jueves, 29 de octubre de 2015

Las máquinas expendedoras evolucionan, ahora son capaces de ofrecer cuentos


raul

Las máquinas expendedoras son uno de esos inventos que llegaron a revolucionar la forma en la que acedemos a ciertos productos, en ellas encontramos desde cualquier tipo de bebida, hasta dulces y comida, inclusive en algunos aeropuertos en Estados Unidos hay máquinas que ofrecen dispositivos electrónicos, como iPods, tablets, audífonos, entre otros.
Pero ahora, nos encontramos con un uso curioso para las máquinas expendedoras, ya que en Grenoble, una ciudad ubicada al pie de los Alpes Franceses, acaban de lanzar nuevas máquinas que ofrecen a cualquier persona una lectura corta, de forma gratuita e inmediata.

Cuentos cortos, gratuitos y por medio de máquina expendedora

Bajo un proyecto de la editorial francesa Short Édition y con el apoyo del ayuntamiento de la ciudad, se han instalado ocho máquinas expendedoras de cuentos, ubicadas en diversos lugares públicos, como el centro turístico, la biblioteca, en centros sociales y fuera del mismo ayuntamiento.
Parte importante de esta iniciativa, es que los cuentos son gratuitos, la persona interesada sólo debe acercarse a la máquina y escoger el tiempo de la lectura, que puede ser de 1, 3 o 5 minutos, e inmediatamente la máquina arrojará una especie de recibo de papel con la historia lista para leer y llevar a cualquier lado, ya que su tamaño es de 8 x hasta 60 centímetros, algo ideal para llevar en la billetera.
Christophe Sibieude, fundador de Short Édition, explica:
"La idea llegó a nosotros cuando estábamos frente a una máquina expendedora de barras de chocolate y bebidas. Entonces pensamos que podíamos hacer lo mismo con la literatura popular de buena calidad, algo ideal para ocupar estos pequeños momentos improductivos."
43492
Iniciativas culturales de este tipo han aparecido en otras regiones del mundo, donde la intención es dar conocer obras poco conocidas y alentar a que la población lea más y se aleje de los smartphones. Por ejemplo en Toronto, Canadá, han lanzado quioscos de préstamo de libros, o también en la Ciudad de México, que desde 2004 existe un proyectoque presta libros a los usuarios del metro.
La desventaja de los préstamos ante la posibilidad de imprimir un cuento corto, es clara, ya que en los préstamos estamos ante el desgaste o pérdida de los ejemplares, mientras que la solución que ofrece la máquina expendedora es rápida y económica, al no requerir un stock de libros, sólo se necesita programar la máquina con una serie de cuentos, mismos que se pueden cambiar cada cierto tiempo o temporada.

domingo, 25 de octubre de 2015

Victoria Holt - La Señora de Mellyn


Visitas: 4764
Crítica realizada por Teresa
Martha Leigh llega a Mount Mellyn para ocuparse de la educación de Alvean, hija del altivo y despótico Connan TreMellyn y de Alice, muerta en extrañas circunstancias. En una mansión de incontables aposentos, de laberínticos pasadizos secretos y de grandes salones donde se celebran magníficos bailes, Martha comprobará que las historias que le cuentan el ama de llaves, el atrevido y solícito Peter Nansellock y la poco agraciada hermana de éste no son meros recuerdos del pasado. Alice sigue siendo una presencia constante que sólo Martha parece percibir... Alice, que fue tan frágil, y, sin embargo... Rodeada de personas que se empeñan en recordarle que es una institutriz y acosada por otras obstinadas en olvidarlo, la protagonista deberá enfrentarse a un conjunto de sospechas y misterios cada vez más intrincado y peligroso. Sólo la anima un amor apasionado en el que parece entrever su única posibilidad de ser feliz.
Martha es una mujer de 24 años que vive en Cornwall, Inglaterra, en 1800. Su misión en Mount Mellyn es hacerse cargo de educar a Alvean, la hija de Connan, huérfana de madre.
Puede parecer que la historia está ya demasiado vista, clásica señorita institutriz que llega a una mansión donde se esconde un secreto y que acaba enamorándose del dueño de la misma. Y sí, no voy a negar que ya he leído otras historias semejantes, es un tema bastante trillado en romántica. Pero no es sólo elargumento en que nos puede enganchar a una novela, sino el modo en que está contada y aquí es donde entra la pluma de la señora Holt, para mí una de las mejores describiendo intrigas y aventuras.
Mount Mellyn no es solamente una gran casa repleta de salones y pasadizos, misterio e intriga. Es un lugar en el que hay una presencia extraña, la de la madre de Alvean y esposa de Connan que parece seguir rondando por cada rincón y cada pasadizo. Porque ella murió en extrañas circunstancias y aquí es donde reside la aventura y el misterio de esta novela.
Martha es una protagonista fuerte, que debe luchar contra las murmuraciones, su condición de institutriz y la atracción de la que no puede defenderse. La mansión es un lugar extraño, casi se puede decir que está embrujada, los comentarios de los que viven en ella no hacen más que aumentar la intriga y la tensión.
Connan es un tipo tan extraño como la casa, un hombre complicado, es casi imposible acercarse a él. Orgulloso, severo y distante para con todos. Su hija, Alvean, no es más agradable que él. Todo está rodeado de un cúmulo de misterios y Martha debe tratar de desvelar los secretos que cubren las paredes de la mansión.
Lo ideal de esta novela es que la protagonista empieza a sentir que el mismo destino que corrió la anterior esposa de Connor es el que ella está siguiendo. He leído unas cuantas novelas de esta autora, unas me han gustado y otras no, aunque la aventura estaba en todas ellas. Pero en ésta, me he sentido atrapada entre esos muros, y le doy las gracias por ello porque hacía tiempo que no lo pasaba tan mal leyendo una novela. Mal en el buen sentido, claro, es decir que he tenido un nudo en la garganta todo el rato, y como me encanta la tensión, miel sobre hojuelas.
Me ha recordado ligeramente a Rebecca, una novela que leí hace mucho y de la que he visto la película muchas veces. El argumento se le parece porque la protagonista no es de la clase alta, está el recuerdo constante de la esposa fallecida, algunos criados parecen seguir estando tras la estela de la muerta... Ahora bien, el personaje de Martha no es exactamente como el que interpretaba la protagonista de Rebecca, tiene más garra y más coraje, no resulta pusilánime ni mucho menos.
Los secundarios me han parecido estupendos, sobre todo el viejo sirviente que no deja de dar consejos. Alvean, la hija de Connor también me ha gustado, está muy bien definido su carácter agresivo, grosero, casi insufrible, aunque todo eso se debe a que no ha tenido la mano férrea de una madre y Martha debe poner coto a sus desmanes.
Connor me ha encantado, porque es un snob tremendo, un aristócrata en todo el sentido de la palabra, rezumando orgullo, amargado y a veces despótico.
La novela es una mezcla de narrativa policíaca y misterio, mezclada con un romance bonito que, aunque ya imaginas que acabará bien, te mantiene pegada al libro, y aderezada con un asesino al que sigues la pista desde el inicio, que no te imaginas quién es hasta el final.
Sea o no una historia trillada, Holt demuestra una vez más su buen hacer con una narrativa ágil y densa, que te pone muchas veces los pelos de punta.
No hay que esperar grandes escenas de amor, esta escritora no las usa en demasía, es más bien parca en ese aspecto. Pero tampoco le hace falta a la novela tener escenas de ese tipo, con la tensión hasta se te olvidan.
Los diálogos, bastante centrados y adecuados para la marcha de la historia. Y el lugar elegido para el entramado de la historia, uno de los mejores que se podía encontrar, los acantilados de esa parte de Inglaterra.
Un libro recomendable por sus personajes, su misterio y la buena narrativa de Victoria Holt.
---------------------------
Crítica realizada por Aysha
Mi primer libro de romántica!!! Que recuerdos!!
Martha Leigh es una joven institutriz que va a trabajar para Connan Tremellyn. Las mujeres del siglo XIX que no poseían fortuna pero si buena educación tenían dos opciones: o casarse o ser institutriz, y nuestra protagonista elige lo segundo. Cuando llega al castillo, no espera encontrarse un ambiente tan frío. La supuesta hija del conde, Alvean, es una niña falta de cariño y por ello su comportamiento es difícil. Para Martha no será fácil, pero poco a poco se irán encariñando. Entonces descubrirá un terrible suceso que afecta aún en el castillo, la misteriosa muerte de la señora de Mellyn. Así pues, se pondrá a investigar conociendo cada día a los empleados y vecinos del castillo.
Conan Tremellyn, es un hombre duro y algo déspota a simple vista. Es un mujeriego y no pasa el tiempo con Alvean. Su esposa muerta ha dejado una mala impresión sobre él.
¡Que decir! Es mi libro preferido. Está escrito en primera persona y vemos lo que piensa en todo momento la señorita Leigh. Veremos desde sus ojos todo lo que acontece dentro y fuera del castillo.
Para mí, Martha, es la mejor. Es que esta mujer ¡cuanto me he reido! Sus suposiciones son para reirte. Cada dos por tres quiere irse o piensa que la echarán, Es tan orgullosa que no soporta bajar la cabeza, es como un erizo (ya sabréis a que me refiero jaja)... Me encanta como refleja en todo momento su visión de las cosas.. Es imposible no reírse con ella.
Alvean, la hija de Conan. Una niña que puede ser muy difícil y a veces insoportable, pero está falta de cariño. Al principio la llegué a "odiar", pero según avanzas con el libro lo comprendes perfectamente.
El atento y atrevido Peter Nanselock, amigo y vecino de los Tremellyn. Tendrá una buena relación de amistad con nuestra institutriz ¿o algo más? Gracias tendrá información para poder resolver la misteriosa muerte....
Celestine, la hermana de Peter, una mujer afable que adora Mount Mellyn.Siempre atenta con todos aquellos que necesitan ayuda....
La señora Polgrey, la muerte de Jenny, la niña que tanto se parece a Alvean, Gilly,....varios personajes y muchos secretos.
En cuanto a Connan, a veces es odioso, pero adoro a este hombre. Lo adoro. Es tan enigmático y tan desconcertante. Sus comentarios hacia Martha están cargados de ironía, que no sabes si van en serio... Muy inaccesible, es un hombre que llega a sorprender.
Tal como ha dicho Teresa, a mi me ha recordado muchísimo a "Rebeca" de Daphne Du Marier. La novela tiene un halo de misterio durante toda la trama que hace que no quieras despegarte de ella hasta saber el final. Siempre con la "señora de Mellyn", en todo momento está su presencia. Los criados no quieren soltar prenda, pero siempre hay algún que otro cotilleo... Una castillo lleno de secretos que nadie quiere descubrir......
Tanto la ambientación como los diálogos, es fantástica. Como siempre, hace una lectura muy fácil de llevar y que te engancha en todo momento. Los diálogos entre los protagonistas están llenos de sarcasmo, hay situaciones que son la risa.
Es fantástico. Lo recomiendo muchísimo.

El secreto de la mansión (Trailer)

11 novelas para pegarte una buena llorera (y si tienes chimenea, lo flipas)

Giggles
Iba a empezar este artículo confesando que yo soy muy de llorar por todo, pero después he pensado que no es verdad. O no del todo. Sí pero no, no sé si me entendéis. El caso es que sí, lloro muchísimo y por las cosas más peregrinas, pero no todo lo que se supone que va a emocionarme llega a tocarme la fibra sensible, esa es la verdad. Iba a decir que soy un bicho raro pero en realidad a todos nos pasa lo mismo, ¿no?
Si el otro día os traía una selección de libros con los que poner al mal tiempo buena cara, hoy os ofrezco todo lo contrario. Una colección de historias con las que llorar sin disimulo, que a veces también nos hace falta. Llorar es terapéutico, y no lo digo yo, lo dicen varios estudios. Nos relaja, nos hace ser más empáticas e incluso ayuda a controlar hormonas como las endorfinas, la adrenocorticotropina y la prolactina. Seguro que más de una vez, después de una buena llorera, has exclamado aquello de ¡Que a gusto me he quedado!.
Y es que la naturaleza es sabia, y por eso de vez en cuando nos dan ganas de ponernos melancólicas con canciones tristes, con películas dramáticas y con novelas que sabemos que nos van a hacer llorar. Como estas. Un buen puñado de novelas que prometen un terremoto emocional sin que salgamos (demasiado) afectadas. Busca tu lugar de lectura favorito y prepara los pañuelos, que van a hacerte falta.

