lunes, 5 de mayo de 2025

Los estándares coreanos, de Park Min-Gyu

 Los estándares coreanos, de Park Min-Gyu

 

Park Min-Gyu es todo un personaje: anda siempre con una larga cola de caballo en el pelo y anteojos de sol, como un Bizarrap de otra época. Nació en 1968 en Ulsan, Corea del Sur. Por alguna razón, muchos escritores de su generación parecen rockstars. ¿Por qué será? Quizá, imagino, por haber crecido en las últimas décadas del siglo XX, décadas de reviente y liberación.

Publicó su primer libro en 2003, Leyenda de los superhéroes del mundo, y ese mismo año salió también El último club de fans de la superestrella Sammi. Ganó premios, tuvo adaptaciones teatralea y se filmó una película basado en su cuento «Una siesta». Hasta ahí podría ser una biografía.

Los estándares coreanos es un libro de cuentos al que hay que entrar libre de prejuicios: son raros, bizarros, impredecibles, y uno se pregunta en algún momento qué hace leyendo eso. Internet informa que el estilo de Park Min-Gyu es cínico, irónico, leve o despreocupado. Me pregunto si en ese cinisimo no habrá algo de su época, algo del mundo donde creció Park Min-Gyu. Su literatura es lo más antirrealista que existe, como si fuera in surrealista, otro más, escribiendo un siglo después de la aparición del absurdo y las vanguardias. Hace acordar, también, al realismo delirante de Alberto Laiseca.

«Costella», por ejemplo, es un cuento donde el narrador se obsesiona con su heladera, que hace un ruido espantoso, y la llena con cualquier cosa que tiene a mano. En «¿De verdad? Soy una jirafa» hay una jirafa esperando el tren que habla. En «Gracias, mapache» hay un videojuego que convierte a los humanos en mapaches. Y todo así. Este sinsentido del relato y esta ruptura de la lógica se vuelve estructural, el lector ya se lo espera y constituye la esencia literaria de Park Min-Gyu.

👀https://eltrueno.com.py/2023/04/05/los-estandares-coreanos-de-park-min-gyu/

Park Min-gyu / ¿En serio? Soy un una jirafa (fragmento)

 

Park Min-gyu / ¿En serio? Soy un una jirafa (fragmento)

El tren está llegando

Los pasajeros deben estar detrás de la línea amarilla, pero no se puede. Todos tienen que entrar en el tren, pero no hay más espacio. Si no subes, llegarás tarde. La línea amarilla del cuerpo puede estar aquí, pero la línea amarilla de la vida está en el interior del tren. ¿Cuál escogerías tú?

Nunca olvidaré el momento en que llegó el primer tren. Quiero decir, no un tren, sino un animal monstruosamente enorme se arrastró hacia la plataforma y resollaba, paah, haah, luego se arrancó los costados y arrojó gente como si estuviera vomitando. Argh, gemí involuntariamente. Parecía una presa rota, y yo podía sentir el interior de mi cabeza que se llenaba de vómito por mis ojos, oídos y nariz. ¡Hey! Si Entrenador no me hubiera gritado, podría haber caído presa de la bestia. Cuando volví en mí, vi que los costados de la criatura succionaban de vuelta el charco de vómito. Lo hacían con suficiente fuerza como para generar electricidad. En ese momento, Entrenador gritó. ¡Empuja! Entonces, a pesar de mí mismo, con un ¡vamos!, empecé a empujar cosas esponjosas, pero incluso ahora no podría decir lo que eran. En serio, ¿cómo puedo atreverme a decir que eran seres humanos?

En cuanto el tren partió, Entrenador se acercó y me hizo una firme advertencia. Mantén la calma. Sí, señor. Respiré hondo, pero aun así mis piernas temblaban. No pienses en ellos como personas. Piensa en ellos como cargamento, o algo así. ¿Entiendes? ¿Entiendes? Entiendo, dije, justo cuando otro tren llegaba, así que me preparé una vez más. Paah, haah. El tren con destino a Uijeongbu vomitó el doble de personas. Parecía toda la humanidad esta vez.

Así siguió durante otra hora. Cuando recuperé el sentido, estaba derrumbado fuera de la línea amarilla, alrededor del punto de Retroceda Por Favor. Y delante de mis ojos, tres alfileres de corbata, dos botones, la pata rota de unos lentes como la muleta de un soldado herido, yacían ahí. Era de carey. Recogiendo los objetos perdidos de la humanidad, de pronto me di cuenta que todo mi cuerpo estaba empapado en sudor. Como he dicho, debe de ser agradable ser un marciano. En serio, agradable.

Pasó una semana. Testigo de la tragedia humana por la mañana, siesta al mediodía, luego gasolinera y tienda por la noche. Me duele mucho el cuerpo, se podría decir que mi cabeza, hombros, rodillas y dedos de los pies, rodillas y dedos de los pies y rodillas dolían, y después de eso, la cabeza, hombros, pies, rodillas y dedos de los pies, cabeza, hombros, rodillas y orejas, nariz, orejas. Esto… ¿no lo deberían pagar al menos con 30,000 wons la hora? Me sentí enojado otra vez, pero como Entrenador dijo, no podía renunciar ahora, así que apreté los dientes y seguí yendo al trabajo. Tal vez ése es el secreto de las pirámides. No puedes renunciar ahora. Tal vez, sólo tal vez, esa era la aritmética de los esclavos.

Por raro que parezca, una vez que apreté los dientes y lo di todo, el trabajo comenzó a tener diversión en sí mismo. Mi cabeza, hombros, rodillas y dedos de los pies, rodillas y dedos de los pies ya no lastimaban o dolían, y, qué demonios, estaba pasándola bien. Las mañanas de comienzo de verano eran frescas y frías, y Entrenador solía fumar un cigarrillo en la entrada de la estación Gaebong. Podíamos conseguir boletos gratis a través del Hermano Mayor (así llama Entrenador al chico de la taquilla). Luego, de pie en la plataforma, esperábamos hasta delante del tren, como si fuera un privilegio. Si fuera mi antiguo yo, habría esperado de forma automática en la línea cerca de la octava salida (donde siempre me paraba, porque era la que estaba más cerca de mi casa), pero aquel verano era un empujador. Siguiendo el ejemplo de Entrenador, nos inclinábamos respetuosamente con los ingenieros y por lo general nos abrían la puerta del asiento del ingeniero o del conductor. Era increíble.

La gente nos aclamaba como a leyendas. Incluso me gustaba escuchar las pláticas que daba Jefe en la sala de guardia nocturna —que podríamos llamarlas instrucciones, o mejor dicho, sermones. Edad, experiencia, fuerza en los brazos, ética de trabajo incuestionable y filosofía ecléctica… nuestro líder en todos los sentidos, lo llamábamos Jefe. Como él estaba a cargo de los empujadores, su palabra no sólo era la luz y la vida, era ¡señor, sí, señor! Por supuesto, por supuesto, el asunto siempre era el mismo, que éramos la columna vertebral de la economía del país, el niño holandés (ya saben, el que tapó el dique) que evita el caos de tráfico, por no hablar de las leyendas del gremio. ¡Señor, sí, señor!

Aunque no teníamos intención de jugar al niño holandés por 3,000 wons la hora, había una cosa que decía el Jefe con la que todos estábamos de acuerdo. Era el hecho de que «cada uno de nosotros vale por cien hombres». Lo mejor de lo mejor, Jefe predicaba una y otra vez que aquellos que no valieran por cien, que no fueran los mejores de los mejores, no eran dignos de un puesto de empujador en la estación de Shindorim. Él nos daba consejos sobre la manera de empujar a la gente, cómo rescatar a una persona cuyo pie se ha quedado atrapado en el hueco, o cuántas personas puede aguantar un tren —y encima de todo, tenía un don para agarrar a una persona en curva diciendo de repente algo como: «Hay unas nuevas galletas que se llaman Oh Sí, están muy buenas», y luego preguntarte: «¿Qué prefieres, Choco Pie o Oh Sí?» Ja, ja, ¡señor, sí, señor!

Pasaron muchas cosas. Un niño, atrapado entre una multitud de adultos, se desmayó. ¿Quién en el mundo dejaría que su hijo viaje en el metro a esa hora del día? Jefe refunfuñaba, todo alterado y buscando a los padres del niño, pero padres como ésos no eran del tipo de los que viajan en tren. Cuando el niño abrió los ojos en la sala de guardia nocturna, se echó a llorar, gritando que se suponía que debía estar en un concurso de matemáticas y que por su madre iba a llegar. Jefe se ofreció a comprarle al niño, que dijo que vivía en Bucheon, una Coca-Cola y unas Oh Sí con su propio dinero. El jovencito debe ir por ello, dijo. Y tomé los treinta minutos de su —Jefe— vida que me entregó y respondí bruscamente, sí, señor, lo cual era diferente de lo habitual.

