jueves, 22 de junio de 2023

El maestro del chisme y de la política erótica

 


Se cumplen treinta años de la muerte de Manuel Puig, el escritor que se transformó en artista pop, unió la alta y la baja cultura, y reivindicó el folletín y la mariconería.

Que Manuel Puig constituye un antes y un después en la literatura argentina es una afirmación que hoy no admite réplicas. Sin embargo, cuando publicó sus primeras novelas, La traición de Rita Hayworth (1968) y Boquitas pintadas (1969), fue cuestionado por los críticos y repudiado por muchos de los habitantes de su pueblo natal General Villegas.

La relación con el mal gusto, con los lugares comunes del melodrama y las bajas manifestaciones de la cultura de masas fueron algunos de los argumentos esgrimidos por los primeros en contra de “ese escritor que escribía como Corín Tellado”.  Quizás en el olvido de que el folletín –Puig quería que Boquitas… fuera publicado en una revista y por entregas– era el mismo género que antes habían cultivado autores de la talla de Balzac, Dumas o Dickens.

A su vez sus coterráneos se sintieron ofendidos porque vieron reflejadas miserias públicas y secretos íntimos en la ficción de los personajes retratados. Puig fue declarado persona non grata y sus novelas fueron leídas a hurtadillas por los villeguenses con temor o con ansías de ver por la cerradura de la puerta del vecino. Cuando se estrenó la versión cinematográfica de Boquitas pintadas (Torre Nilson, 1974) fue censurada en Villegas.

¿Qué había producido tamaño escándalo? En su primera novelaLa traición de Rita Hayworth, Puig presenta el personaje de Toto Casal,  un niño introvertido y solitario en un pueblo perdido de las pampas argentinas rebajado de categoría militar a Coronel Vallejos. Toto se siente distinto a los demás y busca refugio en el cine. El único contacto real de Toto con el mundo es la ficción de las películas.  Toto no sale, no tiene amistades porque no tiene nada de qué hablar con nadie “en un pueblo donde nadie lee ni escucha música, ni piensa más que en comer, dormir o comprarse un auto”.

El sobrenombre de Manuel Puig en su infancia era Coco. El de su madre es Mita convierte en Male en la novela. Pero a la vez que se sirve de componentes evidentemente autobiográficos, Puig describe despiadadamente la chatura pueblerina y denuncia la discriminación por el diferente, la homofobia machista y el silencio social frente al violento acoso –hoy lo llamaríamos bullying- que sufre en la escuela.

Si en La traición…, se creía que Puig había ido demasiado lejos, el infierno grande para el pueblo chico aún estaba por venir en su siguiente novela. En efecto, en Boquitas pintadas, las falsas apariencias, las aspiraciones e hipocresías de solteronas y clases sociales venidas a menos, las envidias, las desvergüenzas,  los adulterios, las infidelidades y los deseos prohibidos de Coronel Vallejos  se deslizaban tan rápidamente entre sus páginas como los amores desmesurados del bellísimo Juan Carlos. Y se echaba luz sobre un oscuro crimen que las clases privilegiadas hubieran querido seguir escondiendo bajo la alfombra del pasado. El asesinato era conocido, las personas involucradas también. Y era fácil reconocer en la figura de Juan Carlos una combinación de personas demasiado reales: Danilo Caravera, un bello muchacho que padeció tuberculosis, y su hermano Hernán, un muchacho holgazán y licencioso víctima del mismo mal.

Las consecuencias fueron que Puig ya nunca sería bienvenido en General Villegas porque era un chismoso. Sin embargo, la ignorancia del pueblo corría a la par de la de los críticos que habían olvidado que Marcel Proust en Francia, Henry James en Estados Unidos, entre tantos otros, habían montado una magistral obra literaria sobre los chismes. Chismes que como define Borges, no son más que noticias particulares humanas. Noticias que como la necrológica periodística de Juan Carlos que abre la novela o las cartas de amor del mismo muchacho en la conmovedora escena final están destinadas a perecer en el fuego del olvido si no son rescatadas por la magia de la literatura.

