lunes, 31 de agosto de 2020

La luz y el color en el cine - Quetzalli Malagón

Los Cuentos del Pececillo – La Cenicienta, de Daisy Fisher


LOS CUENTOS DEL PECECILLO – LA CENICIENTA, DE DAISY FISHER

Felipe Avello nos lee cuentos clásicos con su sello de “pececillo”. En el capítulo de hoy: La Cenicienta, de Daisy Fisher



https://los40.cl/2020/los-cuentos-del-pececillo-la-cenicienta-de-daisy-fisher-52839.html

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domingo, 30 de agosto de 2020

"Cuento de invierno" de William Shakesperare

 


 
 
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Música: Chopin - Nocturne in C minor

En el palacio de Leontes

Muy estrecha amistad unía, ya desde la infancia, a Leontes, rey de Sicilia, y Polixeno, rey de Bohemia. Habían sido educados juntos y pasado en compañía lo más florido de su juventud, por lo cual había entre ellos gran intimidad. Al tener, pues, que separarse, porque así lo reclamaban los respectivos deberes de soberano de sus Estados, siguieron manteniendo las más cordíales relaciónes enviándose mutuamente regalos y menudeando la correspondencia.

Andando el tiempo contrajeron ambos matrimonio. Leontes tomó por esposa a la noble y bella Hermióna que dio a luz al príncipe Mamilio. Un mes después tuvo Polixeno un hijo a quien llamó Florizel. De unos cinco años próximamente eran estos dos vástagos cuando Polixeno fue a Sicilia a visitar a Leontes: allí permaneció muchos meses, renovando al lado de su antiguo amigo los felices recuerdos de la infancia, cariñosamente acogido por Hermióna, la cual se holgaba en extremo de su presencia y le agasajaba en gran manera por atención a su esposo.

Vino empero la hora de regresar Polixeno a sus Estados. Largo tiempo había estado ausente de Bohemia, y los negocios del reino reclamaban su presencia. Instábale vivamente Leontes a que prolongase su estancia en Sicilia, aunque, no fuese sino algunos días más: pero Polixeno llevó adelante su resolución de partir, viendo lo cual puso Leontes en juego la influencia de su esposa. Gozosa ésta de poder complacer a su marido, aunque movida también por el sincero afecto que profesaba a su huésped, afirmó chanceándose que se oponía absolutamente a que Polixeno partiese de Sicilia, que los asuntos de Bohemia iban como una seda y no exigían para nada su presencia, y en fin, que era inútil que buscase un pretexto para irse, pues no le valdría.

Persuadido como estaba Polixeno de que ni para la próspera marcha de un Estado, ni aun por el bien decir de los súbditos, es conveniente que el soberano falte largo tiempo de su reino, replicó a las instancias de la joven soberana, que verdaderamente había de partir.

—Verdaderamente, pues, no partiréis—dijo aquella, — y tened en cuenta que el verdaderamente de una dama tiene mayor fuerza que no el de un caballero. Y en este caso (continuó Hermióna) vamos a ver: en el supuesto (pues no puede ser de otra manera) que os quedáis, ¿cómo queréis que se os trate, como prisiónero o como huésped? porque una de las dos cosas habéis de ser.

Polixeno era un cumplido caballero y por lo mismo, muy cortés para con las damas, y no pudo resistir a una tan dulce violencia. Consintió, pues, en permanecer una semana más en Sicilia. Pero aun no se había del todo zanjado este incidente con la solución que al mismo diera Polixeno, apoderóse de Leontes una terrible pasión de celos. Su melancólico humor le hizo creer exagerado el afecto de que hacía gala su esposa, y sintióse herido en lo más vivo de su alma viendo que Polixeno concedía a Hermióna lo que a él rehusara.

Hermióna tenía un carácter despierto y regocijado y un espíritu dispuesto siempre para los chistes; su inocente jovialidad hallaba en todo motivos de broma, viendo siempre las cosas por el lado ridículo. Esto y la fría cordíalidad de relaciónes entre Leontes y Polixeno, acabaron por encender el fuego de los celos del primero, el cual, en lugar de rechazar como temerarias sus sospechas, les dió cabida y las alimentó en su espíritu, de manera que poco a poco le obscurecieron completamente la razón, a tai extremo, que confió sus cuitas a uno de sus cortesanos, por nombre Camilo, y le exigió palabra de envenenar a Polixeno.

