Mucha gente cree que el darwinismo es la única teoría científica que explica la existencia del hombre sobre la tierra. Pero existe una teoría de la evolución poco difundida, que tiene cada vez más asidero científico. Según esta teoría, al contrario de lo que afirma el darwinismo, no hay necesidad de competidores en la naturaleza: el fundamento de la evolución es la cooperación y la asociación. Las diferentes especies van surgiendo a través de una integración y colaboración mutua, no de una lucha donde sólo sobrevive el más apto. La teoría darwiniana se sostuvo en el tiempo porque fue ampliamente subvencionada por el imperialismo, le venía como anillo al dedo. Los defensores de la teoría de Darwin transmiten la idea que la evolución humana es un ascenso por medio de competencias desde los primitivos e inferiores hasta los civilizados y superiores. Difícilmente acepten la hipótesis que las especies se fueron gestando, a lo largo de la historia por integración y colaboración, y no por dominación de fuertes sobre débiles. Si consideramos la frase “La naturaleza recompensa a los más aptos y castiga a los inútiles”, ¿de quién es?, ¿de Darwin?. No, de John Rockefeller. La teoría darwiniana encaja a la perfección con las imposiciones de los poderosos. Da a entender que la lucha por los medios de subsistencia de cada animal contra todos sus congéneres, y de cada hombre contra todos los hombres, es una “ley natural”. Y justifica la dominación de las élites. Se trató de acallar por mucho tiempo la otra teoría que contradecía el funcionamiento del sistema. En este artículo daré algunos detalles de esta nueva biología, que la ciencia debe aceptar a regañadientes.
El naturalista ruso Konstantin Merezhkovsky (1855-1921)fue contemporáneo de Darwin –tenía 27 años cuando éste murió- y fue totalmente olvidado por la ciencia convencional. Planteó una teoría que en su momento parecía una locura: que los organismos podían haber surgido en la antigüedad no mediante el proceso de selección de las especies que pensaba Darwin, sino entre asociaciones simbióticas entre una especie animal o vegetal y algún tipo de microbio. ¿Qué significa esto? Qué el proceso de la evolución no se daba con la supervivencia del más apto, como señala el darwinismo, sino de una forma cooperativa en el cual las bacterias jugaban un papel fundamental. En la proyección ideada por el naturalista ruso, las bacterias no eran nuestras enemigas, sino que desde el principio de los tiempos nos ayudaron para convertirnos en lo que hoy somos.
Dicho de otra forma: la cooperación entre organismos distintos sería el centro del proceso evolutivo, no la cruel historia de la supervivencia del más apto, un diagrama obscuro propuesto por Darwin según el cual los seres vivos evolucionaban a través del exterminio de sus semejantes, y en base a la lucha y a la competencia.
Según Darwin, dentro de la gran variedad de especies y de individuos dentro de cada especie, se perpetuaban las formas mejor adaptadas. Según la teoría, hasta entonces alocada, de Merezhkovsky, llamada simbiogénesis, las especies iban surgiendo por la cooperación y asociación de bacterias con otra especie animal o vegetal.
Por supuesto, quienes recibieron todo el apoyo económico para sus investigaciones fueron los darwinistas, porque calcaba el cínico pensamiento europeo de conquista de los pueblos: se justificaba con la teoría darwinista todos los abusos que el imperialismo llevaba a cabo, y para demostrar que la guerra es condición de progreso.
Darwin tenía un gran bache en su teoría –y él lo sabía- y es: de dónde surgía la variedad para que la selección natural actuase. Este bache, merced a las subvencionadas investigaciones para respaldar su creencia, trató de ser explicada con el neodarwinismo como errores genéticos en la replicación del ADN.
Ya en 1902, el príncipe ruso Kropotkin decía en su libro: ‘El apoyo Mutuo. Un factor de la evolución” que las costumbres de apoyo mutuo dan a los animales mejor protección contra sus enemigos, y que le hacen menos difícil obtener alimentos. Es más, existe una sociabilidad natural de todos los animales, independiente de su relación genética.
La teoría simbiótica plantea que no es cierta la imagen que nos inculcaron de una naturaleza imperialista, regida por una regla económica donde uno gana solamente si otro pierde, sino que los seres vivos cooperarían entre sí para la conformación de las especies, en una sinergia multiplicadora.
Siempre se nos quiso convencer que en la evolución de las especies, el fuerte sobrevive, y el débil muere, sin considerar el modelo cooperativista. Resulta que hay organismos aparentemente débiles que a la larga han sobrevivido al formar parte de colectivos, y otros que son los llamados fuertes, que no han aprendido nunca las ventajas de la cooperación, se han extinguido.
El científico estadounidense Ivan Wallin defendió la teoría de cooperación de las especies, en su libro, publicado en 1927, “Simbiosis y el origen de las especies”.
El libro fue caratulado como absurdo por la ciencia convencional y a Wallin le costó su prestigio profesional.
El biólogo francés Paul Portier también defendió la teoría de la simbiosis, pero fue ridiculizado por el ortodoxo microbiólogo August Lumiére.
Fue en 1967 cuando la destacada bióloga estadounidense Lynn Margulis, – fallecida en noviembre de 2011 mientras trabajaba en su laboratorio-, consiguió publicar su artículo “Origin of Mitosing Cells”, después de mucho peregrinar por distintas revistas científicas –quince revistas rechazaron su trabajo-. En este artículo, Margulis demuestra la aparición de las células eucariotas como consecuencia de la incorporación simbiótica de diversas células procariotas en un proceso llamado endosimbiosis seriada.
Hasta entonces, la ciencia veía a las bacterias mayoritariamente en su aspecto patógeno, y no lo relacionaba para nada con el evolucionismo. Margulis describió paso a paso el origen de las células eucariotas –las que constituyen los organismos vegetales y animales-
Cuando sus artículos tomaron el volumen de un libro, la científica norteamericana nacida en Chicago volvió a sufrir el rechazo de las editoriales que se negaban sistemáticamente a que su libro saliera a la luz. La editorial que solía publicarla, Academia Press, tuvo retenido por cinco meses su manuscrito y luego le comunicó la decisión de no publicarlo, sin darle ninguna explicación. Después un año de intentos el libro fue publicado por Yale University Press.
La publicación del libro significó una revolución científica en el campo de la teoría evolutiva, y aunque hoy Margulis es considerada como una de las principales figuras del evolucionismo, la ciencia convencional aún no ha reconocido totalmente sus estudios.
Mientras que la teoría neodarwiniana, intentando tapar el bache dejado por Darwin, afirma que la aparición de nuevas especies tiene su origen en errores en la replicación del ADN – en mutaciones aleatorias-, la teoría de Margulis afirma que se trata de un proceso cooperativista entre organismos y bacterias.
Javier Sampedro, en su libro, Deconstruyendo a Darwin, escribió “La ortodoxia se ha resistido con uñas y dientes —en gran medida sigue resistiéndose— a aceptar la teoría de Margulis por el sencillo hecho de que no encaja con sus prejuicios darwinistas. Pero si usted logra liberarse de ese lastre irracional y anticientífico, verá inmediatamente que la idea de Margulis no sólo es la correcta, sino que está dotada de un luminoso poder explicativo.”
La teoría de la simbiogénesis no deja eslabones perdidos como la de los darwinianos sino que explica de una manera científica, racional y coherente, el proceso evolutivo desde el principio del mundo hasta nuestros días.
En ella formula que son las bacterias los artífices de la complejidad y el refinamiento de los organismos. Y cae la arcaica imagen de Darwin de una naturaleza estática con recursos limitados en la que las especies y los individuos luchan por encontrar un hueco. Al contrario, con esta teoría, se entiende la capacidad que tiene la vida para modificar el ambiente y generar sus propios recursos.
Pero la científica estadounidense va todavía más allá, aceptando la hipótesis Gaia, que considera la Tierra como un superorganismo capaz de autorregularse y regular su superficie de modo muy diferente a como lo haría un planeta similar en tamaño y posición relativa respecto al Sol, pero sin vida.
Según la teoría ortodoxa, la Tierra habría evolucionado independientemente de la presencia de los seres vivos, la teoría Gaia sostiene que la propia comunidad de seres vivos son los responsables de los cambios operados en el planeta.
Con esta teoría, se diluyen las diferencias entre materia orgánica e inorgánica, pues son sistemas que se nutren mutuamente. Ni la química de la atmósfera, ni la salinidad de los océanos sería una cuestión azarosa: están relacionadas con la respiración de trillones de microorganismos que la modifican.
Es posible que la mutación genética defendida por los darwinistas sea otra de las grandes teorías equivocadamente enseñadas en las universidades. No existen pruebas, ni por la observación de la naturaleza, ni por trabajos de laboratorio, que demuestren que las mutaciones genéticas al azar hayan sido las responsables del nacimiento de una sola especie.
La ciencia ya ha reconocido que las células animales y vegetales se originaron mediante simbiosis. Pero la teoría de la evolución simbiótica aún no se trata con profundidad en las discusiones científicas de alto rango.
Dimaris Acosta Mercado, catedrática de Biología de la Universidad de Puerto Rico, dijo sobre Lynn Margulis: “Ella es del linaje de estos científicos: Galileo Galilei, Copérnico y Newton. Es una científica que trae ideas radicales, pero que el tiempo y la historia demuestran que son correctas”.
———–
Artículo escrito por Anibal Silvero. Misiones
Licencia CC: Se puede copiar, compartir y distribuir el material gratuitamente. Se debe citar al autor