'Nunca me abandones' de Kazuo Ishiguro

Abandones
Hailsham es, a simple vista, el típico internado inglés. Sus alumnos estudian, practican deportes, se relacionan unos con otros y llevan lo que en apariencia es una vida completamente normal. Solo que no lo es. No tienen padres y nunca podrán tener hijos y su misión en la vida es el secreto de una sociedad distópica que nos hace pensar. Allí crecerán Kathy, Ruth y Tommy y su amor se entrelaza con su terrible futuro de manera inevitable. Nunca me abandones de Kazuo Ishiguro también fue llevada al cine con Keira Knightley y Carey Mulligan como protagonistas pero, como se suele decir, el libro llega mucho más hondo. Está publicado por Anagrama y cuesta 11,90 euros.

'Bajo la misma estrella' de John Green

Bajo La Misma Estrella Alta
Una historia en la que los protagonistas son dos adolescentes enfermos de cáncer por fuerza tiene que emocionar. Eso es lo que ocurre en Bajo la misma estrella de John Green, donde Hazel y Gusquieren llevar una vida normal pero su enfermedad se lo impide. Sin embargo, en vez de lamentarse intentan tomárselo con humor y vivir lo mejor posible dentro de sus limitaciones. Así, viajarán hasta Amsterdam para conocer al autor favorito de Hazel, en una aventura que nunca hubieran imaginado. Se supone que es una lectura juvenil pero ya sabemos que el amor y las lágrimas no tienen edad. Cuesta 17,95 euros y lo ha publicado Nube de Tinta.

'La Habitación' de Emma Donoghue

Room
Jack tiene cinco años y su mundo se reduce a la Habitación. Ahí es donde ha nacido y donde vive su día a día, en un espacio de apenas siete metros cuadrados. Por las noches Mamá lo pone a dormir en el armario, por si el Viejo Nick aparece. La Habitación de Emma Donoghue es el relato conmovedor de un secuestro, pero también una historia de amor y coraje que, desde luego, no deja indiferente a nadie. Escalofriante y tierno a la vez, la tensión te mantendrá pegada a sus páginas hasta el final. Lo ha publicado en España Alfaguara y cuesta 19,95 euros.

'La carretera' de Cormac McCarthy

Carretera
El futuro es un lugar terrible, o al menos eso es lo que nos muestra La carretera de Cormac McCarthy. En una tierra devastada por un holocausto nuclear un padre y su hijo emprenden un aterrador viaje en pos de la supervivencia. Acuciados por el hambre, el frío y bandas de caníbales siguen la carretera en busca del sur, mientras el padre rememora su infancia en los mismos sitios que ahora presentan un vacío desolador. Además, si te apetece ver a Viggo Mortensen (¿por qué no?) también hay una versión cinematográfica de este Premio Pulitzer imprescindible. Cuesta 7,95 eurosy lo ha publicado Mondadori.

'La llave de Sarah' de Tatiana de Rosnay

Llave
Con La llave de Sarah de Tatiana de Rosnay viajamos hasta el pasado. Concretamente hasta 1942, en el París ocupado por los nazis. Más de trece mil judíos son apresados y Sarah, intentando salvar a su pequeño hermano Michel, lo encierra en un armario con llave, creyendo que volverán en unas horas, sin saber que los conducirán a un campo de concentración. En 2002, Julia, una periodista americana que vive en París desde hace más de veinte años, recibe el encargo de escribir sobre este vergonzoso episodio de la historia francesa, sin saber que le llevará hasta la historia de Sarah y de la familia de su propio marido. Lo ha publicado Suma de Letras, cuesta 19 euros y sí, también puedes ver la película por si no tienes suficiente con el libro.

'Namiko' de Tokutomi Roka

Namiko
Si Japón os parece exótico, intentad imaginarlo en el siglo XIX. Es entonces cuando sucede la historia de Namiko, una joven que quedó huérfana siendo una niña y ha sido vejada de manera continua por su madrastra. Sin embargo, ahora ha encontrado el amor y su matrimonio con un joven capitán promete llenarla de dicha. Pero, como suele ocurrir, las cosas no suceden como esperaba y la tensa actitud de su suegra y sus problemas de salud nos llevarán hasta un final trágico e inimaginable hoy en día. Confieso que con Namiko de Tokutomi Roka viví uno de los momentos más tristes de mi vida lectora, llorando sin consuelo en el tren. Está publicado por Satori, una extraordinaria editorial especializada en literatura japonesa, y cuesta 23 euros.

'Expiación' de Ian McEwan

Atone
Estamos en el día más caluroso de 1935 y en la mansión de los Tallis se espera la llegada de su hijoLeon. Su hermana Briony, con trece años, adora a su hermano y no ve el momento de verlo aparecer. Mientras, se entretiene observando a su hermana mayor Cecilia y a Robbie, el hijo de la criada, entre los que parece haber una extraña tensión. Expiación de Ian McEwan nos trae una historia de mentiras y sus terribles consecuencias, de cómo nuestros actos afectan a las vidas de los demás de manera que no alcanzamos siquiera a imaginar. Está publicado por Anagrama y cuesta10,90 eurosKeira Knightley repite en esta lista y es que sus personajes suelen ser muy literarios.

'Wonder. La lección de August' de R.J. Palacio

La Leccion De August Alta
August quiere ser un chico normal, pero su cara llama la atención sin que pueda evitarlo, por mucho que se deje flequillo o siempre vaya mirando al suelo. Ahora, sin embargo, todo va a cambiar, porque, por primera vez, August tendrá que ir a la escuela y deberá enfrentarse al cruel mundo real. August aprenderá la mayor lección de su vida, aquella que le enseñará a aceptarse tal y como es y sobrevivir a las adversidades. Wonder. La lección de August de R.J. Palacio es una novela conmovedora que te hará pensar en la manera en la que tratamos a los demás guiándonos sólo por su aspecto. Está publicada por Nube de Tinta, cuesta 14,95 euros y aunque se supone que está enfocada a un público juvenil es una de esas historias que todos deberíamos leer.

'La Ciudad de la Alegría' de dominique Lapierre

Alegria
La Ciudad de la Alegría de Dominique Lapierre es sin duda un clásico dentro de la literatura de denuncia. A medio camino entre la novela y el ensayo, el autor nos lleva hasta Calcuta y sus barrios de chabolas, donde la miseria se codea con la alegría, la belleza con la enfermedad. Sus protagonistas serán el misionero francés Paul Lambert, el médico norteamericano Max Loeb y la familia Pal, que han emigrado del campo a la ciudad en busca de un futuro mejor para sus hijos. Un libro duro pero necesario para salir aunque sea a través de la lectura de nuestra acomodada realidad. Lo ha publicado Planeta y cuesta 19,50 euros. Además, hay una versión cinematográfica conPatrick Swayze en sus mejores tiempos, aunque para ser honestos, el parecido con el libro es mínimo.

'La casa de la muerte' de Sarah Pinborough

Casa De La Muerte
Sí, otra historia que se supone que es para adolescentes y con la que he llorado como si no hubiera un mañana. La casa de la muerte de Sarah Pinborough es la historia de Toby, que lleva una vida normal hasta que un análisis de sangre revela que está contaminado. Será separado de su familia y llevado hasta una casa en medio de ninguna parte, donde vivirá junto a otros niños a la espera de que la terrible enfermedad muestre su cara. Sin embargo, la llegada de Clara, una chica vitalista y espontánea, cambiará todo su mundo y el de la casa. Está publicado por Runas, la filial de ciencia ficción de Alianza, aunque aquí el género es lo menos importante. Una historia de amor y muerte, que te costará 16 euros.

'Mil soles espléndidos' de Khaled Hosseini

Mil Soles Esplendidos Imprimir 300 Dpi
Khaled Hosseini saltó a la fama con Cometas en el cielo, una historia de amistad en Afganistán que conquistó nuestros corazones. En Mil soles espléndidos volvemos a Afganistán, pero esta vez de la mano de dos mujeres de orígenes muy diferentes. Mariam y Laila, las protagonistas de esta historia deberán enfrentarse al horror de la vida femenina en este país pero juntas se enfrentarán a las experiencias que les ha tocado vivir, creando un vínculo indestructible que las unirá frente a todo y todos. Una historia para pensar en los derechos que damos por supuesto, para tomar conciencia de lo mucho que nos queda por avanzar. Lo ha publicado Salamandra y cuesta 21,50 euros.
¿Y a ti que libros te han hecho llorar?

martes, 20 de octubre de 2015

El baile de los solteros de Pierre Bourdieu

En Scribd texto completo
https://es.scribd.com/doc/167489180/Bourdieu-Pierre-El-Baile-de-Los-Solteros


"El baile de los solteros" de Pierre Bourdieu


A 318
Pierre Bourdieu pasó sus primeros años en un pueblo conocido por su arcaísmo y del que más tarde se ocuparía en uno de sus primeros estudios de etnografía: «Soltería y condición campesina» (1962). Este artículo y «Las estrategias matrimoniales en el sistema de reproducción» (1972) y «Reproducción prohibida. La dimensión simbólica de la dominación económica» (1989) son los tres ejes que vertebran este libro. Bourdieu encarrila su análisis partiendo de una pregunta clave: ¿cómo es posible que, en una sociedad asentada tradicionalmente sobre el derecho de los primogénitos, sean éstos los que se queden solteros? La respuesta se relaciona con los cambios de costumbres impuestos por la vida moderna que han vuelto obsoletos los usos tradicionales. A lo largo de estos trabajos, Bourdieu vuelve a mostrar el valor fundamental de conceptos como habitus, estrategia o dominación simbólica.