En vano quiso el honrado cortesano discutir con su rey, conjurándole a que no diese cabida en su espíritu a tan mentidas y peligrosas imaginaciónes, afirmándole que estaban completamente destituidas de fundamento. Hízose el sordo el soberano, y Camilo comprendió que no le quedaba otro recurso que ceder en apariencia a la instigación del rey; dio, pues, palabra a este, de quitar de en medio a Polixeno, con una condición, a saber: que una vez realizado el hecho, Leontes trataría a la reina como antes de venir Polixeno a Sicilia.

— Esto es precisamente lo que había pensado—díjole el rey, —y me huelgo de ver que somos del mismo parecer. Así, pues, a lo dicho.

Guardóse sin embargo Camilo de cometer tan horrendo crimen como era envenenar a Polixeno; antes al contrario, aviso al rey de Bohemia del peligro que le amenazaba y éste, que ya se había puesto en guardía al ver las furiosas miradas que de todas partes se le echaban, resolvió partir sin demora. Comprendió entonces Camilo que no podría ya seguir al servicio del rey, pues éste tarde o temprano se enteraría de su desobediencia, y aceptó el ofrecimiento de Polixeno, de entrar a formar parte de su séquito, y aquella misma noche partieron ambos de Sicilia.

Al saber Leontes su partida, convenciose más y más de la justicia de sus sospechas, y a pesar de las reclamaciónes y protestas de todos los caballeros de la corte, mando encarcelar a la noble Hermióna. Al cabo de poco, dio la reina a luz una niña; pero encolerizado como estaba Leontes contra la madre, se negó a ver a la niña y a reconocerla por hija.

La inocente reina era objeto del cariño y devoción de todas las damas de la corte, no habiendo ni una sola que dudase de la inocencia de su soberana y que no se sublevase contra la crueldad de que era víctima. Una de estas, llamada Paulina, esposa de un señor por nombre Antígono, no contenta con lamentar estérilmente la situación de la reina, quiso poner su energía e intrepidez al servicio de ella. Creyendo que a la vista de la tierna criatura que acababa de nacer, el corazón del obstinado Leontes se ablandaría, fuese a la cárcel, y sin hacer caso alguno de las objeciónes y reparos del carcelero, apoderóse de la niña, tomó luego el camino del palacio, forzó la consigna y se presentó al rey.

Al verla éste, mandó con imperioso acento que la echaran de su presencia; pero la valerosa dama se irguió desafiando a todos con tal audacia y sangre fría, que nadie se atrevió a poner las manos sobre ella.

—Me iré yo por mis pies y cuando lo crea justo, pero antes he de cumplir mi deber dando cuenta de un mensaje que se me ha encargado—dijo con entereza.

Dicho esto, arrodillose ante el monarca y puso a los pies de él la tierna criatura, diciendo:

«La virtuosa reina (pues tal es ella) os ha dado una hija. Hela pues aquí; reconocedla y dadle la bendición».

No dio, empero, resultado este recurso. Encolerizado Leontes, mandole que saliera al instante de palacio y que se llevara la criatura. Paulina entonces, como si no oyera el torrente de injurias que el rey vomitaba, echole en cara su crueldad e insensatez, conminándole con el baldón y vergüenza en que incurría ante todo el mundo por los bárbaros e inícuos tratos que daba a su esposa, la reina.

Consiguieron por fin los criados del rey echar de la presencia real a aquella mujer denodada en demasía; pero no consintió en llevarse la criatura, sino que la dejo allí protestando que del rey era y que a él incumbía cuidar de ella.

