IRLANDA
La capital irlandesa, la del pub y la del refugio fiscal de las grandes tecnológicas, mira atrás y se pregunta adónde va ahora que se cumplen cien años de la obra de James Joyce... y su independencia
Cien años en la historia de un lugar con dos personalidades opuestas que se gritan y se miman, que se besan y se arañan. Llovizna y ventisca. Nubes de espuma tostada sobre cerveza negra. Como mandan los cánones. Baja el río, embarrado y sediento. Es el Liffey que se lleva lo bueno y lo malo de una ciudad que estos días se pregunta quién es y adónde va y que, en esa espera, ríe, canta y festeja.
Festeja los cien años de la publicación en París de Ulises, la satírica y laberíntica opera magna de James Joyce, figura que le hizo la vivisección a una Irlanda tan efervescente como artrítica. Dublín celebra los 125 años de la publicación del Drácula de Bram Stoker, otra figura en este país de escritores geniales, jocosos y beodos. Y, ya de paso (y no es poca cosa), conmemora los primeros meses del centenario de su creación como país independiente, y de la partición de la isla. después de siglos bajo dominio británico.
Tres aniversarios
A la conmemoración del siglo del ‘Ulises’ se le unen los 125 años del ‘Drácula’ de Stoker y el centenario de la independencia de Irlanda
En el aire flota una discusión a varias voces entre ese Dublín del pasado, que se tambalea como si nada, y el del 2022 que asiste a ese dilema entre la herencia y el mañana. Entre ese día de vagabundeo de Leopold Bloom y el Dublín de las grandes tecnológicas hay una montaña rusa endiablada que abarca 100 años luz y que se recorren en la alfombra mágica perfecta de las páginas de una obra clarividente, obscena, satírica y que no deja irlandés (ni inglés) con cabeza.
Durante un día. Magazine ha intentado seguir algunos de los pasos de Bloom (pero sin probar aquel menú del día a base de tripas y riñones) para patear una ciudad de contrastes que siempre aspira a ser un corazón que bombea poesía y canción.
¿La Dublín de hoy en día se reconoce en la de hace un siglo? “Sí, en el sentido de que el centro no ha cambiado mucho, la ciudad no era muy grande, luego creció en los suburbios y se frenaron algunas demoliciones de edificios históricos como este en el que estamos”, ilustra Darina Gallagher, director del James Joyce Cultural Centre (JJCC)
Esta institución ocupa un palacete georgiano por el que el joven Jim pasaba en sus años de secundaria. Era ese Joyce “lleno de ideas e imaginación, complicado, nómada, depresivo, que se mudó 14 veces de casa antes de los 22 años, edad en la que abandonó Irlanda, país al que nunca más volvió”.
El palacete del Centro Joyce se salvó de la piqueta, pero no el 7 de Eccles Street, la dirección real del lugar donde Joyce imaginó el piso de sus protagonistas Leopold y Molly. De aquella casa, que se convirtió en un hospital, los escritores Flann O’Brien y Patrick Kavanagh, salvaron la puerta y la guardaron en un pub, The Bayley. Hoy está instalada en el JJCC y venerada como reliquia literaria: robusta, gris, despintada.
Huele a lluvia fina fresca en la calle O’Connell, la yugular de Dublín. ¿Ha cambiado mucho en un siglo? “La ciudad es casi la misma que en el tiempo de Joyce, pero también algo distinta: pero lo bueno de Ulises es que si no puedes reconocer las calles, los temas que aborda son universales”, relata Loic Wright, experto en el escritor y guía diurno de esta aventura.
Se puede leer la historia en los edificios, pero también se dice que Dublín es como una parte de los EE.UU. por albergar a Twitter, Facebook...”
“Todavía se puede leer la historia en los edificios, pero también se dice que Dublín es como una parte de los Estados Unidos por albergar a multinacionales como Twitter, Google, Yahoo, facebook…. El alquiler está aumentando y es más alto que en San Francisco, Londres o París… es un batalla que de momento estamos perdiendo”, apunta.
Wright inicia este Bloomsday adelantado a febrero sin disfraces en The Spire, aguja metálica y altísima donde antes se levantó la estatua de Nelson, el almirante inglés, y camina hacia la Oficina Central de Correos donde “todavía se pueden ver los agujeros de las balas” del Levantamiento de Pascua de abril de 1916 (Easter Rising. Revolución fallida que sentó las bases para la independencia cinco años después.
