La mujer lucha con tesón por el espacio que le corresponde en la sociedad. Para ello la cultura literaria es primordial sin excepción alguna de géneros.
El mundo femenino continúa su ya larga lucha con la razón de su parte para lograr justos derechos ya reflejados en las grandes obras de la literatura universal desde la Antígona de Sófocles, Rojo y negro de Sthendal, Anna Karenina de Tolstoi, sin olvidar La regenta de Clarín, escritas por hombres. Luego feminismo erróneo puede ser la actitud de crear una literatura para mujeres escrita exclusivamente por escritoras.
Más objetivo, sólido y fructífero, puede ser insistir en la necesidad de leer la buena literatura tanto de autor como de autora. Y abordo a modo de ejemplo una novela de la escritora, guionista y directora de cine, Bertina Henrichs, La jugadora de ajedrez (Alianza Editorial), que vuelve a ser actualidad editorial
Un día tras otro el mundo laboral de nuestra protagonista resulta ser pura monotonía rutinaria y asfixiante. La obligación de tener que preparar en un hotel “Veinte habitaciones, cuarenta camas, ochenta toallas, ceniceros para vaciar, en número variable”, no era motivo para brindar por el éxito todas las mañanas. Este era el trabajo de la griega Eleni camarera de pisos, en un hotel de la isla helena de Naxos la más grande de las Ciclades.
Eleni, casada y con dos hijos y los cuarenta años cumplidos le aburre y agota el transcurrir de su vida frente a un mar bellísimo y una casa, la suya, donde después del trabajo debe preparar la comida, tenerla a punto para cuando llegue su marido que tras cenar rápido se marchará a la taberna a echar el rato con los amigos. Así de plana y triste se desarrolla su vivir hasta que uno de eso días de rutina laboral en el hotel, mientras sueña con otra posible existencia distinta, conseguir escapar a otros lugares rompiendo la horrible monotonía cotidiana que tanto agota el cuerpo y la mente. Porque no se trata de encontrar un diamante, sino de algo que cambie la agobiante práctica de cada día. Y mientras le da vueltas a sus pensamientos arreglando mecánicamente la habitación de una pareja de turista, de pronto, carambola de la vida, mientras sus pensamientos la mantienen distraída, golpea una pieza del tablero de ajedrez que los clientes que ocupan la habitación han dejado a mitad de la partida para bajar un rato a disfrutar del sol en la playa.
Ella no sabe nada de ese juego, pero intuye que debe de ser interesante, distinguido, por lo que se le despierta la necesidad de aprender a jugar. El problema es cómo. Su marido es indiferente a participar, de manera que decide optar por un viejo profesor que le enseñará a hurtadillas. Entonces, esa misteriosa ausencia de casa para aprender a jugar al ajedrez, despierta curiosidad en la vecindad de la isla donde todo se sabe porque todo se vigila, levantando rumores y especulaciones. Pero a ella no le importa nada porque ha descubierto algo que puede llenar su vida, dotarla de algún sentido que justifique su ser y estar. Poder romper ese automatismo que la agobia y desespera en silencio, vestir el diario de sentido para enriquecer su persona con algo diferente e interesante.
Es la historia sencilla de una mujer que necesita sentirse algo más que una pieza de ajedrez sin tablero, que esos cuarenta años cumplidos no vegeten y envejezcan sin más, porque sabe que existen otros mundos, que ha descubierto en los turistas que visitan la isla, buscando un pasado embriagador una mitología que ella misma ignora, aunque si es consciente de la belleza del paisaje y el mar, pero eso solo forma parte de su sensibilidad de una cultura oculta, de lo que ha significado su isla en el remoto pasado.
Y ese paisaje es el que la impulsa a pensar de otra manera de vivir, poder salir de unas costumbres atávicas, que contempladas desde fuera pueden ser exóticas y curiosas, pero que ella las cambiaría por París, por ejemplo. Porque se siente como prisionera, recluida, condenada sin esperanzas, sometida a los arcaicos dogmas del hombre y el honor trasnochado del que dirán. Sencilla, historia que a medida se va desarrollando muestra la hondura de unas inquietudes que tiene algo de vieja tragedia griega narrada con un estilo sobrio y cuidado, como de quien espera la belleza del alba al despertar y toma de conciencia de ser una mujer sometida al marido y la odiosa vecindad como juez castigador. Alguien que necesita escapar cabalgand0 sobre un sueño de ese marco geográfico asido a un tablero de ajedrez. Mas la belleza natural del mítico paisaje no la dejará abandonar el aura que la envuelve en los amaneceres.
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