Nuestra
civilización, que se encuentra aquí en el banquillo de los acusados para ser
investigada y evaluada, tiene sus raíces en tres civilizaciones antiguas
principales: la romana, la hebrea y la griega; y parecería que muchos de
nuestros problemas están relacionados con el hecho de que tenemos una
civilización imperialista, fermentada o leudada por lo que fue una colonia
pisoteada y explotada en Palestina. En esta conferencia reviviremos el
conflicto entre los romanos y los hebreos.
Recordarán
ustedes que San Pablo se vanagloriaba diciendo “Nací libre”. Lo que quería significar
es que había nacido romano, y que ello tenía ciertas ventajas jurídicas.
Podemos
entrar en esa antigua batalla tomando partido por los pisoteados o tomando
partido por los imperialistas. Si ustedes piensan librar la batalla, tienen que
elegir el bando. Es muy sencillo.
Por
otra parte, naturalmente, la ambición de San Pablo, y la ambición de los
pisoteados, es siempre ocupar el lugar de los imperialistas —convertirse ellos
mismos en imperialistas de clase media— y es dudoso que el crear más miembros de
la civilización que estamos criticando sea una solución al problema.
Hay,
por consiguiente, otro problema más abstracto. Tenemos que comprender las
patologías y peculiaridades de la totalidad del sistema romano-judío. De esto
es de lo que me interesa hablar. No me preocupa defender a los romanos o
defender a los judíos, los apaleados de abajo o los apaleados de arriba. Quiero
analizar la dinámica de la íntegra patología tradicional en la que estamos
atrapados, y en la que permaneceremos mientras sigamos debatiéndonos dentro del
viejo conflicto. No hacemos sino dar vueltas y vueltas de acuerdo con las
viejas premisas.
Por
fortuna, nuestra civilización tiene una tercera raíz, en Grecia. Por supuesto,
Grecia se dejó apresar en un embrollo bastante parecido, pero de todas maneras
había allí mucho pensamiento, terso y frío, de una clase diferente.
Permítaseme
encarar históricamente los problemas principales.
Desde
Santo Tomás de Aquino hasta el siglo decimoctavo en los países católicos y
hasta la Reforma
entre los protestantes (porque con la Reforma arrojamos un buen lastre de refinamiento
griego), la estructura de nuestra religión fue griega. A mediados del siglo
decimoctavo, la apariencia del mundo biológico era la siguiente: en la parte
superior de la escala estaba una mente suprema, que era la explicación básica
de todo lo que estaba debajo: en la cristiandad, la mente suprema era Dios, y
tuvo diferentes atributos en las distintas etapas filosóficas. La escala de la
explicación descendía deductivamente desde el Supremo hasta el hombre y de allí
hasta los simios, y sucesivamente hasta los infusorios.
La
jerarquía era un conjunto de etapas deductivas desde lo más perfecto hasta lo
más crudo o simple. Y era rígida. Se suponía por hipótesis que cada especie era
inmutable.
Lamarck,
que fue probablemente el biólogo más grande de la historia, puso la escala
cabeza abajo. Fue el hombre que dijo que ella comenzaba con los infusorios y
que se producían cambios que llegaban hasta el hombre. Ese poner cabeza abajo
la jerarquía fue una de las hazañas más sorprendentes que jamás tuvieron lugar.
Fue el equivalente en la biología de la revolución copernicana en astronomía.
El resultado lógico de esta inversión de la taxonomía fue que el estudio de la
evolución pudo proporcionar una explicación de la mente.
Hasta
Lamarck. la mente era la explicación del mundo biológico. Pero ¡caramba! surgió
ahora la pregunta: “¿No será el mundo biológico la explicación de la mente?”.
Lo
que era la explicación pasó a ser ahora lo que había que explicar. Unos tres
cuartos de la Philosophie
Zoologique (1809) de Lamarck es un intento, muy crudo, de
construir una psicología comparativa. Concibió y formuló un buen número de
ideas muy modernas: que no se pueden atribuir a ningún ser capacidades psicológicas
para las cuales no tiene órganos; que los procesos mentales deben tener siempre
representación física y que la complejidad del sistema nervioso está
relacionada con la complejidad de la mente.