lunes, 19 de octubre de 2015

"Ay Enrique" de Elvira Orphee

http://audioteca.cultura.gob.ar/web/playcuento.php?id=31#

Un padre de familia de Anton Chejov




Lo que voy a referir sucede generalmente después de una pérdida al juego o una borrachera o un ataque de catarro estomacal. Stefan Stefanovitch Gilin se despierta de muy mal humor. Refunfuña, frunce las cejas, se le eriza el pelo; su rostro es cetrino; diríase que lo han ofendido o que algo le inspira repugnancia. Se viste despacio, bebe su agua de Vichy y va de una habitación a otra.-Quisiera yo saber quién es el animal que nos cierra las puertas. ¡Que quiten de ahí ese papel! Tenemos veinte criados, y hay menos orden que en una taberna. ¿Quién llama? ¡Que el demonio se lleve a quien viene!
Su mujer le advierte:
-Pero si es la comadrona que cuidaba a nuestra Fedia.
-¿A qué ha venido? ¿A comer de balde?
-No hay modo de comprenderte, Stefan Stefanovitch; tú mismo la invitaste, y ahora te enfadas.
-Yo no me enfado; me limito a hacerlo constar. Y tú, ¿por qué no te ocupas en algo? Es imposible estar sentado, con las manos cruzadas y disputando. Estas mujeres son incomprensibles. ¿Cómo pueden pasar días enteros en la ociosidad? El marido trabaja como un buey, como una bestia de carga, y la mujer, la compañera de la vida, permanece sentada como una muñequita; no se dedica a nada; sólo busca la ocasión de querellarse con su marido. Es ya tiempo de que dejes esos hábitos de señorita; tú no eres una señorita; tú eres una esposa, una madre. ¡Ah! ¿Vuelves la cabeza? ¿Te duele oír las verdades amargas?
-Es extraordinario. Esas verdades amargas las dices sólo cuando te duele el hígado.
-¿Quieres buscarme las cosquillas?
-¿Dónde estuviste anoche? ¿Fuiste a jugar a casa de algún amigo?
-Aunque fuera así, nadie tiene nada que ver con ello. Yo no debo rendir cuentas a quienquiera que sea. Si pierdo, no pierdo más que mi dinero. Lo que se gasta en esta casa y lo que yo gasto a mí pertenecen. ¿Lo entiende usted?, me pertenece.
En el mismo tono prosigue incansablemente. Pero nunca Stefan Stefanovitch aparece tan severo, tan justo y tan virtuoso como durante la comida, cuando toda la familia está en derredor suyo. Cierta actitud se inicia desde la sopa. Traga la primera cucharada, hace una mueca y cesa de comer.
-¡Es horroroso! -murmura-; tendré que comer en el restaurante.
-¿Qué hay? -pregunta su mujercita-. La sopa, ¿no está buena?
- No. Hace falta tener paladar de perro para tragar esta sopa. Está salada. Huele a trapo. Las cebollas flotan deshechas en trozos diminutos semejantes a insectos... Es increíble. Amfisa Ivanova -exclamó dirigiéndose a la comadrona-. Diariamente doy una buena cantidad de dinero para los víveres; me privo de todo, y vea cómo se me alimenta. Seguramente hay el propósito de que deje mi empleo y que yo mismo me meta a guisar.
-La sopa está hoy muy sabrosa -hace notar la institutriz.
-¿Sí? ¿Le parece a usted? -replica Gilin, mirándola fijamente-. Después de todo, cada uno tiene su gusto particular; y debo advertir que nuestros gustos son completamente diferentes. A usted, por ejemplo, ¿le gustan los modales de este mozuelo?
Gilin, con un gesto dramático, señala a su hijo y añade:
-Usted se halla encantada con él, y yo simplemente me indigno.
Fedia, niño de siete años, pálido, enfermizo, cesa de comer y abate los ojos. Su cara se pone lívida.
-Usted -agrega Stefan Stefanovitch- está encantada; mas yo me indigno de veras. Quién lleva la casa lo ignoro; mas me atrevo a pensar que yo, como padre que soy, conozco mejor a mi hijo que usted. Observe usted, observe cómo se sienta. ¿Son esos los modales de un niño bien criado? ¡Siéntate bien!
Fedia levanta la cabeza, estira el cuello y se figura estar más derecho. Sus ojos se inundan de lágrimas.
-¡Come! ¡Toma la cuchara como te han enseñado. ¡Espera! Yo te enseñaré lo que has de hacer, mal muchacho. No te atreves a mirar. ¡Mírame de frente!
Fedia procura mirarlo de frente; pero sus facciones tiemblan y las lágrimas afluyen a sus ojos con mayor abundancia.
-¡Vas a llorar! ¿Eres culpable y aun lloras? Colócate en un rincón, ¡bruto!
-¡Déjale, al menos, que acabe de comer! - interrumpe la esposa.
-¡Que se quede sin comida! Gaznápiros de esta especie no tienen derecho a comer.
Fedia, convulso y tembloroso, abandona su asiento, y se sitúa en el ángulo de la pieza.
-Más te castigaré todavía. Si nadie quiere ocuparse de tu educación, soy yo quien se encargará de educarte. Conmigo no te permitirás travesuras, llorar durante la comida, ¡bestia! Hay que trabajar; tu padre trabaja; tú no has de ser más que tu padre. Nadie tiene derecho a comer de balde. Hay que ser un hombre.
-¡Acaba, por Dios! -implora su mujer, hablando en francés-. No nos avergüences ante los extraños. La vieja lo escucha todo y va a referirlo a toda la vecindad.
-Poco me importa lo que digan los extraños -replica Gilin en ruso-. Amfisa Ivanova comprende bien que mis palabras son justas. ¿Te parece a ti que ese ganapán me dé muchos motivos de contentamiento? Oye, pillete, ¿sabes tú cuánto me cuestas? ¿Te imaginas que yo fabrico el dinero, o que me lo dan de balde? ¡No llores! ¡Cállate ya! ¿Me escuchas, o no? ¿Quieres que te dé de palos? ¡Granuja!...
Fedia lanza un chillido y solloza.
-Esto es ya imposible -exclama la madre, levantándose de la mesa y arrojando la servilleta-. No podemos comer tranquilamente. Los manjares se me atragantan.
Se cubre los ojos con un pañuelo y sale del comedor.
-¡Ah!, la señora se ofendió -dice Gilin sonriendo malévolamente-. Es delicada, en verdad, lo es demasiado. ¡Ya lo creo, Amfisa Ivanova! No le gusta a la gente oír las verdades. ¡Seré yo quien acabe por tener la culpa de todo!
Transcurren algunos minutos en completo silencio. Gilin advierte que nadie ha tocado aún la sopa; suspira, se fija en la cara descompuesta y colorada de la institutriz, y le pregunta:
-¿Por qué no come usted, Bárbara Vasiliena? ¡Usted también se habrá ofendido, seguramente! ¿La verdad no es de su agrado? Le pido mil perdones. Yo soy así. Me es imposible mentir. Yo no puedo ser hipócrita. Siempre digo la verdad lisa y llana. Pero noto que aquí mi presencia es desagradable. Cuando yo me hallo presente, nadie se atreve a comer ni a hablar. ¿Por qué no me lo hacen saber? Me marcharé...; me voy...
Gilin se pone en pie, y con aire importante se dirige a la puerta. Al pasar frente a Fedia, que sigue llorando, se detiene, echando atrás la cabeza con arrogancia, y pronuncia estas frases:
-Después de lo ocurrido, puede usted recobrar su libertad. No me interesaré más por su educación. Me lavo las manos. Le pido perdón si, ansiando con toda mi alma su bien, le he molestado, así como a sus educadores. Al mismo tiempo declino para siempre mi responsabilidad por su porvenir.
Fedia solloza con más fuerza. Gilin, cada vez más importante, vuelve la espalda y se retira a una habitación.
Dormido que hubo la siesta, los remordimientos lo asaltan. Se avergüenza de haberse comportado así ante su mujer, ante su hijo, ante Amfisa Ivanova, y hasta teme acordarse de la escena acaecida poco antes. Pero tiene demasiado amor propio y le falta valor para mostrarse sincero, limitándose a refunfuñar.
Al despertar, al día siguiente, se siente muy bien y de buen humor; se lava silbando alegremente. Al entrar en el comedor para desayunarse ve a Fedia, que se levanta y mira a su padre con recelo.
-¿Qué tal, joven? -pregunta Gilin, sentándose-. ¿Qué novedades hay, joven? ¿Todo anda bien?... Ven, chiquitín, besa a tu padre.
Fedia, pálido, serio, se acerca y pone sus labios en la mejilla de su padre. Luego retrocede y torna silencioso a su sitio.
FIN

Family Man (Trailer español)

Amor y letras - Trailer en español HD

Massenet - Meditación de Thais

miércoles, 14 de octubre de 2015

LA COLA DEL GATO de Juan Carlos Dávalos


Don Roque Pérez es el hombre más flemático de Salta. Tiene cuarenta años. Hace veinte que está empleado en una oficina de la casa de Gobierno. Es solterón, metódico, cumplidor y beato.
Su vida es simple y redundante, como el rodar monótono de los días provincianos, o bien como marcha circular y pacífica de un macho de noria.
La historia de este hombre contiene dos etapas, separadas entre sí por un acontecimiento trascendental que dejó en su espíritu una perplejidad perdurable.
La primera etapa comprende su juventud, los diez años que pasó de dependiente en la tienda de Don Pepe Sarratea. La segunda etapa comprende su madurez, sus veinte años de empleado público.
Con una sonrisa indefinible y calmosa, mientras fuma un cigarrillo, don Roque Pérez cuenta su caso a un grupo de oficinistas.
Cuando él era dependiente, dormía en la trastienda. El negocio de Sarratea ocupaba una vieja casuca que todavía existe en una esquina de la plaza.
El dependiente barría la vereda todas las mañanas, plumereaba los estantes y aguardaba al patrón, que se presentaba a las ocho.
Sarratea despachaba personalmente, detrás del mostrador; pero si había que bajar alguna pieza de un alto estante, colocaba la escalera y el dependiente se encaramaba por ella.
A las nueve de la noche, Sarratea despedía a sus contertulios del barrio; guardábase el dinero en el bolsillo y se marchaba a su casa. Entonces el dependiente trancaba las dos puertas de la tienda, rezaba su rosario y se metía en cama.
Una noche entre las noches, Roque Pérez, después de acostarse, dirigió la vista al techo, y vio que colgaba una cola de gato por una rotura del cañizo.
El agujero quedaba perpendicularmente sobre su cabeza, y la cola de gato apuntaba, naturalmente, a sus narices.
-¿Qué será eso?- pensó el dependiente -. ¿Qué será...?
Apagó la vela y se durmió.
Varias noches después del descubrimiento, Roque Pérez volvió a mirar la cola de gato. Al cabo de una hora de contemplación, pensaba: "Que será esa cola...?" Y se decía: "Mañana voy aponer la escalera para ver lo que es..." Y apagaba la vela y se dormía.
Todas las mañanas, al despertar, Roque Pérez se desperezaba y miraba la cola de gato. La miraba todas las noches al acostarse. Y siempre pensaba: "En uno de estos días voy a poner la escalera".
Pero Roque Pérez era indolente, con esa profunda indolencia de los seres palúdicos. El había tenido una idea: aquella cola de gato debía significar algo. Para saber qué era había tiempo.
Así pasaron dos años, y pasaron cinco años, ¡y pasaron diez años...!
El señor Sarratea murió de tabardillo; los herederos liquidaron el negocio, Pérez tuvo que abandonar la vieja casuca.
Salió de allí con quinientos pesos de sueldos economizados y se contrató en la tienda de enfrente.
A poco de esto, alquiló la casa de Sarratea un boticario alemán que llegó a Salta con su mujer. Lo primero que hizo el boticario, naturalmente, fue preocuparse por la limpieza del chiribitil, para instalar su botica.
Un día el boticario entró en la trastienda, y al revisar las paredes y los techos, vio la cola de gato. El alemán llamó a su mujer y le mostró aquello. Pidieron prestada una escalera en la tienda de enfrente. Roque Pérez, en persona, trajo la escalera. El boticario, ayudado por Pérez, la afianzó sobre un cajón para que alcanzase al techo, y se trepó.
Mientras el pobre Roque sostenía la escalera, el boticario, allá arriba, asió de la cola, tiró y cayó al suelo una moneda de oro. Tiró más, y cayeron algunos cascotes y varias monedas. Luego, metiendo el brazo en un agujero del techo, sacó un zurrón lleno de onzas de oro, y se lo arrojó a su mujer. Buscó más, y encontró otro zurrón, y cargando el pesado fardo, bajó al suelo.
- Bueno - dijo el alemán todo sofocado, entregándole a Pérez una monedita -; aquí tiene usted su propina. Y gracias por la escalera.
Ahora, don Roque, ante la rueda de empleados, da un chupón formidable a su cigarrillo, sonríe con calma, y con las barbas llenas de humo, dice:
- Entonces fue cuando comprendí que mi destino era ser empleado público.

De: "Cuentos y Relatos del Norte Argentino".

 http://www.folkloredelnorte.com.ar/literatura/antolog.htm

"Última noche en Gran Hotel" (La Sexta Noticias)

Eraserhead Trailer

Prejuicios (Osvaldo) - Arbol

¿Qué es lo siniestro?


Suspendido por la filosofía y retomado por la psicología, lo siniestro es experimentado por todos. Pero, ¿qué nombra aquello que seduce y a la vez repulsa? Aquí se siguen las huellas que este tema deja en las obras del cineasta David Lynch, del pintor Mark Ryden y de la escritora María del Carril.

Por: Por Pablo Maurette
TERCIOPELO AZUL, como otras películas de David Lynch, mantiene la ambivalencia como el elemento central y irresoluble.
La cuestión de lo siniestro es una de las grandes cuentas pendientes de la filosofía. Schelling intentó enfrentar el problema de una dilucidación estrictamente filosófica del concepto, pero luego de proponer su famosa definición, desistió y pasó a otro tema. Dijo Schelling: "Lo siniestro (das Unheimliche) nombra todo aquello que debió haber permanecido en secreto, escondido, y sin embargo ha salido a la luz". En 1906, Ernst Jentsch escribió un ensayo sobre la psicología de lo siniestro que sirvió de inspiración a Freud para producir, en 1919, su famoso "Das Unheimliche". Freud comienza el ensayo aclarando que no es común que la psicología se ocupe de cuestiones de estética. El problema de lo siniestro debe ser abordado desde la estética, supone Freud y no se equivoca. Acaso una investigación de la ontología de lo siniestro sea una aventura demasiado espantosa, un auténtico descenso a los infiernos como el que proponía Plotino a quien quisiese conocer la verdadera naturaleza de la materia, el Primer Mal. La estética es la rama de la filosofía más afecta a la metáfora y la metonimia y quizás por esto la más indicada para aventurarse a elucidar el problema de lo siniestro. De alguna manera lo siniestro ya acechaba en la región de lo sublime explorada por Burke y por Kant, en la experiencia inquietante y abrumadora de lo desproporcionado, de lo informe, de lo oscuro, del mar embravecido y de los acantilados rocosos. Los griegos lo experimentaban en las epifanías terroríficas de sus dioses, los judíos en la prohibición de nombrar a Dios, los cristianos en la provincia de los demonios.

