martes, 3 de enero de 2012
La traducción, de Pablo De Santis
Ambientada en Puerto Esfinge, una recóndita ciudad marítima, casi fantasmal, donde todo aparenta haber sido abandono, o desahuciado desde hace tiempo, La Traducción, de Pablo De Santis, encuentra un escenario perfecto donde desarrollarse.
Breve y narrada en primera persona, Miguel De Blast, su protagonista, relata con detalle los hechos de un Congreso de Traductores donde las traducciones y sus vicisitudes, quedan relegadas a un segundo plano cuando empiezan a morir algunos congresales. De Blast, quien decide participar de dicho evento cuando confirma la presencia de su ex mujer, también se reencuentra con su eterno rival, alguien más exitoso que él, que, además, fue quien lo separó de ella.
Son esas extrañas muertes las que van creando un clima tenso, donde un lenguaje desconocido podría tener una estrecha relación con los decesos. De Blast, tendrá que avanzar con pasos inseguros en ese triángulo amoroso, mientras intenta entender lo que ocurre y develar el misterio.
Esta novela policial, escrita con simpleza, logra sostener un clima apropiado donde los secretos, los silencios y lo oculto pueden combinarse sin decaer hasta el final, para que luego las piezas del rompecabezas puedan ir encastrando sin dificultad.
De Santis progresa con soltura en un análisis subyacente en la novela sobre las relaciones humanas: leemos sobre amor, traición, rencor, relaciones de poder, admiración y desprecio en esta obra. Son estos sentimientos los que en verdad rigen a los protagonistas, aunque el autor, hábilmente con su pluma, logra mimetizarlos con la trama policial, para no perder de vista que el entretejido de crímenes es el verdadero argumento.
Aún así, puede haber quienes busquen un punto de ruptura en el texto o la famosa vuelta de rosca esperable en una novela de este tipo, y eso sea, quizás, lo ausente, lo que no llega. Parece existir a lo largo de la narración una vedada promesa de ese algo más, que no llega a consumarse. Parece ser necesario cerrar el círculo y entender ciertas cosas que quedan inconclusas. Ahora, como si también hiciera falta ‘traducir’ al lector algunas ausentes explicaciones, ¿esto es, también, un recurso del autor? ¿De Santis sabe de estos espacios sin llenar y los utiliza a conciencia para darle un toque diferente a su libro? Estas son preguntas que cada lector deberá responder cuando emprenda la lectura de La Traducción y, al final, vislumbre o no, todo aquello que no se dice.
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