humanas pero siempre manteniendo un limite de acuerdo al relato y al hilo de la historia. Con un gran sentido del humor sobre el final le da ese toque que lo diferencia de ser un pesado relato totalmente religioso y dogmático
[11] En Tartaría vivía el rey Cambinskan. Era muy religioso y tenia muchas virtudes. Tenía dos hijos y una hija. La hija era muy bella. Cuando el rey cumplía años, se celebraba por toda la comarca. En la fiesta se servia de todo. En uno de esos cumpleaños, apareció en la puerta un caballero llevando en su mano un espejo, en su pulgar un anillo de oro y una espada. Se acercó a la mesa de honor y saludó al rey y a la reina y le dijo que venia de parte del rey de India y que para honrarlo le mandaba los siguientes regalos: un caballo de bronce que lo llevaría por dónde él quisiera, un espejo que le permitiría ver cuando fuera a ocurrir algo malo en su reino y para su hija un anillo que le permitiría comunicarse con todas las aves, y conocer también todas las hierbas que sirven para curar, la espada desnuda que atraviesa y corta toda armadura . Dicho esto, salió y desmontó el caballo el cual se quedo inmóvil como una piedra. El caballero cenó con el rey y con todos los demás. Después de la cena se dirigió a enseñarle al rey como manejar el corcel. Después de esto todos se fueron a dormir. Canace, la hija del rey, se levantó muy temprano para caminar por los jardines, en un árbol muy seco vio a un halcón hembra herido. Canace, como llevaba el anillo, entendía todas las cosas que el ave le decía y le pregunto porque ella misma se hería y le contó que había conocido a un halcón que le había prometido muchas cosas pero que al final la traicionó y por eso ella quería morirse- Ella la curó con hierbas las heridas. Puso, junto a la cabecera de su lecho dos jaulas, una la cubrió con terciopelo azul como símbolo de la fidelidad de las mujeres.
[12] Nacido en Murcia, de padre murciano y madre bereber, se trasladó con su familia a Sevilla.3 Sus estudios literarios juveniles transcurrieron entre Lora del Río y Carmona.
El ansia de saber condujo a Ibn Arabi a una vida viajera, recorriendo primero su al-Andalus natal y luego el Norte de África visitando a los diferentes grupos sufíes. Más tarde visitó El Cairo y Jerusalén. Después de pasar dos años de emociones espirituales en La Meca decidió continuar viaje a Bagdad, Mosul, Konya (antigua capital del Sultanato de Rüm y una ciudad de la actual Turquía) y Damasco, donde finalmente se estableció durante 17 años hasta su fallecimiento.3 Su tumba, en la que después fueron enterrados dos de sus hijos, aun se conserva y es lugar de peregrinación para el mundo musulmán. Sobre su tumba los otomanos edificaron una madrasa en la que se guarda su sepulcro.
Reconocido por la tradición sufí como el mayor maestro, fue un monista integral y un teórico de la unicidad del ser: su obra reconoce en toda experiencia el rostro de Dios y en toda imagen o forma la huella divina. Mantuvo que el mundo se ofrece al hombre como la celebración perpetua de la presencia divina.
A pesar de sus esfuerzos por mantenerse dentro de la ortodoxia islámica, admitió la equivalencia de todas las creencias religiosas, en cuya variedad de rituales y leyes veía formalizaciones singulares destinadas a verbalizar el fervor religioso que habita en los hombres. Al situar dicha experiencia religiosa más allá de cualquier medida moral, negaba de modo implícito la existencia del infierno y afirmaba que el paraíso acogería eternamente a todas las criaturas sin distinción.
Ello le valió la hostilidad de numerosos teólogos sunnitas, entre ellos el sirio Ibn Taymiyya (siglo XIII). Su poemario La intérprete de los ardientes deseos, inspirado por una mujer persa, amalgama figuras bíblicas y coránicas. Por lo que se refiere a sus vastas Conquistas espirituales, constituyen sin duda la enciclopedia más completa del sufismo
[13] Saadi es uno de los principales poetas persas del período medieval, reconocido no sólo por la calidad de su escritura, sino por la profundidad de su sensibilidad social. Sus obras más conocidas sonBostan (El jardín de las frutas) (1257), y Gulistán (El jardín de las rosas) (1258).
