"Cuando el Titanic se hundió en la noche del 14 de abril de 1912 (…), su víctima más eminente fue un libro".
Puede que el escritor franco-libanés Amin Maalouf haya exagerado un poquito en su novela histórica Samarcanda, publicada originalmente en 1988. O tal vez no. Todo depende de a quién se le pregunte.
El libro de la novela de Maalouf es un manuscrito ficticio del Rubaiyat ("Los cuartetos") del erudito iraní del siglo XI Omar Jayam, al que describe como particularmente valioso porque era único.
Y aunque en realidad existen numerosas copias del volumen de poemas persas, en la época del viaje fatal del Titanic había uno que los eclipsaba a todos, no por lo que tenía escrito, sino por su apariencia casi de otro mundo.
Ese fue el manuscrito que sirvió de inspiración para la celebrada novela de Maalouf.
"En el fondo del Atlántico hay un libro", escribe en la introducción. "Les voy a contar su historia", continúa.
Pavo real
"Quien desee un pavo real debe soportar las pruebas del Indostán", dice un proverbio popular persa.
Y aunque el dicho hace referencia al saqueo de Delhi y del célebre Trono del Pavo Real (entre otras cosas) a manos del monarca iraní Nader Shah Afshar, en el siglo XVIII, bien podría haber sido acuñado en Londres algunos siglos más tarde.
Empeñados en revivir la tradición medieval de libros enjoyados, George Sutcliffe y Francis Sangorski ya eran famosos en toda la ciudad a inicios de 1900, gracias a sus diseños opulentos y exagerados.
Así que naturalmente fue a ellos que Henry Soltheran, un librero de la calle Sackville, se acercó para encargarles un libro como ningún otro.
Sotheran dejó en claro que el costo no era un problema y le dio a los encuadernadores carta blanca para que dejaran volar su imaginación y produjeran el libro más espectacular jamás visto.
Cuando el Titanic se hundió en la noche del 14 de abril de 1912 (…), su víctima más eminente fue un libro".
Completado en 1911, después de dos años de intenso trabajo, el libro —una interpretación libre y victoriana de los poemas de Omar Jayam por Edward FitzGerald, con ilustraciones de Elihu Vedder— pasó a ser conocido como "El Gran Omar" y "El libro maravilla", gracias a su indiscutible esplendor.
Adornando su portada dorada había tres pavo reales con colas llenas de joyas y rodeados por los intrincados patrones y motivos florales típicos de los manuscritos medievales persas, mientras que en la contraportada se podía ver un buzuki griego.
Más de 1.000 piedras preciosas y semipreciosas —rubíes, turquesas, esmeraldas y otras— fueron empleadas en su fabricación, junto a casi 5.000 piezas de cuero e incrustaciones de plata, marfil y ébano, además de 600 hojas de oro de 22 quilates.
El Gran Omar
Aunque la intención de Sotheran era enviar el volumen a Nueva York, el librero no quiso pagar las tasas aduaneras estadounidenses por lo que el libro regresó a Inglaterra.
Ahí Gabriel Wells lo compró en una subasta de Sotheby's por 450 libras de la época, menos de la mitad de su precio de partida de 1.000.
Al igual que Sotheran, la intención de Wells era enviar la obra maestra a Estados Unidos. Pero desafortunadamente para él —y para el mundo— el volumen no pudo ser embarcado en la nave originalmente elegida para la tarea.
El siguiente barco era el Titanic, y el resto no necesita explicación. Pero la historia no terminó con el hundimiento del Titanic ni con la extraña muerte de Sangorski, quien murió ahogado algunas semanas más tarde.
Un sobrino de Sutcliffe, Stanley Bray, estaba decidido a revivir no solo el recuero del Gran Omar, sino al libro mismo.
Y usando los dibujos originales de Sangorski, después de seis años de duro trabajo logró replicar el libro, el que fue guardado en la bóveda de un banco.
El Gran Omar, sin embargo, parecía haber nacido con mala estrella: los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial lo hicieron añicos, un poco como los jarrones de vino el poeta, símbolos de la fragilidad humana.
Pero Bray no se dio por vencido, sino que se dispuso a volver a producir una nueva versión del canto de cisne de su tío.
Aunque esta vez el proceso no le tomó años, sino décadas.
Completado después de 40 años de trabajo intermitente, sus esfuerzos se tradujeron en otra impresionante reproducción que fue entregada en préstamo a la Biblioteca Británica, que heredó permanentemente el volumen a la muerte de Bray.
"No soy supersticioso en lo más mínimo", hizo notar este poco antes de su fallecimiento, "aunque dicen que el pavo real es un símbolo de desastres".
FitzOmar
Pero ¿qué era el Rubaiyat de Omar Jayam y quién era ese enigmático personaje que fascinaba a Sotheran y a muchísimos otros?
Un erudito del siglo XI proveniente de Irán oriental, Jayam fue reverenciado en vida por su innovador trabajo en astronomía y matemáticas.
Y como muchos otros eruditos iraníes como Ibn Sina (Avicena), Jayam también era un poeta.
Dicho eso, su poesía no se parecía a la de ningún otro poeta persa y durante siglos ha ocupado un lugar absolutamente único en el gran canon de la literatura persa clásica.
La naturaleza inquisitiva de Jayam lo llevó a cuestionar cosas que la mayoría de sus contemporáneos daban por sentado: la fe, el más allá y el significado de la vida misma.
Confiaba poco en las promesas de su religión y su discurso de cielo e infierno, y también expresó dudas sobre la lógica de Dios.
Había solo una cosa de la que Jayam estaba seguro, y que valoraba profundamente: esta vida.
Entendía muy bien —probablemente por causa de los tiempos turbulentos en los que le tocó vivir: Irán, para ese entonces bajo ocupación turca, había sido invadida hacía poco por los árabes, y hordas mongolas pronto arrasarían su patria— lo fugaz de la vida y lo inevitable de la muerte, así como la importancia de aprovechar el breve momento del que disponemos en la tierra.
Para él, todo lo que tenía que ver con religión o la vida después de la muerte era simple aire caliente.
Nadie ha visto el cielo ni el infierno, corazón mío / ¿Quién, dime, ha venido de ese reino, corazón mío? / Nuestras esperanzas y miedos están atados a eso que / excepto nombre y noción, no le podemos asignar nada.
Aunque a menudo lamentaba lo efímero de la vida, también decidió disfrutarla al máximo, con abundante vino (y también algunos amores).
Si Goethe se enamoró de Hafez y Voltaire de Sa'di, el poeta victoriano Edward FitzGerald encontró su alma gemela en Jayam, el viejo "fabricante de tiendas" (la traducción literal del apellido que en inglés se escribe Khayyám).
Cuando lo descubrió, FitzGerald ya había traducido del persa "Salaman y Absal", de Jami, así como una versión abreviada de "La conferencia de los pájaros", de Attar.
Pero fue el Rubaiyat el que se convirtió en su obra cimera.
Aunque no es exactamente una traducción de los poemas persas originales, la interpretación bastante libre que hizo de los mismos capturó muy bien el espíritu del Rubaiyat y la cosmovisión del poeta, de ahí que uno se pueda referir al autor como "FitzOmar".
Y FitzGerald no pudo haber imaginado la popularidad que el pequeño, pero muy profundo volumen, pronto llegaría a tener.
A finales del siglo XIX, un importante salón literario de Londres —el todavía activo Club Omar Jayam— fue bautizado en honor al erudito iraní.
Mientras que la interpretación que FitzGerald hizo del Rubaiyat también sirvió de inspiración a artistas prerrafaelitas como William Morris, quien produjo dos manuscritos iluminados del texto, el segundo de los cuales también incluía ilustraciones de Edward Burne-Jones.
Artistas como Edmund Dulac y Edmund Joseph Sullivan también ilustraron otras ediciones. De hecho, una ilustración de este último eventualmente llegó a figurar en la portada del séptimo disco de los Grateful Dead, en 1971.
En otro registro, el aclamado cuentista Hugh Munro eligió como seudónimo "Saki", el título empleado por Jayam para dirigirse a su copero, mientras que la novela de 1942 de Ágata Christie "El dedo en movimiento" comparte título con un poema de Jayam.
Eso por no mencionar la película sobre Jayam producida en Hollywood en 1957, la declamación de todo el Rubaiyat por el actor estadounidense Alfred Drake en 1960, y la cita que del mismo hizo Martin Luther King en un discurso antibélico en 1967, adelantándose a Bill Clinton en varias décadas.
De hecho, en la década de 1960 el Rubaiyat era tan popular que más de la mitad se podía encontrar en compendios como Las citas de Bratlett y El libro Oxfrod de citas.
Un fabricante de tiendas no tan viejo
La poesía de Jayam ha resistido sin duda el paso del tiempo.
En su Irán natal es una figura imponente cuyo libro de verso, así como el de Hafez, se encuentra en prácticamente todos los hogares.
A pesar de todas las libertades que se tomó, la versión de FitzGerald es la traducción al inglés más conocida, además un clásico británico por derecho propio.
Mientras, en el resto del mundo, los poemas de Jayam han sido traducidos a virtualmente todos los idiomas.
Por eso no sorprende que Sotheran eligiera al Rubaiyat como la razón de ser de la maravilla de Sutcliffe y Sangorski.
Pero ¿cómo pueden los poemas de un erudito del siglo XI haber sido relevantes no solo en la era victoriana y la mitad de siglo XX, pero también hoy?
La respuesta está en la atemporalidad del Rubaiyat y sus verdades universales, las que trascienden cultura, religión o credo.
De hecho, en estos inciertos tiempos, puede que el Rubaiyat sea todavía mas relevante que durante la tumultuosa época en la que fue escrito.
¿Qué habría dicho el autor del libro de poesía más lujoso jamás creado de nuestro loco mundo, si estuviera aquí para contemplarlo? Tal vez, una vez más:
Pasa la vida cual rápida caravana / Detén tu marcha y trata de ser feliz / Saki, ¿por qué lamentar hoy las desventuras de mañana? / Dame vino, que la noche pasará.
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