El
asunto quedó ahí durante 150 años, principalmente por que la teoría de la
evolución fue asumida, no por una herejía católica, sino por una herejía
protestante, a mediados del siglo decimonoveno. Los opositores de Darwin
—recordarán ustedes— no fueron Aristóteles ni Santo Tomás, que tenía cierto
refinamiento, sino los cristianos fundamentalistas, cuyo refinamiento no iba
más allá del primer capítulo del Génesis.
La
cuestión de la naturaleza de la mente fue algo que los evolucionistas del siglo
decimonoveno trataron de excluir de sus teorías, y el asunto no volvió a
presentarse para ser considerado de manera seria hasta después de la Segunda Guerra
Mundial. (Estoy siendo injusto con algunos herejes que aparecieron a lo largo
del camino, de manera notable con Samuel Butler… y otros).
En
la Segunda Guerra
Mundial se descubrió qué grado de complejidad entraña la mente. Y desde ese
descubrimiento, sabemos esto: que en cualquier lugar del universo que
encontremos esta clase de complejidad, tenemos que habérnoslas con fenómenos
mentales.
Permítanme
ustedes que les describa ese orden de complejidad, que en cierto grado es un
asunto técnico. Russel Wallace envió a Darwin desde Indonesia un ensayo ahora
famoso. Parte de su descripción de la lucha por la vida es interesante:
“La
acción de este principio [lucha por la existencia] es exactamente igual a la de
la máquina de vapor, que registra y corrige cualesquiera irregularidades casi
antes de que se hagan manifiestas; y de una manera semejante no hay ninguna
deficiencia no equilibrada del reino animal que pueda llegar a una magnitud
conspicua, porque se haría sentir en el primerísimo de sus pasos, tornando
difícil la existencia y haciendo que la extinción se produjera casi con
seguridad.
El
motor de vapor con un regulador es simplemente una sucesión circular de sucesos
causales, con un eslabón en cierto lugar de esa cadena, en virtud del cual,
cuanto mayor cantidad de determinada cosa haya, tanto menos cantidad de la
siguiente habrá en el circuito. Cuanto más ampliamente se alejen las
bolas del regulador, tanto menor será la entrada de combustible. Si las
cadenas causales que tienen esta característica general están dotadas de
energía, el resultado será (si usted tiene suerte y las cosas se equilibran
compensatoriamente) un sistema autocorrectivo.
Wallace,
en verdad, propuso el primer modelo cibernético.
En
nuestros días, la cibernética trabaja con sistemas mucho más complejos de este
tipo general; y sabernos que cuando hablamos de los procesos de la civilización
o evaluamos la conducta humana, la organización humana o cualquier sistema
biológico, estamos frente a sistemas autocorrectivos. Básicamente, estos
sistemas son siempre conservadores de algo. Como en el motor con un
regulador, se cambia la entrada de combustible para conservar —mantener
constante— la velocidad del volante, de la misma manera en estos sistemas se
producen cambios para mantener la verdad de algún enunciado descriptivo, algún
componente del statu quo. Wallace vio correctamente el asunto, y la
selección natural actúa primariamente para mantener las especies, pero puede
también actuar en niveles superiores para mantener invariable la compleja
variable que llamamos “supervivencia”.
El
doctor Laing nos hizo notar que lo obvio puede resultar muy difícil de ver para
la gente. Por eso las personas son sistemas autocorrectivos. Son
autocorrectivos contra la perturbación, y si lo obvio no es de una clase que
puedan asimilar fácilmente sin perturbación interna, sus mecanismos correctivos
operan para desviarlo por una senda lateral, para ocultarlo, aún hasta el punto
de cerrar los ojos, si es necesario, o de excluir distintas partes del proceso
de percepción. La información puede ser modelada como una perla en crecimiento,
para que no resulte molesta; y esta modelación se hará de acuerdo con la
comprensión que el sistema mismo tenga de qué es lo que puede resultar molesto.
También esto —la premisa respecto de qué puede causar perturbación— es algo que
se aprende y que luego se perpetúa o conserva.