Gracias a un análisis filológico exhaustivo, Freud descubre la clave para comprender lo siniestro. En alemán, unheimlich (literalmente, "inhóspito") quiere decir muchas cosas, tan generosa es la semántica de este término que en su definición incluye también a su mismísimo antónimo: heimlich. Heimlich puede referirse a algo que nos resulta familiar, agradable, pero también a algo que está oculto, a algo unheimlich. Un miedo de la infancia que hemos olvidado y que vuelve a asolarnos con su terrible rostro familiar, el cadáver de un ser amado, que a un tiempo es y no es la persona que quisimos. Se entiende entonces que lo siniestro genere atracción y repulsión a la vez, miedo y familiaridad, comodidad e incomodidad. Pero todo esto dice muy poco, es preciso buscar las huellas de lo siniestro en el arte.

La dialéctica en Lynch

El síndrome de Korsakow es una enfermedad que afecta en general a alcohólicos y drogadictos y que hace que los recuerdos perdidos por la atrofia cerebral sean reemplazados por fantasías e invenciones alucinantes. Para David Lynch (Montana, 1946) todos, en mayor o menor medida, padecemos de este síndrome. Los hombres hacemos el mal constantemente, reflexiona Lynch, y nos resultaría demasiado difícil seguir adelante si tuviéramos que lidiar con ello y arrastrar el peso creciente de nuestras faltas, de modo que tergiversamos los recuerdos, inventamos, hacemos del pasado –y del presente– una ficción que nos satisfaga y seguimos viviendo. Estas ficciones que nos ayudan a vivir sin remordimientos se acumulan como capas geológicas sobre nuestros rostros, una máscara sobre la otra, hasta formar una cara estándar, un rictus aséptico que nos permite movernos por el mundo con comodidad. Lynch ve que esto sucede todos los días, producto de las faltas más insignificantes, pero también de las más espantosas; ésta es la materia prima que nutre su arte.

La dialéctica de lo siniestro en David Lynch se articula en el movimiento de aparición y desaparición intermitente del rostro deformado por el pecado, la culpa y la inconsciencia, que se alterna con la aparición y desaparición de la máscara cotidiana. EnEraserhead (1977), el director presenta la sátira grotesca de una familia normal, que es en realidad monstruosa. En El Hombre Elefante (1980) el fenómeno John Merrick con su rostro inefable hace las veces de espejo invertido, donde se refleja el cruel horror de la sociedad que lo rechaza. El villano de Terciopelo Azul (1986), interpretado por un escalofriante Dennis Hopper, alterna momentos de inenarrable perversidad con exabruptos de llanto y de ternura. Leland Palmer, el padre asesino deTwin Peaks, viola sistemáticamente a su hija Laura escondido tras la máscara del demonio Bob. Por momentos intuye que está haciendo algo terrible y llora desconsoladamente, pero luego vuelve a vestirse de Bob y sonríe y ruge como lobo frente al espejo. Carretera Perdida (1997) es la historia de un hombre que, atormentado por haber matado a su mujer, se transforma en otro. Mulholland Drive (2001) es una reformulación de Carretera Perdida, harto más efectiva y poderosa; la historia de una actriz de poca monta que, despechada y envenenada de celos, manda a matar a una colega. El filme es una larga secuencia de alucinación-sueño-delirio de la protagonista que se imagina que en realidad todo fue al revés y fue la otra quien la odiaba y quiso matarla.

Pero lo más interesante de esta caracterización de lo siniestro es que conserva el elemento de ambivalencia como factor fundamental, pero también irresoluble, de la experiencia de lo Unheimlich. Nunca sabremos si Leland se vestía de Bob para violar a Laura o si Bob se vestía de Leland para ir a trabajar todos los días.

Ryden y el color

Mark Ryden (Oregon, 1963) fue uno de los adalides del movimiento de retorno a la pintura al óleo que se dio en la costa oeste de Estados Unidos en los años 90. Entre sus obsesiones se cuentan los juguetes antiguos, la carne roja, la iconografía navideña, Abraham Lincoln, la Virgen María, las niñas pequeñas, la numerología y las manos estigmatizadas. La obra de Ryden tiene, sin dudas, firmes raíces en el surrealismo y sería impensable sin el antecedente de Dalí. Sin embargo, Ryden está fuertemente influenciado por el arte pop, por las caricaturas y, sobre todo, por la figura de Lewis Carroll. Este caleidoscopio de influencias y obsesiones se materializa en el lienzo bajo formas escandalosas e inquietantes: niñas devoradas por árboles, tubérculos pariendo conejos de peluche, la muerte vendiendo carne al volante de un camión de helados, manos que sangran a borbotones, la cabeza colosal de Lincoln sobre la cama de una niña, una ninfa albina amamantando a un elefante enano, Santa Claus como un gusano ruso, teletubbies demoníacos inmóviles bajo cielos tormentosos, etcétera.

Pero el secreto de Mark Ryden no está en su imaginación desbordada, ni en su técnica impecable, sino en su manejo del color. Los tonos estridentes y los contrastes furiosos recuerdan a los prerrafaelistas (The Creatrix, 2005; o Slayer, 1999), la nitidez y la textura sobria de sus opacos hace pensar en la escuela flamenca (The Birth, 1994; oWeeping, 2003), sus cielos cenicientos, sus prados verde lavado y sus aguas azul grisáceo revelan una profunda admiración por Botticelli y Bouguereau (Snow White, 1997; o Puella Animo Aureo, 2001).

Los colores nos resultan familiares, también los rostros, agradables y armoniosos, sin embargo la reacción ante cada uno de los cuadros de Ryden es de ligero asco. El contraste entre lo familiar y lo terrible es a la vez sutil y abrupto, los colores son a un tiempo delicados y empalagosos, Ryden produce el efecto ambiguo de lo siniestro como pocos. Su musa inspiradora, Abraham Lincoln, el gran emancipador, el rostro más afable y bondadoso de la historia de los Estados Unidos, aparece una y otra vez en Ryden aislado, desubicado, melancólico, desahuciado, testigo de una verdad terrorífica que nunca descubriremos.

Uno de los óleos más perturbadores de Mark Ryden, Sweat (2005), retrata un grupo de niños tomados de la mano en ronda, bailando alrededor de un extraño ser enorme y algodonado que suda profusamente con cara de pánica ansiedad.

Lo oculto en la superficie

En los cuentos de María del Carril (Buenos Aires, 1976) los personajes también desconocen el sosiego y padecen la cotidianidad como si se tratara de una sucesión de angustiosos estados excepcionales. Humus (2003) incluye la historia de una maestra jardinera que tiene visiones de la Virgen, da charlas en pequeñas parroquias y muere en un horrible accidente de tránsito. La desgarradora historia de Martita –sin duda el cuento que mejor transmite la cosmovisión sórdida y melancólica de María del Carril– trata sobre una chica ingenua e impopular que va a una fiesta de disfraces, deambula toda la noche detrás de una careta de gorila sin que nadie jamás la tome en cuenta y finalmente se va a su casa en remise, feliz de haber alcanzado el epítome del anonimato. Al igual que Martita, los personajes de María del Carril viven prisioneros en el mundo despiadado de la privacidad, condenados a percibir el afuera a través de las pesadas gafas de lo siniestro, irremediablemente extrañados y resignados a la vez, habituados a sus vidas inhóspitas. En El Ultrabosque (2008), la autora vuelve a ocuparse de la mirada furtiva que espía la vida de los otros detrás de la máscara con envidia, fascinación y un ligero asco. El horror de la humillación vuelve a ser protagonista, pero hay también un constante dejo de humor ácido y cruel que delata un mayor grado de autoconciencia en los personajes –y en la autora–. La historia de Rosie, la abuela que observa con horror a su familia como una abeja reina decrépita e implacable, o la de Silvia, la solterona menopáusica que, sentada a la mesa de un bar, envidia las vidas ajenas y coquetea con el mozo, o incluso la de Carmen, una mujer incapaz de expresar simpatía u horror ante su amiga que se ha quedado paralítica. Los personajes delUltrabosque, al igual que los de Humus, experimentan lo siniestro en la repetición constante de una cotidianidad a la que están habituados, pero a la que nunca se acostumbrarán ya que los sigue sorprendiendo y lacerando. Todos y cada uno de ellos detrás de la máscara esconden infinitos tajos que, como herida de muerto, no se cierran, no cicatrizan. En el mundo de María del Carril todo lo que debía haber permanecido oculto sale a luz como sale la sangre de las manos pintadas por Mark Ryden; y seguirá saliendo a la luz una y otra vez, y aun así seguirá siendo terrible.

Acaso la vía más fructífera para hablar de lo siniestro sea el arte porque el arte mismo es inconcebible sin la experiencia de lo siniestro. Como cantaba Rainer Maria Rilke en la primera de las Elegías del Duino (1922): "La belleza no es sino el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar".

lunes, 12 de octubre de 2015

LE SOUFFLEUR DE SONS - SI JE SAVAIS (vidéo intégrale)

Juan in a Million - Primer Trailer (Español)

La terapia del beso


La organización británica Relate con sede en Londres, provee asesoría psicológica en relaciones de pareja y terapia sexual; ellos aseguran que existe una amplia documentación científica donde se demuestran los muchos beneficios de besar a otra persona.
Tal información indica que cuando se besa a la otra persona, se estimula una parte del cerebro, la cual libera oxitocina en el torrente sanguineo, lo que da como resultado un sensación de placer.
La oxitocina es una hormona que interviene además en algunas funciones básicas tales como el enamoramiento, orgasmo, parto y amamantamiento, de igual manera esta relacionada con la afectividad, ternura y el acto de tocar.
Por su parte los besos apasionados provocan la liberación de adrenalina en la sangre, obteniendo un aumento en el ritmo cardíaco, la tensión arterial y el nivel de glucosa en la sangre.
La organización Relate enfatiza que los besos que aportan más beneficios para la salud y para combatir las tristezas no son en los que sólo se juntan los labios, sin que intervenga mucha pasión o emoción.
Mientras "más excitantes" y apasionados sean los besos, "más adrenalina es liberada en la sangre", y mayores son los beneficios para la salud, asegura la organización británica.
La sexóloga británica Denise Knowles quien trabaja como asesora de terapia sexual en Relate, es una ferviente partidaria de que las parejas se besen, pero de tal manera que el otro logre sentir lo mismo que uno y no sólo como un reflejo vacio que no envuelva emociones.
Ella declara que "Es fácil que las parejas se olviden de besarse, pero es una manera muy efectiva de compartir intimidad", dice también que "Se pone mucho énfasis en tener muy buenas relaciones sexuales y muchos se olvidan de que un simple beso es una fácil manera de mantener el contacto".
Knowles habla acerca de que la gente se preocupa más por pagar sus deudas financieras y se olvidan o le restan importancia a las deudas emocionales que se tienen pendientes, por lo tanto ella recomienda que comiencen también a pagarse y que mejor que con un beso.


sábado, 10 de octubre de 2015

ROXETTE EN ESPAÑOL

Roxette - No Sé Si Es Amor (Fan Video)

"Rayuela" de Julio Cortázar (Capítulo 56)


Capítulo 56


    De dónde le vendría la costumbre de andar siempre con piolines en los bolsillos, de juntar hilos de colores y meterlos entre las páginas de los libros, de fabricar toda clase de figuras con esas cosas y goma tragacantos. Mientras arrollaba un piolín negro al picaporte, Oliveira se preguntó si la fragilidad de los hilos no le daba algo así como una perversa satisfacción, y convino en que maybe peut-être y quién te dice. Lo único seguro era que los piolines y los hilos lo alegraban, que nada le parecía más aleccionante que armar por ejemplo un gigantesco dodecaedro transparente, tarea de muchas horas y mucha complicación, para después acercarle un fósforo y ver cómo una llamita de nada iba y venía mientras Gekrepten se-re-tor-cía-las-manos y decía que era una vergüenza quemar algo tan bonito. Difícil explicarle que cuanto más frágil y perecedero el armazón, más libertad para hacerlo y deshacerlo. Los hilos le parecían a Oliveira el único material justificable para sus inventos, y sólo de cuando en cuando, si lo encontraba en la calle, se animaba a usar un pedazo de alambre o algún fleje. Le gustaba que todo lo que hacía estuviera lo más lleno posible de espacio libre, y que el aire entrara y saliera, y sobre todo que saliera; cosas parecidas le ocurrían con los libros, las mujeres y las obligaciones, y no pretendía que Gekrepten o el cardenal primado entendieran esas fiestas.