Por favor… se me hace tarde. Una chica me dijo un día. Sólo la espalda o los hombros… yo todavía tenía dificultades para empujar el cuerpo de una mujer en cualquier forma. Por lo que dudé mientras que dos trenes pasaban. Ella empezó a llorar delante de mí, era más de lo que podía soportar. Así que llamé a Entrenador. Llegó un tren rumbo a Uijeongbu, pero estaba tan lleno que ni siquiera Entrenador pudo meterla. Al final, fue Jefe el que lo consiguió. No mires el tren, fíjate, mírame a mí. Vi que no tenía ningún problema en empujarla por el pecho y esas cosas y la metió con facilidad. Escuchen bien. Los chicos entran más fácil de frente y las chicas, de espaldas. ¿Entendieron? ¿Por qué pasa eso? No importa, simplemente es así.

Una vez, barrieron a uno de los empujadores dentro del tren. Lo empujaron los pasajeros detrás de él, y ocurrió en un instante. Era algo que podría ocurrir en cualquier momento, pero el problema fue lo que sucedió después. Uno de los pasajeros le buscó bronca y lo golpeó en la cabeza. La razón era simple. Pensaba que éramos todos unos idiotas que empujaban a la gente. El tipo al que golpeó no fue tampoco muy amable, por lo que la pelea se hizo más grande. Terminó en una pelea campal. Le llevó tres semanas recuperarse. Ninguno de los pasajeros que escaparon fue capturado, por lo que el hombre tuvo que pagar sus dientes nuevos con su dinero. Después de eso, nunca lo volvimos a ver.

Por mi parte, vi a un montón de pervertidos. O más bien, nunca los vi realmente, pero podía decir cuándo había uno en el tren por el grito de una mujer o algo parecido. Una vez, un hombre de unos cuarenta años fue agarrado con las manos en la masa embadurnando semen en la falda de una mujer. ¿Cómo tuvo espacio para mover las manos? Pensé que era increíble tanto intentar hacer algo así allí, como conseguir atrapar al hombre. Hay un montón de ellos, un montón. Entrenador negó con la cabeza. Pero Entrenador… más allá de las ganas que tengan de hacerlo… ¿por qué quieren subirse en ese tren lleno de gente? No tengo idea. Quién sabe lo que los pervertidos piensan. Tengo este amigo que acaba de hacerse policía. Me dijo que un día llegó un reporte de un hombre desnudo de unos treinta años que comía flores en un jardín. ¿Dijiste flores? Sip, flores.

El hombre al que agarraron eyaculando resultó ser un delincuente habitual. Su cara era muy blanca y estaba cubierta de lunares y era reservado. El sudor no dejaba de gotearle por los pliegues de su cuello gordo. Parece que el pervertido había estado en Hawai o algo por el estilo. Jefe no dejaba de burlarse de él, pero el hombre nunca levantó la cabeza. No por otra razón, sino porque su camisa floreada aloha se veía tan hermosa al lado del uniforme del policía a su lado, me vino una idea repentina a la cabeza. ¿También hay metro en Hawai? ¿También hay un hombre completamente desnudo comiendo flores en un jardín en Hawai? Y en Hawai, ¿hay empujadores? Dado que la tierra es redonda, si uno sigue caminando, llega un momento en que es como Aloha ‘Oe.

Quizá al final todos los seres humanos somos delincuentes habituales, pensé. Habitualmente tomamos el metro, habitualmente trabajamos, habitualmente comemos, habitualmente hacemos dinero, habitualmente nos divertimos, habitualmente acosamos a otras personas, habitualmente mentimos, habitualmente entendemos mal, habitualmente paseamos, habitualmente conversamos, habitualmente tenemos reuniones, habitualmente nos educamos, habitualmente nos duele la cabeza, los hombros, las rodillas y los dedos de los pies, rodillas y dedos de los pies, habitualmente nos sentimos solos, habitualmente tenemos relaciones sexuales, habitualmente dormimos y, habitualmente, morimos. ¡Seung-il! ¡Pon todo tu cuerpo en ello, todo tu cuerpo! Empecé a empujar gente otra vez. Con todo mi cuerpo, habitualmente.

Se podría decir que en agosto empecé poco a poco a agarrarle el truco al asunto. Además, seguimos recibiendo más novatos. Eso se debía en parte a las secuelas de la pelea campal, y en parte a que el trabajo era tan duro que un montón de chicos renunciaban. Como resultado de ello, tenía que tratar de encontrar el camino cerca del centro de los trenes. Había más y más trenes. Había más y más gente, y cuanto más empujaba, más gente se desbordaba. Por supuesto, la paga mejoró, y hubo menos dificultades cuando todos vieron que tenía agallas, pero ése no era el problema real. Por supuesto,

el dinero estaba bien, pero

ser testigo del sufrimiento de innumerables personas cada mañana se estaba convirtiendo en un gran dolor de cabeza. Cada vez que la puerta chirriaba al cerrarse, me tenía que enfrentar con la cara de alguien apretada contra el cristal. ¿Has visto un globo así? Al principio me reía hasta que me dolía el estómago al ver todas esas mejillas y labios aplastados a punto de estallar y las narices de cerdo, pero a medida que pasaban los días, la risa se iba. Bien, todo eso está bien, ¡pero lo que yo quiero escuchar es el rostro de la humanidad tal como lo recuerdas! Si alguien de Marte me interrogara así, me sentiría muy mal. Cuando se trata de hablar con seres de otros planetas acerca de esto, ¿qué tan triste es esta mezcla humana? El tren está llegando. Paah, haah. Así es, sólo toma el tren, ni siquiera pienses en la Galaxia Express. Esto es lo que la humanidad es. Al final, un novato me bajó otro escalón y me encontré a cargo de la plataforma número ocho. 8. Mirando el número grabado en amarillo, de pronto pensé en Mi Aritmética. «¿Por qué tengo que vivir de esta manera?», pensé como un tonto, pero luego me consolé diciéndome que la aritmética no es más que números. Sentía mi cabeza, hombros, rodillas y dedos de los pies, rodillas y dedos de los pies especialmente pesados esa mañana. Entonces llegó el tren como siempre, las puertas se abrieron y alguien fue expulsado por la presión de otro pasajero; cuando eso ocurrió,
 
ahí estaba Papá.

¿Cómo puedo explicarlo? Tenía ganas de tirar toda mi ropa cuando terminara de trabajar y dirigirme al jardín más cercano a comer flores. Pa-Papá… No recuerdo si realmente dije eso o no. Él sólo tenía que llegar a la estación de Shinseol-dong, pero al igual que la primera vez que tuve que empujar a una mujer, yo solo, yo no podía empujar, y empujé un poco de todos modos, pero él, él no iba a entrar. Las puertas del tren se cerraron. Paah, haah. Me agaché y puse mis manos en mis rodillas, tratando de recuperar el aliento. Paah, haah. Papá se quedó ahí arreglándose la corbata torcida, con una mirada de incomodidad en el rostro. Luego, un breve instante pasó entre nosotros, apenas el tiempo suficiente para anudarse la corbata, pero con un nudo tan apretado que nunca pudiera deshacerse, entretejiéndonos. Fue una experiencia muy extraña. Fuera del nudo había tanto ruido como podía haber, pero entre papá y yo se instaló algo parecido al silencio del espacio exterior. Dentro de ese silencio, pero más allá de la pared que nos impedía mirarnos a los ojos, el anuncio se escuchaba una vez más.

El tren está llegando.

Traducción del inglés de Jorge Curioca

 

https://luvina.com.mx/park-min-gyu-en-serio-soy-un-una-jirafa-fragmento/

La vegetariana de Han Kang (Prólogo interesante de Gabi Martínez, Entrevista a la autora de Milo Krmpotic y La experiencia de traducir La vegetariana de Sunme Yoon )



https://pueaa.unam.mx/uploads/materials/La-vegetariana-Han-Kang.pdf?v=1732208327

Puños cerrados y vacíos: Trauma y ética de la resistencia en la ficción de Han Kang

 

Puños cerrados y vacíos: Trauma y ética de la resistencia en la ficción de Han Kang

por 

Shannon Finck


Departamento de Inglés, Universidad Estatal de Georgia, Atlanta, GA 30307, ​​EE. UU.

Humanidades 2022 , 11 (6), 149; https://doi.org/10.3390/h11060149

Presentación recibida: 20 de septiembre de 2022 / Revisado: 29 de noviembre de 2022 / Aceptado: 30 de noviembre de 2022 / Publicado: 5 de diciembre de 2022

(Este artículo pertenece al Número Especial Trauma, Ética y Enfermedad en la Literatura y Cultura Contemporáneas )

Abstracto

En términos generales, la historia literaria de las metamorfosis entre humanos y no humanos transmite cierta ética respecto a las relaciones entre humanos, al mediarlas mediante metáforas de inhumanidad. Sin embargo, donde tales transformaciones aparecen en la literatura actual, lo humano suele estar descentrado, fomentando una incómoda convivencia entre seres humanos y no humanos, así como entre sus formas de ser. Tomando como caso de estudio la ficción del autor surcoreano Han Kang, este ensayo examina el valor político o cívico de revitalizar la transformación vegetal o arbórea en historias contemporáneas que se desarrollan en un contexto de cambio climático global y colapso ecológico. Argumento que la obra de Han describe la imitación o la interacción con formas de vida no humanas como estrategias pasivas para resistir los actos humanos de violencia y explotación, y como modelos alternativos de sociabilidad y cuidado. Basándose especialmente en la indisciplina de las plantas y la materia orgánica no animal, las obras traducidas de Han invitan al lector a considerar lo que los sujetos humanos pueden aprender sobre los modos de protesta, tanto individuales como interespecies, a partir de la subjetividad verde.