Antígono, esposo de Paulina movióse a compasión hacia la tierna criatura y no pudo dejar de manifestarlo; por lo cual volvióse el monarca furioso contra él, acusándolo de haber incitado a su esposa Paulina a cometer aquel acto de audacia y mandóle que recogiese la criatura y le diese muerte. Antígono rechazó respetuosamente aquella acusación: asociáronsele los demas cortesanos, confirmando lo que decía su colega, y conjurando al soberano que desistiese de su sanguinario propósito. El rey, en vista de las súplicas de sus cortesanos y algo amansado, consintió aunque de mala gana, en perdonar la vida a la niña. A Antígono, pues, en calidad de hombre ligio, ordenó el soberano que llevase aquella criatura a algún apartado y desierto lugar, fuera de los límites del reino y que la abandonara sin piedad a su propio riesgo y sin reparar en el clima, dejando al azar que o acabase con su débil existencia o se la prolongase.

Antígono, aunque con el corazón transido de pena, juró obedecer y cumplir la palabra jurada. Embarcó llevando consigo la tierna criatura, con rumbo al extremo confín del reino de Sicilia; por la noche, en alta mar, tuvo un extraño sueño: apareciósele Hermióna, vestida de blanco y derramando tiernas lágrimas, y así que pareció habérsele calmado algún tanto la pena y desconsuelo, le habló en estos términos:

«Buen Antígono; ya que el cielo ha querido que seas tú quien, a pesar de tu buen corazón, y por cumplir tu juramento, has de exponer mi tierna hija; sabe que en Bohemia hay lugares harto apartados, en donde podrás dejarla. Ve, pues allá, y abandona la criatura a su llanto, y puesto que se la tiene ya por perdida para siempre, te suplico que le pongas el nombre de Pérdita. Sabe además que, en castigo de esta cruel tarea que te impuso el rey mi marido, no volverás a ver jamás a tu esposa Paulina».

Dicho esto, desvanecióse el fantasma, exhalando un gemido.

Obedeciendo a lo que se le indicara en sueños, Antígono siguió con la niña hasta Bohemia, y llegado allá, dejóla en el suelo, con el corazón quebrantado de pena y compasión hacia la tierna criatura, aunque sin derramar una lágrima, cumpliendo con gran valor aquel inhumano deber que le impusiera el juramento hecho a su soberano. Al apartarse, vió que le iba a los alcances un oso feroz, por lo cual echó a correr precipitadamente, sin tener siquiera el consuelo de saber que aquella tierna criatura había hallado ya un Salvador. Efectivamente, al cabo de un momento, acertó a pasar por allí un anciano pastor, en busca de una oveja extraviada.

—¡Oh feliz hallazgo!—exclamó sorprendido el buen hombre: —¿qué viene a ser esto? ¡Buen Dios! ¡Un infante, un hermoso infante!... Y ¿qué será, niño o niña?... Vamos a verlo. ¡Oh qué preciosa criatura! ¡pobrecilla, voy a recogerla; esperaré a que venga mi hijo... Ea, ya le oigo silbar... Ven ven!

Corrió presuroso el hijo del pastor a donde estaba su padre y vio al llegar aquella preciosa criatura: tomóla en brazos, y al poco halló un paquete de piezas de oro entre los ricos pañales de la pobre y abandonada infanta. Toman, pues, los dos sencillos pastores a Pérdita y se la llevan a la cabaña, felices de haber hallado tan inesperado tesoro.

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"Como gustéis" de William Shakespeare

 

 
 
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Música: Chopin - Nocturne in C minor

Oliverio y Orlando

                                                        1                                                    


En una de las más sombrías profundidades del bosque de Ardennes habían sentado sus reales unas cuantas personas de vida desocupada. Desterrado y desposeído de sus estados por su hermano Federico el Duque, legítimo soberano del país habíase refugiado en la selva, y allí, lejos del fausto y de las intrigas palaciegas, vivía dichoso, rodeado de algunos servidores fieles y adictos a su persona. Poco a poco fue habituándose a aquel modo de vida de tal manera que llegó a parecerle preferible a la pompa y esplendor de que se viera en otro tiempo rodeado: allí no había parásitos aduladores, no se propalaban calumnias, no se urdían mezquinas intrigas cortesanas; no había mas vicisitudes que las inherentes a los cambios de estación. Cuando las ráfagas del cierzo invernal le hacían tiritar de frío, exclamaba el Duque sonriendo: «¡Estos sí que son leales consejeros que sin adularme, me hacen comprender lo que soy en realidad!», y parecíanle más llevaderos los horrores del frio que la doblez e ingratitud de los hombres.

