miércoles, 9 de marzo de 2011

"El zorro de arriba y el zorro de abajo: ficción o autobiografía"

El zorro de arriba y el zorro de abajo: ficción o autobiografía

por Christian Fernández

Hace casi treinta y cinco años que José María Arguedas (Andahuaylas, 1911-Lima, 1969) se suicidó en Lima. Sin embargo, su figura como intelectual ha ido creciendo a la par que el reconocimiento de su obra tanto en el Perú como internacionalmente. Al quitarse la vida en 1969, el autor de Agua (1935) dejó una novela inédita lista para la imprenta. Las circunstancias de su muerte y lo peculiar de su novela hicieron que la crítica se interesara en ella más como un testimonio de la vida del autor y de las circunstancias que le tocó vivir en un país convulsionado por la violencia, la pobreza, el olvido de las clases pobres y, sobre todo, de los indígenas que tanto preocuparan a Arguedas.

Con la perspectiva que dan los años, se ha vuelto a esta obra con otros ojos, tratando de encontrarle sentido a esta novela sui géneris. Sin embargo, todavía existen áreas que no se han estudiado a cabalidad.

El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971) (1) es una novela en la cual el lector siempre encuentra interrogantes difíciles de responder; pero, a su vez, son interrogantes que no se pueden dejar de lado.

La dificultad que causa el hecho de que el autor se haya suicidado después (no inmediatamente después) de terminar de escribir su novela y que ésta haya sido publicada póstumamente (1971) y, por consiguiente, ordenada, en parte, por la viuda del autor, el poeta Emilio Adolfo Westphalen y el editor argentino Gonzalo Losada (más adelante volveremos sobre este asunto), nos llama a cuestionar si este hecho no cambia el significado total de la obra. (2)

La sobrecogedora muerte de José María Arguedas por mano propia es un tema inevitable cuando se trata de estudiar la última novela del autor de Los ríos profundos (1958). Es realmente difícil eludir el hecho, tanto más cuando en gran parte de la obra se habla del tema del suicidio del propio narrador.

A mi entender, todos los problemas que enfrenta el crítico para interpretar la última novela de Arguedas se derivan de la lectura de los “diarios” como discurso autobiográfico, sin cuestionar la naturaleza misma de dicho discurso como perteneciente a tal género.

Mi propósito es, en primer lugar, tratar de establecer el texto “original” de la novela, cosa que considero de suma importancia si se quiere hacer una interpretación coherente. En segundo lugar, hacer una lectura de la novela en la cual se cuestione el discurso de los “diarios” en tanto que discurso autobiográfico y, en tercer lugar, estudiar la función de éstos en la estructura total de la novela.

Por otro lado, cada vez que se intenta interpretar una obra se establece un diálogo no sólo con la obra en cuestión, sino también con la crítica precedente. En el caso de la novela póstuma de Arguedas no existe, como en otros casos, una crítica abundante. Incluso lo último que se ha escrito sobre esta novela sigue entrampado en los temas de la realidad (autobiografía-“diarios”) y ficción. Nuestro diálogo, en particular, se ha establecido con la crítica hecha por Mario Vargas Llosa. Si bien no fue uno de los primeros en escribir sobre Los zorros, dada su autoridad en el campo literario, sus artículos sobre el tema han tenido gran impacto en cualquier interpretación posterior (3).

En la versión de la novela que manejamos y que reproduce la primera edición de Losada (1971), la editora Eve-Marie Fell (XXVIII) acepta que, dado el carácter de edición póstuma, la novela podría tener errores y se refiere específicamente a que el discurso que dio Arguedas en Lima al recibir el premio Inca Garcilaso de la Vega en 1968 y que pidió se colocase como prólogo de la novela aparece como parte del “Epílogo”. La profesora Fell no hace otro comentario con respecto a las “últimas disposiciones de Arguedas”.

