Aconcio era un joven muy bello, pero sobré todo muy astuto que se quedó totalmente prendado de una muchacha llamada Cídipe, que, sin embargo, por pertenecer a una clase social muy superior a la suya, no podía ni siquiera acercarse a él.
Un día que Cídipe estaba en el templo de Ártemisa con su nodriza, Aconcio le lanzó una manzana con una inscripción, típico regalo amoroso, que vino a definir el destino de Cídipe cuando ésta la leyó. El texto decía: «Juro por Ártemisa que no me casaré con nadie más que con Aconcio». Al pronunciar tales palabras en un lugar tan sagrado, indefectiblemente, tenían que cumplirse, a pesar de que Cídipe lanzó el fruto un tanto desinteresadamente.
Unas semanas más tarde, el padre de Cídipe inició los preparativos de la boda de su hija, que había sido concertada en su niñez, sin embargo tuvo que ser interrumpida hasta tres veces porque cuando se acercaba el momento de la ceremonia, Cídipe contraía una grave enfermedad, que no se curaba hasta que la boda era cancelada. Alterada la familia de la joven ante tales hechos, consultaron al oráculo de Delfos, en donde les fue revelado la causa de la enfermedad de la joven.
Mientras tanto, Aconcio había acudido a Atenas, donde residía esta familia, enterado de tales sucesos que habían adquirido una gran trascendencia. Finalmente, el padre de Cídipe decidió que, aunque la familia de Aconcio no era de su clase social ni tenía bienes, era digna y que, por lo tanto, la boda podía celebrarse, desarrollándose un feliz matrimonio.
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