Palabras clave:

Han Kang ; La vegetariana ; Actos humanos ; estudios ambientales ; ecofeminismo ; ecocrítica ; estudios del trauma ; teoría del trauma ; protesta ; resistencia pasiva ; plantas

Es terrible sobrevivir

como conciencia

enterrado en la tierra oscura.

—Louise Glück, “El iris salvaje” ( Glück 1992, p. 1 )

En el cuento de Han Kang "El fruto de mi mujer" (1997), un hombre llega a casa del trabajo un día y descubre que su esposa se ha convertido en un árbol. Desconcertado, la planta en una maceta en el balcón, la riega con cierta regularidad y, cuando da fruto, planta sus semillas. Crece un poco al aire libre; luego, como las plantas en maceta, que manifiestan sus necesidades insatisfechas en su follaje solo tardíamente, se marchita y muere.

En verdad, la esposa del hombre ha estado verdeando durante mucho tiempo, aunque incluso ella no se da cuenta de lo que le está sucediendo al principio. Una mirada cetrina en sus mejillas se malinterpreta como un signo de envejecimiento. Misteriosas marcas marrones que motean su torso se reconocen erróneamente como evidencia de desnutrición. Cualquier movimiento la deja "mareada", y esto se confunde primero con letargo, luego con indolencia. Se desploma alrededor del apartamento de gran altura de la pareja en estados de vestimenta inmodestos, infinitamente sedienta. "Conoces tu propio cuerpo, así que tienes que mantenerlo en orden", le grita su esposo, pero ella no conoce este cuerpo, su carne endureciéndose hasta la médula, como tampoco él ( Han 2016 ). Por la noche, se envuelve en el suéter naranja de su madre, anhelando la luz dorada y el calor del amanecer. A través de una neblina viridiscente, reflexiona sobre su infancia en un pueblo rural junto al mar, sus raíces. Mientras ella sufre esta aterradora transformación, su marido mantiene una fidelidad inquebrantable e insensata a una rutina de largas horas en la oficina seguidas de copas con los compañeros de trabajo, donde diserta sobre la injusticia de haber alcanzado un estatus de clase media pero haberse casado con una mujer demasiado descuidada e ingrata para deleitarse con él en sus despojos.

Mucho antes de ser una planta, la esposa sin nombre de esta historia se ha acostumbrado a la negligencia de su marido. Resignada en su insatisfacción con su estilo de vida urbano y ascendente —cuya monotonía encuentra "sofocante"— ha dejado de solicitar indultos en el campo, donde podría "purgar sus pulmones con aire fresco" o caminar juntos al aire libre, en su "entorno natural" ( Han 2016 ). Sus infrecuentes discusiones consisten en él despotricando sobre esta o aquella pequeña lesión mientras ella se muerde el labio en silencio. Mientras tanto, su marido, cuya narración enmarca el cuento, no puede recordar la última vez que la vio desnuda o la última vez que consintió tener relaciones sexuales. La objetiva con frialdad y sin sutileza: "su voz", confiesa, "me hizo pensar en una mesa de té elaboradamente esmaltada y lacada; uno de esos elegantes muebles que uno envidia sacar para cualquiera que no sea el invitado más importante" ( Han 2016 ). Sus palabras, en los raros momentos en que se atreve a pronunciarlas, le llegan «como una mera perturbación en el tejido del silencio» ( Han, 2016 ). Su indiferencia hacia su humanidad es un rasgo tan prominente del texto como la voluntad de su cuerpo de desprenderse de la forma humana que exige tal reconocimiento.

El hombre invariablemente considera las cualidades humanas de su esposa —sus deseos, sus gestos, sus esfuerzos por comunicarse— como molestias, así que cuando se topa con la macabra escena de su metamorfosis, es previsible que encuentre esta versión marchita, inarticulada y completamente dependiente de ella más atractiva que nunca. Regar su exuberante figura por primera vez es un asunto urgente y amoroso:

Corrí al lavabo, abrí el grifo del todo y llené el lavabo de plástico hasta rebosar. El agua golpeaba los bordes con cada uno de mis pasos apresurados, salpicando el suelo de la sala mientras corría de vuelta al balcón. En cuanto la eché sobre el pecho de mi esposa, todo su cuerpo experimentó un renacimiento estremecedor, como la hoja de una planta enorme. Volví a llenar el lavabo, y volví a verterla sobre la cabeza de mi esposa. Su cabello se erizó, como si un peso invisible lo hubiera estado comprimiendo. Vi su brillante cuerpo verde florecer de nuevo con mi bautismo.

Han 2016 )

Su relato extático de la inmersión y la renovación constituye la única representación del placer en la historia. Sin embargo, lo sorprendente de la narrativa es la decisión de Han de dar voz y perspectiva a la mujer a través de su despertar arbóreo. De repente, desde la prisión arcillosa de su olla, habla directamente por primera vez.

La poca investigación que aborda esta obra temprana sugiere que los lectores no están seguros de qué hacer con el misterioso camino de la esposa hacia la subjetividad verde. Mijeong Kim, por ejemplo, postula la transformación de la mujer como un acto de “convertirse” deleuziano, en el que la frustración de su deseo de vivir una vida diferente permite un esfuerzo creativo de “convertirse en planta” ( Kim 2020, p. 330 ). Las plantas, argumenta Kim, “buscan sobrevivir adaptándose a condiciones dadas en lugar de cambiar el entorno que las rodea” ( Kim 2020, p. 330 ). Según esta lógica, la elección de la mujer de establecerse como una planta floreciente sensible —de “florecer donde está plantada”— salva el matrimonio de la pareja al forjar un “vínculo no antropocéntrico (de responsabilidad, confianza y cuidado)” entre ellos ( Kim 2020, p. 331 ). Otros comparan a la mujer de esta historia con Dafne, la doncella condenada de las Metamorfosis de Ovidio, cuya desesperada súplica a Peneo para escapar de las insinuaciones de Apolo resulta en su atrapamiento en un laurel, donde el dios enamorado puede disfrutar de sus frutos y flores libremente (véase, por ejemplo, Alexandrescu 2016, p. 129 ; Cook 2020, p. 127 ). En comparación con este clásico, establecerse como planta de interior de un asalariado parece un negocio especialmente malo para la mujer. Como observa Sumana Roy, la mayoría de los ejemplos literarios de transfiguración arboriforme tienen finales infelices, si no trágicos ( Roy [2017] 2021, p. 21 ).

Ya que ella habla, es importante considerar lo que la mujer convertida en sauce, ella misma, tiene que decir. Llora por su madre, la recuerda en los aromas y texturas del campo montañoso más allá de Seúl y en la tierra del cementerio familiar. Relata la insoportable experiencia de ser vegetal. Ocasionalmente, comenta la inusual ternura de los torpes intentos de cuidado de su esposo. Después de todo, él no se había interesado en las anuales y hierbas que habían conservado a lo largo de los años; él mismo admite que no tiene "manos verdes". Finalmente, capta en sus flores los signos reveladores de angustia del mundo vegetal. "Tengo miedo, madre", llora desde su estrecho contenedor, donde languidece; "Moriré antes de que llegue el invierno" ( Han 2016 ). Parecería que incluso una regeneración transhumana no logra mejorar las circunstancias de la mujer, excepto por su recién descubierta capacidad de dar su propio testimonio. En un pasaje impactante, da testimonio de la violencia perenne que acecha el texto: «Llora al verme consumirme, y también se enoja», explica; «Puedo percibir sus cálidas lágrimas mezclándose con el agua mineral que me vierte. Puedo sentir cómo las moléculas del aire se desorganizan, su puño cerrado agitándose sin rumbo» ( Han, 2016 ).

La mayoría de las lecturas de esta historia no registran el abuso de pareja. Aunque sutil, esta violencia no es ininteligible. La evidencia de ello se manifiesta en los moretones/no moretones bajo la ropa de la mujer y en la incomodidad de su esposo cuando se le pide que los mire; en “la mala sangre” entre los dos, “coagulando sus venas como quistes”; y en su giro disociativo hacia lo inhumano que reformula los actos humanos de su esposo como distantes y surrealistas ( Han 2016 ). Deseosos de ilustrar la intimidad transgresora y transespecie del texto, su subversión ecofeminista del orden patriarcal o su alteridad reproductiva (las semillas de la esposa están plantadas, y es su esposo quien debe cultivarlas), los académicos eluden sus representaciones del trauma. Por el contrario, sostengo que una interpretación convincente de la inquietante contigüidad de la historia entre la ecología y la mitología debería atender a los imperativos morales y éticos del trauma, donde “trauma” se entiende como “una experiencia, un recuerdo, un encuentro, una interacción” que “denota un antes y un después , una subjetividad cambiada, una encarnación revisada” ( Casper 2014 ). Como una dríade, la mujer tal vez “se doblega o parece doblegarse” con una nueva agencia hacia su esposo, y él hacia ella, pero no sigue ninguna reconciliación ( Ovid 2009, p. 18 ). Su alejamiento taxonómico de él le permite estudiar su rabia a distancia, pero no sobrevivir o recuperarse de ella. Tampoco le permite evitar que un ciclo intergeneracional de violencia y trauma comience de nuevo. En cambio, el cuento termina con la perspectiva del hombre restaurada, mientras recolecta, consume y entierra el amargo fruto de la mujer que continúa viendo como su posesión. Lo que cambia junto con la morfología humana de la mujer es la atención del lector, desde la valoración que el hombre tiene de su esposa hasta la mirada juzgadora de otros seres vivos sobre su comportamiento. Si prestamos atención a la violencia humana como/con, por ejemplo, las plantas, la historia de Han se pregunta: ¿nos sentiremos responsables de lo que hemos visto? ¿Podemos escuchar a los árboles? Y, más importante aún, ¿podemos escuchar como ellos?

