domingo, 23 de agosto de 2009
Tiananmen: la plaza donde está prohibido recordar
Una de las mayores protestas estudiantiles de la historia fue reprimida con extrema violencia por el gobierno chino en junio de 1989. Veinte años después, un escritor que vivió esos sucesos regresa para tratar de comprender lo que pasó. ¿Pero qué pasa cuando tratas de reconstuir un episodio que según tu gobierno nunca ocurrió?
La plaza donde está prohibido recordar
Foto: Ma Jian
Un viaje (sin retorno)
Hace dos mil quinientos anos, mientras Confucio meditaba sobre el implacable paso del tiempo, divisó un río y suspiró: «Las cosas pasan así, no cesan ni de día ni de noche». En China, uno percibe el tiempo estático e imparable a la vez. La masacre de Tiananmen, que en 1989 conmocionó Pekín, mató a miles de ciudadanos desarmados y cambió el curso de las vidas de millones, ahora parece un instante atrapado en el siglo XX, olvidado o ignorado, mientras que China sigue en su ciega y vertiginosa carrera hacia el futuro. La amnesia en la que China está sumida no es resultado de la pérdida natural de la memoria sino de un borrado forzoso por parte del gobierno. El régimen de la China comunista no tolera la sola mención de la masacre. Sin embargo, la Plaza de Tiananmen y otros lugares relacionados con los eventos de 1989 cargan aún con dichos recuerdos. Cuando la palabra hablada y escrita se censura, el paisaje urbano se vuelve la única conexión palpable que tiene la nación con su pasado.
Abandoné Pekín en 1987, poco antes de que se prohibiesen mis libros, pero siempre volví con cierta frecuencia. Yo estuve con los estudiantes en la Plaza de Tiananmen en 1989, viviendo en sus improvisadas carpas y entonando con júbilo la Internacional, el himno socialista por antonomasia. Durante las dos décadas siguientes, cada retorno me ha traído imágenes de aquellos días con más y más insistencia.
Durante las Olimpiadas de Pekín en agosto del 2008, llevé a mi hijo de cinco años a la plaza. Durante nuestro viaje, fuimos observados por las cámaras de CCTV –la más grande cadena estatal de televisión china– en el ascensor de nuestro edificio; y fuera del condominio, por los parlantes de los taxis, por la policía que rodeaba las calles y por los guardias de seguridad que nos registraron antes de nuestra entrada final a Tiananmen. Salimos del subterráneo y llegamos a la plaza. Salvo por los innumerables policías, los agentes de civil (fácilmente reconocibles por sus lentes oscuros y camisas a rayas) y las chillonas exhibiciones florales, la plaza de concreto –del tamaño de ocho canchas de fútbol– se hallaba casi desierta.
En la primavera de 1989, la plaza fue tomada por estudiantes y civiles que llevaron a cabo la mayor protesta pacífica de la historia. Presionaban por alcanzar un diálogo con los líderes comunistas y, eventualmente, por paz y democracia. La plaza repleta se convirtió en el corazón palpitante de la ciudad; la policía había desaparecido. Fue una forma benévola de anarquía: noble, alegre y sorprendentemente ordenada.
Mi hijo fue corriendo hacia el lugar donde veinte años atrás los estudiantes levantaron una inmensa réplica de la Estatua de la Libertad en poliestireno. Miró hacia el norte y vio la Puerta de Tiananmen, la entrada a la Ciudad Prohibida, donde vivía el emperador. En 1949, Mao se paró en la entrada y declaró fundada la República Popular. Ahora, los muros de color rojo sangre están cubiertos por un andamiaje y una malla verde. En épocas políticamente sensibles, estos muros se cubren invariablemente por «trabajos importantes de restauración», lo que asegura que nadie se acerque lo suficiente como para pintar eslóganes subversivos. Actualmente, el único rincón que los turistas pueden fotografiar es el retrato del presidente Mao sobre el arco central.
Mi hijo contempló el rostro regordete y rosado del tirano y me preguntó quién era.
–Mao Zedon –le respondí.
–¿Ya murió?- –preguntó él con el sudor cayéndole sobre las mejillas.
–Él murió hace años, su cuerpo está allá en esa gran construcción –le expliqué, señalándole el mausoleo gris de concreto que estaba detrás de nosotros.
Mi hijo dio la vuelta y corrió hacia un puesto de helados. Recordé cómo en 1989 también yo tuve que correr por la plaza bajo el insoportable calor con una bolsa de chupetes de hielo en la mochila, que entonces entregué a mis compañeros escritores que habían marchado hasta la plaza desde la Academia de Escritores Lu Xun, clamando por la libertad de expresión y el fin de la corrupción del gobierno. Cuando pasaron desfilando, les hice la señal de la victoria. Ese día hubo más de un millón de personas en la plaza. El cielo era tan azul como el de hoy, pero en vez del aroma a césped y flores, el aire estaba colmado por el olor del sudor, los residuos en putrefacción y los espectaculares gritos de protesta.
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1 comentario:
Hola me gustaria estudiar el chino, la inversion la haria porque se que es redituable
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