Los escritores necesitan un espacio propio para trabajar. Es una de esas verdades más o menos universales. Nadie ha cuestionado sus retiros, sus aislamientos. De hecho, es algo comprensible, algo que entra dentro de esa especie de excentricidad propia del artista, como los excesos de alcohol o de drogas, o las infidelidades. Es una de esas cosas que se perdonan porque es un requisito para que su esfuerzo dé esos frutos tan deseados. Todo ello entra dentro de su búsqueda de inspiración, pero conseguir una habitación donde crear en soledad no siempre es sencillo. Aún menos si se es mujer.
Virginia Woolf llegó a esta conclusión tras varias excursiones a la biblioteca en búsqueda de material literario escrito por mujeres. Después de un breve repaso de frases sentenciosas, y misóginas, pronunciadas por un insigne ramillete de hombres como Napoleón, Pope o La Bruyère, Virginia Woolf se dio cuenta de algo: lo difícil es escribir dentro del entorno tradicionalmente femenino. Y es que las supuestas reinas de lo doméstico no tenían ni espacios íntimos, ni rincones aislados, ni habitaciones propias. Las tareas de la casa no incluían la creación literaria, al menos no la suya, por lo que no había necesidad de privacidad.
Virginia Woolf, habitaciones, niños y hojas escondidas
Lo doméstico chocaba contra lo creativo. Se trataba de un auténtico tira y afloja en el cual lo segundo solía salir mal parado. Resultaba difícil aislarse del mundo para entregarse al arte cuando la condición social de mujer obliga al sacrificio personal y al cuidado continuo. Quien se rebelaba, pagaba por ello. De ahí el estigma con el que cargaron escritoras como Ann Radcliffe o Aphra Behn. Ninguna madre empujaría a su hija a dedicarse a la escritura para luego convertirse en una especie de paria social y sumirse en la pobreza. Pero Jane Austen era una hija rebelde.
Virginia Woolf relata parte de la batalla creativa interna que sufría Jane Austen en Una habitación propia. Las tareas domésticas eran solamente una parte del conjunto de obstáculos a los que se enfrentaba una escritora. Las visitas, planeadas o espontáneas, y el hecho de compartir el espacio doméstico, como cocinas o salones, con el resto de familiares hacían difícil el aislamiento artístico. Jane Austen solía aprovechar los momentos de soledad para escribir. Eso sí, ocultaba lo escrito bajo hojas en blanco en cuanto aparecía alguien. La mente siempre alerta, la concentración nunca completa.Lo que viene a ser estar creativamente vendida.
Sacrificios y rumores: prioridades
Convertirse en objeto de burlas, de críticas y de juicios no es agradable para nadie. Aún menos si ello se convierte en señal identificativa de la obra de una persona. Los casos de escritoras a las cuales su vida siempre precede a su trabajo son algo común y bastante aceptado. Basta con buscar un poco y enseguida aparecerá un elogio a su maternidad frente al nacimiento de su otra obra, la que ni llora ni se acurruca en su regazo.
De ahí la importancia de las habitaciones propias, no solamente para la creación sino también para el reconocimiento social. El pulso interno de la domesticidad siempre tendía hacia lo socialmente mejor aceptado. La obra familiar frente a la obra artística, siendo ambas productos surgidos bajo un mismo techo, una misma habitación. Ese pulso tan terrible tenía un resultado muy claro. La mujer que se atrevía a poner lo artístico por delante de lo familiar, o quizá simplemente al mismo nivel, merecía rechazo.
La propia Virginia Woolf comenta el caso de Aphra Behn y el efecto que su situación personal y laboral causaba en la época. En la época de ambas mujeres, a pesar del paso de los siglos. Y es que Aphra Behn no tenía una habitación propiamente dicha. Ella tenía el mundo a su disposición. Se movió todo lo que le fue posible, lo relató, le sirvió de ayuda en obras de ficción que trataban sobre viajes y lugares exóticos. Aphra Behn rechazó la domesticidad, incluso la literaria.
Resulta complicado elegir solamente un par de escritoras con problemas de espacio creativo cuando la lista es tan amplia. Pero las hay, muchas. Cada una de ellas transgresora a su manera. Y es que buscar esa habitación propia ha sido durante muchos siglos un ejercicio altamente subversivo.
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