François y los demás profesores se preparan para enfrentarse a un nuevo curso en un instituto de un barrio conflictivo. Llenos de buenas intenciones, deseosos de aportar la mejor educación a sus alumnos, se arman contra el desaliento. Pero las culturas y las actitudes se enfrentan en el aula, microcosmos de la Francia contemporánea. Por muy divertidos y estimulantes que sean los adolescentes, sus comportamientos pueden cortar de raíz el entusiasmo de un profesor que no cobra bastante.
La tremenda franqueza de François sorprende a sus alumnos, pero su estricto sentido de la ética se tambalea cuando los jóvenes empiezan a no aceptar sus métodos.
Una película empeñada en reproducir la vida sin adulterarla, en describir con conocimiento, respeto y sentimiento los conflictos que provoca intentar educar y enseñar, las tensiones de todo tipo que laten en un colegio multirracial y con mayoría de inmigrantes, el retrato de las preocupaciones prioritarias de los adolescentes alumnos, la táctica de un profesor joven y humanista para ser escuchado y respetado por chavales que sienten instintivo enfrentamiento con cualquier forma de autoridad. El director Laurent Cantet aborda Entre les murs con vocación de documentalista, sin forzar el dramatismo ni encontrar soluciones definitivas, utilizando sabiamente la gente que no está interpretando, que se limita a ser como es, sin ir de listo ni de moralista. Y lo que muestra es emotivo y duro, cotidiano y cercano. Ofrece sensación de verdad, de haber captado con inteligencia y sensibilidad los claroscuros de la vida, de saber de lo que habla, de huir del énfasis y la adulteración. Bertrand Tavernier había utilizado un tono parecido para hablar de un universo similar en la hermosa Hoy empieza todo. Como él, Laurent Cantet también demuestra con Entre les murs que el arte no está reñido con lo didáctico, que el retrato sociológico puede ser conmovedor. Es una pelicula tan hermosa como necesaria, un soplo de autenticidad y de frescura, una justificada Palma de Oro
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Diálogo entre Laurent Cantet y François Bégaudeau
recogido por Philippe Mangeot
Al principio
Laurent Cantet: Antes de rodar Hacia el sur, pensé en hacer una película acerca de la vida en un instituto. Muy pronto decidí que toda la película debía transcurrir dentro del instituto. Pero yo quería demostrar que los institutos son como una caja de resonancia; un lugar que se hace eco de los acontecimientos; un microcosmos donde entran en juego cuestiones de igualdad o desigualdad de oportunidades, de trabajo y de poder, de integración cultural y social, de exclusión. Incluso había desarrollado una escena con un consejo disciplinario que era como una especie de “caja negra” del instituto.
Cuando se estrenó Hacia el sur, conocí a François Bégaudeau, que también presentaba su última novela, Entre les murs. Este libro se opone a las acusaciones que se hacen contra los institutos actuales. Por una vez, un profesor no escribía para saldar cuentas con adolescentes, presentados como auténticos salvajes o verdaderos tarados. Leí el libro y tuve la sensación de que aportaba dos cosas a mi proyecto inicial: en primer lugar, una especie de marco documental del que carecía, y que tenía la intención de suplir pasando unas semanas en un instituto; en segundo lugar, el personaje de François y la relación con sus alumnos. Condensó y encarnó las diferentes facetas de los profesores que yo había imaginado.
François Bégaudeau: El libro se propone describir un año escolar y sus experiencias cotidianas. No hay una dirección narrativa clara ni una trama que se desarrolle alrededor de un acontecimiento. Es verdad que hay consejos disciplinarios, pero solo son un hecho más entre tantos. Laurent y su coguionista Robin Campillo entresacaron lo que les interesaba de este material. El libro es un cúmulo de situaciones y ellos escogieron las que más les interesaban para convertirlas en ficción. En el libro no hay personajes, ellos los modelaron, basándose en los alumnos de la novela.
Laurent Cantet: No queríamos que el hilo conductor saltase a la vista. Los personajes debían dibujarse poco a poco, sin aparecer de golpe. La película es ante todo la crónica de la vida en una clase: una comunidad de 25 personas que no han elegido estar juntas, pero que deberán trabajar entre cuatro paredes durante un año escolar. Al principio, Souleymane es uno más entre los alumnos. Al cabo de una hora, nace una historia de la que es el centro. Retrospectivamente, nos damos cuenta de que todo estaba en su sitio desde mucho antes.
François Bégaudeau: Durante la escritura del guión hice de vigía documentalista. Algunos episodios funcionaban perfectamente desde el punto de vista narrativo, pero podían parecer improbables en la vida diaria de un instituto. Me encargaba de ajustarlos.
Laurent Cantet: Redactamos una primera sinopsis, una especie de columna vertebral de la película, que podría modificarse durante el año que tardaríamos en prepararla, de acuerdo con un dispositivo que ya había usado en Recursos humanos. Partíamos de un instituto real y queríamos incluir en la película a todos los actores de la vida escolar. No nos equivocamos de puerta llamando al Instituto Françoise Dolto en el distrito XX de París (es más, habríamos rodado allí, pero estaba en obras): todos los adolescentes que salen en la película estudian en el Dolto; todos los profesores enseñan allí. Y excepto la madre de Souleymane, cuyo papel es más ficticio, los padres son los de los alumnos.
Actores natos
Laurent Cantet: Empezamos a trabajar con los alumnos en noviembre de 2006 y seguimos con ellos hasta el fin del año escolar. Organizamos talleres abiertos los miércoles y los jueves. Cualquiera podía participar si le apetecía. Contando a los que solo vinieron una vez, vimos a unos cincuenta alumnos. La clase de la película está formada casi en su totalidad por los que asistieron durante todo el año; los demás se fueron yendo solos.
François Bégaudeau: 25 de 50. No se parece en nada a lo que cuentan de los castings de adolescentes: “Vimos a 3.000 chicos antes de encontrar a la joya”. Pero no es así, hay muchas joyas.
Laurent Cantet: Así fue como, a lo largo del año, se formó la clase. François estuvo en todos los talleres. Aprendimos a conocerlos y descubrimos lo que podían aportar a los esqueletos de los personajes que les proponíamos. Los personajes del guión inicial, que solo existían en la medida de las situaciones que podían provocar, empezaron a tomar forma. El joven chino del libro, por ejemplo, me interesaba por su aún frágil dominio del francés y por el episodio de la expulsión de sus padres, pero el Wei que vemos en la película debe mucho al joven que lo interpreta. No escribimos una sola palabra para describirle, ni tampoco para la escena donde explica que siente vergüenza de los demás.
François Bégaudeau: En el libro, Ming estudia mucho; habla poco porque está muy concentrado y teme meter la pata en francés. Sin embargo, Wei no para de hablar. Ya en los primeros talleres lanzaba monólogos de media hora sin el menor complejo a pesar de un bilingüismo nada perfecto.
Laurent Cantet: Hay casos muy diferentes según el nivel de construcción de los personajes. Por ejemplo, Arthur, el gótico, no estaba previsto en el guión. Unas semanas antes de empezar a rodar, la diseñadora de vestuario habló con ellos, y si uno quería ser gótico, ¿por qué no? Supongo que le gustaría serlo en la vida real, pero no se atreve a hacerlo. Por eso le pedí a su madre que hablara de ese tema con el profesor. De hecho, fue la única vez que sugerí un tema. En todos los demás casos, los padres propusieron los temas, proyectando en los personajes lo que esperan de sus hijos.
François Bégaudeau: En lo que respecta a los adolescentes, la mayoría de sus personajes son composiciones. Cuando se estrene la película, muchos dirán: “Estos chicos son geniales, pero no son actores. Si lo hacen tan bien es porque es su vida”. Y se equivocarán completamente.