Este ensayo sitúa la atención matizada que Han presta a la relación dialéctica entre testigo y testimonio —como en los estudios sobre el trauma, donde estos términos tienen ricas historias conceptuales y clínicas— junto con los debates recientes en los estudios ambientales sobre las intersecciones materiales y lingüísticas de la naturaleza, la cultura y el poder. Desde pioneros en este campo como Cathy Caruth y Dori Laub, quienes teorizaron los límites del testimonio y el papel del oyente/testigo, hasta teóricos críticos y sociales contemporáneos del trauma como Monica Casper, Maurice Stevens y Jeffrey C. Alexander, quienes extienden estas ideas a esferas culturales, políticas y ecológicas a gran escala, la teoría del trauma articula un proceso mediante el cual el sufrimiento y la pérdida como experiencias individuales se “espesan” en acción colectiva o se filtran en el “suelo” del “mundo de la vida” para “enraizarse” allí como algo común, ineludible, incluso “natural” ( Alexander 2012, p. 7 ). Sostengo que la ficción de Han ilumina ciertas realidades psíquicas y materiales del trauma, que complican el giro ontológico en la crítica ambiental, tan a menudo enmarcada por sus practicantes como liberadora sin problemas.

Abordar la historia de Han, por ejemplo, a través de la teoría del trauma comienza con evitar transhumanismos atractivos, pero reductivos, y reconocer que el ser de la mujer hacia las plantas es menos una elección radical que una respuesta a las opciones limitadas que presenta su situación. Su transmutación de invernadero tiene lugar como un evento en el que su cuerpo se expulsa y se blinda con corteza, separándola no solo de un estrecho rango de futuros posibles, sino también del reino de la posibilidad humana en su totalidad. Esta ruptura se manifiesta corporalmente en labios partidos que supuran y estambres penetrantes que emiten un olor fétido mientras la mujer enferma ( Han 2016 ). Aunque su rehacer material priva a su abusador de su forma humana vulnerable como el objetivo preferido de su puño, las condiciones de esta resistencia llegan a parecer más una aflicción que una adaptación o un medio de liberación. Simone Weil define la aflicción ( malheur ) como “un desarraigo de la vida, un equivalente más o menos atenuado de la muerte, hecho irresistiblemente presente al alma por el ataque o la aprehensión inmediata del dolor físico” ( Weil [1951] 1992, p. 118 ). Según Weil, la aflicción aliena ya que “mutila” a las personas física, psíquica o espiritualmente; invita a la “degradación social” y excluye la compasión ( Weil [1951] 1992, pp. 119-20 ). A pesar de este efecto de distanciamiento, Weil nos insta a prestar atención cercana y cuidadosamente a la aflicción, si no para sanar a los afligidos mismos, entonces para mitigar el impacto de la aflicción en el mundo en general. En otras palabras, la atención enfocada equivale a una especie de reducción del daño espiritual, una ecuación a la que, sostengo, el trabajo de Han agrega una dimensión ecosocial.

Sostengo que Han invierte las ideas de Weil sobre la aflicción al representarla como un arraigamiento en la vida desnuda exhibida por figuras vegetales como la mujer en este relato temprano. 1 Rastreando la evolución de las figuras vegetales de Han a través de dos obras adicionales en traducción, demuestro cómo una posicionalidad vegetativa impone una distancia ontológica desde la cual los sujetos (des)figurados por el trauma critican la violencia interpersonal y colonialista como mecanismos auxiliares de una condición humana compartida. Tanto en The Vegetarian (2007) como en Human Acts (2014), personajes focales cuyos modos de ser y percibir los alinean con la naturaleza no humana montan insurrecciones impersonales que aprovechan las fuerzas resistentes de la materia orgánica para denunciar formas de violencia únicamente humanas, como la hiperregulación biopolítica, la explotación de mujeres, niños y animales bajo el capitalismo, y la degradación ambiental gratuita, como aflicciones interrelacionadas del Antropoceno en las que nuestro maltrato del mundo natural se refleja en nuestro maltrato mutuo. La escritura de Han, por lo tanto, discierne la precariedad humana y no humana como preocupaciones dispares pero cada vez más entrelazadas en una era definida en gran medida por la disminución del margen entre el cuidado insuficiente de los seres vivos, incluidos los unos a los otros, y el daño directo. Al adentrarse en los mundos de estas novelas a través de sus figuras vegetales, los lectores presencian campañas fragmentadas de disidencia organizadas por sujetos/actantes materialmente inseguros: mujeres maltratadas, bosques en llamas, jóvenes manifestantes, "carne". Como en "El fruto de mi mujer", los testimonios de "testigos materiales" convocados por la ficción extensa de Han buscan una práctica de escucha informada sobre el trauma, al tiempo que nos convocan a otras formas de ser de la especie más apacibles.

1. Del brazo(s) con la Tierra en La Vegetariana

Mientras que “El Fruto de Mi Mujer” ofrece una proximidad vegetal especulativa como una retirada ética de la violencia, La Vegetariana pone a prueba una tesis con fundamento ecológico sobre la resistencia no violenta. Tanto conceptual como estilísticamente, La Vegetariana es una adaptación de esta historia, una revisión en la que un conflicto marital aislado se reinscribe como una malignidad humana generalizada. En esta obra posterior, Han prescinde del realismo mágico y explicita la violencia doméstica. 2 No hay ninguna laguna que llenar con la posibilidad ecocéntrica: ningún devenir radical, ninguna superación maternalista de la dominación patriarcal. En cambio, la creciente afinidad de una mujer con las plantas y los árboles la expone a una serie de abusos a manos de sus seres más cercanos: su esposo, sus padres, un cuñado egoísta y, finalmente, una hermana querida. A medida que la protagonista de la novela, Yeong-hye, es golpeada, restringida, alimentada a la fuerza, agredida sexualmente e institucionalizada contra su voluntad, principalmente en nombre del acuerdo familiar, lo que comienza como una negativa a comer o cocinar carne se intensifica hacia una renuncia total a la compañía de seres humanos en un intento sincero pero desafortunado de echar raíces, mantenerse y prosperar como un árbol.

La novela es implacable en sus representaciones de abuso físico, verbal y emocional, e implacable en su aluvión de escenas gráficas que representan la explotación de cuerpos humanos y animales. Dada la muerte implícita de Yeong-hye por inanición, Alix Beeston sopesa los costos de enmarcar la "locura femenina como una desconexión políticamente coherente de las leyes de lo apropiado" si todo lo que ganamos al aventurarnos en esa espesura aterradora es "una profunda ambivalencia sobre esta desconexión de la sociedad humana" ( Beeston 2020, p. 692 ). Mientras Han retoma los temas de su historia anterior "de una manera más oscura y feroz", atiende el llamado de Weil a demorarnos con aquello de lo cual el instinto humano nos insta a retroceder (Han, citado en ( Patrick 2016 )). Sin embargo, sobre el tema del sufrimiento, el texto permanece decididamente en silencio. El daño infligido al cuerpo y la psique de Yeong-hye se acumula como el interés principal del texto, pero cada sección del tríptico de la novela es narrada por uno de sus abusadores. A lo largo de la obra, las descripciones de los sueños sangrientos que influyen en su vegetarianismo interrumpen la narrativa, a veces vívidamente y en su voz; otras veces, emanando vagamente de un coro de sangre: 3

Sueños de asesinato.

Asesinato o asesinado… distinciones difusas, límites que se difuminan. Lo familiar se funde con lo extraño, la certeza se vuelve imposible. Solo la violencia es lo suficientemente vívida como para perdurar. Un sonido, la elasticidad del instante en que el metal impactó la cabeza de la víctima… la sombra que se desplomó y cayó brilla fría en la oscuridad.

Ahora me vienen a la mente más veces de las que puedo contar. Sueños superpuestos a sueños, un palimpsesto de horror .

Han [2007] 2015, págs. 35-36 )

Por oscuras que sean, las pesadillas de Yeong-hye palidecen en comparación con los horrores que sufre en la vida de vigilia: horrores que los lectores presencian junto a conjuntos tan mudos como bosques, montañas y nieve que cae .

