lunes, 28 de marzo de 2011

Aventuras en la Patagonia

EL OBSERVADOR

ENSAYO

Aventuras en la Patagonia

En Patagonia, de puño y letra (Sudamericana), Mario Markic, periodista y viajero incansable, narra como en una rueda de amigos las aventuras que han tenido como escenario el territorio patagónico, por donde desfilaron buscadores de oro, exploradores, sacerdotes, piratas y científicos. Aquí, el relato de cuando Sir Francis Drake llegó con un plan secreto de la Corona británica para ocupar sus ásperas costas.

Por Mario Markic*

En 1628, los viajes de Francis Drake tomaron forma de libro gracias a la intervención de su homónimo sobrino, que se encargó de recoger los testimonios de Francis Fletcher, capellán de la expedición que hiciera famoso al corsario. John Drake, primo del pirata, también obtuvo una completa semblanza en este texto.

Se dijo que 1578 fue un año clave en la vida de Drake. El viaje secreto, que se había iniciado el 13 de diciembre de 1577 desde Plymouth, empezaba a cambiar su derrotero. Dejó las costas de Africa y pasó cinco meses en el Atlántico antes de navegar cerca de la costa sudamericana y llegar a Puerto Deseado, a la que bautizó como Bahía de las Focas. A los 47º de latitud se encontró con los primeros indios patagónicos. Si bien los ingleses destacaban su fuerza física y su voz (a la que calificaban de “horrible”), no se mostraron tan sorprendidos como los españoles por la estatura de los nativos. De hecho, comenzaron a dudar de si el gigantismo al que los ibéricos hacían referencia no era más que un cuento de terror para ahuyentar a otros expedicionarios. Lo que sí llamó la atención a los lugartenientes de Drake fue la estrategia usada por los habitantes del lugar para obtener alimentos. “Tienen en un palo largo un penacho de plumas de avestruz lo bastante grande para ocultar al hombre que está detrás y con eso cazan a los avestruces. No se cortan nunca la melena, de la que hacen un depósito para todas las cosas que llevan consigo: un carcaj para flechas, una vaina para cuchillos, un estuche para escarbadientes, una caja para palos de encender fuego y no sé cuántas otras cosas. Les gusta bailar con sonajas puestas alrededor de la cintura, su cuerpo es limpio, garboso y fuerte, son ágiles de pie y gente muy activa, jovial y buena.” Este primer cruce cultural estuvo a punto de terminar con un enfrentamiento armado. ¿Qué pudo haber generado una matanza? El hecho de que un nativo, sólo por molesto, le quitara a Drake su lujoso sombrero español mientras los ingleses quemaban la Swan, que había quedado inservible tras los meses de zarandeo en alta mar. “Aparecieron allí cerca de sesenta indios desnudos, algunos traían como medias camisetas vestidas, que parecían de pluma y arcos y flechas, y se llegaron donde estaban los ingleses y hablaron, y todo el día y la noche estuvieron cantando y bailando, y los dichos indios no dieron ni ofrecieron nada a los ingleses y recibieron de ellos carne de lobo y la comieron casi cruda y para tomarla volvían el brazo y mano hacia atrás todo lo que podían, y de esta manera tomaban lo que les daban. Volvieron otros dos o tres días y de noche hacían fuego, era gente de mediana estatura, sin barbas, el cabello largo sobre los hombros y no entendieron nada de lo que hablaban y últimamente vinieron tres indios y estando el capitán Francisco descuidado, uno de dichos indios le arrebató el bonete de la cabeza y se fueron huyendo, y queriéndole tirar un inglés el capitán le mandó que no matase por un bonete a un hombre, sino que, si le cogiesen, le azotasen, y tornándose a llegar cerca, arremetió a prenderle un irlandés y le asió de una manta de pellejos que llevaba y se le quedó un pedazo en la mano y diciendo el indio por señas que por qué le habían hecho aquello y respondiéndole por señas que por haber quitado el bonete, el indio se dio a sí mismo con la punta de la flecha en las piernas hasta que se sacó sangre, entendiendo los ingleses que hacía aquello como para satisfacerles de lo que había hecho. El 20 de junio de 1578, la flota fondeó en puerto San Julián, en plena costa patagónica. “Así, el día siguiente, 20 de junio, entramos a Saint Julian, que se ubicaba a 49o 30’ y tenía, sobre el lado sur del puerto, rocas puntiagudas como torres y dentro del puerto varias islas que se pueden recorrer, pero para entrar a ellas se debe tomar la costa norte.” Apenas desembarcaron, los ingleses encontraron un espectáculo horrendo: una horca hecha con un mástil de abeto y huesos humanos debajo. El lugar fue bautizado como Punta Horca (Gallows Point). Pasada esta primera visión del lugar, había que poner manos a la obra. “Habiendo entonces anclado y con todas las cosas sanas y salvas a bordo, nuestro general con algunos de su compañía (a saber, Thomas Drake, su hermano, John Thomas, Robert Winter, Oliuer, el maestro de artillería, John Brewe y Thomas Hood), el 22 de junio, se internaron a remo con un bote para buscar un lugar apropiado, que nos proporcionara agua dulce, durante el tiempo de nuestra permanencia y nos abasteciera de provisiones para llevarnos al mar cuando partiéramos, tarea que, siendo muy necesaria y debiendo por lo tanto realizarse cuidadosamente, él no consideró que estuviera más allá de sus deberes, efectuando en persona el primer viaje como era su costumbre en todo momento y en lo concerniente a todo lo que hiciera falta para satisfacer nuestras necesidades y mantenernos en buen estado.

La réplica de Magallanes.