Bostan está escrito enteramente en verso, de rima épica y consiste en historias ilustrando apropiadamente las virtudes recomendadas a los musulmanes (justicia, liberalidad, modestia, satisfacción) así como reflexiones sobre la conducta de los derviches y sus prácticas extáticas.
Gulistán está mayormente escrito en prosa y contiene historias y anécdotas personales. El texto está intercalado con una variedad de poemas cortos que incluyen aforismos, advertencias y reflexiones humorísticas. Saadi demostró una profunda conciencia sobre el absurdo de la existencia humana, al hablar, por ejemplo, del destino de aquellos que dependían del humor cambiante de los reyes en contraste con la libertad de los derviches.
Para los estudiantes occidentales tanto Bostan como Gulistán conllevan una atracción especial, pero Saadi es recordado también como un gran creador de panegíricos y obras líricas, autor de odas maestras retratando la experiencia humana, y también por odas singulares lamentando la caída de Bagdad luego de la invasión mogol de 1258. Su producción lírica puede hallarse en Ghazaliyat (Lírica) y sus odas enQasa’id (Odas). También produjo un número de escritos en árabe.
La mezcla peculiar de cortesía y cinismo, humor y resignación que muestra la obra de Saadi, junto a una tendencia a evitar los dilemas difíciles, lo convierte para muchos en unos de los escritores más encantadores de la cultura iraní.
El estilo de prosa de Saadi, descripto como “simple, pero imposible de imitar” fluye naturalmente y sin esfuerzo. Su simplicidad, sin embargo, está basada en una trama semántica que incluye sinónimos, homófonos y oxímoron apoyados en un ritmo interno y en la rima externa.
Una de sus citas más famosas es “Todo lo que se hace con precipitación termina fácilmente en derroche”.
[14] El término goliardo se utilizó durante la Edad Media para referirse a cierto tipo de clérigos vagabundos y a los estudiantes pobres pícaros que proliferaron en Europa con el auge de la vida urbana y el surgimiento de las universidades en el siglo XIII. La mayor parte de ellos estudiaron en las universidades de Francia, Alemania, Italia e Inglaterra. No obstante, la figura del goliardo puede rastrearse hasta épocas muy anteriores. Ya en el siglo IV, el concilio de Nicea condenaba a un cierto tipo de clérigos de vida licenciosa que podrían equipararse al goliardo (Vagans). En la Regla benedictina y en otros textos canónicos posteriores se vuelve a mencionar a la figura del clérigo vagabundo y ocioso. No es extraño, pues, que los concilios condenasen de forma recurrente a los goliardos y su vida disipada. Se cree incluso que en algún momento llegaron a crear alguna especie de secta o cofradía.
Pero, más allá de su forma de vida, lo que más interesa de los goliardos es su afición a la literatura. Muchos de ellos escribieron poesía satírica en latín, donde, expresando su descontento, criticaban a la Iglesia, a la sociedad establecida y al poder, así como composiciones líricas donde elogiaban el vino, la taberna, el juego, las mujeres y el amor. La poesía goliardesca se cultivó por toda Europa durante la Edad Media. Las composiciones, casi siempre anónimas, son muy diversas: desde poemas sencillos hasta otros muy elaborados y retóricos.
En España, los goliardos eran llamados sopistas y, de ellos, derivaría la actual tuna.
La cantata Carmina Burana de Carl Orff está inspirada en este tipo de escritos medievales.
[15] Li Bai (701-762) es conocido como el poeta inmortal, se encuentra entre los más respetados poetas de la historia de la literatura china. Aproximadamente mil poemas suyos subsisten en la actualidad. El mundo occidental introdujo los trabajos de Li Bai a través de muy liberales traducciones de versiones en japonés de sus poemas, realizadas por Ezra Pound. Li Bai es mejor conocido por su imaginación extravagante y las imágenes taoístas vertidas en su poesía, a la vez que por su gran amor a la bebida. Al igual que Du Fu, Li Bai pasó gran parte de su vida viajando, situación que se pudo permitir gracias a su relajada situación económica.
Li Bai, expulsado de la corte imperial, fue el fundador de los Seis Ociosos del Bosque de Bambú y de la secta de los Bebedores Inmortales.
