sábado, 2 de agosto de 2025
La literatura hipertextual: cuando al leer nos convertimos en cartógrafos
La literatura hipertextual: cuando al leer nos
convertimos en cartógrafos
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literatura hipertextual, narrar, otras lecturas
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Por Mariela Ghenadenik
El acto de leer
supone avanzar en línea recta: una página detrás de otra, dentro de una
estructura de introducción, nudo y desenlace.
Las historias,
además de entretener, nos ordenan el tiempo vital que progresa hacia el futuro
y complementan la circularidad del día, la noche y las estaciones. Al narrar
algo que sucedió, confirmo un punto presente y me proyecto hacia lo que sigue.
Este antes y
después organiza un movimiento y una jerarquía: una lectura occidental, de
izquierda a derecha, de arriba hacia abajo.
Y así se construyó
el joystick que guía nuestra vida en sociedad.
Hasta que un día
aparecieron las tecnologías digitales. Así como el fuego nos reunió por las
noches para contar historias que rompían la circularidad del tiempo, la
digitalidad abrió paso a una nueva temporalidad: fragmentada, autónoma,
interconectada. Y caótica.
Nuestra forma de
conocer y estar en el mundo dio un giro inesperado. Dentro del tiempo sucesivo,
aparece otro más azaroso, guiado por el zapping, la multiplicidad de
plataformas y la ansiedad de estar en todas partes al mismo tiempo.
Impulsados por un
deseo cartográfico, los viajes narrativos ya no buscan un destino predefinido:
atraviesan Finisterre para explorar —y crear— nuevos sentidos, saltando de una
historia a otra entre planos reales y virtuales.
Una invitación a
navegar otras lecturas
A diferencia de la
novela tradicional, que guía al lector por un camino fijo y cerrado, la
literatura hipertextual propone una experiencia fragmentada, abierta y no
lineal. Sus raíces pueden rastrearse hasta el experimentalismo de obras como
Rayuela de Julio Cortázar, que – tal vez motivado por la fiebre de la juventud rebelde
de los 60- desafiaba las estructuras narrativas establecidas, proponiendo dos
formas de lectura y múltiples entradas al texto. Pero fue con el surgimiento de
la escritura digital que este impulso encontró su medio natural: la pantalla,
los enlaces, la interacción.
Un caso reciente
dentro de esta corriente es el proyecto “Rodríguez” del escritor argentino
Hernán D´Ambrosio, una novela web ambientada en su ciudad natal, General
Rodríguez. Lejos de simplemente digitalizar un libro, D´Ambrosio construye una
experiencia narrativa donde cada personaje, cada espacio urbano y cada
situación están conectados por links. Así, el lector no solo avanza: explora,
vuelve atrás, se pierde y se encuentra, eligiendo su propio camino dentro de
una red de historias entrecruzadas.
Esta lógica de
navegación entrecortada de tiempos alterados construye una historia similar a
la que construimos artesanalmente y sin darnos cuenta cuando gestionamos
nuestro entretenimiento guiados por el zapping frenético con nuestro pulgar más
hábil.
En Rodríguez,
por ejemplo, el lector puede comenzar por un incendio en una casa, seguir la
historia de una mujer que huye, luego desviarse hacia la vida de un vecino que
ni siquiera se enteró del hecho. Lo que parecía un evento central se disuelve
en un mosaico de microhistorias, donde los márgenes también importan.
Lo que está en
juego aquí no es solo una cuestión de forma, sino de lógica narrativa. La
literatura hipertextual descentraliza la autoridad del autor y habilita al
lector a ejercer una libertad que antes le era negada. Ya no se trata de
interpretar un texto, sino de construirlo activamente, eligiendo qué leer, en
qué orden, y cuándo detenerse. Esto plantea nuevas preguntas: ¿dónde empieza y
termina una historia? ¿Es posible hablar de un “final” en un texto sin
principio fijo?
Autores como
Michael Joyce (Afternoon, a story) o Shelley Jackson (Patchwork Girl)
fueron pioneros en explorar estas preguntas desde el campo digital. En el caso
de D’Ambrosio, se suma lo local y afectivo y el hipertexto simula el murmullo
urbano: eso que se escucha de boca en boca, que se tergiversa, que se cruza. La
estructura narrativa se vuelve un poco flâneur o, mejor dicho,
nómade, al deambular y detenerse donde la curiosidad decide plantar bandera.
Desde luego, la
literatura hipertextual también impone nuevos desafíos: no todas las personas
están acostumbradas ni desean perder el rumbo, pero este tipo de propuestas
resuenan con nuestra forma contemporánea de leer, recordar y narrar.
La literatura
hipertextual de algún modo siempre estuvo. La pregunta sería qué nuevas formas
puede adoptar para seguir ampliando las posibilidades de un relato.
Hoy, estas
propuestas podrían verse como un espejo de nuestra subjetividad fragmentada, de
nuestras ciudades líquidas y nuestras memorias hechas de enlaces sueltos.