Desencuentros
Joyce e Irlanda, una relación imposible
El Ulises vio la luz el 2 del 2 del 22. Fue un doble regalo a Joyce de parte de Sylvia Beach, la propietaria de la librería Shakespeare & Co. de París. Doble porque la publicó (nadie quería jugársela con un texto tan difícil, obsceno y pasto de la censura y los juicios por libelo) y porque lo hizo el día que el autor cumplía 40 años. En 1922 Irlanda celebraba sus primeros meses de independencia. Había sido la segunda ciudad más grande del Imperio británico que ahora veía como decenas de miles de soldados (unos 55.000) volvían a sus casas. Unas estructuras de Estado sustituían a las otras. Lejos de ser un patriota, Joyce criticó tanto el nacionalismo irlandés como el imperialismo británico. Se enfrentó a casi todo en un país que enseguida se volvería muy conservador. Algunos pasajes de la novela (además de obscenos y escatológicos) son lacerantes y describen "una realidad cruelmente dickensiana", como subraya Darina Gallagher, del Centro Joyce: niños pidiendo en la calle vestidos con harapos. Joyce había dejado la Isla en 1904, a los 22 años, y nunca más volvería a ella. “Nunca tuvo nacionalidad irlandesa: nunca tuvo un pasaporte irlandés, nunca lo pidió y nunca le importó seguir teniendo un pasaporte británico”, recuerda Simon O’Connor, director del museo MoLI.
Suenan campanas de iglesias lejanas y los barriles de cerveza rodando camino del pub donde beben los personajes de la novela en lo que hoy es la calle Middle Abbey y que Leopold Bloom frecuenta porque trabaja en un diario cercano, el Freeman's Journal. Bloom es publicista.
Si saltara de sus páginas y se paseara por las calles O'Connell o Nassau o Westmoreland, el protagonista se sorprendería de ver que nadie va con sombrero, nadie va con traje, ni corbata, de que casi nadie va a pie y sí en patinete eléctrico. Que los viejos comercios hoy son restaurantes "exóticos", casas de apuestas y locales de comida con mucha fanfarria y poca sustancia.
Por suerte, los pubs como el Oval siguen ahí (aunque en este caso quedara destruido por la revuelta de 1916, pero luego reedificado). Los pubs son la aurícula y ventrículo de una ciudad que en el Ulises es un cuerpo que bebe, mastica, engulle, digiere y excreta. Loic Wright lee un fragmento onomatopéyico (el lector dentro del estómago de la ciudad) frente a la vieja tienda de dulces Lemon Sweet Shop que aún conserva un cartel con letras medio caídas y que está ocupado por una tienda de zapatillas deportivas y una hamburguesería global.
De fondo, la cacofonía de unas obras y en primer plano, la prosa endiablada del Ulises lanzando todos sus dardos"que hablan de caramelos rojos que pierden su color al chuparlos y que en realidad hablan del rey de Inglaterra como un Drácula que chupa la sangre de sus colonias, Irlanda incluida", apunta Wright.
Las letrinas donde se levanta la estatua del poeta Thomas Moore ya no existen. La vieja óptica real y que aparece en la novela, Yates e hijos, es ahora una joyería que ha cerrado por el covid justo enfrente del Trinity College, símbolo del protestantismo en Irlanda. “Aquí estaba el pub el Arpa, símbolo del país, que cambia su nombre por el de Empire”, ironiza Wright ya en la célebre calle Grafton, femoral de la ciudad.
“Y aquí –añade- están los grandes almacenes Brown Thomas. Entonces ya era una tienda muy cara. Bloom no tiene mucho dinero, pero quiere comprarle un regalo a Molly, un alfiletero, para que no se pinche con todas las agujas que ella va dejando por la casa”. Una curiosidad, en tiempos de Joyce estos grandes almacenes estaban en la acera contraria a la actual.
Escenarios cambiantes
Las letrinas junto a la estatua del poeta Moore ya no existen y la vieja óptica Yates es ahora una joyería que ha cerrado por el covid
La siguiente estación de este gustoso vía crucis no puede ser otro que el Davy Byrnes famoso por que Bloom se come una rebanada de pan con gorgonzola y una copita de clarete (hoy ocho euros, en la novela siete peniques) y que ha ido sobreviviendo a las décadas. En los últimos años el loccal abandonó su aspecto sombrío y mugroso para adoptar un aire más chic, de la mano del millonario Billy Dempsey, todo sonrisas: “Le quitamos toda la oscuridad que tenía”, explica a Magazine.
La antigua tienda de biblias de Thomas Conlon, católico que fingió su muerte y se convirtió al protestantismo, es ahora una cafetería y una bombonería. Lujos impensables para Bloom, que lleva siempre una patata arrugada en la chaqueta, símbolo de la hambruna irlandesa en la que murieron un millón de personas y obligó a otro millón a emigrar.
