martes, 1 de julio de 2025
Epicuro y el jardín de la amistad
Epicuro y el jardín de la amistad
Blog - La soportable
levedad - Francis Fernández - Domingo, 15 de Octubre de 2017
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Epicuro.
'De
los bienes que la sabiduría procura para la felicidad de una vida entera, el
mayor con mucho es la adquisición de la amistad'. Epicuro, Máxima
Capital 27.
Mucho se ha escrito, y mucho se ha
tergiversado, sobre la figura de un filósofo durante muchos siglos vilipendiado
por la ortodoxia cristiana, Epicuro, que fundó su
principal escuela en Atenas, en una casa rodeada por un jardín, no un jardín
idílico, sino más bien un huerto, pero qué mejor metáfora de la vida, de la
amistad o del amor, donde la belleza no se encuentra en sublimaciones
fantásticas de las vidas ajenas que te rodean, sino en aceptarlas con sus
perfectas imperfecciones y con su bella fealdad, como las nuestras. De ahí,
del jardín, que a sus
seguidores se les llamara los
del jardín, jardineros en busca de
la felicidad.
El fanatismo de las primeras sectas cristianas se empeñó en borrar de la
historia, en desprestigiar, al que consideraban un pensamiento rival
El fanatismo de las primeras sectas
cristianas se empeñó en borrar de la historia, en desprestigiar, al que consideraban
un pensamiento rival. Con vehemencia, intentaron tergiversar su pensamiento,
cuando no borrarlo directamente de la historia, o perseguir a sus discípulos.
Combatían y temían sus enseñanzas porque sabían que podían llegar al corazón de
la gente común, o de la no tan común, de hombres y mujeres, de nobles y
esclavos, no había diferencias para el epicureísmo. Temían que calara su
desprecio al miedo a la muerte y a los dioses, su defensa de una felicidad
posible, en esta vida, sin depender de futuros premios en un alejado paraíso
celestial. Su creencia en una solidaridad sin jerarquías, en apreciar el
moderado uso de los placeres, en creer que la sabiduría se basa en no
resignarse al dolor, siempre que fuera posible, y en la búsqueda de una
templanza de la vida presente. En compartir, por el valor intrínseco de
hacerlo, no por premios o castigos de dioses o de un dios, que interfieren en
lo terrenal. Sus rivales, más allá de la persecución en los primeros
siglos de la era cristiana, fueron las escuelas
platónicas, que se habían convertido en centros de elites para futuros tiranos,
las aristotélicas, de gran valor en
cuanto fueron antecedentes de las universidades que mantendrían la llama del
conocimiento en los tiempos más oscuros, pero centradas más en los saberes de
la naturaleza o de la metafísica, que en enseñarte cómo vivir, o sus
contemporáneos los estoicos, con sus renuncias
como bandera, y con su dogmatismo vital, que les impedía ver que en todo huerto de la vida
hay siempre un jardín que encontrar, si
decides buscarlo. O los cínicos tan centrados en la
denuncia de la hipocresía social que se olvidaron del valor de una vida
compartida.
Nadie era rechazado en El Jardín por su
sexo, por su posición social, o por su profesión, pues a nadie se juzgaba
Nadie era rechazado en El
Jardín por su sexo, por su posición social, o por su profesión, pues a
nadie se juzgaba. Un escándalo ya en su época fue que entre sus discípulas
hubiera heteras. Mujeres que se
enorgullecían de su independencia, despreciadas en lo social por ejercer de
cortesanas, de mujeres de compañía, con amplios conocimientos en danza, música
y sabiduría. Dos mil ochocientos años después, el machismo y el patriarcado de
nuestra sociedad aún mira desde su atalaya con temor a los mujeres que se manifiestan
independientes, y lo demuestran día a día, sin depender de normas, leyes, de
esquemas, de roles, construidos por los hombres en su temor a que una mujer
pueda ser tan autónoma como ellos, en cualquier plano, personal o social.
Para Epicuro la amistad es un
riesgo, un libre compromiso, pues uno se expone a sufrir por el amigo, y no
debe darse de forma precipitada, ni de forma indecisa. Si dudas de la amistad
de alguien, mejor no otorgarla. Un riesgo, sí, pero hermoso porque la
generosidad del mismo es fuente de alegrías. El mundo helenístico en el que
vive el filósofo y sus discípulos es un mundo hostil, fragmentado,
desorientado. Quién sabe si comparte ese desconcierto con nuestro mundo actual.
