Sin ninguna muestra de culpa o de frustración los niños adoran las historias que ya conocen de memoria. Nunca se cansan de oírlas. Saber lo que ocurrirá, cómo y cuándo, no es un obstáculo para el goce que la historia les produce.
Los adultos, en cambio, a menudo olvidamos el placer de releer. Después de todo, hay tantos libros para leer, tantos que culposamente ponemos en lista de espera junto con otros que han acabado de editarse, que sentarse a releer un viejo libro parece una pérdida de tiempo.
Este último razonamiento es matemáticamente inaplicable: aunque uno pudiese leer un libro por día durante un año no llegaríamos ni siquiera al 1% de las obras que se publican anualmente.
Por eso el lector inteligente, es decir, el lector que sabe lo que quiere y lo que detesta, suele ser también un relector furioso.
La relectura de nuestras novelas favoritas es una especie de ritual. Los ritmos y cadencias de ese rito no tienen nada que ver con la lectura, sino más bien con el reencuentro y el placer de redescubrir pequeños matices y detalles que nos siguen asombrando.
Para muchos la relectura de sus libros favoritos es una ceremonia que se cumple rigurosamente todos los años. Ese hábito, creo, es el mejor elogio que se le puede hacer a una obra.
Si captar la atención de un lector es difícil, cuánto más lo es lograr que regrese una y otra vez a las mismas páginas, que nunca parecen ociosas ni congestionadas; solo para advertir que la relecturaes un sutil engaño al que nos entregamos con devota satisfacción.
Porque los libros no cambian.
Pero las personas sí.
Y nunca somos los mismos la segunda vez que abrimos un libro.
Quizás por eso es imposible releer el mismo libro. El que lo leyó antes fue otro, muy parecido a nosotros, casi idéntico, indistinguible para los demás, pero irreversiblemente otro.
http://elespejogotico.blogspot.com.ar/2015/08/leer-o-releer-cuantas-veces-leiste-tu.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario