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ISSN 1315-5216 versión impresa
Richard Rorty: Cómo ser irónico y morir en el intento Miguel Ángel Quintana Paz Universidad Europea Miguel de Cervantes de Valladolid, España Imaginemos que hace unas semanas uno de nosotros se hubieran puesto a investigar qué filósofo vivo era el más citado (averiguación que en cierto modo está hoy en día al alcance de cualquiera, basta con contabilizar el número de googles que posee cada cual en internet); sin duda habría topado con el nombre de un neoyorquino nacido hace 76 años: Richard Rorty. Lamentablemente, desde el pasado 8 de junio ya no resulta oportuno el resultado de tal investigación: Rorty falleció ese día de cáncer cerca de la Universidad de Stanford, en California, el último lugar donde había ejercido como profesor. ¿Qué nos ha venido enseñando Rorty, allí en Stanford y en publicaciones suyas tan decisivas como La filosofía y el espejo de la naturaleza o Forjar nuestro país? Tal vez el título de otra de sus obras, Contingencia, ironía y solidaridad, acierte a darnos una respuesta más o menos sintética. Rorty opinaba que una de las funciones principales del pensamiento (y de su filosofía) era el hacernos caer en la cuenta de lo enormemente contingente, accidental que es el hecho de que hablemos con el lenguaje que hablamos, creamos en los dioses que creemos, sostengamos muchas de las ideas (incluso “científicas”) que más acariciamos. Por supuesto, el que todo eso resulte un tanto fortuito no es algo que nos obligue a transformarnos radicalmente, o a volvernos unos cínicos escépticos: pero sí que nos estimula, pensaba Rorty, a tomarnos con cierta ironía a nosotros mismos. Ironía desde la cual a nosotros, postmodernos, burgueses y liberales (tres adjetivos que dan título a uno de sus artículos más famosos), se nos haría mucho más fácil comprender solidariamente al resto de culturas de la Tierra. Frente a la seriedad de muchos intelectuales, Rorty nos invitaba a no otorgar demasiada rimbombancia a las ideas, ni siquiera a las suyas propias: una buena lectura de Walt Whitman o de Henry James (entre los mejores portavoces del ideal americano que él siempre defendió) sobrepujaban en su opinión, con mucho, todo lo que los intelectuales nos podrían enseñar. Pues el modo en que la buena literatura nos golpea en nuestros fundamentos más firmes es un buen compendio de lo que Rorty, en el fondo, deseaba transmitirnos. Se cuenta que, en uno de sus últimos e-mails, Rorty bromeaba sobre su enfermedad –aventuraba que tal vez se la había provocado el mucho leer a Heidegger–. Su muerte (como todas las muertes) corrobora en cierto sentido su tesis principal: nos hace ver lo drásticamente contingentes que somos todos nosotros. Y, sin embargo, tras leer a Rorty, a uno le tentaría el decir que debería resultar obligatorio, y no sólo contingente, educar a las próximas generaciones con alguna chispa de ese irónico humor rortiano.
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