En todo caso, Puig nunca olvidó las potencialidades literarias del chisme. Su última novela, Cae la novela tropical (1988), son meras conversaciones crepusculares de dos viejas que evocan sus pasados y el de alguna vecina en una nostálgica Río de Janeiro.  Su canto de cisne es un regreso a las fuentes, un emotivo homenaje a la ciudad carioca donde había gozado de espléndidos cuerpos bronceados y una premonición de muerte. Erotismo y muerte. No casualmente había dicho antes de marcharse de Copacabana a Cuernavaca: “Río se convirtió en una pesadilla: ¡pobreza, belleza y Sida! ¡Qué combinación!”.

Erótica, política y enfermedad

Tampoco azarosamente, la enfermedad sea un tópico en la obra de Puig al punto de que es posible hacer una teoría literaria sobre ella. Boquitas… comienza con la muerte por tuberculosis de Juan Carlos y culmina con el cáncer de Nené. En Pubis angelical (1979), el personaje principal, Ana, una argentina exiliada en México se encuentra enferma en una clínica de un extraño mal que culmina con diagnóstico reservado que parece anticipar el prematuro final del autor. En una línea futurista que abre la novela se presagian catástrofes políticas y naturales en el siglo XXI, pandemias, hielos eternos, control social y una enfermedad con características similares a las que en los años venideros tendrá el sida. Suelen olvidarse estos elementos como también la lucidez premonitoria de una novela complejamente política en la que uno de los personajes afirma cuando el menemato ni siquiera era una pesadilla imaginable: “Ahora que Perón murió, el partido como tal ya no puede existir más. Hoy le queda el gobierno y por poco tiempo. Después quedarán la clase obrera, la lucha y lo que vendrá. No quiero hacerme el filósofo, pero me da la impresión de que va a venir una etapa de una gran derrota y que de ahí se van a construir las características de un nuevo movimiento, que de peronista tendrá sólo el nombre.”

Pubis…  supo combinar sabiamente el folletín con la política: el cuerpo de Ana es tironeado y utilizado por dos amantes, uno de la derecha y otro de la izquierda como si fuera una alegoría de la Argentina.

Pero antes Puig había revolucionado la novela erótica y política al unir en cópula loca a dos antagonistas aparentemente inconciliables en una cárcel argentina: el guerrillero y el homosexual de El beso de la mujer araña (1976). No solo mezcló en las sábanas y en las palabras los sueños rosas y maricas de Hollywood con el sueño eterno de la revolución social. Al final de la novela, el guerrillero sobrevive a las torturas gracias a las fantasías que le narraba la loca y la loca despolitizada se sacrifica por la utopía política de la revolución. El guerrillero deviene homosexual y el homosexual deviene guerrillero. Las radionovelas y las películas que marcaron la vida de Toto en La traición… y que enseñaban a las mujeres a amar y desear y alimentaban los corazones en Boquitas pintadas, las que Coco Puig escuchaba o veía con su madre en el Teatro Español finalmente cumplían un rol redentor.

El eterno retorno de Puig

Puig se fue a los dieciséis años de General Villegas y nunca más volvió. Murió en Cuernavaca pero antes o después siempre retorna a los viejos sitios donde amó la vida: el cine. El sobrenombre de Toto que se adjudica a sí mismo en La traición… será el mismo elegido para el personaje principal  de la película Cinema Paradiso (Tognassi, 1988) que narra la historia de un niño en un pueblo perdido de Italia también fascinado por las películas de cine.

Pero la peor de las vueltas es la que imagina Andrés Drupat en la película El ciudadano ilustre Duprat y Cohn, 2016).  ¿Qué hubiera ocurrido si Puig hubiera sobrevivido, hubiera ganado el Nobel y convertido en cínico y considerado impune hubiera cumplido el viejo sueño de regresar a Villegas y los vecinos vengativos no hubieran olvidado las oprobiosas ofensas del pasado? Duprat le hace decir al escritor interpretado por Oscar Martínez las mismas palabras que pronunciara Puig tiempo antes de morir: “Nada me produce más curiosidad que mi pueblo. Pero yo querría volver como una mirada sin cuerpo. Como cuando ves una película. Quedar reducido a una mirada, ser un par de ojos, de oídos… Más allá del alcance del dolor. Ir a ver al pueblo como cuando se entra a un cine. Esa es la película que más quiero ver.”

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