No lejos del bosque erguíase altiva la almenada torre del castillo que perteneciera en otro tiempo al gran gentilhombre Rolando de Boys. Este señor había dejado, al morir, todos sus bienes al mayor de sus tres hijos, llamado Oliverio, pero con una cláusula testamentaria mandando entregar la suma de mil escudos al más pequeño de los tres, por nombre Orlando: además imponía a Oliverio la obligación de educar a sus dos hermanos. Uno de estos, Jaques, fue enviado a la escuela e hizo rápidos progresos. En cuanto a Orlando, se le dejó abandonado sin instrucción. Oliverio no solo no le hacía cultivar los dones y facultades que recibiera de la naturaleza, sino que se esforzaba en atrofiarlos para que no sacara de ellos provecho ninguno: hacíale comer con la servidumbre, desdeñábase de tratarle como hermano y parecía buscar por todos los medios posibles, la manera de incapacitarle y hacerle indigno y de la categoría de hidalgo.

Indignado al verse víctima de tan malos tratos, acabó Orlando por revoluciónarse afirmando que no estaba dispuesto a tolerar aquella vil esclavitud: hubo con esto una violenta contienda entre los dos hermanos. Oliverio, siguiendo su costumbre, intentó brutalmente reducir a obediencia a Orlando, por lo cual se salió éste de quicio y asiendo de su pérfido hermano, respondió a sus insultantes frases con una serie de verdades capaces de convencer al más obcecado opresor. Un antiguo criado de la casa se interpuso para apaciguar a los dos hermanos; pero fue en vano: Orlando no cejaba.

—No te soltaré—dícele al intentar escaparse Oliverio. — En virtud del testamento de nuestro difunto padre, venías tú obligado a darme una buena educación, y sin acordarte de esto, me has educado como un labriego, no instruyéndome en ninguna de las artes propias del hidalgo que ha de aparecer como tal en la escena del mundo y de la sociedad. Pero, has de saber que el alma de mi padre revive en mi y no voy a tolerar por más tiempo esta esclavitud degradante. Déjame ocuparme en los ejercicios que corresponden a un joven de posición; de lo contrario entrégame la pequeña parte del patrimonio que me legó nuestro padre en testamento y contando con ello, buscaré fortuna.

—Y ¿qué vas a hacer con esto? ¿Mendigar cuando ya no te quede una blanca?—exclamó Oliverio sonriendo irónicamente. —Pues bien, señor, hagamos un arreglo, no quiero ya ser mas objeto de vuestras importunidades; os daré parte de lo que me pedís, pero soltadme. Y tú, perro viejo (añadió brutalmente, volviéndose al criado Adam) tú, vete con él.

—¡Perro viejo!.. ¿conque ésta es mi recompensa? ¿así se me pagan los servicios prestados a vuestro padre? eso soy sin duda, un perro viejo que perdí mis dientes al servicio de vuestra familia. ¡Ah malogrado amo mío y padre vuestro!, a buen seguro que él no hubiera proferido tales palabras.

A pesar de su promesa, Oliverio había ideado un medio para deshacerse de su hermano sin verse obligado a desembolsar los mil escudos. El día siguiente al de la contienda, iba a tener lugar un simulacro de lucha en que el campeón Carlos había de hacer alarde de sus proezas en presencia de toda la corte del duque usurpador: Carlos tenía una fuerza y una habilidad capaces de dar muerte a su contrario, sin parecer que lo intentaba. Orlando tenía intención de medir sus fuerzas con aquel famoso atleta. Oliverio lo sabía, y a Carlos se lo habílan comunicado confidencialmente: temiendo dar algún golpe mortal al joven, fue a ver a Oliverio, de quien era amigo, suplicándole que o apartase a Orlando de su propósito, o le hiciese comprender que si le sucedía alguna desgracia, a nadie sino a sí propio podría culpar, puesto que en el ánimo de su contrincante no estaba el hacerle daño.