Se cuentan muchas anécdotas de su vida. Por ejemplo, cuentan que solía frecuentar cierta taberna. Lu, el dueño de la misma, aunque aparentaba amabilidad, explotaba a la gente y sólo se interesaba por el dinero. Un día, Li Bai fue a la taberna de Lu y éste, observándolo desde su mecedora, pensaba que el poeta no disponía de recursos, por lo que ordenó a su empleado que no le sirviera con atención. Pero éste no le hizo ningún caso y llenó la copa del poeta. Al terminarse la copa, el patrón se dirigió a Li Bai y le espetó: El alero de mi taberna es demasiado bajo y mi estanque de vino tiene poca profundidad. Comprendiendo estas palabras, Li Bai sacó de su bolsa el último lingote de plata y lo arrojó con fuerza sobre el mostrador. El rostro del patrón cambió, sonrió y dijo: No se puede medir la profundidad del río con ojos vulgares, ordenó al sirviente que le diera el cambio pero Li Bai no lo aceptó y prometió en cambio volver.
Li Bai murió en Dangtu, actual Anhui. La leyenda romántica sobre la muerte de Li Bai habla del fallecimiento de un poeta, cuando una noche paseaba en barca en el río Yangzi, ebrio, y se lanzó al agua para abrazar el reflejo de la luna, ahogándose. Algunos eruditos creen que su muerte fue el resultado de un envenenamiento por mercurio después de un largo historial de consumo de elixires taoístas para la longevidad, mientras que otros creen que murió por envenenamiento con alcohol.
[16] La Cenicienta es un popular cuento de hadas; plasmando el clásico argumento de historia popular de injusta opresión/recompensa triunfante, que recibió literalmente cientos de interpretaciones antes de épocas modernas. La primera versión se originó en China en el siglo IX y Cenicienta se llamaba Yeh-Sieh. Era una hermosa doncella, hija de un sabio profeta chino que ha enviudado y se ha vuelto a casar, y que, sintiendo el anciano próximo su fin, pide a su bella hija jurar que no permita que su rostro, como un loto, se llene de la fealdad por dolor o ira. A la muerte del padre, Yeh-Sieh, recordando la palabra empeñada, debe tolerar las humillaciones de dos crueles hermanastras, apoyadas por la madrastra, quien la condena a vivir en el hogar chino (recordemos que está en el centro de la casa china), por lo que Yeh Sieh está perpetuamente cubierta de ceniza.
Siempre amable, siempre gentil, Cenicienta pone el alma en todo lo que hace, aunque termina siendo la criada de su propia casa. Habla con los patos mandarines y entabla amistad con la carpa dorada que vive en uno de los estanques de la mansión, y tiene una relación de amistad que dicen los chinos, es uno de los 64 momentos de felicidad que tiene la vida.
Deseosa de lastimar a Cenicienta, aunque tenga que quitar la vida a un ser indefenso, la madrastra se disfraza de cenizas, para burlar y sacar al pez del estanque, y pone maldad sobre maldad al echar el cadáver al estercolero.
Un anciano sabio (el espíritu del hogar) se aparece a la inconsolable Yeh-Sieh, diciéndole que conserve el cadáver, y cualquier cosa que le pida, se le concederá. La oportunidad se aparece con un baile real. Yeh Sieh, por supuesto, pide al pez ricas vestiduras, y aparece ataviada como una princesa, con largas vestiduras de seda virgen bordado en oro y plata, tocado alto y zapatillas recamadas en brillantes.
El Rey de las Nueve Islas se enamora de ella; pero Yeh Sieh, preocupada porque la madrastra note su excesiva tardanza, sale corriendo dejando tras sí su zapato.
Al probarse el zapato (como siempre sucede), resulta la única cuyo pie cabe en el minúsculo objeto, con un ademán coqueto se calza el otro ante el asombro de los concurrentes, lo que recuerda el poema chino:Tan graciosamente esbelta, tan sin remedio bella, por lo que el joven rey le pide vaya a gobernar junto a él las Nueve Islas , pero ella hace una solícita petición; que su madrastra y hermanastras la acompañen como damas a esta última aventura, demostrando así el perdón sincero, una de las cualidades de la mujer china.
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