domingo, 9 de enero de 2011

Los Lubolos




La primer agrupación de blancos-negros aparecida en Montevideo, señala en el género memorable jornada. Fue en el carnaval de 1874 y bajo el título' de "Negros Lubolos".
La formaban jóvenes comerciantes y profesionales, criollos blancos, que se presentaron perfectamente teñidos de negro y con indumentaria igual a la de los esclavos de las fazendas brasileras e ingenios cubanos.
Hablaban en el gracioso bozal de nuestros africanos, y sin desviarse de la ingenuidad y respetuosidad proverbiales en aquellos, sostenían admirablemente diálogos con los "amitos"; caminaban y accionaban imitando impecablemente a los negros, todo con esa habilidad que no hay quien dispute a montevideanos y porteños.
No descuidaron la fiel representación de la raza que caracterizaban, y la simbolizaron en un supuesto "tío" o "tata viejo" varias veces centenario, que siempre iba rezagado detrás de la negrada, ofreciendo yuyos medicinales y amena charla bozal en puertas y ventanas.
Se personalizaba el "rey" en el presidente de la sociedad, que marchaba en medio de ella. Iba a la cabeza el "bastonero", que llamaban "'escobero", por haber adoptado una escoba como bastón de mando; los hubo famosos; tenía que ser un experto candombero y de resistencia a toda prueba.
Llevaban los instrumentos típicos de la raza; tamboriles y masacallas; y los instrumentos exóticos de sus descendientes: guitarras, violines, etc.
En su repertorio se repitió una vez más el catálogo de bailables sociales de la época, que tocaban y cantaban en las casas donde eran recibidos, despojándose por un momento de su papel, pues cantaban en idioma nacional uruguayo, con música de valses, mazurkas, etc., siguiendo la ratina en toda agrupación filarmónica carnavalesca, pero volvían súbitamente a su caracterización y a su entusiasmo, cuando los tamboriles daban la señal del "'tango" que habían tomado de los negros criollos, elevándolo a tonos y situaciones en que la alegría africana daba consentimientos a la picardía criolla.
Ese "tango" era el candombe clásico, mejorado en figuras y movimientos, más pintoresco, más alegre; estimulado por tantanes y chaschás mejor combinados. Lo bailaban en entrevero, es decir, sin formar rueda, ni filas, ni parejas. En estas agrupaciones no figuraban mujeres.
La preocupación mayor de aquellas sociedades era su "tango". Los Lubolos se ejercitaron en él tomando lecciones bajo la dirección de negros africanos que aún vivían y sostenían próspera su tradición; es evidente que aprendieron candombe y que eso era su "tango", pero, como los negros criollos de "La Raza Africana", no quisieron caer en la vulgaridad de llamarlo "candombe".
Poco a poco, con el uso y el abuso de tantos años, degeneró en un pataleo furioso y antiestético, en medio de un infernal barullo de tantanes; y el misterioso encanto de la melancolía africana fue desalojado por la grosería de generaciones blancas que no supieron conservar el arte legado por los Lubolos.
Favoreció notablemente la caracterización de éstos su indumentaria de esclavos: calzón corto y blusa sobre el cuerpo desnudo, lo que se aparentaba con medias, guantes y camiseta de color negro; no siendo lógico que extremaran el rol yendo descalzos, llevaban alpargatas. Con innovaciones de detalles, ese fue el traje consagrado para esa clase de sociedades, hasta nuestros días.
Se pintaban prolijamente cara, garganta, pescuezo y orejas; para disimular la ausencia de motas se envolvían la cabeza con un gran pañuelo polícromo, en la misma forma que solían hacerlo los negros. Sombrero de paja de anchas alas, puesto o colgando sobre la espalda.
Las apariciones anuales de los "Negros Lubolos" fueron recibidas con creciente entusiasmo por todas las clases sociales. Apenas, en cualquier barrio de la ciudad, se oían todavía lejanos sus tantanes, puertas, ventanas, balcones y azoteas se llenaban, de vecinos que no querían perder la oportunidad de contemplarlos. En las calles se aglomeraba el público para verlos pasar y aplaudirlos. Un verdadero ejército de muchachos los escoltaban, aprendiendo ávidamente todas sus modalidades, pues entre ellos iban los ignorados futuros fundadores de nuevas agrupaciones análogas.
Las familias distinguidas se disputaban las visitas de los "Negros Lubolos", y los principales salones les dedicaban sus bailes.
Pero, fueron imitados en asombroso crescendo anual, por agrupaciones con títulos diversos, sin perjuicio de la calificación genérica de "lubolos" que el pueblo les aplicó y sostuvo por más de veinte años, cambiándola otras generaciones por la de "negros" o "negritos".
Como tenía que suceder, el abuso trajo el desprestigio, y la discreta demostración africana de los Lubolos fue convirtiéndose en una grosera carnavalada, que en varias ocasiones la autoridad estuvo a punto de prohibir.
Un cuarto de siglo de franco éxito y otro de existencia del género "lubolo", marcan un record desconocido y que difícilmente podrá ser superado.
Fundaron la sociedad "Negros Lubolos" un señor Crewell, cuyo nombre no ha sido posible obtener, argentino y tipógrafo, en compañía de Bernardo Escalera, también argentino, establecido con un despacho de carne en una esquina de las calle Buenos Aires y Pérez Castellano. Escalera fue el primer presidente de aquella agrupación.
