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El narrador escribe un cuento; el lector suele leer otro Mensajes, símbolos y alegorías de mis cuentos 1. Prólogo con leal advertencia Antes de empezar a escribir, advierto con todas las letras que, en las siguientes líneas, voy a hablar de mí mismo. No por egolatría —que no tengo ninguna—, sino porque necesito explicar un aspecto de la creación literaria que, si bien lo he experimentado personalmente, no sería difícil que fuera de manifestación más o menos difundida entre la mayor parte de los narradores. Hecha esta salvedad, yo puedo continuar escribiendo, y el amigo lector —que ya sabe qué le espera— puede continuar leyendo o suspender para siempre la lectura.
2. Preguntas de los lectores Aunque no podría tomarme el trabajo de contarlos, sé que, hasta fines del año 2005, llevo publicados entre sesenta y ochenta cuentos. Para establecer la cifra exacta no sería suficiente cotejar los índices de los libros, pues aún quedan muchos textos que sólo existen en diarios y revistas. Y, puesto que vengo publicando desde fecha tan lejana como 1968, revisar esos papeles impresos para confeccionar la lista completa equivaldría a realizar una tarea que, además de exceder mis fuerzas y mis ganas, me parece del todo innecesaria. Ocurre, sí, que me gustaría decir algunas palabras sobre los tres cuentos siguientes:
Con cierta frecuencia, he recibido mensajes de diversos lectores con consultas que, con ligeras variantes, giran en torno de la misma pregunta:
3. Respuestas del autor En todos los casos, mis respuestas (palabras más, palabras menos) son las siguientes:
En resumen: cuando escribo un cuento, sólo quiero escribir un cuento. Por lo tanto, todos los símbolos, metáforas, alegorías, mensajes, invocaciones, moralejas, sermones, consejos, reprimendas, enseñanzas, etcétera, etcétera, corren por cuenta y riesgo de la interpretación del lector, y yo no tengo la menor responsabilidad por las decisiones de éste.
4. Libertades propias y compartidas Al mismo tiempo, es cosa harto sabida que, al leer un mismo texto, cada lector lee un texto distinto: su propio texto. Y está muy bien que sea así, y no seré yo quien se entrometa en algo tan íntimo y personal como la lectura de otra persona. De manera que yo seguiré escribiendo, a mi manera, cuentos que sólo son cuentos y el lector seguirá leyendo, e interpretando a su manera, los cuentos que su discernimiento y su voluntad le procuren. |
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