En
esta conferencia, fundamentalmente, trabajamos con tres de estos sistemas o
circuitos conservadores enormemente complejos. Uno es el individuo humano. Su
fisiología y neurología conservan la temperatura corporal, la química de la
sangre, la longitud, tamaño y forma de los órganos durante el crecimiento y el
período embriológico, como también todas las restantes características del
cuerpo. Este es un sistema que conserva los enunciados descriptivos referentes
al ser humano, cuerpo o alma. Pero lo mismo es verdad en cuanto a la psicología
del individuo, donde tiene lugar el aprendizaje para conservar las opiniones y
los componentes del statu quo.
En
segundo lugar, tratamos con la sociedad donde vive ese individuo, y esta
sociedad también es, otra vez, un sistema de las mismas características
generales.
Y,
en tercer lugar, tratamos con el ecosistema, el contorno biológico natural de
esos animales humanos.
Comencemos
por los ecosistemas naturales que rodean al hombre. Un robledal inglés o un
bosque tropical o una región desértica son una comunidad de seres vivientes. En
el robledal quizá 100 especies, tal vez más; en el bosque tropical quizá 1.000
especies, quizá más, viven juntas.
Podría
decir que muy pocos de ustedes, los que están aquí, han visto alguna vez un
sistema así que no esté perturbado: son pocos las que quedan, la mayoría de
ellos ha sido embarullado por el Horno sapiens, quien, o exterminó algunas
especies o introdujo otras, que se convirtieron en malezas y pestes, o alteró
el aprovisionamiento de agua, etcétera. Estamos destruyendo rápidamente, por
supuesto, todos los sistemas naturales existentes en el mundo, los sistemas
naturales equilibrados. Simple mente los desequilibramos, pero siguen siendo
naturales.
Sea
de ello lo que fuere, estos seres vivientes y plantas viven juntos en una
combinación de competición y dependencia mutuas y esta combinación es lo que
importa considerar.
Cada
especie tiene una capacidad malthusiana primaria. Cualquier especie que no
produzca, potencialmente, un número de descendientes mayor que el de los
padres, está perdida. Está condenada a muerte. Es absolutamente necesario para
cada especie y para cada uno de estos sistemas que sus componentes obtengan un
incremento positivo potencial en su curva de población. Pero, si cada especie
tiene un incremento potencial, éste es, entonces, un truco para lograr el
equilibrio. Entran en juego toda suerte de equilibrios interactivos y de
dependencias, y son estos procesos los que tienen el tipo de estructura de
circuito que mencioné.
La
curva malthusiana es exponencial. Es la curva del crecimiento de la población,
y no resulta inadecuado llamar a esto explosión demográfica.
Podemos
deplorar que los organismos tengan este carácter explosivo, pero más vale
resignarse a ello. Los seres vivientes que no lo hacen, están condenados.
Por
otra parte, en un sistema ecológico equilibrado cuyos fundamentos son de esta
naturaleza, es muy obvio que cualquier toqueteo del sistema entraña el peligro
de perturbar el equilibrio. En tal caso, comenzarán a aparecer las curvas
exponenciales, Algunas plantas se convertirán en maleza, algunos animales serán
exterminados, y con probabilidad el sistema, en cuanto sistema equilibrado, se
derrumbará en pedazos.
Lo
que vale para las especies que viven juntas en un bosque vale también para los
agrupamientos y clases de personas dentro de una sociedad, pues se encuentran
también en un equilibrio inestable de dependencia y competición. Y vale también
para el mundo interior de ustedes, donde existe una competición y dependencia
mutua fisiológica e inestable entre órganos, tejidos, células y así
sucesivamente.
Sin
esta competición y dependencia, ustedes no existirían, porque no pueden
funcionar sin ninguno de los órganos y partes que compiten. Si alguna de las
partes no tuviera las características expansivas, perecería, y ustedes también.
Por ello, aun en el cuerpo tienen ustedes una dependencia. Cuando se produce
una perturbación inadecuada del sistema, aparecen las curvas exponenciales. Lo
mismo su cede en la sociedad.