Perder a una buena parte de la población por muerte o emigración. Irlanda tiene menos habitantes en 2022 (4,8 millones) que en la década de los 1840. “Irlanda es una cerda que se come a sus lechones”, llegó a escribir Joyce. Normal que no tuviera demasiados amigos en la isla Esmeralda
Joyce estudió en la UCD, como después lo harían notables de las letras irlandesas como Flann O’Brien, Maeve Binchy o Roddy Doyle. La universidad creció tanto que se mudó a las afueras; los edificios nobles quedaron y uno de ellos aloja desde 2019 el MoLI (Museo de Literatura) que se rinde a los pies del escritor en una muestra que canta (Joyce lo hacía muy bien y su hijo mejor) y baila como su hija, bailarina.
Simon O’Connor, director del museo, muestra una carta fundamental en la vida de Joyce, del Ulises y de Dublín: “En ella dejó escrito que quería escribir una novela que sirviera de guía, de guión de la ciudad, con la que se pudiera reconstruir la ciudad ladrillo a ladrillo en caso de que ésta quedara destruida”.
Aunque la ciudad le diera la espalda durante tantas décadas al escritor (porque el contenido del libro es a veces tierno, pero muchas veces obsceno, escatológico y muy crítico con el nacionalismo irlandés y el imperialismo británico) es muy difícil evitar a Joyce en Dublín.
Tanto como cruzar la ciudad sin quedar imantado por el desorden, el polvo y la nostalgia de la farmacia Sweny, que estuvo abierta como tal entre 1853 y 2009. “Iban a hacer una cafetería pero como el lugar estaba tan asociado al capítulo 5 del Ulises lo mantuvimos”, recuerda PJ Murphy, uno de los dublineses más pintorescos, que recita, canta y toca la guitarra y es una biblia andante de pelo blanco desmadejado y pajarita que recita el Ulises y lo que se presente en varias idiomas.
En Sweny, Leopold Bloom entra a comprar una crema para la cara de Molly y, de paso, se compra una pastilla de jabón con aroma a limón. “Entonces valía cuatro peniques y ahora cinco euros, mientras que en el pub de enfrente una pinta costaba 2 peniques y ahora cinco… el jabón sale barato en comparación”, ríe PJ Murphy.
El pub de enfrente era el Conway’s y ahora se llama Kennedy's. Lo preside una estatua de Oscar Wilde. En el Mulligan’s, modesto y auténtico, el actor Colm Quilligan reflexiona sobre los dos Dublín, el viejo y el “gueto google”, y sobre el testamento político y estilístico que deja Joyce con su novela: “Revoluciona la literatura, la presenta como un mosaico donde no hay principio ni medio ni final. Es free jazz literario antes de que se inventara el musical”, define Quilligan
Joyce revoluciona la literatura: es como si escribiera free jazz antes de que se inventara el jazz musical”
Ha llegado el momento en que és muy difícil distinguir la negrura de la noche de la espesor azabache de la pinta de cerveza. La diferencia reside en que la cerveza está más templada que el ambiente de la calle. Sorbos cortos, tertulias largas, así era hace 100 años y así es ahora en la vieja Dublín, la venerable Baile Átha Cliath (su nombre en irlandés).
Bloom Bebe y su amigo Stephen Dedalus y el padre de éste, y sus amigos Mulligan y Finch, y Nosey (curiosón) Flynn... y todo quisque, sinceramente. Dublín canta y canta y vuelve a cantar. Dublín bebe y bebe y vuelve a beber. Sláinte. Salud, oh prodigiosa y triste y alegre y bella y fea ciudad.
Ediciones conmemorativas
El testamento gráfico de Eduardo Arroyo
El centenario de la gran obra de James Joyce ha servido para que la fiesta sea triple con la aparición de varias ediciones especiales de gran valor literario, gráfico y en lo que concierne a la traducción, tan importante en un texto tan laberíntico y repleto de señales. La editorial Lumen reedita la novela en la versión de José María Valverde y revisión de Andreu Jaume que bromea en el prólogo sobre las intenciones jeroglíficas de Joyce que todavía duran. "El propio James Joyce dijo en más de una ocasión que había escrito su obra para mantener entretenidos a los especialistas durante 300 años". Pues ya lleva, de momento, 100. La edición incluye un mapa de los sitios del 'Ulises' ilustrado por Camille Vannier. Monumental es la edición de Galaxia Gutenberg ilustrado por Eduardo Arroyo en uno de los proyectos de su vida. El pintor, que falleció en 2018, supo antes de morir que todo el trabajo que empezó en los ochenta y que quedó en el cajón durante décadas (el nieto de Joyce, Stephen, nunca quiso ver el texto de su abuelo ilustrado) se acabaría publicando gracias a la iniciativa de Galaxia Gutenberg y The Other Press. Es una joya indescriptible.
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