    Lo de arrollar un piolín negro al picaporte empezó casi un par de horas después, porque entre tanto Oliveira hizo diversas cosas en su pieza y fuera de ella. La idea de las palanganas era clásica y no se sintió en absoluto orgulloso de acatarla, pero en la oscuridad una palangana de agua en el suelo configura una serie de valores defensivos bastante sutiles: sorpresa, tal vez terror, en todo caso la cólera ciega que sigue a la noción de haber metido un zapato de Fanacal o de Tonsa en el agua, y la media por si fuera poco, y que todo eso chorree agua mientras el pie completamente perturbado se agita en la media, y la media en el zapato, como una rata ahogándose o uno de esos pobres tipos que los sultanes celosos tiraban al Bósforo dentro de una bolsa cosida (con piolín, naturalmente: todo acababa por encontrarse, era bastante divertido que la palangana con agua y los piolines se encontraran al final del razonamiento y no al principio, pero aquí Horacio se permitía conjeturar que el orden de los razonamientos no tenía a) que seguir el tiempo físico, el antes y el después, y b) que a lo mejor el razonamiento se había cumplido inconscientemente para llevarlo de la noción de piolín a la de la palangana acuosa). En definitiva, apenas lo analizaba un poco caía en graves sospechas de determinismo; lo mejor era continuar parapetándose sin hacer demasiado caso a las razones o a las preferencias. De todas maneras, ¿qué venía primero, el piolín o la palangana? Como ejecución, la palangana, pero el piolín había sido decidido antes. No valía la pena seguir preocupándose cuando estaba en juego la vida; la obtención de las palanganas era mucho más importante, y la primera media hora consistió en una cautelosa exploración que volvió con cinco palanganas de tamaño mediano, tres escupideras y una lata vacía de dulce de batata, todo ello agrupado bajo el rubro general de palangana. El 18, que estaba despierto, se empeñó en hacerle compañía y Oliveira acabó por aceptar, decidido a echarlo apenas las operaciones defensivas alcanzaran cierta envergadura. Para la parte de los hilos el 18 resultó muy útil, porque apenas lo informó sucintamente de las necesidades estratégicas, entornó sus ojos verdes de una hermosura maligna y dijo que la 6 tenía cajones llenos de hilos de colores. El único problema era que la 6 estaba en la planta baja, en el ala de Remorino, y si Remorino se despertaba se iba a armar una de la gran flauta. El 18 sostenía además que la 6 estaba loca, lo que complicaba la incursión en su aposento. Entornando sus ojos verdes de una hermosura maligna, le propuso a Oliveira que montara guardia en el pasillo mientras él se descalzaba y procedía a incautarse de los hilos, pero a Oliveira le pareció que era ir demasiado lejos y optó por asumir personalmente la responsabilidad de meterse en la pieza de la 6 a esa hora de la noche. Era bastante divertido pensar en responsabilidad mientras se invadía el dormitorio de una muchacha que roncaba boca arriba, expuesta a los peores contratiempos; con los bolsillos y las manos llenos de ovillos de piolín y de hilos de colores, Oliveira se quedó mirándola un momento, pero después se encogió de hombros como para que el mono de la responsabilidad le pesara menos. Al 18, que lo esperaba en su pieza contemplando las palanganas amontonadas sobre la cama, le pareció que Oliveira no había juntado piolines en cantidad suficiente. Entornando sus ojos verdes de una hermosura maligna, sostuvo que para completar eficazmente los preparativos de defensa se necesitaba una buena cantidad de rulemanes y una Heftpistole. La idea de los rulemanes le pareció buena a Oliveira, aunque no tenía una noción precisa de lo que pudieran ser, pero desechó de plano la Heftpistole. El 18 abrió sus ojos verdes de una hermosura maligna y dijo que la Heftpistole no era lo que el doctor se imaginaba (decía "doctor" con el tono necesario para que cualquiera se diese cuenta de que lo hacia por jorobar) pero que en vista de su negativa iba a tratar de conseguir solamente los rulemanes. Oliveira lo dejó irse, esperanzado en que no volviera porque tenía ganas de estar solo. A las dos se iba a levantar Remorino para relevarlo y había que pensar alguna cosa. Si Remorino no lo encontraba en el pasillo iba a venir a buscarlo a su pieza y eso no convenía, a menos de hacer la primera prueba de las defensas a su costa. Rechazó la idea porque las defensas estaban concebidas en previsión de un determinado ataque, y Remorino iba a entrar desde un punto de vista por completo diferente. Ahora sentía cada vez más miedo (y cuando sentía el miedo miraba su reloj pulsera, y el miedo subía con la hora); se puso a fumar, estudiando las posibilidades defensivas de la pieza, y a las dos menos diez fue en persona a despertar a Remorino. Le transmitió un parte que era una joya, con sutiles alteraciones de las hojas de temperatura, la hora de los calmantes y las manifestaciones sindromáticas y eupépticas de los pensionistas del primer piso, de tal manera que Remorino tendría que pasarse casi todo el tiempo ocupado con ellos, mientras los del segundo piso, según el mismo parte, dormían plácidamente y lo único que necesitaban era que nadie los fuese a escorchar en el curso de la noche. Remorino se interesó por saber (sin muchas ganas) si esos cuidados y esos descuidos procedían de la alta autoridad del doctor Ovejero, a lo que Oliveira respondió hipócritamente con el adverbio monosilábico de afirmación adecuado a la circunstancia. Tras de lo cual se separaron amistosamente y Remorino subió bostezando un piso mientras Oliveira subía temblando dos. Pero de ninguna manera iba a aceptar la ayuda de una Heftpistole, y gracias a que consentía en los rulemanes.

    Tuvo todavía un rato de paz, porque el 18 no llegaba y había que ir llenando las palanganas y las escupideras, disponiéndolas en una primera línea de defensa algo más atrás de la primera barrera de hilos (todavía teórica pero ya perfectamente planeada) y ensayando las posibilidades de avance, la eventual caída de la primera línea y la eficacia de la segunda. Entre dos palanganas, Oliveira llenó el lavatorio de agua fría y metió la cara y las manos, se empapó el cuello y el pelo. Fumaba todo el tiempo pero no llegaba ni a la mitad del cigarrillo y ya se iba a la ventana a tirar el pucho y encender otro. Los puchos caían sobre la rayuela y Oliveira calculaba para que cada ojo brillante ardiera un momento sobre diferentes casillas; era divertido. A esa hora le ocurría llenarse de pensamientos ajenos, dona nobis pacem, que el bacán que te acamala tenga pesos duraderos, cosas así, y también de golpe le caían jirones de una materia mental, algo entre noción y sentimiento, por ejemplo que parapetarse era la última de las torpezas, que la sola cosa insensata y por lo tanto experimentable y quizá eficaz hubiera sido atacar en vez de defenderse, asediar en vez de estar ahí temblando y fumando y esperando que el 18 volviera con los rulemanes; pero duraba poco, casi como los cigarrillos, y las manos le temblaban y él sabía que no le quedaba más que eso, y de golpe otro recuerdo que era como una esperanza, una frase donde alguien decía que las horas del sueño y la vigilia no se habían fundido todavía en la unidad, y a eso seguía una risa que él escuchaba como si no fuera suya, y una mueca que en la que se demostraba cumplidamente que esa unidad estaba demasiado lejos y que nada del sueño le valdría en la vigilia o viceversa. Atacar a Traveler como la mejor defensa era una posibilidad, pero significaba invadir lo que él sentía cada vez más como una masa negra, un territorio donde la gente estaba durmiendo y nadie esperaba en absoluto ser atacado a esa hora de la noche y por causas inexistentes en términos de masa negra. Pero mientras lo sentía así, a Oliveira le desagradaba haberlo formulado en términos de masa negra, el sentimiento era como una masa negra pero por culpa de él y no del territorio donde dormía Traveler; por eso era mejor no usar palabras tan negativas como masa negra, y llamarlo territorio a secas , ya que uno acababa siempre llamando de alguna manera a sus sentimientos. Vale decir que frente a su pieza empezaba el territorio, y atacar el territorio era desaconsejable puesto que los motivos del ataque dejaban de tener inteligibilidad o posibilidad de ser intuidos por parte del territorio. En cambio si él se parapetaba en su pieza y Traveler acudía a atacarlo, nadie podría sostener que Traveler ignoraba lo que estaba haciendo, y el atacado por su parte estaba perfectamente al tanto y tomaba sus medidas, precauciones y rulemanes, sea lo q ue fueran estos últimos.

    Entre tanto se podía estar en la ventana fumando, estudiando la disposición de las palanganas acuosas y los hilos, y pensando en la unidad tan puesta a prueba por el conflicto del territorio versus la pieza. A Oliveira le iba a doler siempre no poder hacerse ni siquiera una noción de esa unidad que otras veces llamaban centro, y que a falta de contorno más preciso se reducía a imágenes como la de un grito negro, un kibbutz del deseo (tan lejano ya, ese kibbutz de madrugada y vino tinto) y hasta una vida digna de ese nombre porque (lo sintió mientras tiraba el cigarrillo sobre la casilla cinco) había sido lo bastante infeliz como para poder imaginar la posibilidad de una vida digna al término de diversas indignidades minuciosamente llevadas a cabo. Nada de todo eso podía pensarse, pero en cambio se dejaba sentir en términos de contracción de estómago, territorio, respiración profunda o espasmódica, sudor en la palma de las manos, encendimiento de un cigarrillo, tirón de las tripas, sed, gritos silenciosos que reventaban como masas negras en la garganta (siempre había alguna masa negra en ese juego), ganas de dormir, miedo de dormir, ansiedad, la imagen de una paloma que había sido blanca, trapos de colores en el fondo de lo que podía haber sido un pasaje, Sirio en lo alto de una carpa, y basta, che, basta por favor; pero era bueno haberse sentido profundamente ahí durante un tiempo inconmensurable, sin pensar nada, solamente siendo eso que estaba ahí con una tenaza prendida en el estómago. Eso contra el territorio, la vigilia contra el sueño. Pero decir: la vigilia contra el sueño era ya reingresar en la dialéctica, era corroborar una vez más que no había la más remota esperanza de unidad. Por eso la llegada del 18 con los rulemanes valía como un pretexto excelente para reanudar los preparativos de defensa, a las tres y veinte en punto más o menos.

    El 18 entornó sus ojos verdes de una hermosura maligna y desató una toalla donde traía los rulemanes. Dijo que había espiado a Remorino, y que Remorino tenía tanto trabajo con la 31, el 7 y la 45, que ni pensaría en subir al segundo piso. Lo más probable era que los enfermos se hubieran resistido indignados a las novedades terapéuticas que pretendía aplicarles Remorino, y el reparto de pastillas o inyecciones llevaría su buen rato. De todas maneras a Oliveira le pareció bien no perder más tiempo, y después de indicarle al 18 que dispusiera los rulemanes de la manera más conveniente, se pudo a ensayar la eficacia de las palanganas acuosas, para lo cual fue hasta el pasillo venciendo el miedo que le daba salir de la pieza y meterse en la luz violeta del pasillo, y volvió a entrar con los ojos cerrados, imaginándose Traveler y caminando con los pies un poco hacia afuera como Traveler. Al segundo paso (aunque lo sabía) metió el zapato izquierdo en una escupidera acuosa y al sacarlo de golpe mandó por el aire la escupidera que por suerte cayó sobre la cama y no hizo el menor ruido. El 18, que andaba debajo del escritorio sembrando los rulemanes, se levantó de un salto y entornando sus ojos verdes de una hermosura maligna aconsejó un amontonamiento de rulemanes entre las dos líneas de palanganas, a fin de completar la sorpresa del agua fría con la posibilidad de un resbalón de la madona. Oliveira no dijo nada pero lo dejó hacer, y cuando hubo colocado nuevamente la escupidera acuosa en su sitio, se puso a arrollar un piolín negro en el picaporte. Este piolín lo estiró hasta el escritorio y lo ató al respaldo de la silla; colocando la silla sobre dos patas, apoyada de canto en el borde del escritorio, bastaba querer abrir la puerta para que cayera al suelo. El 18 salió al pasillo para ensayar, y Oliveira sostuvo la silla para evitar el ruido. Empezaba a molestarle la presencia amistosa del 18, que de cuando en cuando entornaba sus ojos verdes de una hermosura maligna y quería contarle la historia de su ingreso en la clínica. Cierto que bastaba con ponerse un dedo delante de la boca para que se callara avergonzado y se quedara cinco minutos de espaldas contra la pared, pero lo mismo Oliveira le regaló un atado nuevo de cigarrillos y le dijo que se fuera a dormir sin hacerse ver por Remorino.