Laurent Cantet: Durante las improvisaciones en los talleres, intentábamos empujarlos para saber si podrían interpretar algunas de las escenas. Un día le pedí a Carl que se metiera con el profesor y nos ofreció una escena tremendamente violenta. Unos minutos después, le sugerí otra situación: le han echado de un instituto y acaba de llegar a este, quiere hacerse el bueno. Inmediatamente compuso un personaje comedido, que se siente intimidado ante François. De hecho, esta escena está en la película.
François Bégaudeau: Durante la escena de fin de curso, en la que Khoumba y yo nos peleamos, le dijimos a la chica que interpreta el papel, Rachel, que debía ponerse pesadísima. Y esta chica, normalmente muy agradable y simpática, se convirtió en insoportable.
Laurent Cantet: No cabe duda de que Frank, como intérprete de Souleymane, es el que más trabajó su personaje. En la vida real es un chico muy tierno, muy tranquilo. Tuvimos que fabricar esa imagen de chico duro, empezando por el vestuario. La primera vez que se probó la ropa, tuvo la impresión de ir disfrazado. Es verdad que el vestuario les ayudó a todos a meterse en sus papeles. Esmeralda, por ejemplo, es monolítica y se siente muy cómoda en una relación de fuerza y conflicto. Antes de rodar una escena, le pedí que hablara de Sócrates como si le conociera. Inmediatamente, fue capaz de ofrecer una visión justa de La República, pero llena de lagunas, a pesar de no haberlo leído. Su único conocimiento procedía de lo que François le había contado.
François Bégaudeau: Además de tener una gran facilidad para improvisar, también eran capaces de volver a interpretar una escena con total exactitud y con la misma naturalidad que durante la primera improvisación. Puede que sea un don de esta generación, pero creo que el colegio lo incrementa porque incita a un disimulo permanente, a un juego de rol, a hacer trampas. Sobre todo a los malos alumnos, obligados a compensar sus dificultades con imaginación, inventiva, labia.
La labia
Laurent Cantet: Los alumnos nunca leyeron el guión. Curiosamente, cuando improvisaban situaciones descritas por nosotros, pudimos comprobar que encontraban espontáneamente expresiones y palabras que aparecen en el libro de François, como si hubiera un arquetipo de la lengua y de las inquietudes de los chicos.
François Bégaudeau: En la mayoría de las películas de adolescentes, estos suelen estar muy callados, a excepción de La escurridiza, o cómo esquivar el amor. En LA CLASE domina una adolescencia locuaz y llena de vida en vez de melancólica e inhibida. Cualquiera puede imaginar a Esmeralda soñando en su cuarto de adolescente, pero aquí solo la conocemos en el aula, llena de energía y de vida. En cuanto al lenguaje, nuestra propuesta es algo diferente de la de Abdel Kechiche. El mundo de La escurridiza, o cómo esquivar el amor está dividido entre los que tienen labia y los que no la tienen, y que por lo tanto son perdedores sociales y escolares. LA CLASE se centra más en cómo afectan las lagunas del idioma a los alumnos. Cualquiera puede tener labia, pero no siempre funciona.
Laurent Cantet: Hay momentos de auténtico júbilo del idioma, a pesar de que las expresiones no siempre sean gramaticalmente conformes a lo que espera el profesor. Pero un momento después, se acabó: “Sé lo que quiero decir, pero no sé expresarlo”.
François Bégaudeau: Se pasa de la fluidez a la impotencia y viceversa. En cierto modo, la película rechaza las generalidades: no se lamenta del supuesto déficit idiomático de los adolescentes ni tampoco se maravilla ante su increíble ingenio.
Cómo funcionó
Laurent Cantet: Quería que el rodaje siguiera el mismo curso que los talleres de preparación, con la misma libertad. Para ello era indispensable filmar en vídeo de alta definición. En Recursos humanos me di cuenta de que el coste y el peso del 35 mm dejan pocos márgenes a la improvisación, por lo que el rodaje se fosilizó un poco. Con LA CLASE quería tener la libertad de rodar 20 minutos seguidos, aunque no estuviera pasando nada, porque sabía que, a veces, bastaba con una frase para que todo volviese a despegar.
François llevaba la escena como si fuera una clase, pero yo podía intervenir durante las tomas, relanzar la escena, pedirle a alguien que expusiera una idea, etcétera. Era impresionante verles ponerse en marcha inmediatamente, con la misma energía de antes de la interrupción, integrando las consignas que les había dado.
François Bégaudeau: Es obvio que un rodaje así se adapta a las mil maravillas a las escenas de clase, porque un profesor debe dar la palabra a sus alumnos e incluso provocar que hablen. Lo mismo pasa con los padres de los alumnos. Me quedaba con las indicaciones que me había dado Laurent e intentaba llegar al momento clave en el momento previsto.
Laurent Cantet: Decidí que necesitaría tres cámaras. Una debía enfocar permanentemente al profesor; la segunda, al alumno que llevase el peso de la escena, y la tercera serviría para rodar otras cosas que podían pasar en clase, tipo una silla en equilibrio, una chica que corta el pelo a una compañera, un alumno que sueña y de pronto vuelve a la realidad, los detalles habituales de una clase imposibles de reconstituir si no se filman en directo.
El aula donde rodamos es cuadrada, pero la transformamos en rectangular mediante un pasillo técnico de dos o tres metros a un lado de la sala. Las tres cámaras siempre estaban en el mismo lado y con la misma orientación: el profesor a la izquierda, los alumnos a la derecha. Muy pocas veces se filmaron miradas. La idea era filmar la clase como un partido de tenis.
El modo en que François guiaba la escena desde el interior, después de haber hablado de los pormenores, exigía una complicidad que pocas veces se consigue entre un actor y un director. En general, el actor hace lo que le pide el realizador. LA CLASE es diferente de todas mis anteriores películas porque ha nacido de una responsabilidad totalmente compartida.
La apuesta por la inteligencia
Laurent Cantet: Quería hacer justicia a todo el trabajo que se desarrolla en los institutos. En una clase, la inteligencia siempre está en juego, incluso en los malentendidos y en los enfrentamientos. Queríamos mostrarlo cada vez que rodábamos una escena. En los intercambios entre alumnos, entre profesores, entre profesores y alumnos se hacen preguntas, se entienden, se intercambian ideas. Apostar por la inteligencia corresponde al modo particular y poco ortodoxo en que François ejerce su profesión.
François Bégaudeau: No debemos olvidar que tanto en una película como en un libro está el efecto artístico. En otras palabras, aunque se intente reproducir la realidad e incluso su monotonía, una película y un libro se componen de excepciones. Muchos lectores del libro me han dicho: “Pues sí que pasan cosas en las aulas”. Pero no ven que solo he contado los mejores momentos porque era necesario para el libro. Si todos se callan, no hay escena. La clase de las ocho de la mañana, donde todos los alumnos están dormidos, no da para contar nada.
Laurent Cantet: Pocos profesores se arriesgan tanto como François ante los alumnos. No se arriesgan a equivocarse, a fracasar. Es más fácil transmitir el saber mediante una clase magistral que intentar hacerles partícipes a todos sin que se den cuentan. Para eso hace falta mucha sangre fría. Algunos se lo reprochan y otros le envidian. Este hombre tiene algo de Sócrates.
François Bégaudeau: No exageremos... La referencia a Sócrates no es un guiño. La incluí porque un alumno vino un día a hablarme de La República, y Laurent quiso incluirla en la película.