—Mil gracias por tu prueba de amistad y afecto;—respondióle Oliverio. —No desconocía yo el intento de mi hermano, y aun hice cuanto estuvo en mi mano para disuadirle de él, pero Orlando es inapeable. Te aseguro, Carlos, que Orlando es el hombre más testarudo que existe en Francia; es además un ambicioso, que ve con pesar las ventajas de los demás: un infeliz que se complace en conspirar secretamente contra mi que soy su hermano. Por mi, pues, obra según tu antojo, y lo mismo me da que acabes con él o que te limites a magullarle un dedo. Harás muy bien en andar con cuidado y receloso de él, pues a la menor afrenta que le parezca que le haces o al menor chasco que le des, o si viere que no puede obtener sobre ti un deslumbrador triunfo, echará mano al veneno o a otra cualquier estratagema para acabar traidoramente contigo y no te dejará hasta no haberte quitado la vida, ya sea por medio de un ataque directo, ya de otra manera. Porque te aseguro (y esto con lágrimas del corazón) que no hay actualmente un hombre a la vez tan joven y tan criminal como mi hermano Orlando.

Escuchaba consternado Carlos el retrato que Oliverio hacía de Orlando, y dijo:

—Felicítome de haber venido a veros. Si viniere mañana,- le pondré las peras a cuarto.

Y partió prometiendo hacer entrar en razón a su adversario.

— Ahora — dijo para sí Oliverio, —lo que hay que hacer es dar alas al joven para que entre en liza con Carlos. Espero que pronto me veré libre de él, y lo tendré a gran felicidad, pues me inspira tal coraje, que le odio a muerte. Y no obstante, reconozco que posee un natural amable y bueno, que es instruido a pesar de sus pocos estudios y que es muchacho de nobles sentimientos: con su suavidad y blandura de carácter encanta a todo el mundo y se capta de tal manera las simpatías de todos, incluso de mi gente, que yo, a su lado, me veo postergado. Pero, vamos, esto no durará: este campeón se encargará de poner las cosas en su terreno. No me queda ya sino alentar a mi hermano al combate, y a ello voy sin tardanza.

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sábado, 29 de agosto de 2020

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El Gusanito

viernes, 28 de agosto de 2020

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lunes, 24 de agosto de 2020

Los tipos de habla - La voz audiovisual

 


 Decorados de cine y trucaje digital

 


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La animación digital en el cine: integración y desarrollo

 


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Segundo de Chomón. Trucajes de cine



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Qué grande es el cine: La gata sobre el tejado de zinc (parte 6)

Qué grande es el cine: La gata sobre el tejado de zinc (parte 5)

Preparándonos para los VIVOS del horno a leña

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viernes, 21 de agosto de 2020

Grecia y su legado. La vida cotidiana

 


El modo de vida

Rasgos principales
¿Cómo vivían los griegos del siglo V a. C.? ¿Cuáles eran sus actividades habituales? Especialmente, conocemos bastante bien la vida de Atenas, gracias a la literatura (comedias y discursos) y al arte (cerámica). Éstos son algunos de esos detalles:

  • En la ciudad no había casas ostentosas o grandes palacios.
  • La mayoría de las casas estaban construidas con barro y madera. Solían tener una sola planta, en el caso de que  hubiera dos, solían tener una escalera exterior.
  • El mobiliario estaba formado por baúles, camastros, sillas, etc.
  • Sabemos que los hombres solían pasar mucho tiempo fuera de sus viviendas y por ello no se preocupaban por tener grandes lujos.

Un día cualquiera
Veamos qué tipo de vida hacía un ciudadano ateniense medio. Por la mañana se vestían y tomaban un poco de comida: pan con aceite y aceitunas.

Las mujeres apenas salían de casa, dedicaban bastante tiempo a su arreglo personal, usaban cremas, perfumes, adornos y joyas.

Los hombres pasaban la mañana en el ágora o en el campo cuidando de sus negocios y de sus tierras.

