jueves, 8 de marzo de 2012

Cantos para el atardecer de una diosa

Nueve Clásicos / Alfonso Solá González




por Alfonso Solá González


¡Duérmete! ¡Duerme, oh hija deplorable del sueño de los días, rama de oro maldito!
Sobre la antigua belleza de tu frente cae
La noche inmortal de los antepasados.
Tú, la más invocada en los gloriosos fuegos de los sacrificios
Duerme, ya, junto a los ríos que desbordan sobre tierras despojadas,
Comarcas de silencio donde un resplandor perdido brilla aún en las piedras.
Duerme. La tarde cae y ruedan sus imperios de olvido.
La música de los días muertos es grata al corazón del amante
Perdido en el laberinto de su ardiente codicia.
Duerme. La tarde cae. En los hermosos sueños de otro tiempo era
La hora del humo lejano en la colina,
La hora de los ricos ganados regresando y el canto del pastor alucinado
Bajo los pinos del anochecer.
Escucha, oh Diosa, el canto que los días reunieron,
La voz del vagabundo en las soledades del invierno.

"Soy el antiguo esclavo de tus esclavos. Por amor
Derribé las columnas de los tempos
Y abrasé los ríos inmortales con la arena de mi sed.
Crucé los negros reinos donde los dioses mueren.
Las incesantes flores del delirio crecían en atroces pantanos.
Fui el guardián de tus perros, el más indigno de tu casa.
Por el amor fui elegido para nutrir oscuras dinastías;
Por amor han de guardar mis vástagos tus jaurías ardientes
Y vestirán la amarga tela de los esclavos.
Yo soy el viejo tañedor de arpa que lamía
Los rechazados platos de madera
Cuando en las madrugadas melodiosas las doncellas retiraban sollozando
El empañado oro del festín prodigioso.
He aquí los nuevos Himnos con que celebraré tu belleza inmortal".

Escucha, ¡oh Diosa!, el canto de los días muertos.
Escucha la canción de los ancianos anunciando la llegada del otoño suntuoso
A las ricas tierras indescifrables, cubiertas de codiciados despojos.
Son los vanos sueños del atardecer.
Es el bello murmullo del engañoso viento en las piedras nocturnas.
¡Ah, cómo su voz se adormece con el maligno encanto de la dicha perdida!
Los cazadores muertos ya no vienen al llamado de tus labios antiguos.
Con magníficas bestias ricas de palpitantes agonías y oscuras ramas de pino.
Las esclavas armoniosas no dan sus cabelleras a las fuentes
No adormecen el rayo salvaje entre los reales juncos.
¡Ah, cómo es de amarga ahora la corteza de tu boca castigada!
¡Cómo cae en la arena maldita la gracia de los hijos que los dioses rechazan!
Huyes por el áspero invierno con los ciervos jadeantes que ya nadie persigue.
Hora es de reclinar la frente desposeída del glorioso delirio.
Amargos son los días del desterrado, oh Diosa.
El extranjero parte su pan de oprobio y llanto lejos de los trigos natales,
Y sus harapos caen sobre las espléndidas tierras de castigo.
Duérmete. El invierno es cruel entre las ruinas de los templos
Y las ortigas han crecido junto a las piedras muertas.
Duérmete con el canto del esclavo que trae los viejos himnos
Buscando ecos perdidos entre las grandes piedras que ya nadie venera.
Duérmete. He regresado. La tarde cae y llego lentamente con los ojos vacíos.
El invierno buscaba antes mi corazón. Me traía
El olor de tu cabellera mojada por las aguas brillantes y salvajes,
Me traía el espanto de los ciervos perseguidos por ardientes lebreles,
Tu jubilosa frente coronada por espumas de oro.
Yo también escuché el llamado de los himnos.
Y desaté mis raíces para clavarlas en la sed dorada.
Aquí estoy, oscurecido y tuyo. Duérmete.
Duérmete.
Tu fatigado pie ya no ennoblece la ceniza mortal y he aquí
Que el más antiguo servidor ha vuelto con su arpa terrible.
Duérmete. Yo acercaré a tus labios el agua inmensa de la noche
Y extenderé tu cabellera muerta sobre las grandes piedras.
Duérmete.
La implacable Belleza abre la flor de la batalla ardiente
Sobre el caído polvo donde mueren los dioses.

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