Ciertamente, las últimas disposiciones del autor no se respetaron para nada y no se sabe a ciencia cierta quién autorizó la edición de la novela tal como la conocemos. La edición que conocemos tiene un “Epílogo” que, según la carta de Arguedas (incluida en el “Epílogo”), dirigida al editor Gonzalo Losada con sus disposiciones para la publicación de la novela, dice:

(...) Si usted acepta publicar «El zorro de arriba y el zorro de abajo» así como está y mantiene su decisión de disponer la edición inmediata, le pido insertar a manera de prólogo el breve discurso que pronuncié cuando me entregaron el premio Inca Garcilaso de la Vega, y que mi viuda Sybila (acero y paloma) y mi amigo Emilio Adolfo Westphalen, se encarguen de revisar las pruebas y le aconsejen respecto a la edición... A él y al violinista Máximo Damián Huamani, de San Diego de Ishua les dedico, temeroso, este lisiado y desigual relato. (251, la cursiva es mía).

La única disposición que se cumplió fue la referida a la dedicatoria. La novela apareció con un “Epílogo”, en el cual se incluyó la mencionada misiva a Gonzalo Losada, la carta al rector de la Universidad Agraria y a los estudiantes, una “Nota aparte” dirigida al rector y alumnos, y la nota final escrita el mismo día en que se disparó (28 de noviembre de 1969), explicando la razón por la que eligió ese día para suicidarse, y el discurso “No soy un aculturado”, que Arguedas había pedido que se incluyera como prólogo a la novela. Obviamente todos estos documentos llevan las iniciales de José María Arguedas.

Por la carta citada queda claro que Arguedas nunca pidió que se incluyeran las cartas y notas finales como epílogo a su novela. Queda claro también que estamos leyendo una versión que no sólo cambia el deseo del autor, sino la estructura y significado de la novela y, por consiguiente, cualquier interpretación que se haga sobre ella.

En resumidas cuentas, lo que intento hacer es seguir los deseos del autor con respecto a su novela. Es decir, quiero hacer una lectura de Los zorros que elimine las cartas y notas del “Epílogo” y coloque el “Discurso” como era el deseo de Arguedas: como prólogo de la novela.

Es cierto que después de haber leído este epílogo es difícil librarse de él, pero, de poder hacerlo, nos daría, si no una nueva lectura de la novela, al menos se podría replantear ésta.
Existe una gran cantidad de crítica sobre la obra arguediana en general, en la cual se hace notar que muchos de los escritos de Arguedas se afincan en la realidad “real” y que algunos personajes, entre los más conocidos, Ernesto, de la novela Los ríos profundos (1958), tienen una gran similitud con la vida del propio autor, quien a través de entrevistas y reportajes contribuyó a crear esta imagen.

Frecuentemente es citada la polémica entre Arguedas y el filosofo y escritor peruano Sebastián Salazar Bondy en 1965, primero en el Primer Encuentro de Narradores Peruanos llevado a cabo en la ciudad de Arequipa, donde Arguedas protestó cuando éste, hablando de su reciente novela Todas las sangres (1964), se refirió a ella como una “realidad verbal”; luego, Salazar Bondy aludiría a este mismo aspecto en la “Mesa redonda” sobre esta novela, efectuada en junio del mismo año (4). Para Arguedas, Todas las sangres era el producto de sus vivencias personales y representaba los problemas de la realidad nacional peruana. La crítica que se le hizo a Arguedas lo afectó sobremanera, tanto que recrudece su dolencia psíquica y piensa en el suicidio.

Aunque no es éste el lugar para discutir cuánto afectaron estas críticas en la manera de actuar y escribir de Arguedas en el futuro, pienso que esto repercutirá en su próximo proyecto de novela.

Para la mayoría de los críticos, Arguedas era un escritor que no se preocupaba tanto por las técnicas narrativas, es más, se afirma que era un escritor intuitivo. Esta imagen de Arguedas y todo lo que dice el Yo narrador de los “diarios” en la novela que estamos analizando ha hecho que los críticos hayan tomado el discurso del narrador de los “diarios” como una autobiografía. Aquí me propongo cuestionar tal asunción.

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