Al mediodía tomaban algo ligero para comer y descansaban. Después solían ir a los baños  y a las barberías. Al caer la tarde volvían a casa para cenar, esta era la comida más importante del día. A veces se cenaba en familia, en otras ocasiones había invitados. En ese caso, tras la cena se celebraba un simposion (τὸ συμπόσιον: "bebida en común")

Los symposia o banquetes
Cuando los invitados llegaban a la casa del anfitrión se descalzaban y los esclavos les lavaban los pies. 
En algunas ocasiones se ponían guirnaldas. A continuación se tumbaban a comer, reclinados en lechos, tomaban la comida servida en mesas bajas. No usaban cubiertos, cogían la comida con la mano derecha. Si las mujeres de la casa habían estado presentes, se retiraban de la sala y los hombres bebían vino mezclado con agua. Ése era propiamente el simposion (συμπόσιον). Se nombraba un jefe ('simposiarca'), que debía proponer entretenimientos: música, danzarinas, poesía, etc. En ocasiones especiales el anfitrión contrataba a un grupo de músicos y danzarinas. En otros casos, los participantes recitaban poemas o charlaban sobre una cuestión.

Los datos más relevantes de este tipo de reuniones los conocemos gracias a las obras de Platón y Jenofonte (El Banquete).

   

http://servicios.educarm.es/cnice/palladium/datos/Palladium/griego/esg145ca1.php

Nevus rufus (Lunares rojos)

 

Nevus rufus

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Los nevus rufus o lunares rojos, también conocidos como nevus rubípuntos rubí o lunares de sangre, son lunares benignos que aparecen a edad avanzada, por envejecimiento de la piel, en hombres y mujeres, usualmente en la zona del tóraxcuello y brazos. Normalmente son circulares, de color rojo y de uno o dos milímetros de diámetro. Son frecuentes también en personas de piel muy blanca.

Su aparición ocurre por una dilatación vascular de pequeños vasos sanguíneos superficiales.

Los lunares rojos a través de la historia

En el antiguo Egipto se tenía la creencia que las personas con lunares rojos tenían poderes mágicos y que podían predecir el tiempo, en especial, las lluvias. A las mujeres que los tenían, se les consideraban sacerdotisas y se les consultaba el momento justo en que debían sembrar y cosechar.

En Atenas también se les consideraba pitonisas, pero en este caso, auguraban el amor. Los hombres que los poseían, era considerados como aves de mal agüero; en cambio, las mujeres eran siempre bellas, inteligentes y su buen humor era considerado como el alivio perfecto para cualquier mal.

https://es.wikipedia.org/wiki/Nevus_rufus#:~:text=Los%20nevus%20rufus%20o%20lunares,del%20t%C3%B3rax%2C%20cuello%20y%20brazos.

Qué grande es el cine: La gata sobre el tejado de zinc (parte 4)

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UNA GATA SOBRE EL TEJADO CALIENTE DE ZINC - La Obra

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lunes, 17 de agosto de 2020

Cómo hacer un guion cinematográfico (Consejos, técnica, reglas y program...

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"La leyenda de Don Juan Tenorio" de José Zorrilla

 José Zorrilla en AlbaLearning


 
 
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Música: Mendelssohn - Lied ohne Worte Op.62 No.1 (Andante espressivo)


En tiempos del cuarto Enrique,
a quien la historia y la gente
apodan el impotente,
lo cual no hay quien certifique,
   andaba toda Castilla
levantadiza y revuelta;
y, por más rica, más suelta
de todo freno Sevilla.
   Hirviendo en esta ciudad
de antigua discordia el germen,
sin que le atajen ni mermen
fuerza, ley ni autoridad,
   los nobles y los pecheros,
partidos en banderías,
se daban a tropelías,
venganzas y desafueros;
y no hubo lugar sagrado
ni hombre honrado ni doncella
a quien la borrasca aquella
no dejase atropellado.
   Germinaba cada día
por cada nueva ambición
una nueva rebelión
o una nueva bandería:
   y los ricos y los nobles,
cuando las calles cruzaban,
en pos sus gentes llevaban
con hierro y defensas dobles:
   y en llegando a anochecer,
de su posada al salir,
nadie podía decir
cuándo podría volver.
   ¡Fue aquel un tiempo sin par!
El Primado de Toledo,
tan sin fe como sin miedo
conspirando sin cesar,
   tiró la mitra en el coro
y, a su cabildo olvidando,
campeó, una hueste pagando
de sus rentas con el oro.
   De Santiago y de Sevilla
los prelados, a su ejemplo,
saliéronse de su templo
a merodear por Castilla;
   y para aumentar su clero
tamañas calamidades,
se presentó en sus ciudades
agresivo y pendenciero.
   Es lo que la historia arroja,
no una calumnia villana:
lo dice el padre Mariana
a vuelta de cada hoja.
   Villena y los principales
de Aragón y de Castilla
ser no hubieron a mancilla
traidores y desleales;
   y más potentes que el rey,
diéronle por impotente,
nombrándole descendiente
contra su gusto y la ley;
   y no dudando afirmar
lo imposible de saber,
a la hija de su mujer
por no suya osaron dar.
   En Ávila su persona
en efigie colocando
sobre un cadalso, quitando
la fueron manto, corona,
   espuelas, cetro y espada,
de un pregonero a la voz,
y al fin con escarnio atroz
fue su estatua derribada.
   El infante Don Alonso
su hermano, a quien todavía
barba en la faz no nacía,
mancebo impúber e intonso,
   presenció tamaño ultraje,
y se dejó coronar
y de la efigie ataviar
con las insignias y el traje.
   Fue aquel un siglo en el cual
no vio el pueblo de Castilla
más que crecer la mancilla
del menguado poder real:
   y aquel pobre rey Enrique,
tengo yo por evidente
que, si hay por qué de impotente
el título se le aplique,
   es porque con nadie pudo
y todos más que él pudieron,
a los que le escarnecieron
sirviendo él mismo de escudo.
   Todo vástago postrero
de raza que degenera
sufre de su raza entera
el peso desde el primero.
   Su abuelo Enrique, al dosel
al subir a puñaladas,
no le dejaba sembradas
más que traiciones a él.
   Creyó ganar con larguezas
la fe de los corazones,
y fomentó las traiciones
que procuraban riquezas.
   Perdonó a todos mil veces
una y otra avilantez,
y salieron cada vez
todos del perdón con creces.
   Creció en poder la nobleza,
en vicios la clerecía,
la milicia en osadía,
y el rey en mengua y vileza;
   y al escándalo y la mofa
de la autoridad real
haciendo eco universal
la gente de baja estofa,
   a costa del soberano
nobleza, clero y milicia,
do pudieron, sin justicia
ni ley metieron la mano.
   Sin fuerza, pues, ni decoro
el rey, sin prestigio el clero,
todo el pueblo en desafuero
y en las fronteras el moro,
   llegó España a extremo
que sin fe, ley ni recato,
sólo atendió en tal rebato
su agosto a hacer cada cual.
   Tal era la situación
del reino y rey de Castilla
cuando a la alegre Sevilla
nos lleva esta narración

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Cuentos de Amor

Misterio y Terror

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domingo, 16 de agosto de 2020

La araña Mizguir de Aleksander Nicolayevich Afanasiev

 Aleksander Nicolayevich Afanasiev  en AlbaLearning

 
 
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Música: Godowsky - Triakontameron - 18: Anachronisms
 

 

En tiempos remotos hubo un verano tan caluroso que la gente no sabía dónde esconderse para librarse de los ardientes rayos del Sol, que quemaban sin piedad. Coincidiendo con esta época de calor apareció una gran plaga de moscas y de mosquitos, que picaban a la desgraciada gente de tal modo que de cada picadura saltaba una gota de sangre. Pero al mismo tiempo se presentó el valiente Mizguir, incansable tejedor, que empezó a tejer sus redes, extendiéndolas por todas partes y por todos los caminos por donde volaban las moscas y los mosquitos.

Un día una mosca que iba volando fue cogida en las redes de Mizguir.

Éste se precipitó sobre ella y empezó a ahogarla; pero la Mosca suplicó a Mizguir: –¡Señor Mizguir! ¡No me mates! ¡Tengo tantos hijos, que si los pobres se quedan sin mí, como no tendrán qué comer, molestarán a la gente y a los perros!

Mizguir tuvo compasión de la Mosca y la dejó libre. Ésta echó a volar, zumbando y anunciando a todos sus compañeros: –¡Cuidado, moscas y mosquitos! ¡Escondeos bien bajo el tronco del chopo! ¡Ha aparecido el valiente Mizguir y ha empezado a tejer sus redes, poniéndolas por todos los caminos por donde volamos nosotros y a todos matará!