De las muchas tácticas subversivas que se pueden extraer de la resiliencia de nuestros parientes terrestres, el talento particular de la vida vegetal reside en la forma en que se "encripta a sí misma", como lo expresa Michael Marder, "al presentarse bajo la apariencia de pasividad" ( Marder 2013, p. 20 ). Pero las plantas, como las personas, se mueven y son movidas en respuesta a ciertos eventos y condiciones. Asimismo, son capaces de organizar sus movimientos, incluso sus muertes individuales, hacia una prosperidad común en lo que Marder llama la "democracia vegetal... abierta a todas las especies" ( Marder 2013, pp. 52-53 ). Los sujetos vegetales en las novelas de Han critican la violencia que sustenta el poder soberano a través de sus compromisos con una pasividad radical/radicular enraizada en la tierra y alimentada por ella, y reivindicada por firmes alianzas con la materia orgánica. Su “materialidad vibrante”, tomando prestado el término de Jane Bennett para “la capacidad de las cosas… no solo de impedir o bloquear la voluntad y los designios de los humanos sino también de actuar como cuasi agentes o fuerzas con trayectorias, propensiones o tendencias propias”, exige una ética revisada de la relación ( Bennett 2010, p. viii ). Sin embargo, a medida que la excesiva vitalidad del ser vegetal amenaza las normas, tradiciones y pactos sociales establecidos, estos personajes sufren formas cada vez más abiertas y extremas de brutalización destinadas no a deshumanizarlos (aún más), sino a reforzar un orden humanizador en sus vidas. Las figuras vegetales, a su vez, se defienden apoyándose en lo que Stacy Alaimo describe como la “vulnerabilidad insurgente” de su “transcorporeidad”: su postura no individualista como más que humana ( Alaimo 2016, p. 5 ). Se convierten en algo así como los “hijos del compost” de Donna Haraway, quienes rehacen el mundo a medida que este los deshace ( Haraway 2016, p. 134 ). De hecho, “componen y descomponen”, lo que Haraway considera “prácticas tanto peligrosas como prometedoras” ( Haraway 2016, p. 102 ). La obra de Han encaja con estas concepciones materialistas de la resistencia, pero no les otorga ningún estatus liberador, poniendo en primer plano, en cambio, a los sujetos precarios que ese parentesco biodiverso crea. Las mujeres y los niños que aparecen en la ficción de Han como ánima, flora o humus no ofrecen a los lectores ni un retrato sencillo del martirio ni una praxis viable para la protesta pacífica. Más bien, estas figuras vegetales se manifiestan como recordatorios de la absorción ecológica de la violencia física y el sufrimiento psíquico de los seres humanos, que conforman la fuerza más transformadora del planeta en el Antropoceno.

Apareciendo en múltiples obras, podría decirse que la figura vegetal de Han persiste en un estado vegetativo de incumplimiento de los regímenes patriarcales y biopolíticos. Catriona Sandilands señala las connotaciones cambiantes del verbo “vegetar” en su aplicación a varias formas de vida. Ella sostiene que “cuando los humanos o los animales vegetan”, especialmente de manera persistente, “se les considera vivos… pero no del todo. Cuando las plantas y otros organismos no animales hacen lo mismo, se les considera abundantemente vivos, quizás incluso excesivamente” ( Sandilands 2017, p. 17 ). Sin embargo, meditar sobre lo vegetativo enturbia el abismo que divide a animalia de plantae. Vegetar, para humanos y animales, implica volverse hacia el interior, pero no apagarse; puede parecer un “desconector”, pero rara vez justifica un “desconector”. Sandilands argumenta que los humanos que vegetan no se reducen a la inercia de la vegetabilidad, ni están simplemente “siendo pasivos ”; más bien, sus actividades y afectos son “consistentes con lo vegetal” ( Sandilands 2017, p. 17 ). Demuestran autosustento, sutileza o temporalidades rítmicas. Pero mientras que deslizarse por la semiótica puede permitirnos “sentir las vibraciones pulsantes de nuestro yo vegetal… nuestras representaciones comunes de vivacidad”, no nos permitirá volvernos más vegetales, ni garantiza que la sociedad humana valore lo vegetal dentro de nosotros ( Sandilands 2017, pp. 17-18 ). Más bien, atender a los procesos vegetativos que se agitan bajo la superficie de la conciencia humana descubre “las formas en que las personas y los animales están cada vez más organizados y controlados como e incluso como plantas ” bajo regímenes “neoliberales-biopolíticos” en los que su crecimiento, reproducción y movimiento son vigilados, regulados y restringidos ( Sandilands 2017, p. 22 ). En otras palabras, la ética zoocéntrica pretende elevar a los humanos por encima de las plantas, pero en la polis somos explotados, manipulados, subyugados y erradicados rutinaria y desigualmente de la misma manera que las plantas: como seres que producen, se reproducen, se propagan y rinden (o no).

The Vegetarian despliega su figura vegetal, Yeong-hye, como un medio para interrogar los hábitos masculinistas de consumo, la heteronormatividad y la domesticidad obligatorias, y las formas coercitivas de cuidado y atención que nos ciegan a actos de cuidado más empáticos e inclusivos. En contraste con la ansiedad de Beeston por lo mucho que está en juego en la apuesta primaveral de Yeong-hye, Rose Casey identifica a Yeong-hye como "un ser radicalmente pacífico con inclinación hacia la vida arbórea", involucrado en un complejo proyecto de "reestructuración feminista del mundo" ( Casey 2021, pp. 348-49 ). Al igual que en "The Fruit of My Woman", el advenimiento de la aberrante biofilia de Yeong-hye se desarrolla en la perspectiva en primera persona de su esposo, el Sr. Cheong. Al igual que el esposo en la historia, Cheong toma el vegetarianismo de Yeong-hye como una afrenta personal, irritante en privado pero socialmente embarazosa. Su abuso físico comienza cuando, con la intención de evitar que tire los costosos cortes de carne en su congelador, le agarra la muñeca y la lastima ( Han [2007] 2015, pp. 17-18 ). Al encontrarle cada vez más difícil controlar sus impulsos de castigar y degradar a Yeong-hye, este abuso se intensifica a medida que Cheong recluta la participación de su familia en una campaña para reeducarla en los apetitos respetables y los comportamientos respetuosos de una "buena" esposa. 5 Al final de la primera sección titular de la novela, Yeong-hye ha sido golpeada y violada en serie por su esposo, golpeada en la boca y alimentada a la fuerza por su padre, hospitalizada por intentar suicidarse y obligada a beber sangre de cabra por su madre, posiblemente bienintencionada. "Deja de comer carne y el mundo te devorará entero", amenaza su madre ( Han [2007] 2015, pp. 55-56 ). Pero Yeong-hye anhela ser consumida, unida, devorada y completada dentro de un campo planetario que excede y desafía a lo humano de maneras incomprensibles para su familia. En un último e inútil intento por hablar su lenguaje de agresión androcéntrica y animal, se desnuda el pecho e intenta comer un pájaro cantor vivo, pero el calor del sol en su piel y el peso del ave en su palma la llaman a la sociedad de los árboles.

Mientras que “El fruto de mi mujer” cuestiona las distinciones fáciles entre la negligencia “benigna” y el daño flagrante, La vegetariana , por el contrario, destaca las formas en que los cuerpos son (a)tendidos —es decir, disciplinados y manejados, o moldeados y podados— de acuerdo con los mismos principios y prácticas oficiosos que rigen nuestras relaciones con la naturaleza no humana, especialmente las plantas. Las secciones posteriores de la novela examinan varias de esas “correcciones”, impuestas a Yeong-hye bajo el pretexto del cuidado, incluyendo la vigilancia, la intervención en crisis y el confinamiento involuntario: estrategias entrometidas que también pertenecen, para bien o para mal, a los dominios de la conservación ambiental y la mitigación climática. La consideración de Han de lo biopolítico se vuelve más clara en las partes dos y tres, donde estas formas reguladoras de atención se contrastan con una gama de alternativas que evocan y a menudo son impulsadas por la inteligencia y el tiempo de las plantas: escuchar, solicitar consenso, sostener (como quedarse quieto, sostener, sostener el espacio o sostener una línea) y, especialmente, presenciar.

Cuando se levanta el telón "sangre de buey" en el segundo acto de la novela, el cuñado de Yeong-hye, un artista de video con dificultades, queda encantado con su arborescencia después de que le encarguen monitorearla para detectar signos de mayor deterioro mental ( Han [2007] 2015, p. 63 ). Es seleccionado por la familia para llevar a cabo este reconocimiento invasivo principalmente por lo vacío de su agenda, pero algunas similitudes notables entre él y Yeong-hye sugieren a los lectores el potencial de un acuerdo mutuamente beneficioso. No ajeno al trauma de la violencia física o a la protesta no violenta, comenzó a hacer arte para abordar sus luchas como sobreviviente de la Masacre de Gwangju en 1980. Su éxito como artista decayó cuando este trabajo " engagé ", sujeto a los caprichos del mercado a pesar de su política anticapitalista y antiestatal, ya no atraía a galerías o coleccionistas ( Han [2007] 2015, p. 116 ). Pasando las estaciones en espera de inspiración, sospechando el letargo de su creatividad, también vegeta. Si alguien puede entender el vegetarianismo militante de Yeong-hye como una vocación revolucionaria, ese es su cuñado.