Pienso
que tienen ustedes que aceptar que todo cambio fisiológico o social importante
es, en cierto grado, un escape del sistema en algún punto situado en la curva
exponencial. Este escape puede no ir muy lejos, o llevar al desastre. Pero, en
principio, si, digamos, usted mata a todos los tordos de un bosque, ciertos
componentes del equilibrio seguirán desarrollándose de acuerdo con la curva
exponencial hasta llegar a un nuevo punto de detención.
En
estos escapes, hay siempre un peligro, la posibilidad de que alguna variable,
por ejemplo la densidad de la población, alcance tal valor, que los nuevos
escapes tengan que ser controlados por factores intrínsecamente nocivos.
Si,
por ejemplo, el crecimiento desmedido de la población fuera controlado en
definitiva por la cantidad de elementos disponibles, los individuos que sobrevivan
estarán casi muertos de inanición y la fuente de alimentos habrá sido
sobreexplotada, por lo general hasta un punto en que no se la puede
reconstituir.
Quisiera
ahora, si se me permite, pasar a hablar del organismo individual. Esta entidad
es semejante al robledal, y sus controles están representados en la mente
total, la cual acaso sea tan sólo un reflejo del cuerpo total. Pero el sistema
está segmentado de distintas maneras, de manera que los efectos de algo que
tiene lugar en la vida alimenticia de alguien no alteran totalmente su vida
sexual, y los hechos de la vida sexual no cambian totalmente su vida cinética,
y así en todo lo demás. Hay cierto grado de compartimentalización, que, a no
dudar, es una economía, necesaria.
Y
hay una compartimentalización, que sin lugar a dudas es en muchos sentidos
misteriosa, pero ciertamente de importancia capital en la vida del hombre. Me
refiero a la conexión “semipermeable” entre la conciencia y el resto de la
mente total, Cierta limitada cantidad de información acerca de lo que está
sucediendo en esa última parte (que es la mayor) de la mente parece estar
confiada a lo que podríamos llamar la pantalla de la conciencia. Pero lo que
llega a la conciencia es una muestra sistemática (no al azar) de lo restante.
Por
supuesto, la totalidad de la mente no podría ser registrada por una parte de la
mente. Esto se sigue lógicamente de la relación entre la parte y el todo. La
pantalla de televisión no les brinda a ustedes una cobertura o informe totales
de los acontecimientos que se producen en la totalidad del proceso de
televisión; y esto no se debe exclusivamente a que los espectadores no se
interesarían por semejante informe, sino porque el informar sobre cualquier
parte extra del proceso total requeriría la existencia de un sistema extra de
circuitos. Pero informar sobre los acontecimientos que se producen en este
sistema extra de circuitos exigiría otra nueva edición de más circuitos, y así
sucesivamente. Cada paso adicional que se dé ‘hacia el aumento de la conciencia
alejará más aún al sistema respecto de la conciencia total. El añadir un
informe sobre los acontecimientos que tienen lugar en una parte de la máquina
tendría el efecto real de disminuir el porcentaje de los acontecimientos
totales sobre los que se informa.
Tenemos,
por consiguiente, que conformarnos con una conciencia muy limitada; y surge
entonces la pregunta: ¿Cómo se hace la selección? ¿Sobre la base de qué
principios selecciona su propia mente aquello de lo cual “usted” tendrá
conciencia? Y, si bien no es mucho lo que se sabe acerca de estos principios,
algo se sabe, por más que, con frecuencia, los principios no sean accesibles a
la conciencia mientras se encuentran funcionando.
En
primer lugar, gran parte del material que ingresa es revisado conscientemente,
pero sólo después que ha sido procesado por el proceso totalmente inconsciente
de la percepción. Los acontecimientos sensoriales son empacados en imágenes y
esas imágenes pasan entonces a ser “conscientes”.
Yo,
el Yo consciente, veo una versión inconscientemente corregida de un pequeño
porcentaje de lo que afecta mi retina. En mi percepción soy guiado por
propósitos. Veo quién está atendiendo, quién no lo está, o por lo menos, recibo
un mito al respecto, mito que puede ser muy correcto. Mientras hablo, estoy
interesado en lograr ese mito. Para mis propósitos, es re levante que ustedes
me escuchen.