-Yo me quedo con usted, doctor -dijo el 18.

-No, andate. Yo me voy a defender lo más bien.

-Le hacía falta una Heftpistole, yo se lo dije. Pone ganchitos por todos lados, y es mejor para sujetar los piolines.

- Yo me voy a arreglar, viejo -dijo Oliveira-. Andate a dormir, lo mismo te agradezco.

-Bueno, doctor, entonces que le vaya bonito.

-Chau, dormí bien.

-Atenti a los rulemanes, mire que no fallan. Usted los deja como están y ya va a ver.

-De acuerdo

- Si a la final quiere la Heftpistole me avisa, el 16 tiene una.

-Gracias. Chau.

    A las tres y media Oliveira terminó de colocar los hilos. El 18 se había llevado las palabras, o por lo menos eso de mirarse uno a otro de cuando en cuando o alcanzarse un cigarrillo. Casi en la oscuridad, porque había envuelto la lámpara del escritorio con un pulóver verde que se iba chamuscando poco a poco, era raro hacerse la araña yendo de un lado al otro con los hilos, de la cama a la puerta, del lavatorio al ropero, tendiendo cada vez cinco o seis hilos y retrocediendo con mucho cuidado para no pisar los rulemanes. Al final iba a quedar acorralado entre la ventana, un lado del escritorio (colocado en la ochava de la pared, a la derecha) y la cama (pegada a la pared de la izquierda). Entre la puerta y la última línea se tendían sucesivamente los hilos anunciadores (del picaporte a la silla inclinada, del picaporte al cenicero del vermut Martini puesto en el borde del lavatorio, y del picaporte a un cajón del ropero, lleno de libros y papeles, sostenido apenas por el borde), las palanganas acuosas en forma de dos líneas defensivas irregulares, pero orientadas en general de la pared a la izquierda a la de la derecha, o sea desde el lavatorio al ropero la primera línea, y de los pies de la cama a las patas del escritorio la segunda línea. Quedaba apenas un metro libre entre la última serie de palanganas acuosas, sobre la cual se tendían múltiples hilos, y la pared donde se abría la ventana sobre el patio (dos pisos más abajo). Sentándose en el borde del escritorio, Oliveira encendió otro cigarrillo y se puso a mirar por la ventana; en un momento dado se sacó la camisa y la metió debajo del escritorio. Ahora ya no podía beber aunque sintiera sed. Se quedó así, en camiseta, fumando y mirando el patio, pero con la atención fija en la puerta aunque de cuando en cuando se distraía en el momento de tirar el pucho sobre la rayuela. Tan mal no se estaba aunque el borde del escritorio era duro y el olor a quemado del pulóver le daba asco. Terminó por apagar la lámpara y poco a poco vio dibujarse una raya violeta al pie de la puerta, es decir que al llegar Traveler sus zapatillas de goma cortarían en dos sitios la raya violeta, señal involuntaria de que iba a iniciarse el ataque. Cuando Traveler abriera la puerta pasarían varias cosas y podrían pasar muchas otras. Las primeras eran mecánicas y fatales, dentro de la estúpida obediencia del efecto a la causa, de la silla al piolín, del picaporte a la mano, de la mano a la voluntad, de la voluntad a... Y por ahí se pasaba a las otras cosas que podrían ocurrir o no, según que el golpe de la silla en el suelo, la rotura en cinco o seis pedazos del cenicero Martini, y la caída del cajón del ropero, repercutieran de una manera o de otra en Traveler y hasta en el mismo Oliveira porque ahora, mientras encendía otro cigarrillo con el pucho del anterior y tiraba el pucho de manera que cayese en la novena casilla, y lo veía caer en la octava y saltar a la séptima, pucho de mierda, ahora era tal vez el momento de preguntarse qué iba a hacer cuando se abriera la puerta y medio dormitorio se fuera al quinto carajo y se oyera la sorda exclamación de Traveler, si era una exclamación y si era sorda. En el fondo había sido un estúpido al rechazar la Heftpistole, porque aparte de la lámpara que no pesaba nada, y de la silla, en el rincón de la ventana no había absolutamente el menor arsenal defensivo, y con la lámpara y la silla no iría demasiado lejos si Traveler conseguía quebrar las dos líneas de palanganas acuosas y se salvaba de patinar en los rulemanes. Pero no lo conseguiría, toda la estrategia estaba en eso; las armas de la defensa no podían ser de la misma naturaleza que las armas de la ofensiva. Los hilos, por ejemplo, a Traveler le iban a producir una impresión terrible cuando avanzara en la oscuridad y sintiera crecer como una sutil resistencia contra su cara, en los brazos y en las piernas, y le naciera ese asco insuperable del hombre que se enreda en una tela de araña. Suponiendo que en dos saltos arrancara todos los hilos, suponiendo que no metiera un zapato en una palangana acuosa y que no patinara en un rulemán, llegaría finalmente al sector de la ventana y a pesar de la oscuridad reconocería la silueta inmóvil en el borde del escritorio. Era remotamente probable que llegara hasta ahí, pero si llegaba, no cabía duda de que a Oliveira le iba a ser por completo inútil una Heftpistole, no tanto por el hecho de que el 18 había hablado de unos ganchitos, sino porque no iba a haber un encuentro como quizá se lo imaginara Traveler sino una cosa totalmente distinta, algo que él era incapaz de imaginarse pero que sabía con tanta certeza como si lo estuviera viendo o viviendo, un resbalar de la masa negra que venía de fuera contra eso que él sabía sin saber, un desencuentro incalculable entre la masa negra Traveler y eso ahí en el escritorio fumando. Algo como la vigilia contra el sueño (las horas del sueño y la vigilia, había dicho alguien un día, no se habían fundido todavía en la unidad), pero decir vigilia contra sueño era admitir hasta el final que no existía esperanza alguna de unidad. En cambio podía suceder que la llegada de Traveler fuera como un punto extremo desde el cual intentar una vez más el salto de lo uno en lo otro y a la vez de lo otro en lo uno, pero precisamente ese salto sería lo contrario de un choque, Oliveira estaba seguro de que el territorio Traveler no podía llegar hasta él aunque le cayera encima, lo golpeara, le arrancase la camisa a tirones, le escupiera en los ojos y en la boca, le retorciera los brazos y lo tirara por la ventana. Si una Heftpistole era por completo ineficaz contra el territorio, puesto que según el 18 venía a ser una abrochadora o algo por el estilo, ¿qué valor podía tener un cuchillo Traveler o un puñetazo Traveler, pobres Heftpistole inadecuadas para salvar la insalvable distancia de un cuerpo a cuerpo en el que un cuerpo empezaría por negar al otro, o el otro al uno? Si de hecho Traveler podía matarlo (y por algo tenía él la boca seca y las palmas de las manos le sudaban abominablemente), todo lo movía a negar esa posibilidad en un plano en que su ocurrencia de hecho no tuviera confirmación más que para el asesino. Pero mejor todavía era sentir que el asesino no era un asesino, que el territorio ni siquiera era un territorio, adelgazar y minimizar y subestimar el territorio para que de tanta zarzuela y tanto cenicero rompiéndose en el piso no quedara más que ruido y consecuencias despreciables. Si se afirmaba (luchando contra el miedo) en ese total extrañamiento con relación al territorio, la defensa era entonces el mejor de los ataques, la peor puñalada nacería del cabo y no de la hoja. Pero qué se ganaba con metáforas a esa hora de la noche cuando lo único sensatamente insensato era dejar que los ojos vigilaran la línea violácea a los pies de la puerta, esa raya termométrica del territorio.

    A las cuatro menos diez Oliveira se enderezó, moviendo los hombros para desentumecerse, y fue a sentarse en el antepecho de la ventana. Le hacía gracia pensar que si hubiera tenido la suerte de volverse loco esa noche, la liquidación del territorio Traveler hubiera sido absoluta. Solución en nada de acuerdo con su soberbia y su intención de resistir a cualquier forma de entrega. De todas maneras, imaginarse a Ferraguto inscribiéndolo en el registro de pacientes, poniéndole un número en la puerta y un ojo mágico para espiarlo de noche... Y Talita preparándole sellos en la farmacia, pasando por el patio con mucho cuidado para no pisar la rayuela. Sin hablar de Manú, el pobre, terriblemente desconsolado de su torpeza y su absurda tentativa. Dando la espalda al patio, hamacándose peligrosamente en el antepecho de la ventana, Oliveira sintió que el miedo empezaba a irse, y que eso era malo. No sacaba los ojos de la raya de luz, pero a cada respiración le entraba un contento por fin sin palabras, sin nada que ver con el territorio, y la alegría era precisamente eso, sentir cómo iba cediendo el territorio. No importaba hasta cuándo, con cada inspiración el aire caliente del mundo se reconciliaba con él como ya había ocurrido una que otra vez en su vida. Ni siquiera le hacía falta fumar, por unos minutos había hecho la paz consigo mismo y eso equivalía a abolir el territorio, a vencer sin batalla y a querer dormirse por fin en el despertar, en ese filo donde la vigilia y el sueño mezclaban las primeras aguas y descubrían que no había aguas diferentes; pero eso era malo, naturalmente, naturalmente todo eso tenía que verse interrumpido por la brusca interposición de dos sectores negros a media distancia de la raya de luz violácea, y un arañar prolijito en la puerta. "Vos te la buscaste", pensó Oliveira resbalando hasta pegarse al escritorio. "La verdad es que si hubiera seguido un momento más así me caigo de cabeza en la rayuela. Entrá de una vez, Manú, total no existís o no existo yo, o somos tan imbéciles que creemos en esto y nos vamos a matar, hermano, esta vez es la vencida, no hay tu tía."

-Entrá nomás- repitió en voz alta, pero la puerta no se abrió. Seguían arañando suave, a lo mejor era pura coincidencia que abajo hubiera alguien al lado de la fuente, una mujer de espaldas, con el pelo largo y los brazos caídos, absorta en la contemplación del chorrito de agua. A esa hora y con esa oscuridad lo mismo hubiera podido ser la Maga que Talita o cualquiera de las locas, hasta Pola si uno se ponía a pensarlo. Nada le impedía mirar a la mujer de espaldas puesto que si Traveler se decidía a entrar las defensas funcionarían automáticamente y habría tiempo de sobra para dejar de mirar el patio y hacerle frente. De todas maneras era bastante raro que Traveler siguiera arañando la puerta como para cerciorarse de si él estaba durmiendo (no podía ser Pola, porque Pola tenía el cuello más corto y las caderas más definidas), a menos que también por su parte hubiera puesto en pie un sistema especial de ataque (podían ser la Maga o Talita, se parecían tanto y mucho más de noche y desde un segundo piso) destinado a-sacarlo-de-sus-casillas (por lo menos de la una hasta la ocho, no llegaría jamás al Cielo, no entraría jamás en su kibbutz) "Qué esperás, Manú", pensó Oliveira. "De qué nos sirve todo esto." Era Talita, por supuesto, que ahora miraba hacia arriba y se quedaba de nuevo inmóvil cuando él sacó el brazo desnudo por la ventana y lo movió cansadamente de un lado a otro.

-Acercate, Maga -dijo Oliveira-. Desde aquí sos tan parecida que se te puede cambiar el nombre.

-Cerrá esa ventana, Horacio -pidió Talita.

-Imposible, hace un calor tremendo y tu marido está ahí arañando la puerta que da miedo. Es lo que llaman un conjunto de circunstancias enojosas. Pero no te preocupés, agarrá una piedrita y ensayá de nuevo, quién te dice que es una...

    El cajón, el cenicero y la silla se estrellaron al mismo tiempo en el suelo. Agachándose un poco, Oliveira miró enceguecido el rectángulo violeta que reemplazaba la puerta, la mancha negra moviéndose, oyó la maldición de Traveler. El ruido debía haber despertado a medio mundo.

-Mirá que sos infeliz -dijo Traveler, inmóvil en la puerta-, ¿Pero vos querés que el Dire nos raje a todos?

-Me está sermoneando -le informó Oliveira a Talita-. Siempre fue como un padre para mí.

-Cerrá la ventana, por favor -dijo Talita.

-No hay nada más necesario que una ventana abierta -dijo Oliveira-. Oílo a tu maridoo, se nota que metió un pie en el agua. Seguro que tiene la cara llena de piolines, no sabe qué hacer.

