La Cenicienta es un popular cuento de hadas;
plasmando el clásico argumento de historia popular de injusta
opresión/recompensa triunfante, que recibió literalmente cientos de
interpretaciones antes de épocas modernas. La primera versión se originó en
China en el siglo IX y Cenicienta se llamaba Yeh-Sieh. Era una hermosa
doncella, hija de un sabio profeta chino que ha enviudado y se ha vuelto a
casar, y que, sintiendo el anciano próximo su fin, pide a su bella hija jurar
que no permita que su rostro,
como un loto, se llene de la fealdad por dolor o ira. A la muerte del
padre, Yeh-Sieh, recordando la palabra empeñada, debe tolerar las humillaciones
de dos crueles hermanastras, apoyadas por la madrastra, quien la condena a
vivir en el hogar chino (recordemos que está en el centro de la casa china),
por lo que Yeh Sieh está perpetuamente cubierta de ceniza.
Siempre amable, siempre gentil, Cenicienta pone el alma en todo
lo que hace, aunque termina siendo la criada de su propia casa. Habla con los
patos mandarines y entabla amistad con la carpa dorada que vive en uno de los
estanques de la mansión, y tiene una relación de amistad que dicen los chinos,
es uno de los 64 momentos de felicidad que tiene la vida.
Deseosa de lastimar a Cenicienta, aunque tenga que quitar la
vida a un ser indefenso, la madrastra se disfraza de cenizas, para burlar y
sacar al pez del estanque, y pone
maldad sobre maldad al echar el cadáver al estercolero.
Un anciano sabio (el espíritu del hogar) se aparece a la
inconsolable Yeh-Sieh, diciéndole que conserve el cadáver, y cualquier cosa que
le pida, se le concederá. La oportunidad se aparece con un baile real. Yeh
Sieh, por supuesto, pide al pez ricas vestiduras, y aparece ataviada como una
princesa, con largas vestiduras de seda virgen bordado en oro y plata, tocado
alto y zapatillas recamadas en brillantes.
El Rey de las Nueve Islas se enamora de ella; pero Yeh Sieh,
preocupada porque la madrastra note su excesiva tardanza, sale corriendo
dejando tras sí su zapato.
Al probarse el zapato (como siempre sucede), resulta la única
cuyo pie cabe en el minúsculo objeto, con un ademán coqueto se calza el otro
ante el asombro de los concurrentes, lo que recuerda el poema chino:Tan
graciosamente esbelta, tan sin remedio bella, por lo que el joven rey
le pide vaya a gobernar junto a él las Nueve Islas , pero ella hace una
solícita petición; que su madrastra y hermanastras la acompañen como damas a
esta última aventura, demostrando así el perdón sincero, una de las cualidades
de la mujer china.
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