jueves, 28 de enero de 2010
La guerrera del sari rosa
Jaime León Ros - ABC - España
Lunes, 18 de enero de 2010
Sunitha se oculta en un portal para mostrar los moratones de sus muslos. La osadía de salir de casa sin permiso del marido le costó una paliza. La Policía no aceptó la denuncia y avisó al marido. Recibió una segunda paliza. Ahora ha vuelto a salir de casa sin permiso, pero es poco probable que reciba más golpes. Con el ceño fruncido Sampat Pal escucha su relato. Sunitha ha recorrido cincuenta kilómetros para hablar con esta mujer de 47 años vestida con un sari rosa. Sampat mira a Jay Prakash, su mano derecha, y le hace una señal. La Gulabi Gang -la banda rosa- intervendrá.
«En la India hay algo peor que ser pobre. Es nacer mujer» afirma Sampat con energía. Esta mujer de apenas metro y medio se ha convertido en un símbolo contra la opresión de la mujer y en el terror de funcionarios corruptos y maridos maltratadores. Cansada de los abusos y la falta de justicia creó hace casi cuatro años la Gulabi Gang en el distrito de Banda, en Uttar Pradesh. Al principio eran 25 mujeres. Hoy son un ejercito de 100.000 féminas. Mujeres analfabetas, de las castas más bajas, viudas, todas maltratadas de una forma o de otra por una sociedad patriarcal y unas instituciones corruptas.
El sari rosa es su uniforme y el lathi -bastón de bambú- su arma. «Sólo lo llevamos para hacernos respetar» dice Sampat, «el verdadero arma es que estamos unidas. Cuando las mujeres luchan juntas son más fuertes».
Y vaya si se hacen respetar. Han asediado comisarías cuando la policía se ha negado a registrar denuncias de violación o palizas y secuestrado camiones de comida destinados a los pobres cuando funcionarios con pocos escrúpulos se dirigían al mercado a vender los alimentos.
Entregada a los 12 años Sampat conoce bien las vicisitudes a las que se enfrenta una mujer en la India. Apenas sabe leer y escribir. Sus padres consideraron innecesario que estudiase. A los doce años fue entregada a un hombre diez años mayor. Su familia política pensaba que debía utilizar un velo, por decencia. Su marido opinaba que no estaba bien que saliese a la calle sola.
«Toda mi vida he vivido oprimida. He dependido de mi padre, mi marido y mi hijo. Una mujer no encuentra la felicidad ni en la casa de su padre ni en la de su marido...» canta la comandante en jefe del ejército de los saris rosa. Con sencillas canciones resume el sentir de las mujeres y arenga a sus tropas.
La revolución de Sampat no sólo se reduce a la lucha contra los maltratos y la corrupción. «Las mujeres deben ser independientes económicamente, así serán más libres», explica la activista. Para ello ha puesto en marcha diversos talleres de costura en los que las mujeres aprenden un oficio.
Para ayudar a Sunitha lo primero es localizar a un médico que elabore un informe de las lesiones. Después acudirán a la comisaría. A una mujer sola se la puede ignorar. A cien, no. Finalmente una delegación de las Gulabi Gang visitará al marido. Si vuelve a agredir a su mujer se enfrentará a Sampat y sus guerreras. Y a sus lathis. No sería el primero.
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