¿Qué
le sucede al cuadro de un sistema cibernético —un robledal a un organismo—
cuando ese cuadro se traza selectiva mente para responder tan sólo a cuestiones
relacionadas con los propósitos?
Pensemos
en el estado actual de la medicina. La llamada “ciencia médica”. Lo que sucede
es que los médicos piensan que sería lindo liberarse de la poliomielitis, de la
fiebre tifoidea o del cáncer. En consecuencia, dedican fondos de investigación
y esfuerzos para atacar primordialmente estos problemas o propósitos.
En
cierto momento, el doctor Salk y otros, “solucionan” el problema de la
poliomielitis. Descubren una “solución de bichitos” (2) que se le puede dar a
los niños para que no tengan la polio. Esta es la solución del problema de la
poliomielitis. Entonces dejan de invertir grandes cantidades de esfuerzo y
dinero en el problema de la polio y siguen con el problema del cáncer, o el que
sea.
La
medicina, pues, termina por ser una ciencia total, cuya estructura es, en
esencia, la de una bolsa de trucos.
Dentro
de esta ciencia hay un conocimiento extraordinariamente escaso del tipo de
cosas de las que estoy hablando, es decir, del cuerpo como sistema
autocorrectivo organizado cibernéticamente. Sus interdependencias internas se
comprenden en grado mínimo. Lo que ha sucedido es que el propósito ha
determinado lo que tiene o no que ser objeto de inspección o de conciencia por
parte de la ciencia médica.
Si
usted permite que el propósito organice lo que entra en su inspección
consciente, lo que conseguirá es una bolsa de trucos, algunos muy valiosos. Es
un logro extraordinario que se hayan descubierto esos trucos; nada de esto lo
cuestiono. Pero no sabemos cinco centavos, en realidad, del sistema total de
redes.
Cannon
escribió un libro sobre La sabiduría del cuerpo, pero nadie escribió un libro
sobre la sabiduría de la ciencia médica, pues sabiduría es precisamente lo que
le falta.
Considero
sabiduría el conocimiento del sistema interactivo más amplio, ese sistema que,
si se lo perturba, puede generar curvas exponenciales de cambio.
La
conciencia opera de la misma manera que la medicina en su muestreo de los
sucesos y procesos del cuerpo y de lo que sucede en la mente total. Está
organizada en términos de propósito. Es un dispositivo para abreviar y
permitirle a usted que llegue rápidamente adonde quiere ir, no para actuar con
el máximo de sabiduría en la vida, sino para seguir la senda más breve, lógica
o causal, para llegar adonde usted quiere, que a lo mejor es a cenar; puede ser
una sonata de Beethoven; puede ser el sexo. Sobre todo, puede ser el dinero o
el poder.
Pero
usted posiblemente diga: «Sí, pero hemos vivido de esa manera durante un millón
de años”. La conciencia y el propósito han sido una característica del hombre
durante por lo menos un millón de años, y tal vez nos haya acompañado bastante
más tiempo que éste. No estoy preparado para decir que los perros y los gatos
no sean conscientes, y mucho menos que los propósitos no sean conscientes.
Tal
vez diga usted ahora: “Y por qué preocuparse por ello?”. Pero lo que me
preocupa es la adición de una tecnología moderna al viejo sistema. Hoy día los
propósitos de la conciencia están instrumentados por una maquinaria más
abundante y más eficaz: sistemas de transporte, aviones, armamentos, medicina,
pesticidas y otras muchas cosas.
El
propósito consciente ha adquirido ahora el poder de trastornar el equilibrio
del cuerpo, la sociedad y el mundo biológico que nos rodea. Existe la amenaza
de una patología —la pérdida del equilibrio—.
Pienso
que muchas de las cosas que nos traen hoy aquí están básicamente relacionadas
con los pensamientos que vengo ex poniendo ante ustedes. Por una parte, tenemos
frente a nosotros la naturaleza sistémica del ser humano individual y la
naturaleza sistémica del sistema biológico, ecológico, que lo rodea; y, por
otra parte, el curioso rasgo, que pertenece a la naturaleza sistémica del
hombre individual, por obra del cual la conciencia está, casi por necesidad,
ciega a la naturaleza sistémica del hombre mismo.