Las moscas y los mosquitos, a todo correr, se escondieron debajo del tronco del chopo, permaneciendo allí como muertas. Mizguir se quedó perplejo al ver que no tenía caza; a él no le gustaba padecer hambre. ¿Qué hacer? Entonces llamó al grillo, a la cigarra y al escarabajo, y les dijo: –Tú, Grillo, toca la corneta; tú, Cigarra, ve batiendo el tambor, y tú, Escarabajo, vete debajo del tronco del chopo. Id anunciando a todos que ya no vive el valiente Mizguir, el incansable tejedor; que le pusieron cadenas, lo enviaron a Kazán, le cortaron la cabeza sobre el patíbulo y luego fue despedazado.

El Grillo tocó la corneta, la Cigarra batió el tambor y el Escarabajo se dirigió bajo el tronco del chopo y anunció a todos: –¿Por qué permanecéis ahí como muertos? Ya no vive el valiente Mizguir; le pusieron cadenas, lo mandaron a Kazán, le cortaron la cabeza en el patíbulo y luego fue despedazado.

Se alegraron mucho las moscas y los mosquitos, salieron de su refugio y echaron a volar con tal aturdimiento que no tardaron en caer en las redes del valiente Mizguir. Éste empezó a matarlos, diciendo: –Tenéis que ser más amables y visitarme con más frecuencia, para convidarme más a menudo, ¡porque sois demasiado pequeños!


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U de A - Ricardo III en la Universidad de Antioquia

Sísif@. Un antiguo mito revisitado (Ensayos sobre cuerpo, performatividad y poder). 2014




“El arte, está a mitad de camino entre el mito y la ciencia”, escribió una vez Lévi-Strauss, en su pasión por clasificar el mundo, encontrando oposiciones y mediaciones.
El video de Sísif@ transita por estos cruces, y es parte de los intentos que venimos haciendo desde el Equipo de Antropología del Cuerpo y la Performance de la Universidad de Buenos Aires, para construir una reflexión desde los cuerpos, que permita no solo repensar los movimientos sino también re-mover los pensamientos, buscando articular nuevas micropolíticas dentro del saber-hacer académico y artístico.
Aquí, retomando las nociones de Butler, en torno a la performatividad como proceso ambivalente de “repetición regularizada y obligada de normas” (por ejemplo, referidas a la heterosexualidad y las posiciones identitarias sexo-género) en el contexto de un cuerpo, que “habilita al sujeto y constituye la condición temporal de ese sujeto...”, y a la vez “expulsa al campo de lo abyecto” otras identificaciones posibles; y retomando los conceptos psicoanalíticos de Zizek, nos preguntamos sobre el "goce" (en el sentido de un “más allá del principio de placer”), que estaría ligado a tal efecto de reiteración en los cuerpos, y que sería intrínseco a toda relación de dominación-sometimiento a las normas hegemónicas.
Asimismo, en sintonía con algunas ideas de Butler en torno a la posibilidad de subversión que emerge en cada reiteración de las normas, y también de Deleuze, en torno al cuerpo sin órganos, planteamos el potencial del placer lúdico-creativo como prácticas de disrupción, deterritorialziación o líneas de fuga de ese goce compulsivo que operaría en la reiteración de habitus en la vida cotidiana...
Porque si el poder opera por reiteración (”la cita… regularizada y obligada de normas… en el contexto de un cuerpo”), tal vez las potencias de resistencia operen por mutación (de “múltiples citas” en redes creativas de cuerpos…)
Idea y Cámara. Salvador Batalla.
Idea y Cuerpo en improvisación: Silvia Citro
Edición creativa: Hugo B. Partucci.
Voces: Silvia Citro y Hugo Partucci
Textos: Butler,Citro, Foucault, Lévi-Strauss, Zizek.
Equipo de Antropología del Cuerpo y la Performance de la Universidad de Buenos Aires
antropologiadelcuerpo.com

https://vimeo.com/164929589

Frequency (2000) - Trailer

Frequency Trailer Subtitulado

THE SKULLS: Sociedad Secreta (Trailer español)