Los diablos vigilan París. Unos con burla, otros con fiereza, e incluso alguno temeroso ante tan bella urbe. Esa es la impresión que me llevé al subir a lo alto de la catedral de Notre Dame, a la galería de las quimeras o gárgolas, donde podemos observar unas de las estatuas más peculiares del mundo, y con un fondo de excepción: la Torre Eiffel, el Sena… En definitiva, la ciudad de la luz.
Con la emoción por ver en persona las quimeras, monstruosas estatuas que habitan lo alto de la catedral, el camino de desgastados escalones me pareció muy corto. Por fin, tras los innumerables giros de la mareante escalera de caracol, se veía la luz. Estaba a 46 metros de altura sobre París, al lado de diablos, demonios, trasgos, harpías, grifos y turistas, cámara en mano. Un grupito venido del mismísimo averno que ahí está, petrificado sobre el florido balcón de la catedral, mirando impasible cómo se desarrolla la vida bajo sus pies.
La primera quimera que me da la bienvenida, que no gárgola (estas son las estatuas que permiten evacuar agua de lo tejados, y proviene de la palabra gárgaras; en Notre Dame hay también muchas y muy bonitas, pero las de esta galería son sólo monstruosas estatuas grotescas o quimeras), es la archiconocida estirga burlona, que mira a lo lejos y saca la lengua en burla a la estatua de Carlomagno y a la universidad de la Soborna, al poder y a la ciencia, como si todo lo pudiera y todo lo supiera. Igual sólo se burla de nosotros, por estar bajo sus pies, y por tener el privilegio de observar todos los atardeceres desde tal posición.
Cada curva del serpenteante pasillo, así como los niveles inferiores, están rematados por una de estas grotescas figuras, llegando a conformar una gran familia de 54 bestias, todas interrelacionadas entre sí.
Sobre su significado, mucho se ha escrito, y poco se sabe desde que en la restauración de 1845 el arquitecto Viollet-le-Duc y Lassus crearan el pasillo entre las torres con estas figuras, criticadas en su momento por su estilo neogótico y veneradas en la actualidad.
Esta profunda restauración de Notre Dame quería arreglar los grandes daños sufridos por el edificio en la revolución francesa de 1789, y venía auspiciada por el novelista Víctor Hugo, que, con su exitosa novela Nuestra Señora de París (1831) protagonizada por Quasimodo y que adaptaría tiempo después Disney, iniciaba una importante campaña a favor de proteger y mantener el patrimonio, generando mayor interés por la Edad Media y sus monumentos. Según el escritor, las torres de Notre Dame son un «conjunto maravilloso y armónico«.
Pasada la estirga burlona, emblema fotográfico de París, nos encontramos con diferentes aves, algunas parecidas a águilas y otras a cuervos. Según nos cuenta Fulcanelli en su libro El misterio de las Catedrales, que algunos dicen que se trata de una guía de alquimia a través de la interpretación de Notre Dame, el cuervo junto al ave «monja» tiene la mirada orientada hacia la columna donde está oculta la famosa piedra filosofal.
Mito o realidad, catedrales como Notre Dame tienen tanta historia entre sus paredes y sobre ellas que harían falta varias vidas para conocerlas todas.
En medio de ambas torres, observamos el techo de la nave central, profusamente decorado, así como unas cuantas quimeras de lo más peculiares. Por un lado, la parte más animal, con el elefante pigmeo y el pelícano anclado por el pico, ambos recreados con gran detalle; y por otro, la parte más macabra, con el demonio de torso humano y cabeza bestial devorando lo que se dice que es un cabrito (a mí me parece una persona), o el humanoide con gran lengua, que sin duda es el Lagarto de Spiderman.
A lo lejos se pueden observar unos curiosos grupos, como el del mago con sus dos amigos felinos, o el de otro humanoide que parece estar convirtiéndose en el águila que lo flanquea. Todos ellos escuchan con más o menos atención al ángel flautista, rematando la nave central.
Sin duda, unas escenas de lo más perturbadoras e indescriptibles, llenas de misterio, asombrosas, que diría Iker Jiménez.
Volviendo a la fachada principal, nos encontramos con muchos más diablos, y entre todos ellos destaca el más cornudo, mirando desafiante a la Torre Eiffel y a todos los que caminan por la plaza del atrio, esperando el momento adecuado para lanzar la piedra que sujeta con ambas manos.
A mí, sin embargo, el que más me gustó (a parte del diablo burlón) fue el joven diablillo asustado que observa la ciudad con asombro desde la última curva, como si no se creyera cómo ha cambiado París en los más de 150 años que lleva viéndola.
Esta asustada figura marca el final del pasillo de las quimeras, pero no del recorrido por las torres de Notre Dame, ya que todavía nos queda subir hasta lo alto del campanario de la torre sur, visitando la gran campana mayor del siglo XVII, llamada «Emmanuel». La cúspide de la catedral nos ofrece unas vistas panorámicas inmejorables de toda París, que tenemos que disfrutar en los escasos 5 minutos que nos permiten estar aquí, lejos de la compañía de las quimeras.
La visita llega a su fin, teniendo que bajar esta vez más de 400 escalones, y dejando a las quimeras y gárgolas con su eterno trabajo de proteger la catedral de los malos espíritus, mientras nosotros, simples mortales, nos seguimos divirtiendo con sus expresiones y preguntándonos qué hacen ahí arriba. ¿No se aburrirán viendo siempre lo mismo? Es París, no.
Visita las quimeras y las torres de Notre Dame
- Horario: Abierto todos los días
1 de abril a 30 septiembre: 10:00 a 18:00. Sábado y domingo de 10:00 a 23:00
1 de octubre a 31 de mayo: 10:00 a 17:30. - Tarifa: Adultos: 8,50€. Reducida 5,50€. Gratuita menores de 18 años, europeos entre 18-25 años.
- Entrada al interior de Notre Dame gratuito.
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- Visita guiada al museo del Louvre (2,5 horas)
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- Acceso a Notre Dame y la Sainte Chapelle
- Paseo en barco con comida
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