Pasa por los mismos sitios que había atravesado Magallanes cincuenta y ocho años antes. Y recibe los mismos visitantes. “En cuanto llegó a tierra lo visitaron dos de los habitantes del lugar, a quienes Magallanes llamó Patagous, o más bien, Pentagours, por su enorme tamaño y proporcional fuerza. Estos parecieron alegrarse grandemente con su llegada y al punto entraron en confianza, recibiendo de mano de nuestro general, cualquier cosa que él les ofreciera y disfrutando de ver al Maestro Oliuer, artillero del Almirante, disparar una flecha inglesa, e intentando a su vez disparar, aunque sin llegar tan lejos como él. A medida que los salvajes patagónicos tomaban confianza, la relación entre los dos bandos se volvía tirante, al punto que los ingleses comenzaron a utilizar armas de fuego para tener a los nativos a raya. “Poco después llegó uno de igual aspecto pero peor carácter ya que, reprobando la familiaridad que sus compañeros habían demostrado, pareció enojarse mucho con ellos, insistiendo en que se retractaran y se convirtieran en nuestros enemigos. Pero nuestro general y sus hombres no creyeron que esto fuera a ocurrir y continuaron tratándolos como antes. Y a un tal Mr. Robert Winter se le ocurrió, como diversión, disparar una flecha, como lo había hecho Mr. Oliuer, para que el que había llegado tarde también pudiera verlo. Más la cuerda de su arco se rompió y, si antes el objeto les había causado a aquellos terror, ahora, roto, les dio gran coraje y atrevimiento y, según creyeron, una gran ventaja para sus pérfidas intenciones, sin imaginarse que nuestros proyectiles, espadas y dianas pudieran ser municiones o armas de guerra. La pelea ya estaba establecida. Los indios dispararon sus flechas contra el artillero, que no llegó a activar su arcabuz y cayó herido. Drake dio la orden a todos sus hombres para que no presentaran un blanco fijo. “El señor artillero, disponiéndose a disparar su proyectil, que no se encendía apuntando desde allí, fue muerto de inmediato. Ante tal adversidad, si nuestro general (Drake) no hubiera sido experto en tales asuntos, capaz de juzgar y encaminar la situación en aquel peligro y si no se hubiera arrojado valientemente a la lucha contra estos monstruos, ninguno de nuestros hombres que allí se encontraban hubiese salido con vida. Por lo tanto, dio orden de que nadie debía permanecer fijo en una posición, sino ir cambiando de lugar en lugar, invadiendo el territorio enemigo, usando sus dianas y otras armas para la defensa de sus cuerpos y de que rompieran tantas flechas como por cualquier medio encontraran, a lo que también él se abocó, tratando además de provocarlos, porque sabía que, una vez que se les hubieran acabado las flechas, aquellos enemigos quedarían a su entera merced, para ser salvados o asesinados. Drake no perdió la oportunidad de demostrar sus condiciones de guerrero. Descargó su arcabuz sobre uno de los gigantes, más precisamente el verdugo de su artillero, y lo mató. “Y en tanto se cumplía esta orden, digo, con gran coraje y confianza en el verdadero Dios, tomando el arma que el artillero no había conseguido disparar y abriendo fuego con ella, despachó al que había comenzado la pelea, el mismo que había matado a nuestro artillero. Porque, estando el arma cargada, disparó y, bien apuntada, le arrancó el vientre y las tripas con gran tormento, según pareció por su grito, un rugido tan horrible y espantoso como si diez toros estuvieran rugiendo al unísono, con lo cual el coraje de sus compañeros se debilitó tanto y sus corazones de tal modo se consternaron que, aunque varios de sus paisanos surgieron de los bosques a ambos lados, ellos prefirieron escapar y salvarse, dejando a nuestros hombres sin saber si quedarse o partir.” Drake optó por la partida, “para más tarde vengarse de ellos, cosa que ahora podía hacer debido a que le habían herido un hombre a quien quería mucho y por lo tanto prefería salvarlo que matar a cien enemigos, pero, no pudiendo recuperarse, el hombre murió al segundo día de haber sido llevado de vuelta a bordo. Al día siguiente, volvieron a la playa a bordo de un bote y convenientemente armados para retirar el cadáver del artillero. Lo encontraron donde había quedado tendido, sin la vestimenta que le cubría el pecho y la espalda y con una flecha clavada en su ojo derecho. Se hizo un ceremonioso funeral. Durante los dos meses posteriores, la flota permaneció en San Julián y aprovechó el invierno para reparar las embarcaciones. Además del Swan, también fueron incendiados el Christopher y el Mary. Ya que como naves no servían, al menos podían ser útiles como leña para combatir el frío. La trágica escaramuza armada había dejado otra víctima: un marinero holandés.

También fue atacado por la espalda, según el relato de Nuno da Silva, que hablaba de una curiosa reivindicación de los indios sobre las tierras patagónicas.

“Cuando los ingleses fueron a tierra en busca de agua fresca y antes de dejar ésta, cuatro de los indios vinieron hasta el bote y los ingleses les dieron pan y vino y una vez que los indios hubieran comido y bebido bien, ellos partieron y habiéndose alejado un poco, uno de los indios les gritó: ‘Magallanes esta é minha terra’, esto es, ‘Magallanes esta tierra es mía’, y dado que los ingleses comenzaron a seguirlos y parecía que los indios huían tierra adentro, encontrándose a cierta distancia se dieron vuelta y con sus flechas mataron a dos marineros, uno inglés y el otro holandés, el resto regresó y se puso a salvo en el bote, alejándose rápidamente de la costa.”

*Periodista.



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