Crewell conoció en Buenos Aires las innumerables "naciones y sociedades" africanas allí existentes, entre las cuales existía una titulada "Lugola" o "Lubola". No era agrupación filarmónica ni carnavalesca, sino racial.
Cuando se trasladó a Montevideo y allí se radicó, siendo vecino de los barrios del Sud de la ciudad vieja, le fue fácil planear y reunir elementos para organizar sus seudo-africanos; y al buscarles título recordó el de aquella "sociedad Lubola", que masculinizó: "Lubolos".
El vocablo tiene su breve historia: es sabido que el Congo fue la región africana que surtió de más víctimas al tráfico de esclavos; de respetable extensión geográfica, forman su población infinidad de tribus o pueblos; entre ellos figuraba uno llamado Lucola, porque ocupaba tierras cruzadas por el río del mismo nombre. Los originarios de aquel pueblo eran los "lugolas" o "lubolas" de Buenos Aires, y todo lo citado origen de la designación "lubolos" de los blancos-negros de Montevideo.
No fueron una improvisación sino una organización inteligente. Surgieron del mentado Sud montevideano, donde el Cubo que fue testigo de la carroña colonial por mar y por tierra, parecía vengarse acogiendo en sus alrededores todas las iniciativas de la sana alegría africana y sus derivados, al amparo espiritual de los manos de los esclavos, que allí tuvieron su ranchería y talonearon su tradición en los lamentables días de nuestra prehistoria.
La típica danza y sus selváticos instrumentos, no evitaron que los Lubolos catalogaran en su repertorio versos que para ellos escribieron Julio Figueroa y Eduardo Gordon, y le compusieran música maestros de esa época como Renaud y Libarona.
Los temas con tendencia a lo festivo: críticas y bromas a las modas en el vestir; juicios infantiles peculiares en el africano sobre cosas de actualidad; nunca una alusión guaranga ni inmoral. En serio, cantaban a la raza negra, lamentando su destino; llevaban para ella demandas de libertad. (1)
En aquellos tiempos los carnavales solían ser para el pueblo la única ocasión que le admitían disculpable, para exponer públicamente sus juicios sobre asuntos del ambiente político y social.
Como la esclavitud existía aún en Cuba, los pueblos del Plata no olvidaron a la desventurada perla antillana en sus cantos de protesta y de lamentos, y eran numerosas, todos los años, las sociedades que se fundaban con títulos alusivos: "Esclavos cubanos", "Pobres negros cubanos", "Hijos de Cuba", etc.
Es digno de observarse ese sincero y profuso exponente africanista en los pueblos del Plata, con la curiosa particularidad de que con él se rendía adhesión y cariño a la atribulada raza, y en ningún momento se le ponía en ridículo; eso lo reservaron siempre estos pueblos a otras razas, tendencia digna de estudio para nuestros biólogo-sociólogos, que con tanta suspicacia descubren los reflejos de castas ascendientes motivos de envanecimientos, y no ven las extrañas desviaciones que hacen de "ilustres" razas motivos de incontenible risa popular.
Fue una encomiable combinación de la tradición del africano y la reforma de su descendiente criollo, que sólo era factible bajo el color de la raza, y dicho color aplicable únicamente en los días de carnaval.
Y tan radicalmente sustituyeron a los negros los blancos, que el pueblo no aceptó más la realidad en esa demostración, y observaba con desencanto a los negros legítimos que cayeron en la debilidad de formar algunas agrupaciones lubolas.
El negro criollo supuso buenamente que asimilándose a la filarmónica del blanco obtendría buen suceso; el criollo blanco le demostró su error haciéndose el negro, y reavivando la tradición africana la hizo triunfar una vez más.
El éxito es cual botín de salteadores, y su reparto produce las consabidas disputas en que se suelen olvidar todos los vínculos que los hombres contraen mutuamente. El de los Lubolos trajo ese resultado, produciéndose una disgregación de socios que hicieron fogón aparte, fundando la "Nación Lubola".
La mención honrosa que podemos hacer de esa nueva agrupación de blancos-negros, es que en ella figuró un joven que tenía a su cargo los "solos" de las canciones, y dicho joven fue mas tarde el famoso y malogrado tenor Oxilia, sin disputa alguna el Caruso americano.
Ambas agrupaciones lubolas vivieron tan sólo un lustro, dejando consagrado para el pueblo ese género de su creación, cada año más profuso en todo el territorio de los países del Plata.
Un viejo lubolo, en obsequio a esta crónica extrae de su memoria la siguiente, que Julio Figueroa compuso:
SOLO -

Quiero ser libre
CORO

Calláte moreno.
pues libre nací, te digo
y no conocí déjate de hablar;
mas amo que Dios. si el amo te oye,
El blanco orgulloso, caramba!
con brazo inhumano, te va a castigar.
castiga a su hermano Esta es la triste suerte,
cual bestia feroz. esta es la realidad...
vivir trabajando siempre
nunca ver la libertad.
(1) Naturalmente no fue escrito para ser cantado con música característica y en lenguaje bozal.
La brevedad y sencillez de esos versos se adaptan admirablemente a la ingenuidad y timidez del africano, y al silabeo de su romance de cuna.

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