Y en ese mundo, la amistad es capaz de fundar una comunidad libre, capaz de
hacer frente a una sociedad donde la justicia es un mero pacto de no agresión,
donde sin cautela, eres presa fácil de la avaricia y del aprovechamiento ajeno.
Nos advierte Epicuro que más
importante que saber qué comes o qué bebes, es saber con quiénes comes y bebes.
Saber elegir la compañía es más importante para saber cómo vivir y disfrutar
con ello, que vivir rodeado de lujos en una solitaria torre de marfil. La ataraxia, la búsqueda de
imperturbabilidad a través del conocimiento, la calma, a través de un uso
siempre moderado de los placeres naturales, guía de la ética epicúrea, es
sobrepasada por la amistad, pues si ha de perderse, si uno ha de sacrificar
su calma por un amigo, merece la pena.
Es esa humanidad de Epicuro, aún siendo
inconsistente con sus propios consejos previos, la que nos acerca aún más a su
pensamiento, a su ética, a su forma de entender la felicidad, tan humana, tan
lejana de la indiferencia estoica.
Con los amigos no cabe lamentarse de sus infortunios, sino que ha de
prestárseles ayuda
Con los amigos no cabe lamentarse de sus infortunios, sino que ha de
prestárseles ayuda. Qué sería de nuestra vida si deambuláramos a través de los
páramos que acompañan nuestro devenir, sin tener a otros seres humanos en
quienes confiar; otros labios a los que escuchar, en la aventura y en la
desventura. Otros oídos con los que compartir, la alegría y la tristeza.
Otros hombros donde descansar, en la penuria y en el gozo. Otras manos que
sostener, en la fortuna y en la desgracia. Otras miradas que nos acaricien, en
el temor y en la resolución. Difícil de definir, difícil de mantener. A veces,
tratada con superficialidad, a veces, despreciada, a veces, utilizada en nuestro
propio beneficio, sin preocuparnos de las consecuencias. Como todo lo que
realmente tiene valor, apenas la apreciamos, salvo cuando acosados por los
abismos de nuestra vida, la echamos de menos.
La amistad, como debería ser el amor, ha de sobrepasar nuestros límites,
los del beneficio o placer propio, si de verdad queremos entender su sentido, o
su esencia, si nos ponemos metafísicos. Y en la amistad y en el amor, su
dignidad, su valor, consiste en sobrevivir a esa acumulación de heridas sutiles
que la emponzoñan. Pocas cosas le hacen más daño que ese cúmulo de
sobreentendidos que terminan por convertirse en malentendidos, esas taras de la
comunicación que en un solo segundo de un mal cruce de miradas, puede destruir
miles de minutos de gozos y tristezas compartidos. Hemos de entender que la
amistad, al igual que la mutua lealtad que la acompaña, ineludiblemente duelen,
son difíciles de dar y de obtener, pagas un precio, y a veces lo único que
obtienes son deudas que nunca se pagaran, por eso son tan difíciles de dar, de
obtener, o de mantener. Y por eso deberíamos ser tan cuidadosos a la hora de
aceptarla, o a la hora de despreciarla, y estar realmente seguros de querer
pagar ese precio. La amistad nunca puede ser medida en una balanza, como si se
tratara de costes, de medir beneficios y pérdidas. Puede que esa sea una
relación de conveniencia, de utilidad mutua o de aprovecharse de otros, pero no
es amistad.
Y en el jardín de nuestra
vida, no podemos sino actuar como jardineros, que pacientes
siempre riegan, alimentan, cuidan, con atención y sacrificio, las raíces de las
plantas de la amistad, del amor y del cariño de la gente que nos rodea, y
sabiendo, también, que a veces es necesario extirpar esas malas hierbas que
impiden que puedas dar lo mejor de ti, que puedas encontrar las semillas de esa
felicidad, de esa flor que tanto se resiste a crecer y sobrevivir rodeada de
tantas malas hierbas, enraizadas en el egoísmo, la soledad, la ambición
desmedida, el odio, el temor, en nuestro imperfecto, pero único y
maravilloso huerto que es
el jardín de nuestra
vida.
Epicuro
y el jardín de la amistad | El Independiente de Granada
