La cineasta mezcla los cuerpos con un romanticismo melancólico y ardiente, una Doherty que hace de amante de los bebés bajo su aspecto de chico malo, una Gainsbourg, actriz decididamente imprescindible, mejor que nunca.
Del cine. Enteramente. Unicamente. Locamente. Cariñosamente. E incluso con valentía, a juzgar por la (muy tibia) acogida que tuvo la película en el Festival de Cannes, donde se presentó en la sección "Una cierta mirada". La expresión también le queda como anillo al dedo a esta adaptación de la novela La confesión de un niño del siglo , de Alfred de Musset, de Sylvie Verheyde, que reúne a Pete Doherty y Charlotte Gainsbourg. El cartel ya bulle de sesgos, grandes desviaciones estéticas y rupturas de tono propicias para despertar los sentidos, la excitación, la curiosidad y, al parecer, el fastidio. Una novela del siglo XIX que indaga en la pasión amorosa y retrata a un hombre que no sabe pertenecer a su mundo, un cineasta hasta ahora apegado a) que mezcla aquí los cuerpos con un romanticismo melancólico y ardiente, un Doherty que hace de amante de los bebés bajo su aspecto de chico malo, un Gainsbourg, una actriz decididamente imprescindible, mejor que nunca y más aún, tanto fugitiva como atormentada.
Y el cine, por tanto. Sylvie Verheyde da la espalda a la ilustración para plasmar una historia de ayer que también habla de los tiempos de hoy. Un tiempo sin lugares y sin ataduras que busca una razón de ser, consciente de una página que pasa pero incapaz de escribir la siguiente. Así va su puesta en escena, que se adentra en los personajes y las peripecias, se permite desviaciones gramaticales, remueve las imágenes y los sonidos (magnífica música firmada por el grupo de electro-pop Nousdeux the Band), busca vincular el romance épico y el vestuario formal modernidad. Me gusta este calor y frío que no es tibio. Confieso con gusto que lamento algunos tramos del guión que impiden que la película avance al mismo ritmo. pero sigo asombrado de esta cineasta que se atreve a avanzar con la cabeza bien alta, la cámara por encima de la cabeza y tan descarada que prefiere la exposición a la indiferencia. Que sacuda el conformismo ambiental es saludable. No agrada a todos. Mejor.
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