Primero espiando a Yeong-hye, luego pasando sus días sin rumbo con ella, y finalmente filmándola con pintura corporal floral, él es la única persona que entretiene su rebelión verde como tal. En contraste con las expectativas de su familia de que se gane la vida con sus habilidades y observe una rutina constante, Yeong-hye mantiene el ritmo con los "lirios del campo que ni trabajan ni hilan" ( Weil [1951] 1992, p. 130 ). No puede evitar sentirse animado por su "gran energía arbórea"; al encontrarla fructífera para impulsar su carrera "en barbecho", comienza a trabajar de nuevo ( Han [2007] 2015, p. 66 ). Que tal sintonía vegetal no conduzca al florecimiento creativo compartido de esta pareja descarriada se perfila como una de las traiciones más frustrantes de la novela. El cuñado de Yeong-hye podría ayudarla a canalizar los susurros de su incipiente alma vegetal hacia el arte, pero la ve como una musa, no como una colaboradora. Podría codificar su ethos verde en su propio trabajo artístico, pero se aprovecha de su reticencia. Cuanto más cree en la botánica de su ser, más autoriza su manipulación de ella. "Ya sea humana, animal o planta", determina, "no podría ser llamada una 'persona'" ( Han [2007] 2015, p. 95 ). Reducida así al estado de objeto-recurso, Yeong-hye parece disponible para una gama de interacciones desenfrenadas y no consensuadas que no se le habían ocurrido antes a su cuñado. 6 Cautivado por su innegable vitalidad, sueña con ella "en un baño de verde", sus muslos extendidos ante él como un campo de exuberante hierba ( Han [2007] 2015, p. 103 ). Él quiere entrar en ella como en un bosque oscuro, diseccionarla como una fruta extraña, consumirla, incluso frotarla en su piel como un tónico de hierbas. Él confiesa: " Quiero tragarte, que te fundas en mí y fluyas por mis venas " ( Han [2007] 2015, p. 121 ). Al notar su excitación autónoma al ver cuerpos pintados como flores, se obsesiona con su capacidad de capturar algo extraordinario al complacer sus fantasías con ella en cámara. La desintegración de la posibilidad en la tensa cita de Yeong-hye con su cuñado cuestiona la noción, popular entre los humanistas ambientales, de que experimentar "la resonancia multiescalar de nuestra constitución en... lo ecológico" es necesariamente recuperativo ( Stevens 2016, p. 22 ). Tales encuentros aleatorios en The Vegetarian , como en "The Fruit of My Woman", parecen solo reproducir las interacciones destructivas y colonizadoras a las que llaman la atención sus personajes extraterrestres.

La tercera parte, “Árboles llameantes”, ilumina otro camino, pero uno espinoso que alinea la trayectoria clínica del trauma y la recuperación con la narrativa de la crisis climática y la mitigación. A lo largo de la novela, Han recurre sutilmente a un motivo tradicional de las literaturas del este asiático, identificado por Karen Thornber como “ecoambigüedad”, una tensión entre la exigencia de la “retórica de protección ambiental” y el ritmo lento e inestable del progreso hacia políticas o prácticas significativas y centradas en la ecología ( Thornber 2012, p. 2 ). A medida que la condición de Yeong-hye se vuelve terminal, la temporalidad inconexa de los escenarios de emergencia y respuesta a emergencias yuxtapone su lento declive con el futuro brillante y verde que ella imagina para sí misma. La hermana de Yeong-hye, In-hye, se hace cargo de la narración después de atrapar a su esposo y hermana en una masa multiflorosa en la cama fecunda de Yeong-hye. Yeong-hye es hospitalizada de nuevo, donde se niega a comer, insistiendo en que solo necesita agua, aire y luz solar. In-hye posee un poder notarial, sometiendo a su hermana a hidratación intravenosa, intubación y sedación médica por la fuerza. Tras repetidos intentos de vagar fuera del recinto y hundirse de cabeza en la tierra como los álamos que percibe como otras personas haciendo el pino, Yeong-hye es finalmente sujetada a su cama por el personal del hospital. Le implora a su hermana que le conceda la soberanía corporal y autorice su alta. "Ya no soy un animal", explica; "Nadie puede entenderme... simplemente me obligan a tomar medicamentos y me pinchan con agujas" ( Han [2007] 2015, pp. 159, 162 ). Habiendo internado cruelmente a Yeong-hye para castigarla por su aventura con su esposo y para mantener a su hermana selvática a distancia, In-hye rechaza su petición, demostrando el edicto de Weil de que “solo se puede aceptar la existencia de la aflicción considerándola desde la distancia” ( Weil [1951] 1992, p. 123 ). Solo cuando observa de primera mano la violencia que conlleva el régimen de cuidados de su hermana, In-hye interviene, y para entonces, es demasiado tarde para corregir el rumbo o enmendar el daño. Si bien la alegoría climática es posible aquí, el llamado no es a intervenciones rápidas, dirigidas a la recuperación o la sostenibilidad, sino a la acción reflexiva y colectiva, impulsada por la aprehensión de una necesidad compartida de vivir de otra manera.

En su aforismo, “Los árboles”, otro escritor preocupado por la metamorfosis y sus descontentos, Franz Kafka, plantea un conciso experimento de pensamiento verde. “Porque somos como troncos de árboles en la nieve”, el relato comienza in medias res, invitando a los lectores a detenerse brevemente en el bosque del símil ( Kafka 1995, p. 382 ). A medida que se sumerge del tronco a las raíces, la historia de Kafka procede a desmantelar su propia equivalencia. Nuestra semejanza con los árboles, resulta, es superficial, una mera “apariencia” de resiliencia arraigada. Somos más fuertes de lo que creemos, pero ni de cerca tan fuertes como los árboles. Tampoco los árboles, a pesar de su anclaje subterráneo, son tan inexpugnables como parecen. El suelo también cambia y, últimamente, el planeta se calienta y arde, y así sucesivamente. Nos reunimos con los árboles en nuestra vulnerabilidad común. No es la fuerza ni la majestuosidad de los árboles lo que atrae a Yeong-hye a los bosques que rodean el monte Ch'ukseong, sino su red de apoyo al frágil ecosistema forestal y su pertenencia mutua. Ella se lo explica simplemente a In-hye: "Todos los árboles son hermanos y hermanas" ( Han [2007] 2015, p. 150 ). El bosque atrae a Yeong-hye por razones como las que Sumana Roy describe para su propio anhelo arbóreo. Extiende una invitación a un "comunitarismo imaginado donde la autocontención y la autosatisfacción relacionada [son] la ética perdurable" ( Roy [2017] 2021, p. 155 ). En su quietud, el bosque también extiende gracia a sus afligidos: “Los árboles en un bosque no conocen el abandono… si la enfermedad—la dolencia—llega a un vecino, no pueden—y no lo hacen—huir” ( Roy [2017] 2021, p. 166 ). Yeong-hye hábilmente usa la camaradería del valle para reprender a su hermana. Los árboles, le dice a In-hye, “se yerguen con ambos brazos en la tierra, todos ellos” ( Han [2007] 2015, p. 153 ). Sus observaciones de la solidaridad micorrízica implican que las actuaciones de cuidado de su hermana (y de su cuñado, y de su esposo) no solo son insuficientes para sus necesidades; duelen.

En el bosque, Yeong-hye se encuentra en relaciones éticas y dialécticas con otros no humanos; o, como Cathy Caruth describe el vínculo traumático, comprometida en una práctica mutuamente afirmativa de "escuchar la voz y el discurso emitidos por la herida del otro" ( Caruth 1996, p. 8 ). In-hye va a la zaga de su hermana en su propio conocimiento de este imperativo social y ecológico, pero los lectores intuyen sus inquietudes a medida que In-hye se siente observada sin compasión por los extraños parientes de su hermana. Cortinas de lluvia la azotan, las polillas detienen sus alas a su paso, y la colina y la madriguera conspiran para ocultar lo que se encuentra en el horizonte. Más desconcertante aún, In-hye se siente juzgada por los árboles. Afuera del hospital donde Yeong-hye reside perennemente, una zelkova de cuatrocientos años la desdeña: “En los días brillantes, extendía sus innumerables ramas y dejaba que la luz del sol centelleara sus hojas, aparentemente comunicándole algo. Hoy… es reticente y mantiene sus pensamientos en silencio” ( Han [2007] 2015, pp. 140-141 ). Los árboles antiguos a veces se llaman “árboles testigos”. Originario de la jerga de los topógrafos estadounidenses, el término alguna vez indicó un marcador de límite natural, un margen entre mundos de diferencia en algunos casos. En el lenguaje popular, un árbol testigo es uno que ha permanecido en pie el tiempo suficiente para convertirse en “un depósito de los secretos del pasado” ( Miller 2018, p. 2 ). Desde los robles embrujados del sur de Estados Unidos hasta Aokigahara, Japón, la idea de que los árboles presencian el trauma humano y albergan espíritus inquietos perdura como una advertencia intercultural contra la suposición de que cualquier acto de violencia queda impune. Siempre hay un registro: un cuerpo que "lleva la cuenta", una geología en la que se filtra el sufrimiento. 7 A toda velocidad en la ambulancia con su hermana inconsciente al final de la novela, In-hye mira fijamente al bosque "como si protestara por algo", plenamente consciente de que los árboles, desdibujados en un frente unificado más allá del césped junto a la carretera, le devuelven la mirada en un silencio impasible ( Han [2007] 2015, p. 188 ).

