La sentencia de Hölderlin es conocida: la palabra es el más peligroso de los bienes. Cortázar le dio a esa frase una vuelta de tuerca de ochenta mundos y atravesando leguas y leguas de surrealismo, literatura fantástica, Lewis Carroll, be bop, free jazz y otros ejercicios de fascinación desamarró su escritura desde la convicción de que la palabra atada a la razón es el más peligroso de los bienes. La apertura hacia otros mundos posibles, la resistencia frente a los axiomas que muestran una sola cara de la realidad, la posibilidad de hacer de la vida un mosaico, un collage que admite solamente una lectura entrelíneas, es el pasaje, el túnel que lo aparta de esa mirada de Höderlin y que hace de la literatura un juego de la imaginación capaz de liberar a la palabra de la cárcel impuesta por la razón. La obra de Cortázar recobra en sus lectores las puertas de esa imaginación que agazapada y parafraseando a Urondo: no sirve y se corrompe.
La lectura que hace Cortázar de la realidad en su obra nos remite a la advertencia que revela René Magritte en el famoso cuadro de la pipa, convenientemente titulado: ceci n´est pas une pipe. La autonomía del arte frente a la realidad no es un axioma ni una necesidad, ni siquiera la consecuencia de una voluntad estética, sucede a pesar de todo propósito y en esa condición estriba su mayor riqueza. Podemos colgar la pipa de Magritte encima de la cama sin peligro de quemarnos o de mancharnos con cenizas. Decidimos pues que esa pipa no se parece a ninguna otra como el suéter de No se culpe a nadie, uno de los cuentos más conocidos de Cortázar, felizmente no parece abundar en las tiendas de ropa que frecuentamos (aunque eso no invalida la posibilidad de su existencia). Cuando hemos incorporado la noción de lo fantástico, magistralmente desarrollada en esos relatos, la realidad abre todos sus planos y pulveriza la comodidad de las certezas. Leer a Cortázar es adentrarse en esa reversibilidad de la vida donde nada es lo que parece. La pipa de Magritte en un cuento de Cortázar puede derivar en situaciones insospechadas: crecer, cambiar de estado, acorralar a su dueño hasta matarlo.
Entrevistado por Jason Weiss en la madurez de su vida, Cortázar reconoce que la realidad se aproxima a lo fantástico cada vez más. Y ¿qué otra cosa es la realidad sino un determinado estado de nuestra percepción? Eso que llamamos realidad nos parece algo tan insuficiente, en el fondo y en la superficie, que necesitamos la presencia del arte para digerirla.
Leer a Cortázar es atravesar una tabla de probabilidades moldeadas por leyes inestables y variables que nos hacen dudar de la lógica mundana. Leer a Cortázar implica comprender esa diversidad de planos que atraviesan su escritura, la coexistencia de mundos paralelos, el efecto lúdico profundamente irónico heredado del surrealismo, la maleabilidad del lenguaje, el entrecruzamiento de perspectivas, visiones, enfoques procedentes de los más insospechados campos de la intertextualidad, el humor absurdo y descarnado y, como si todo esto no bastara, el dominio -sobre todo en sus cuentos- de las intensidades y tensiones que dan forma y valor a la estructura de cada una de esas piezas literarias que nos miran a los ojos con la fiereza de Anubis.
El famoso graffiti brotado de las entrañas mismas de la Facultad de Letras de Paris en pleno Mayo francés y que dice: sean realistas: pidan lo imposible le permite a Cortázar acuñar una respuesta que es toda una declaración de principios: somos realistas, compañero, vamos de la mano del sueño a la vigilia. La materialidad del sueño antepuesto a la vigilia es un camino de acceso a una existencia auténtica, es decir, afinada con la propia voz que articula el deseo, la razón y el sentimiento y capaz de proclamar, como lo hiciera Cortázar, una muy humana resistencia para no aceptar las cosas como dadas en beneficio de un itinerario que, en el mejor de los casos, es posible franquear sin estrellarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario