sábado, 10 de marzo de 2012
¿Quién quiere comprar un maestro?
POR JEAN-PHILIPPE DE TONNAC
Antístenes se lo repetía: no hay que llevar de viaje más que las provisiones que puedan flotar en caso de naufragio. La palabra del maestro era sensata. Algunos piratas se cruzaron en el camino del navío en el que se hallaba Diógenes, el filósofo cínico, y raciones, equipajes y pasajeros fueron tomados prisioneros. Algunos de ellos, entre los que estaba Diógenes, fueron finalmente vendidos en un mercado de esclavos de Creta.
El día de la venta, los curiosos se agolpaban en gran número. ¿Qué sabe hacer aquél que parece tan enclenque? ¿Para qué servirá? ¿Para qué trabajos valdrá aquel otro, tan achicado, casi aterrorizado? ¿Y aquél que mira a todo el mundo de arriba, que tiene aspecto de haber olvidado la condición a la que lo ha lanzado el destino? ¿Quién es ese hombre que tiene el aplomo de medir a cada uno como lo haría un emperador?
–Y tú –le pregunta un vendedor–. ¿Qué sabes hacer?
–¿Qué sé hacer? –responde Diógenes con una voz que llega lo suficientemente lejos como para que nadie pueda ignorarla–. Pues bien, es muy simple: mandar a los hombres.
Luego, dirigiéndose al vendedor, el cínico prosigue: “Haga este anuncio: ¿Quién quiere comprar un maestro?”.
El vendedor vacila, convencido de que el esclavo se está burlando. Diógenes insiste. Dado que el vendedor se obstina en la negativa, el filósofo se venderá a sí mismo. Lanza hacia la multitud una llamada tronante:
–Bien, ¿quién quiere comprar un maestro?
Luego cruza los brazos sobre el pecho. ¿Quién hará una oferta digna de su propuesta? Diógenes espera. Se instala un silencio consternado. “¿Puedo sentarme?”, le pregunta el filósofo al vendedor. Éste se lo prohíbe. A pesar de todo, se sienta diciendo: “De todos modos el veneno se vende cualquiera sea su envase”.
Un sol de plomo atenaza el lugar. Todo el mundo se va a la sombra. El maestro que se ha puesto en venta a sí mismo se asombra de que nadie haya tomado en serio su oferta. ¡Que vengan los compradores a asegurarse de que dice la verdad! Pueden ponerlo a prueba, deben tratar de saber si dice la verdad.
“Mira tú, vendedor, si te compras un ánfora, la golpearás suavemente, la harás resonar para comprobar que está bien hecha y bien cocida, ¿no es cierto? Pues bien, cuando se trata de un hombre, uno se conforma con mirarlo entrecerrando los ojos.”
La mirada de Diógenes se detiene de pronto sobre un rostro más bien gordo que pareció salir de la nada.
–¿Ves a ese hombre? –le dice al vendedor señalando con el dedo a Xeníades, un rico propietario llegado de una ciudad lejana.
El vendedor asiente con la cabeza.
–¿Lo ves como lo veo yo? Pues bien, vas a venderme a ese hombre. Le voy a ordenar que me compre. Pues es evidente que me necesita.
Un momento más tarde, como por arte de magia, Xeníades desembolsa la suma fijada para adquirir ese esclavo paradójico, apenas unas pocas decenas de dracmas. La audacia del filósofo lo sedujo. Y además la enseñanza cínica estaba a un precio muy razonable. Xeníades tenía la idea de confiar a Diógenes, liberto, la educación de sus hijos y la organización de su casa.
En poco tiempo, el filósofo toma posesión de la morada de Xeníades. Se comporta como el verdadero dueño del lugar. Xeníades se asombra. Diógenes le responde que todo pertenece a los dioses. Dado que el sabio es amigo de los dioses y que entre amigos los bienes son comunes, todo pertenece al sabio. Lo que es de Xeníades es también de Diógenes.
Aquello duró hasta el momento en que el propietario juzgó preferible deshacerse de ese molesto maestro. Cuando Diógenes retomó el mar, se sintió liberado. Su antiguo comprador también.
Tomado de Tan locos como sabios - Vivir como filósofos, el libro de Roger-Pol Droit y Jean-Philippe De Tonnac que Fondo de Cultura Económica distribuye en Buenos Aires en estos días.
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