2. Demostraciones espectrales en los actos humanos

Han retoma los bosques resistentes de The Vegetarian en Human Acts , aunque, esta vez, bordean un sitio de tragedia nacional. Ubicando "la causa raíz" de su obsesión con la capacidad de la violencia humana en la historia enterrada de Gwangju, Han sigue el reiterativo "gesto de rechazo" de The Vegetarian hasta su origen en el Levantamiento Popular de 1980 (Han, citado en Shin 2016 ). Ella clasifica las dos novelas como "un par, sus raíces enredadas" (Han, citado en Shin 2016 ). Human Acts recuerda los eventos de finales de mayo de 1980, cuando los soldados dispararon contra estudiantes universitarios y trabajadores de fábricas que protestaban contra el gobierno marcial del general Chun Doo-hwan, lo que resultó en un sangriento enfrentamiento de una semana entre tropas armadas y civiles en su mayoría desarmados. En esta obra, la vegetalidad es inherente a la desobediencia civil, a medida que los personajes desentierran recuerdos de cuerpos firmemente plantados en instancias de resistencia pasiva, arrollados y aniquilados por una fuerza invasora que pareció surgir de la noche a la mañana. En seis testimonios ficticios y un epílogo autobiográfico, almas pesadas y agobiadas y espacios atormentados convergen, prestando la voz del escritor a los testigos silenciosos y silenciados de estos eventos. Combinando la estética surrealista con una extensa investigación documental, la novela explora el trauma individual y colectivo en las secuelas de los movimientos de protesta, así como las consecuencias culturales de la supresión de las violaciones de derechos humanos en los registros públicos oficiales.

Human Acts retoma la historia donde termina The Vegetarian , con cielos ominosos y árboles distantes en un enfoque suave que revelan un tiempo y un lugar completamente diferentes. Afuera de un gimnasio lleno de cadáveres, un adolescente, Dong-ho, ayuda a dos mujeres a catalogar a los fallecidos y a llevarlos al interior mientras se amontonan. Inicialmente, había venido buscando a un amigo al que vio abatido a tiros en la plaza cerca de la estación de Gwangju, pero al ver el estado de estos cuerpos, arrojados primero a la Oficina Provincial y luego al Gimnasio Municipal por docenas, se da cuenta de que podría no reconocer a su amigo si lo encuentra. Conmovido por el ritual de su labor de cuidado, se une a las mujeres, que organizan los cuerpos por fecha de llegada, enumerando cualquier indicio material que los dolientes podrían usar para identificarlos. Los muertos se convierten para él en un mar de heridas, cicatrices y marcas de nacimiento, de sudaderas de colores brillantes, insignias en camisetas y faldas estampadas con sangre. Dong-ho camina entre ellos con su libro de contabilidad, notando la relación inversa de esta “concentración masiva de cadáveres”, cuya acción directa contra los vivos es su “hedor pútrido”, con el número decreciente de manifestantes reunidos en las calles ( Han [2014] 2016, p. 21 ). Días antes, su padre lo tomó por sorpresa con una pregunta retórica: “¿Cómo puede alguien enfrentarse a un arma con solo el puño vacío?”, pero ahora, Dong-ho cree saber la respuesta ( Han [2014] 2016, p. 34 ). El ejército de los difuntos empuña una inocencia armada. Sus vibrantes cadáveres, descritos como “árboles talados” y “trozos de carne”, recuerdan la encarnación desafiante de Yeong-hye ( Han [2014] 2016, pp. 132-33 ). Dong-ho siente la presión de una creciente resistencia descompositiva, no solo en la presión de ataúdes en toda la cancha del gimnasio, sino en la persistente “respiración” de los árboles afuera y el parpadeo insistente de las llamas de las velas, una invitación elemental a la in(erte)acción que finalmente acepta ( Han [2014] 2016, p. 24 ).

En otra parte, la figura vegetal de esta novela; el amigo muerto de Dong-ho; o, el hon del niño que solía ser este amigo, Jeong-dae, está despertando en un más allá escalofriante. Ni completamente espíritu ni soma, esta voz emana de la pila de cuerpos en la que Jeong-dae es el segundo desde abajo, donde el espectro y la podredumbre co-narran. Este portavoz de los muertos tiene los recuerdos de Jeong-dae, pero comparte su espantosa realidad física con los otros cuerpos en descomposición en el montón, capaz de migrar arriba y abajo de la creciente "torre" de carne a voluntad hasta que se pudre en una mezcla indistinguible de vísceras y larvas ( Han [2014] 2016, p. 51 ). El narrador siente todo esto: cada herida de salida supurante, cada mosca zumbando en una cuenca del ojo, el aplastamiento de cada nuevo cadáver apilado. “Éramos cuerpos, cadáveres”, pronuncia la voz, “y en ese sentido no había nada que elegir entre nosotros” ( Han [2014] 2016, p. 56 ). Mayormente atado al montículo purulento de los insepultos, este fantasma hambriento ocasionalmente presenta las perspectivas de un bosque cercano, sombras oscuras que cambian a la luz de la luna y la tierra en el claro circundante. 8 Ejerciendo su voluntad terrenal, observa a los soldados desde estas posiciones ventajosas no antropocéntricas mientras acampan cerca; más bien, los hace sentir observados. Finalmente, temiendo la exposición de sus crímenes de guerra, los ansiosos soldados queman la pila. El hablante se eleva brevemente en el humo, escucha disparos continuos y se retira una vez más a la masa fétida, cenizas al polvo.

Mientras que los otros cinco capítulos de la novela examinan los testimonios de sobrevivientes y testigos humanos vivos, estos dos primeros imaginan las reflexiones de los muertos a través de sus interacciones con y en procesos orgánicos como el renacimiento y la descomposición. La estética vegetal de Han en estos primeros capítulos lidia con una necesidad identificada por Eric Wertheimer y Monica Casper para escritores, académicos y profesionales que lidian con el trauma de “atender las temporalidades de la recreación y el desarrollo en la aplastante ausencia de significado audible” con cuidado y cautela; esforzarse por “hablar… por aquellos cuyas voces se silencian en la vulnerabilidad en lugar de alzarse en la indignación”, pero también detenerse “a escuchar los silencios” ( Wertheimer y Casper 2016, p. 11 ). “¿Qué nos perdemos?”, preguntan Wertheimer y Casper, “cuando no logramos detenernos en el vacío, el silencio, el espacio entre la inhalación y la exhalación… ¿cuántas otras gramáticas están deshabilitadas?” ( Wertheimer y Casper, 2016, p. 11 ). Human Acts se desvía entre gramáticas tan inefables, mientras entidades anteriormente humanas, o no del todo humanas, persisten en los lugares de su destrucción. Adhy Kim sostiene que la recurrencia de perspectivas deshumanizadas en las novelas de Han sirve para “enmarcar las violaciones de derechos humanos… dentro de arcos de violencia más largos que asumen las proporciones de una historia natural”, en los que queda claro que “el pasado colonial y militarizado libera escalas extrahumanas de destrucción humana en el futuro” ( Kim, 2021, pp. 435, 437 ). Gwangju, explica Han, conserva su sangrienta historia mientras la materia radiactiva persiste en los tendones y el suelo, renaciendo solo para ser masacrada de nuevo en un ciclo sin fin... arrasada y resucitada de nuevo ( Han [2014] 2016, p. 204 ). Décadas después, cuando visita Gwangju para investigar para la novela, se siente a la vez helada y animada por la presencia vegetativa de manifestantes espectrales. Su inquietud, absorbida por el paisaje y el clima de la ciudad, recuerda a Han y, por extensión, a los lectores nuestras obligaciones perdurables con las generaciones pasadas y futuras, preocupaciones que conectan la novela con los legados entrelazados del activismo por la justicia ambiental y social.