La
conciencia guiada por el propósito arranca de la mente total las secuencias que
no tienen aquella estructura de circuito que es característica de la estructura
sistémica total. Si usted sigue los dictados “de sentido común” que emite la
conciencia, se volverá, efectivamente, codicioso y carente de sabiduría
(utilizo nuevamente la palabra “sabiduría” como palabra para designar el
reconocer y ser guiado por un conocimiento del ente sistémico total).
La
falta de sabiduría sistémica siempre es castigada. Podemos decir que los
sistemas biológicos —el individuo, la cultura y la ecología— son en parte
sostenedores vivientes de sus células vivientes u organismos. Pero los
sistemas, a pesar de ello, castigan a cualquier especie que es tan imprudente
como para entrar en una disputa con su ecología. Puede usted llamar, si así lo
desea, “Dios” a las fuerzas sistémicas.
Consiéntanme,
por favor, presentarles un mito.
Había
una vez un huerto. Contenía muchos millares de especies —en la zona
subtropiçal— que vivían con gran fertilidad y equilibrio, con abundancia de
humus, etcétera En ese huerto había dos antropoides que eran más inteligentes
que los otros animales. En uno de los árboles había un fruto, muy alto, que los
dos simios no podían alcanzar.
Entonces
comenzaron a pensar. Y ése fue el error. Comenzaron a pensar con un propósito.
De
tanto en tanto, el simio, cuyo nombre era Adán, iba y buscaba un cajón vacío,
la ponía al pie del árbol y se paraba sobre él, pero ni aun así podía alcanzar
el fruto. Entonces con siguió otro cajón y lo puso encima del primero. Trepé
entonces sobre los dos cajones y finalmente alcanzó la manzana.
Adán
y Eva quedaron embriagados casi de emoción. Esa era la manera de hacer las
cosas. “Haga un plan, ABC y entonces logrará D”.
Comenzaron
entonces a especializarse en hacer cosas de manera planificada. En efecto,
expulsaron del huerto el concepto de su propia estructura sistémica total y de
su naturaleza sistémica total.
Una
vez que expulsaron a Dios del huerto, se pusieron a trabajar en serio en ese
asunto del propósito, y muy pronto el mantillo del suelo desapareció. Tras
ello, varias especies de plantas se convirtieron en “malezas” y algunos de los
animales se convirtieron en ‘pestes”, y Adán descubrió que la horticultura era
un trabajo mucho más duro, Tuvo que ganarse el pan con el sudor de su frente, y
dijo: “Es un Dios vengativa; nunca debí comer esa manzana”
Además,
se produjo un cambio cualitativo en la relación entre Adán y Eva, luego que
desalojaron a Dios del huerto. A Eva comenzó a disgustarle el asunto del sexo y
la reproducción. Cada vez que estos fenómenos bastante básicos irrumpían en su
manera de vivir, que ahora se había hecho teleológica, se acordaba de la vida
más amplia que habían echado a puntapiés del Jardín. Entonces a Eva comenzó a
disgustarle el sexo y la reproducción, y cuando llegó el momento del parto,
este proceso le resultó muy doloroso. Dijo que, también esto, se debía a la
naturaleza vengativa de Dios. Hasta escuchó una voz que decía: “Con dolor darás
a luz los hijos”, y “Tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti”
La
versión bíblica de esta historia, de la que he tomado muchos elementos, no
explica la extraordinaria perversión de valores por la cual la capacidad de la
mujer para el amor llega a verse como una maldición infligida por la deidad.
Sea
de ello lo que fuere, Adán siguió persiguiendo sus propósitos, y por fin
inventó el sistema de la libre empresa. A Eva, durante largo tiempo, no se le
permitió participar en eso, por que era una mujer. Pero se hizo socia de un
club de bridge y allí encontró una válvula de escape para su odio.
En
la generación siguiente, tuvieron otra vez problemas con el amor.
A
Cain, el inventor e innovador, se le dijo que “De ti será su [de Abel] deseo, y
tú te enseñorearás de él”. Y entonces mató a Abel.