-La puta que te parió -decía Traveler manoteando en la oscuridad y sacándose piolines por todas partes-. Encendé la luz, carajo.

-Todavía no se fue al suelo -informó Oliveira-. Me esttán fallando los rulemanes.

-¡No te asomés así! -gritó Talita, levantando los brazos. De espaldas a la ventana, con la cabeza ladeada para verla y hablarle, Oliveira se inclinaba cada vez más hacia atrás. La Cuca Ferraguto salía corriendo al patio, y sólo en ese momento Oliveira se dio cuenta de que ya no era de noche, la bata de la Cuca tenía el mismo color de las piedras del patio, de las paredes de la farmacia. Consintiéndose un reconocimiento del frente de guerra, miró hacia la oscuridad y se percató de que a pesar de sus dificultades ofensivas, Traveler había optado por cerrar la puerta. Oyó, entre maldiciones, el ruido de la falleba.

-Así me gusta, che -dijo Oliveira-. Solitos en el ring como dos hombres.

-Me cago en tu alma -dijo Traveler enfurecido-. Tengo una zapatilla hecha sopa, y es lo que más asco me da en el mundo. Por lo menos encendé la luz, no se ve nada.

-La sorpresa de Cancha Rayada fue algo por el estilo -dijo Oliveira-. Comprenderás quue no voy a sacrificar las ventajas de mi posición. Gracias que te contesto, porque ni eso debería. Yo también he ido al Tiro Federal, hermano.

    Oyó respirar pesadamente a Traveler. Afuera se golpeaban puertas, la voz de Ferraguto se mezclaba con otras preguntas y respuestas. La silueta de Traveler se volvía cada vez más visible; todo sacaba número y se ponía en su lugar, cinco palanganas, tres escupideras, decenas de rulemanes. Ya casi podían mirarse en esa luz que era como la paloma entre las manos de loco.

-En fin -dijo Traveler levantando la silla caída y sentándose sin ganas-. Si me pudieras explicar un poco este quilombo.

-Va a ser más bien difícil, che. Hablar, vos sabés...

-Vos para hablar te buscás unos momentos que son para no creerlo -dijo Traveler rabioso-. Cuando no estamos a caballo en dos tablones con cuarenta y cinco a la sombra, me agarrás con un pie en el agua y esos piolines asquerosos.

-Pero siempre en posiciones simétricas -dijo Oliveira-. Como dos mellizos que juegan en un sube y baja, o simplemente como cualquiera delante del espejo. ¿No te llama la atención, doppelgänger?

    Sin contestar Traveler sacó un cigarrillo del bolsillo del piyama y lo encendió, mientras Oliveira sacaba otro y lo encendía casi al mismo tiempo. Se miraron y se pusieron a reír.

-Estás completamente chiflado -dijo Traveler-. Esta vez no hay vuelta que darle. Mirá que imaginarte que yo...

-Dejá la palabra imaginación en paz -dijo Oliveira-. Limitate a observar que tomé mis precauciones, pero que vos viniste. No otro. Vos. A las cuatro de la mañana.

-Talita me dijo, y me pareció... ¿Pero vos realmente creés...?

-A lo mejor en el fondo es necesario, Manú. Vos pensás que te levantaste para venir a calmarme, a darme seguridades. Si yo hubiese estado durmiendo habrías entrado sin inconveniente, como cualquiera que se acerca al espejo sin dificultades, claro, se acerca tranquilamente al espejo con la brocha en la mano, y ponele que en vez de la brocha fuera eso que tenés ahí en el piyama...

-Lo llevo siempre, che -dijo Traveler indignado-. ¿O te creés que estamos en un jardín de infantes, aquí? Si vos andás desarmado es porque sos un inconsciente.

-En fin -dijo Oliveira, sentándose otra vez en el borde de la ventana y saludando con la mano a Talita y a la Cuca-, lo que yo creo de todo esto importa muy poco al lado de lo que tiene que ser, nos guste o no nos guste. Hace tanto que somos el mismo perro dando vueltas y vueltas para morderse la cola. No es que nos odiemos, al contrario. Hay otras cosas que nos usan para jugar, el peón blanco y el peón morocho, algo por el estilo. Digamos dos maneras, necesitadas de que la una quede abolida en la otra y viceversa.

-Yo no te odio -dijo Traveler-. Solamente que me has acorralado a un punto en que ya no sé que hacer.

-Mutatis mutandis , vos me esperaste en el puerto con algo que se parecía a un armisticio, una bandera blanca, una triste incitación al olvido. Yo tampoco te odio, hermano, pero te denuncio, y eso es lo que vos llamás acorralar.

-Yo estoy vivo -dijo Traveler mirándolo en los ojos-. Estar vivo parece siempre el precio de algo. Y vos no querés pagar nada. Nunca lo quisiste. Una especie de cátaro existencial, un puro. O César o nada, esa clase de tajos radicales. ¿Te creés que no te admiro a mi manera? ¿Te creés que no admiro que no te hayas suicidado? El verdadero doppelgänger sos vos, porque estás como descarnado, sos una voluntad en forma de veleta, ahí arriba. Quiero esto, quiero aquello, quiero el norte y el sur y todo al mismo tiempo, quiero a la Maga, quiero a Talita, y entonces el señor se va a visitar la morgue y le planta un beso a la mujer de su mejor amigo. Todo porque se le mezclan las realidades y los recuerdos de una manera sumamente no-euclidiana.

    Oliveira se encogió de hombros pero miró a Traveler para hacerle sentir que no era un gesto de desprecio. Cómo transmitirle algo de eso que en el territorio de enfrente llamaban un beso, un beso a Talita, un beso de él a la Maga o a Pola, ese otro juego de espejos como el juego de volver la cabeza hacia la ventana y mirar a la Maga parada ahí al borde de la rayuela mientras la Cuca y Remorino y Ferraguto, amontonados cerca de la puerta estaban como esperando que Traveler saliera a la ventana y les anunciara que todo iba bien, y que un sello de embutal o a lo mejor un chalequito de fuerza por unas horas, hasta que el muchacho reaccionara de su viaraza. Los golpes en la puerta tampoco contribuían a facilitar la comprensión. Si por lo menos Manú fuera capaz de sentir que nada de lo que estaba pensando tenía sentido del lado de la ventana, que sólo valía del lado de las palanganas y los rulemanes, y si el que golpeaba la puerta con los dos puños se quedara quieto un solo minuto, tal vez entonces... Pero no se podía hacer otra cosa que mirar a la Maga tan hermosa al borde de la rayuela, y desear que impulsara el tejo de una casilla a otra, de la tierra al Cielo.

-...sumamente no-euclidiana.

- Te esperé todo este tiempo -dijo Oliveira cansado-. Comprenderás que no me iba a dejar achurar así nomás. Cada uno sabe lo que tiene que hacer, Manú. Si querés una explicación de lo que pasó allá abajo... solamente que no tendrá nada que ver, y eso vos lo sabés. Lo sabés, doppelgänger, lo sabés. Qué te importa a vos lo del beso, y a ella tampoco le importa nada. La cosa es entre ustedes al fin y al cabo.

-¡Abran! ¡Abran en seguida!

-Se la toman en serio -dijo Traveler, levantándose-. ¿Les abrimos? Debe ser Ovejero.

-Por mí...

-Te va a querer dar una inyección, seguro que Talita alborotó el loquero.

-Las mujeres son la muerte -dijo Oliveira-. Ahí donde la ves, lo más modosita al lado de la rayuela... Mejor no les abrás, Manú, estamos tan bien así.

    Traveler fue hasta la puerta y acercó la boca a la cerradura. Manga de cretinos, por qué no se dejaban de joder con esos gritos de película de miedo. Tanto él como Oliveira estaban perfectamente y ya abrirían cuando fuera el momento. Harían mejor en preparar café para todo el mundo, en esa clínica no se podía vivir.

    Era bastante audible que Ferraguto no estaba nada convencido, pero la voz de Ovejero se le superpuso como un sabio ronroneo persistente, y al final dejaron la puerta en paz. Por el momento la única señal de inquietud era la gente en el patio y las luces del tercer piso que se encendían y apagaban continuamente, alegre costumbre del 43. Al rato no más Ovejero y Ferraguto reaparecieron en el patio, y desde ahí miraron a Oliveira sentado en la ventana, que los saludó excusándose por estar en camiseta. El 18 se había acercado a Ovejero y le estaba explicando algo de la Heftpistole, y Ovejero parecía muy interesado y miraba a Oliveira con atención profesional, como si ya no fuera su mejor contrincante de póker, cosa que a Oliveira le hizo bastante gracia. Se habían abierto casi todas las ventanas del primer piso, y varios enfermos participaban con suma vivacidad en todo lo que estaba sucediendo, que no era gran cosa. La Maga había levantado su brazo derecho para atraer la atención de Oliveira, como si eso fuera necesario, y le estaba pidiendo que llamara a Traveler a la ventana. Oliveira le explicó de la manera más clara que eso era imposible porque la zona de la ventana correspondía exclusivamente a su defensa, pero que tal vez se pudiera pactar una tregua. Agregó que el gesto de llamarlo levantando el brazo lo hacía pensar en actrices del pasado y sobre todo en cantantes de ópera como Emmy Destynn, Melba, Marjorie Lawrence, Muzio, Bori, y por qué no Theda Bara y Nita Naldi, le iba soltando nombres con enorme gusto y Talita bajaba el brazo y después lo volvía a subir suplicando, Eleonora Duse, naturalmente, Vilma Banky, exactamente Garbo, pero claro, y una foto de Sarah Bernhardt que de chico tenía pegada en un cuaderno, y la Karsavina, la Boronova, las mujeres, esos gestos eternos, esa perpetuación del destino aunque en ese caso no fuera posible acceder al amable pedido.

    Ferraguto y la Cuca vociferaban manifestaciones más bien contradictorias cuando Ovejero, que con su cara de dormido lo escuchaba todo, les hizo seña de que se callaran para que Talita pudiera entenderse con Oliveira. Operación que no sirvió de nada porque Oliveira, después de escuchar por séptima vez el pedido de la Maga, les dio la espalda y lo vieron (aunque no podían oírlo) dialogar con el invisible Traveler.

-Fijate que pretenden que vos te asomes.

-Mirá, en todo caso dejame nada más que un segundo. Puedo pasar por debajo de los piolines.

-Macana, che -dijo Oliveira-. Es la última línea de defensa, si la quebrás quedamos en resuelto infighting.

-Está bien -dijo Traveler sentándose en la silla-. Seguí amontonando palabras inútiles.

-No son inútiles -dijo Oliveira-. Si querés venir aquí no tenés necesidad de pedirme permiso. Creo que está claro.

-¿Me jurás que no te vas a tirar?

Oliveira se quedó mirándolo como si Traveler fuera un panda gigante.

-Por fin -dijo-. Se destapó la olla. Ahí abajo la Maga está pensando lo mismo. Y yo que creía que a pesar de todo me conocían un poco.

-No es la Maga -dijo Traveler-. Sabés perfectamente que no es la Maga.

-No es la Maga -dijo Oliveira-. Sé perfectamente que no es la Maga. Y vos sos el abanderado, el heraldo de la rendición, de la vuelta a casa y al orden. Me empezás a dar pena viejo.

-Olvidate de mí -dijo Traveler, amargo-. Lo que quiero es que me des tu palabra de que no vas a hacer esa idiotez.

-Fijate que si me tiro -dijo Oliveira-, voy a caer justo en el Cielo.

-Pasate de este lado, Horacio, y dejame hablar con Ovejero. Yo puedo arreglar las cosas, mañana nadie se va a acordar de esto.

-Lo aprendió en el manual de psiquiatría -dijo Oliveira, casi admirado-. Es un allumno de gran retentiva.

-Escuchá -dijo Traveler-. Si no me dejás asomarme a la ventana voy a tener que abrirles la puerta y va a ser peor.

-Me da igual, una cosa es que entren y otra es que lleguen hasta aquí.

-Querés decir que si tratan de agarrarte vos te vas a tirar.

-Puede ser que de tu lado signifique eso.

-Por favor -dijo Traveler, dando un paso adelante-. ¿No te das cuenta de que es una pesadilla? Van a creer que estás loco de veras, van a creer que realmente yo quería matarte.