La novela procede así en orden cronológico, impulsada desde 1980 en adelante, primero por relatos lúcidos de y desde los muertos, luego por los testimonios parciales, fragmentados o fallidos de los vivos. El efecto narrativo es tal que la memoria humana altera cada vez más este orden en bucles atemporales, tiempo perdido y el extraño e intrusivo discurso en segunda persona. Sin embargo, la masacre nunca se desvincula por completo de su contexto histórico nacional, incluso cuando varios personajes aplanan actos específicos de violencia o resistencia en metáforas: "una brutalidad uniforme... impresa en nuestro código genético", o el latido colectivo de un "corazón mundial", respectivamente ( Han [2014] 2016, pp. 134, 116 ). La materia, no la memoria, mantiene el registro más confiable tanto de los actos antropogénicos como de la resiliencia ecológica. Han registra esto a través de su sensación de retraso, habiendo llegado a Gwangju para encontrar el suelo del gimnasio excavado, los árboles de ginkgo, "que habían dado testimonio mudo de todo... arrancados de raíz", y la pagoda de crecimiento antiguo marchitada: todas las ausencias físicas que hacen más difícil escuchar a los muertos hablar ( Han [2014] 2016, p. 196 ). Pero el mejor ejemplo de cómo el mundo material absorbe la violencia, la voz y el testimonio aparece en el quinto capítulo, donde una ex trabajadora textil, Seon-ju, lucha por comprometerse a registrar su violación, encarcelamiento y tortura durante el levantamiento.

El Movimiento de Democratización de Gwangju siguió a un período de rápida industrialización en Corea del Sur, el llamado "Milagro en el río Han", durante el cual las oportunidades económicas se combinaron con prácticas laborales abusivas e inseguras; una gestión deficiente de los recursos, la tierra y las cuencas hidrográficas; y políticas extractivistas miopes. Los trabajadores industriales recién sindicalizados, muchos de ellos mujeres, estuvieron entre aquellos cuya disidencia fue reprimida con mayor violencia durante las protestas. Seon-ju, cuyo sindicato participó en un bloqueo de autobuses, lleva consigo el peso de una máquina de dictado, pero no puede desahogarse de la historia de su pasado abuso. En 2002, Seon-ju trabaja como asistente legal, preparando evidencia de lesiones crónicas de otro tipo para demandas por desastre ambiental. En contraste con la rápida catalogación de víctimas de masacres de Dong-ho, Seon-ju describe este proceso como un trabajo alienante, minucioso y a menudo ineficaz que documenta las lesiones que Rob Nixon llama "violencia lenta"; o degradación ecológica que “no es espectacular ni instantánea, sino más bien incremental y acumulativa” ( Nixon 2013, p. 2 ). “Las matanzas que pasas tus días archivando han sido todas lentas y prolongadas”, observa, seguida de una lista: “Elementos radiactivos con vidas medias largas. Aditivos que debían prohibirse o que ya se habían prohibido, pero que aún se usaban ilegalmente. Residuos industriales tóxicos, productos químicos agrícolas y fertilizantes que causan leucemia y otros tipos de cáncer. Prácticas de ingeniería que destruyen el ecosistema” ( Han [2014] 2016, p. 141 ). Cuando compila una lista similar de la evidencia física que aparecería en su relato de Gwangju—“pistolas, bayonetas y garrotes; sudor, sangre y carne; toallas mojadas, brocas y trozos de tubería de hierro”—, descubre que no puede transmitir a la cinta la violencia de género que experimentó ( Han [2014] 2016, p. 142 ). Incluso las canciones de protesta que cantaba en exuberante unidad con sus compañeros de trabajo parecen, distorsionadas por la memoria, “salir de la garganta de algún tipo de pájaro”, como si ellas también pertenecieran a un mundo natural cada vez más amenazado que Seon-ju ha llegado a comprender que es vulnerable y silenciado en muchos de los mismos modos que ella ( Han [2014] 2016, p. 157 ).

Luchando por sí misma "para superar la historia" en el acto final de la novela, Han ancla su experiencia de Gwangju, su lugar de nacimiento, en sus estaciones. Es invierno, y un frío impresionante, cuando su familia se muda de Gwangju a Suyuri en 1980. Es principios de verano cuando se enteran de la masacre. Es invierno nuevamente cuando Han regresa, y una visión de Dong-ho la lleva al Cementerio Nacional del 18 de Mayo para buscar entre las parcelas cubiertas de nieve su tumba. Al encontrarla, se arrodilla para encender velas y permanece allí hasta que siente la nieve empapando su ropa, su frío "filtrándose a través de mi piel", como le había pasado a Dong-ho en su sueño ( Han [2014] 2016, pp. 210, 212 ). Este contacto precipitado, que se asemeja tanto a su sueño, figura un compromiso vegetativo con las fuerzas de la historia y las voces del pasado. Vinculada a través del sueño, ella es brevemente Dong-ho, y Dong-ho es la nieve fugaz, tanto medio como mensaje. Stephanie Clare observa que “Sentir frío puede… estar vinculado con una espacialidad expansiva de la que podríamos buscar refugio… Además, nos identificamos con sensaciones como sentir frío. Estas sensaciones indexan una relacionalidad entre nuestro sentido del yo y la tierra” ( Clare 2019, p. 16 ). La disposición de Han a sentarse en el frío —a ser envuelta, permeada y saludada por él— le permite atender la herida en los intersticios de los mundos humano y no humano y le proporciona la exigencia de terminar la novela. Al elegir soportar esta incomodidad, cuida lo que Weil llama la “semilla” de la verdad enterrada en la oscuridad que, si se le da suficiente luz, crece hasta convertirse en un árbol “inerradicable” ( Weil [1951] 1992, p. 134 ).

Al igual que el frío, el trauma en la obra de Han es insistente. Perturba en la ficción lo que ya no está resuelto en la historia narrativa, así como, cada vez más claro, en la historia profunda: la cuestión de si nuestra capacidad para resistir el abuso y la explotación del planeta depende de nuestra disposición a resistir el abuso y la explotación de los demás. Como lectores, se nos pide que prestemos atención a los estratos domésticos, institucionales y ecológicos de violencia y trauma, y ​​que nos sintamos, nosotros mismos, perturbados por la exploración de tales profundidades. Sin embargo, muchas lecturas ecofeministas de Han se basan en descubrir la dimensión vegetal como un subcomún radical y transgresor, sin considerar su potencial en términos de lucha compartida, más que de esencia compartida. Extender la ética del trauma a la política vegetal en la ficción de Han nos permite comprender mejor cómo Han desafía los supuestos ecofeministas tradicionales sobre la liberación de un cuerpo individual o colectivo de sistemas humanos dañinos, en comparación con fantasías armonizadoras de unidad con la naturaleza. Más bien, la ausencia de reconciliación entre las especies y entre la tierra y su gente en los escritos de Han proporciona un modelo útil para una especie de capacidad negativa del Antropoceno, en la que el conflicto ecológico, la reificación y el dolor persisten incluso en las visiones más esperanzadoras de futuros más “verdes”, “más limpios” y más sostenibles.

Fondos

Esta investigación no recibió financiación externa.

Declaración de la Junta de Revisión Institucional

No aplicable.

Declaración de consentimiento informado

No aplicable.

Declaración de disponibilidad de datos

No aplicable.

Conflictos de intereses

El autor declara no tener ningún conflicto de intereses.

Notas

1

Utilizo aquí el término “nuda vida”, como lo utiliza Giorgio Agamben en Homo Sacer , para indicar los rasgos de la vida que supuestamente están excluidos del ámbito de lo jurídico ( zoe ) pero que, sin embargo, están gobernados por el Estado, aquello que simultáneamente excede y no alcanza “la buena vida”. Véase ( Agamben 1998, p. 107 ).

2

Aunque Deborah Smith, la traductora al inglés de Han, también proporcionó la traducción de “The Fruit of My Woman”, ha sido acusada de “exagerar el estilo” y, con él, la agencia de varios personajes en The Vegetarian . Sus desviaciones del original también pueden entenderse para preservar la ambigüedad incrustada en la prosa de Han para los lectores occidentales. Las nuevas audiencias que se encontraron con la obra de Han exclusivamente en traducción, después de que la novela ganara el Premio Booker Internacional en 2016, de lo contrario podrían haberse inclinado a leer la pasividad de la protagonista de acuerdo con los estereotipos de las mujeres del este asiático como excesivamente educadas, complacientes y sumisas; decorosas y decorativas en sus hogares y comunidades; de hecho, siempre ya como plantas. Para una visión general de este debate, véase ( Yun 2017 ; Fan 2018 ).

3

Para un análisis convincente de los sueños de Yeong-hye como evidencia de un trauma enterrado, véase ( Kim 2019, p. 4 ).

4

Para una lectura de los sueños de Yeong-hye como admisiones indecibles de su conflicto interno como carne y carnívora, depredadora y presa, véase ( Choi 2013, p. 214 ).

5

Tanto Caitlin Stobie como Cornelia Macsiniuc abordan las tensiones en la relación entre el cuidado y la alimentación de las mujeres a sus familias y las formas de consumo masculinista, como las figuras que comen carne en el texto. Véase Stobie, 2018, p. 799 ; véase también Macsiniuc, 2017, pp. 105-106 .

6

Jasmine Anand considera la conducta del cuñado como un acto de consumo de carne metafórico o fantasioso; véase ( Anand 2019, p. 82 ).

7

Aquí, hago referencia indirectamente al trabajo clínico de Bessel van der Kolk sobre la huella física del trauma. Véase Van der Kolk, 2014 .

8

Lavinia Tache también observa esta ontología aplanada en Actos Humanos , pero su trabajo se centra en la naturaleza perdurable de los objetos plásticos y su relación con la memoria. Véase Tache, 2021, pp. 246-260 .

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