Una
parábola, por supuesto, no son datos sobre la conducta humana. Es sólo un
artificio explicativo. Pero yo incorporé a ella un fenómeno que parece ser casi
universal cuando el hombre comete el error de pensar teleológicamente y no toma
en cuenta la naturaleza sistémica del mundo con el que tiene que tratar. A este
fenómeno, los psicólogos lo llaman “proyección”.
El
hombre, después de todo, actuó de acuerdo con lo que le parecía sentido común,
y ahora se encuentra en un lío. No sabe bien quién ocasionó ese lío, y siente
que lo acontecido es en cierta manera injusto. Sigue sin verse a sí mismo como
una parte del sistema donde se ha producido, el revoltijo, y o acusa al resto
del sistema o se acusa a sí mismo.
En
mi parábola, Adán combina dos formas de necedad: la noción de “He pecado” y la
noción de “Dios es vengativo”.
Si
uno mira aquellas situaciones reales existentes en nuestro mundo en las cuales
se ignoró la naturaleza sistémica del mundo en favor del propósito o del
sentido común, encuentra una reacción bastante similar. El presidente Jhonson
tiene, sin duda, conciencia plena de que tiene un lío en sus manos, no sólo en
Vietnam sino además en otras partes de los ecosistemas nacionales e
internacionales; y estoy seguro de que desde donde está él sentado se tiene la
impresión de que cumplió sus propósitos con sentido común, y que el lío tiene
que deberse o a la protervia de otros o a su propio pecado, o a alguna
combinación de ambas cosas, según sea su temperamento.
Y
lo que estas situaciones tienen de terrible es que inevitable mente abrevian-
el lapso de cualquier planificación. La emergencia está ya presente o a la
vuelta de la esquina; y la sabiduría de largo plazo tiene que sacrificarse a lo
expeditivo, aun que exista una nebulosa conciencia de que lo expeditivo nunca
proporciona una solución a largo plazo.
Además,
ya que estamos entregados a diagnosticar la maquinaria de nuestra sociedad,
permítaseme añadir un punto: nuestros políticos —tanto los que se encuentran en
una situación de poder como los que están en un estado de protesta y de avidez
de poder— son todos por igual ignorantes de los temas que vengo analizando. Los
procesos políticos son fenómenos biológicos, pero, ¿qué político sabe esto?
Pueden ustedes examinar los Diarios de Sesiones del Congreso [Congressional
Records] en busca de discursos que muestren una conciencia de que los problemas
gubernativos son problemas biológicos, y encontrarán pocos, muy pocos, que
apliquen la comprensión biológica. ¡Extraordinario!
En
general, las decisiones gubernamentales las adoptan personas que son tan
ignorantes de estos asuntos como las palomas (3). Como el famoso doctor
Skinner, de El camino de toda carne, “combinan la astucia de la paloma
con la mansedumbre de la serpiente”.
Pero
estamos aquí no sólo para diagnosticar algunos de los males del mundo sino para
pensar también sobre los remedios.
Ya
di anteriormente mi opinión de que no puede encontrarse ningún remedio sencillo
para lo que llamé el “problema romano-judío” si se toma partido por los romanos
en contra de los judíos o a la inversa. El problema es sistémico, y la solución
depende con seguridad de que caigamos en la cuenta de este hecho.
En
primer lugar, ahí está la humildad, y la propongo no como un principio moral,
desagradable para gran cantidad de personas, sino simplemente como un elemento
de filosofía científica.
Durante
el período de la
Revolución Industrial , el desastre más serio fue quizás el
incremento enorme de la arrogancia científica. Habíamos descubierto cómo hacer
trenes y otras máquinas. Sabíamos cómo poner un cajón encima de otro para
llegar a la manzana, y el hombre occidental se vio a sí mismo como un autócrata
con poder absoluto sobre un universo que estaba hecho de física y de química. Y
los fenómenos biológicos tendrían, finalmente, que ser controlados como
procesos en un tubo de ensayo. La evolución era la historia de cómo los
organismos aprendieron más trucos para dominar el ambiente; y el hombre era la
criatura que poseía mejores trucos que cualquier otra.
Pero
esa arrogante filosofía científica está ahora obsoleta, y en su lugar alboreó
el descubrimiento de que el hombre es sólo una parte de sistemas más amplios, y
que la parte nunca puede controlar el todo.
