Feria del Libro: ¿cómo narrar la marginalidad?
Juan Manuel Mannarino
Una sala atiborrada en la periferia de la Feria del Libro ubicada en lo alto de un lejano Pabellón; un compás de espera en un día “de locos” por la masiva visita de las bibliotecas populares, como anunció Elsa Drucaroff, la curadora del ciclo; y Leo Oyola que puso un tema de Dyango desde su celular en el micrófono mientras la mesa “Narrar la marginalidad” esperaba la llegada de una de las conferencistas.
“Lo marginal, un tema enormemente argentino y latinoamericano”, soltó luego Drucaroff, antes que los invitados tomaran la palabra. Aun antes que eso, el moderador Juan Pablo Luppi introdujo unas palabras que refirieron a los tres escritores presentes: Gabriela Cabezón Cámara, Leonardo Oyola y Mariana Komiseroff.
Habló de genealogías desplazadas del canon. De literaturas atravesada por travestis, villas, cárceles, desigualdades de clase y de género, de seres despojados pero a la vez emancipados de algún tipo de sometimiento. De Conurbano profundo, esa Argentina estigmatizada a la que cuesta mirar a los ojos.
De mezclas de géneros: el policial, el terror, el fantástico, el realismo crudo. De proyectos “rabiosos”: la marginalidad no está sólo en los temas sino también en las formas. De una política de las subjetividades, de prosas musicales, de novelas como bandas sonoras, de oralidades que imponen el ritmo narrativo, de la potencia de la “barbarie”, de la fuga de la razón occidental.
Gabriela Cabezón Cámara, autora de "La virgen cabeza". Gentileza
“¿Quién habla desde un supuesto centro?, ¿quiénes carajo somos? Asumirnos como el uno del discurso es horroroso. Si hablamos desde lo argentino, entonces es asumir que lo argentino es producto del exterminio del indígena”, largó en su primera intervención Gabriela Cabezón Cámara.
“Un país, la Argentina, que es modelo en el mundo por haber juzgado los crímenes de lesa humanidad contra los represores, pero que sigue matando a los bárbaros, a los que se oponen al sistema, como paradigma de lo selectivo que resulta el discurso de los Derechos Humanos”, argumentó Cabezón Cámara.
Habló de su libro Las aventuras de la China Iron, donde construyó una figura femenina que no fue ni la cautiva ni el ángel del hogar burgués del siglo XIX, sino una “china indigenista y feminista que levantó la polvareda de la historia” y de cómo a través del personaje repensó la tradición gauchesca, que siempre ha sido un escenario elegido para dirimir la identidad cultural y la organización política y social del país.
“Estamos a la misma hora que Vargas Llosa en un rincón de la Feria, ya sólo por eso podemos ser los marginales”, acotó irónicamente Mariana Komiseroff, y el público aplaudió en complicidad. La suya suele ser una literatura del Conurbano crudo y visceral donde una serie de “grandes temas” –la inmigración, el aborto, la muerte, las diferencias sociales dentro de la familia o del barrio, las desapariciones, un asentamiento ilegal, la violencia de género– nunca son narrados de forma pretenciosa ni ingenua. Su obsesión, dice, recuperando a Tolstoi, es el retrato de las familias infelices.
“No defiendo una romantización de la pobreza –alegó Komiseroff–. Yo soy una autora feminista pero eso no significa que los personajes de mi libro lo sean. No son feministas ni en pedo, nos les llegó. Tuve un hijo a los 15 años, en una zona marginal y mi literatura estaba condenada a no existir en un mundo gris y excluido. Pero eso no me habilita a decir que todos los pobres somos buenos. Me interesa pensar cómo alguien de un barrio pobre puede votar a Javier Milei. O cómo una familia de laburantes juzga a otra porque tomó un terreno para vivir. Me interesaría escribir un libro de una clase social a la que no pertenezco, aunque no sé si uno podría escribir de lo que no conoce”.
Leo Oyola en la Feria del Libro. Gentileza
Sobre vidas precarias y vulnerables, héroes y demonios, traiciones y lealtades suele escribir Leo Oyola, que habló de su última novela, Ultratumba, una trama sobrenatural situada en una cárcel de mujeres. “Cuando uno escribe no lo piensa, simplemente lo hace. Y ahí lidia con la mirada ajena y estigmatizante, por ejemplo, la de los medios de comunicación, que suele tergiversar lo marginal porque ni siquiera se preocupa en conocerlo. Cada uno juega con las cartas que le tocó”, reflexionó el escritor, que contó que personal de seguridad no lo dejó entrar a la Feria porque no le creyó que venía a dar una charla por cómo estaba vestido. “Es la maldita burocracia de las apariencias, porque me preguntaron hasta si no traía saco”, comentó, entre las risas del público.
La libertad se valora poco cuando no se tienen chances de elegir un destino, dijo Oyola, que también ha dado talleres literarios en cárceles. “Escribir es sanador, más que terapéutico. La cárcel es la mirada del otro, decía Cesar González. Todavía seguimos regidos por una cultura elitista de las costumbres y del rito de los libros, acá se llena de gente, pero ¿dónde está esta gente el resto del año? La lectura es algo hermoso, a muchos nos salvó”.
Para Cabezón Cámara, a los pobres y a los marginados se les exige un constante control de disciplina. “¿Cómo construir una existencia ante tantas pisotadas de elefante?”, se preguntó.
Oyola recordó el caso de Lucas González, el joven acribillado por la Policía de la Ciudad de Buenos Aires. “Nadie le exige al burgués que sea bueno. Soy torta y re mala, y alguna vez fui pobre, y si me hacen injusticias reclamen por mí aunque sea malvada. Nosotros tenemos el aura de escritores pero después es un quilombo que nos paguen bien y a término. Pero la escritura es algo que hace bien y que cualquiera puede ejercer. Hoy, que todo está tan disperso y hasta vamos al kiosco de la esquina usando el Google Maps, concentrarse y darse un tiempo para la creación con las palabras parece algo revolucionario. Y en la ficción a veces hay mucha más verdad que en la realidad”, concluyó la escritora.
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