    Oliveira se echó un poco más hacia fuera, y Traveler se detuvo a la altura de la segunda línea de palanganas acuosas. Aunque había hecho volar dos rulemanes de una patada, no siguió avanzando. Entre los alaridos de la Cuca y Talita, Oliveira se enderezó lentamente y les hizo una seña tranquilizadora. Como vencido, Traveler arrimó un poco la silla y se sentó. Volvían a golpear la puerta, menos fuerte que antes.

-No te rompás más la cabeza -dijo Oliveira-. ¿Por qué le buscás explicaciones, viejo? La única diferencia real entre vos y yo en este momento es que yo estoy solo. Por eso lo mejor es que bajes a reunirte con los tuyos, y seguimos hablando por la ventana como bueno amigos. A eso de las ocho me pienso mandar mudar, Gekrepten quedó en esperarme con tortas fritas y mate.

-No estás solo, Horacio. Quisieras estar solo por pura vanidad, por hacerte el Maldoror porteño. ¿Hablabas de un doppelgänger, no? Ya ves que alguien te sigue, que alguien es como vos aunque esté del otro lado de tus condenados piolines.

-Es una lástima -dijo Oliveira- que te hagas una idea tan pacata de la vanidad. Ahí está el asunto, hacerte una idea de cualquier cosa, cueste lo que cueste. ¿No sos capaz de intuir un solo segundo que esto puede no ser así?

-Ponele que lo piense. Lo mismo estás hamacándote al lado de la ventana abierta.

-Si realmente sospecharas que esto puede no ser así, si realmente llegaras al corazón del alcaucil... Nadie te pide que niegues lo que estás viendo, pero si solamente fueras capaz de empujar un poquito, comprendés, con la punta del dedo...

-Si fuera tan fácil -dijo Traveler-, si no hubiera más que colgar piolines idiotas... No digo que no hayas dado tu empujón, pero mirá los resultados.

-¿Qué tienen de malo, che? Por lo menos estamos con la ventana abierta y respiramos este amanecer fabuloso, sentí el fresco que sube a esta hora. Y abajo todo el mundo se pasea por el patio, es extraordinario, están haciendo ejercicio sin saberlo. La Cuca, fijate un poco, y el Dire, esa especie de marmota pegajosa. Y tu mujer que es la haraganería misma. Por tu parte no me vas a negar que nunca estuviste tan despierto como ahora. Y cuando digo despierto me entendés, ¿verdad?

-Me pregunto si no será al revés, viejo.

-Oh, esas son las soluciones fáciles, cuentos fantásticos para antologías. Si fueras capaz de ver la cosa por el otro lado a lo mejor ya no te querrías mover de ahí. Si te salieras del territorio, digamos de la casilla una a la dos, o de la dos a la tres... Es tan difícil, doppelgänger, yo me he pasado toda la noche tirando puchos y sin embocar más que la casilla ocho. Todos quisiéramos el reino milenario, una especie de Arcadia donde a lo mejor se sería mucho más desdichado que aquí, porque no se trata de felicidad, doppelgänger, pero donde no habría más ese inmundo juego de sustituciones que nos ocupa cincuenta o sesenta años, y donde nos daríamos de verdad la mano en vez de repetir el gesto del miedo y querer saber si el otro lleva un cuchillo escondido entre los dedos. Hablando de sustituciones, nada me extrañaría que vos y yo fuéramos el mismo, uno de cada lado. Como decís que soy un vanidoso, parece que me he elegido el lado más favorable, pero quién sabe, Manú. Una sola cosa sé y es que de tu lado ya no puedo estar, todo se me rompe entre las manos, hago cada barbaridad que es para volverse loco suponiendo que fuera tan fácil. Pero vos que estás en armonía con el territorio no querés entender este ir y venir, doy un empujón y me pasa algo, entonces cinco mil años de genes echados a peder me tiran para atrás y recaigo en el territorio, chapaleo dos semanas, dos años, quince años... Un día meto un dedo en la costumbre y es increíble cómo el dedo se hunde en la costumbre y asoma por el otro lado, parece que voy a llegar por fin a la última casilla y de golpe una mujer se ahoga, ponele, o me da un ataque, un ataque de piedad al divino botón, porque eso de la piedad... ¿Te hablé de las sustituciones, no? Qué inmundicia, Manú. Consulta a Dostoievski para eso de las sustituciones. En fin, cinco mil años me tiran otra vez para atrás y hay que volver a empezar. Por eso siento que sos mi doppelgänger, porque todo el tiempo estoy yendo y viniendo de tu territorio al mío, si es que llego al mío, y en esos pasajes lastimosos me parece que vos sos mi forma que se queda ahí mirándome con lástima, sos los cinco mil años de hombre amontonados en un metro setenta, mirando a ese payaso que quiere salirse de su casilla. He dicho.

-Déjense de joder -les gritó Traveler a los que golpeaban otra vez la puerta-. Che, en este loquero no se puede hablar tranquilo.

-Sos grande, hermano -dijo Oliveira conmovido.

-De todas maneras -dijo Traveler acercando un poco la silla- no me vas a negar que esta vez se te está yendo la mano. Las transustanciaciones y otras yerbas están muy bien pero tu chiste nos va a costar el empleo a todos, y yo lo siento sobre todo por Talita. Vos podrás hablar todo lo que quieras de la Maga, pero a mi mujer le doy de comer yo.

-Tenés mucha razón -dijo Oliveira-. Uno se olvida de que está empleado y esas cosas. ¿Querés que le hable a Ferraguto? Ahí está al lado de la fuente. Disculpame, Manú, yo no quisiera que la Maga y vos...

-¿Ahora es a propósito que le llamás la Maga? No mientas, Horacio.

-Yo sé que es Talita, pero hace un rato era la Maga. Es las dos, como nosotros.

-Eso se llama locura -dijo Traveler.

-Todo se llama de alguna manera, vos elegís y dale que va. Si me permitís voy a atender un poco a los de afuera, porque están que no dan más.

-Me voy -dijo Traveler, levantándose.

-Es mejor -dijo Oliveira-. Es mucho mejor que te vayas y desde aquí yo hablo con vos y con los otros. Es mucho mejor que te vayas y que no dobles las rodillas como lo estás haciendo, porque yo te voy a explicar exactamente lo que va a suceder, vos que adorás las explicaciones como todo hijo de los cinco mil años. Apenas me saltés encima llevado por tu amistad y tu diagnóstico, yo me voy a hacer a un lado, porque no sé si te acordás de cuando practicaba judo con los muchachos de la calle Anchorena, y el resultado es que vas a seguir viaje por esta ventana y te vas a hacer moco en la casilla cuatro, y eso si tenés suerte porque lo más probable es que no pases de la dos.

Traveler lo miraba, y Oliveira vio que se le llenaban los ojos de lágrimas. Le hizo un gesto como si le acariciara el pelo desde lejos.

Traveler esperó todavía un segundo, y después fue a la puerta y la abrió. Apenas quiso entrar Remorino (detrás se veía a otros dos enfermeros) lo agarró por los hombros y lo echó atrás.

-Déjenlo tranquilo -mandó-. Va a estar bien dentro de un rato. Hay que dejarlo solo, qué tanto joder.

    Prescindiendo del diálogo rápidamente ascendido a tetrálogo, exálogo y dodecálogo, Oliveira cerró los ojos y pensó que todo estaba tan bien así, que realmente Traveler era su hermano.Oyó el golpe de la puerta al cerrarse, las voces que se alejaban. La puerta se volvió a abrir coincidiendo con sus párpados que trabajosamente se levantaban.

-Metele la falleba -dijo Traveler-. No les tengo mucha confianza.

-Gracias -dijo Oliveira-. Bajá al patio, Talita está muy afligida.

    Pasó por debajo de los pocos piolines sobrevivientes y corrió la falleba. Antes de volverse a la ventana metió la cara en el agua del lavatorio y bebió como un animal, tragando y lamiendo y resoplando. Abajo se oían las órdenes de Remorino que mandaba a los enfermos a sus cuartos. Cuando volvió a asomarse, fresco y tranquilo, vio que Traveler estaba al lado de Talita y que le había pasado el brazo por la cintura. Después de lo que acababa de hacer Traveler, todo era como un maravilloso sentimiento de conciliación y no se podía violar esa armonía insensata pero vívida y presente, ya no se la podía falsear, en el fondo Traveler era lo que él hubiera debido ser con un poco menos de maldita imaginación, era el hombre del territorio, el incurable error de la especie descaminada, pero cuánta hermosura en el error y en los cinco mil años de territorio falso y precario, cuánta hermosura en esos ojos que se habían llenado de lágrimas y en esa voz que le había aconsejado: "Metele la falleba, no les tengo mucha confianza", cuánto amor en ese brazo que apretaba la cintura de una mujer. "A lo mejor", pensó Oliveira mientras respondía a los gestos amistosos del doctor Ovejero y de Ferraguto (un poco menos amistoso), "la única manera posible de escapar del territorio era metiéndose en él hasta las cachas". Sabía que apenas insinuara eso (una vez más, eso) iba a entrever la imagen de un hombre llevando del brazo a una vieja por unas calles lluviosas y heladas. "Andá a saber", se dijo. "Andá a saber si no me habré quedado al borde, y a lo mejor había un pasaje. Manú lo hubiera encontrado, seguro, pero lo idiota es que Manú no lo buscará nunca y yo, en cambio..."

-Che Oliveira, ¿por qué no baja a tomar café? -proponía Ferraguto con visible desagrado de Ovejero-. Ya ganó la apuesta, ¿no le parece? Mírela a la Cuca, está más inquieta...

-No se aflija, señora -dijo Oliveira-. Usted, con su experiencia del circo, no se me va a achicar por pavadas.

-Ay, Oliveira, usted y Traveler son terribles -dijo la Cuca-. ¿Por qué no hace como dice mi esposo? Justamente yo pensaba que tomáramos café todos juntos.

-Si, che, vaya bajando -dijo Ovejero como casualmente-. Me gustaría consultarle un par de cosas sobre unos libros en francés.

-De aquí se oye muy bien -dijo Oliveira-.

-Está bien, viejo -dijo Ovejero-. Usted baje cuando quiera, nosotros nos vamos a desayunar.

-Con medialunas fresquitas -dijo la Cuca-. ¿Vamos a preparar café, Talita?

-No sea idiota -dijo Talita, y en el silencio extraordinario que siguió a su admonición, el encuentro de las miradas de Traveler y Oliveira fue como si dos pájaros chocaran en pleno vuelo y cayeran enredados en la casilla nueve, o por lo menos así lo disfrutaron los interesados. A todo esto la Cuca y Ferraguto respiraban agitadamente, y al final la Cuca abrió la boca para chillar: "¿Pero qué significa esa insolencia?", mientras Ferraguto sacaba pecho y miraba de arriba abajo a Traveler que a su vez miraba a su mujer con una mezcla de admiración y censura, hasta que Ovejero encontró la salida científica apropiada y dijo secamente: "Histeria matinensis yugolata, entremos que le voy a dar unos comprimidos", a tiempo que el 18, violando las órdenes de Remorino, salía al patio para anunciar que la 31 estaba descompuesta y que llamaban por teléfono de Mar del Plata. Su expulsión violenta a cargo de Remorino ayudó a que los administradores y Ovejero evacuaran el patio sin excesiva pérdida de prestigio.

-Ay, ay, ay -dijo Oliveira, balanceándose en la ventana-, y yo que creía que las farmacéuticas eran tan educadas.

-¿Vos te das cuenta? -dijo Traveler-. Estuvo gloriosa.

-Se sacrificó por mí -dijo Oliveira-. La otra no se lo va a perdonar ni en el lecho de muerte.

-Para lo que me importa -dijo Talita-. "Con medialunas fresquitas", date cuenta un poco.

-¿Y Ovejero, entonces? -dijo Traveler-. ¡Libros en francés! Che, pero lo único que faltaba era que te quisieran tentar con una banana. Me asombra que no los hayas mandado al cuerno.

    Era así, la armonía duraba increíblemente, no había palabras para contestar a la bondad de esos dos ahí abajo, mirándolo y hablándole desde la rayuela, porque Talita estaba parada sin darse cuenta en la casilla tres, y Traveler tenía un pie metido en la seis, de manera que lo único que él podía hacer era mover un poco la mano derecha en un saludo tímido y quedarse mirando a la Maga, a Manú, diciéndose que al fin y al cabo algún encuentro había, aunque no pudiera durar más que ese instante terriblemente dulce en el que lo mejor sin lugar a dudas hubiera sido inclinarse apenas hacia fuera y dejarse ir, paf se acabó.