Goebbels
creyó que podía controlar la opinión pública en Alemania por medio de un vasto
sistema de comunicaciones, y nuestros expertos en relaciones públicas tal vez
estén expuestos a delirios semejantes. Pero, de hecho, el aspirante a
controlador tendría que tener siempre sus espías en la calle para que le
dijeran qué es lo que la gente dice acerca de su propaganda. Se encuentra,
pues, en una posición en la que tiene que responder a lo que están diciendo.
Por
consiguiente, no podemos tener un simple control lineal. No vivimos en un
universo que permita un simple control lineal. La vida no es así.
De
manera análoga, en el campo de la psiquiatría, la familia es un sistema
cibernético del tipo que vengo analizando, y, por lo general, cuando se produce
una patología sistémica, los miembros se reprochan recíprocamente, o algunas
veces a sí mismos. Pero la verdad de la cuestión es que ambas alternativas son
fundamentalmente presuntuosas. Ambas alternativas suponen que el ser humano
individual tiene un poder total sobre el sistema del que él o ella es una
parte.
Aun
dentro del ser humano individual, el control es limitado. Podemos, en cierta
medida, emprender la tarea de aprender incluso características abstractas como
la arrogancia o la humildad, pero de ninguna manera somos los capitanes de
nuestra alma.
Es,
empero, posible que el remedio para los males del propósito consciente esté en
manos del individuo. Eso es lo que Freud llamó el camino real al inconsciente.
Se refería a los sueños, pero creo que tendríamos que poner en la misma pila
los sueños y la creatividad del arte, o la percepción del arte y la poesía y
cosas semejantes. Y yo juntaría con lo anterior lo mejor de la religión. Estas
son todas actividades en las que está implicado el individuo en su totalidad.
El
pintor puede tener el propósito consciente de vender su cuadro, hasta quizás un
propósito consciente de pintarlo. Pero en el curso de su trabajo tiene que
aflojar necesariamente esa arrogancia en favor de una experiencia creativa en
la que la mente consciente desempeña sólo un pequeño papel.
Podríamos
decir que en el arte creador el hombre tiene que experimentarse a sí mismo —su
personalidad total— como un modelo cibernético.
Un
rasgo característico de la década de 1960 es que gran número de personas estén
dirigiendo su vista hacia las drogas psicodélicas en busca de alguna clase de
expansión de la conciencia, y creo que este síntoma de nuestra época
probablemente sea un intento de compensar nuestro exceso de actividad
teleológica consciente. Pero no estoy seguro de que la sabiduría pueda
alcanzarse de esa manera.
Lo
que hace falta no es simplemente una relajación de la conciencia para dejar que
el material inconsciente salga a borbotones. Hacerlo es tan sólo cambiar una
visión parcial de sí mismo por la otra visión parcial. Sospecho que lo
necesario es una síntesis de las dos visiones, y que esto es más difícil.
Mi
propia, leve, experiencia con el LSD me lleva a creer que Próspero se
equivocaba cuando dijo: “Estamos tejidos de idéntica tela que los sueños”. Me
pareció que el puro sueno era, como el puro propósito, bastante trivial. No era
la trama de la que estamos hechos sino tan sólo fragmentos y trozos de esa
trama. Nuestros propósitos conscientes son, de manera similar, tan sólo
fragmentos y trozos.
La
visión sistémica es siempre algo distinto.
1.-
Esta conferencia se pronunció en agosto de 1968, en la Conferencia de Londres
sobre la Dialéctica
de la Liberación ,
y se la reproduce aquí tomándola de The Dialectic of Liberation,
compilado por David Cooper, con autorización del editor, Penguin Books Inc.
2.-
Bugs: cualquier clase de insectos terrestres con boca para succionar. En
lenguaje coloquial: cualquier organismo microscópico, especialmente los que
causan enfermedades. Es éste uno de los muchos pasajes en que Bateson introduce
términos coloquiales o de slang en un discurso rigurosamente científico. Se lo
aclara esta vez porque en castellano puede resultar chocante.
3.-
Paloma = Pigeons: En lenguaje familiar, significa también “bobalicón”
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