Laurent Cantet: Encaja tan bien que incluso llegué a preguntarme si no sería una escena demasiado didáctica. Pero si alguien me acusa de una toma de posición pedagógica, lo reconozco. Cuando un profesor habla con sus alumnos como si fueran adultos, puede ser muy duro, pero es una forma de reconocer que tienen un papel activo dentro del aula. Pasa lo mismo con el uso de la ironía. Es una forma de pedir a los adolescentes que utilicen sus facultades descodificadoras. El método de François me parece muy respetable porque considera a sus alumnos como interlocutores válidos. Siempre se mete con sus alumnos, incluso llega a dar donde duele, pero siempre les empuja a ir más lejos. Si hay democracia en las aulas, es en la suya.
François Bégaudeau: Está claro que interpreto a un personaje, pero hay escenas que reivindico totalmente como profesor. Por ejemplo, la escena en la que Souleymane me pregunta si soy homosexual. La mayoría de los profesores cortarían una conversación así o, peor aún, le pondrían una falta al alumno. En cambio, disfruto mucho con momentos de este tipo porque puedo sacar partido de ellos y meterme con el arcaísmo del alumno. Es un contrato de igual a igual: me meto contigo, pero acepto que me lances sarcasmos o que me digas que soy marica.
No hay culpables
Laurent Cantet: No se trataba de convertir a François en un superhéroe. Nuestra idea era mostrar que, cuando uno se arriesga, las cosas pueden ir mal, puede haber malentendidos.
François Bégaudeau: Si solo nos hubiéramos basado en la facilidad verbal, habríamos hecho El club de los poetas muertos de izquierdas con el valor añadido de la seriedad social estilo Cantet. Pero no nos hacía ninguna gracia.
Laurent Cantet: Durante las primeras tomas de la escena del patio, François dominaba demasiado la situación. Le pedí que no estuviera tan seguro de sí mismo, que estuviera algo más desestabilizado porque sabe que ha cometido un error. En los enfrentamientos, el profesor no siempre sale ganando. Puede hacer preguntas y hundir la daga hasta el fondo, pero los alumnos también pueden hacerle preguntas difíciles. Por ejemplo, cuando contesta que la diferencia entre la lengua escrita y la lengua hablada es cuestión de intuición. No tiene argumentos, todos le preguntan y debe contestar.
François Bégaudeau: También está el momento en que dice, después de pedir a los alumnos que hagan una redacción describiéndose a sí mismos: “Vuestra vida es interesante”. Pedagógicamente, tiene razón. Pero Angélica lo entiende de otro modo. Para ella significa: “Tengo la impresión de que nuestra vida no le interesa mucho”. También tiene razón.
Laurent Cantet: Pasa lo mismo con los profesores cuando hablan del consejo disciplinario de Souleymane. Al principio deciden no incluir a Souleymane. Sin embargo, a medida que van hablando, cambian de parecer. Nadie está convencido de lo que dice. Se empieza con una afirmación que, a continuación, se matiza y acaba cambiando completamente. Me gusta mostrar “en tiempo real” cómo nace un auténtico debate.
François Bégaudeau: Me parece que LA CLASE, de acuerdo con cierta tradición del cine francés, es una película sin culpable absoluto.
Laurent Cantet: La película no intenta proteger a unos y atacar a otros. Todos pueden ser débiles y brillantes, con momentos de gracia y de mezquindad. Cada uno puede tener momentos de clarividencia o de ceguera, de comprensión o de injusticia. Pero me parece que esta película comunica un mensaje positivo porque reconoce que el colegio es a menudo caótico. Se viven momentos de desaliento, pero también momentos de gran felicidad. Y de entre este gran caos surge bastante inteligencia.
François Bégaudeau: Estos momentos dependen de dos hechos: por un lado, el profesor no siempre consigue crear el dispositivo necesario para que existan; por otro lado, ya sabemos que la máquina de clasificar hace su trabajo. Reconozco que lo paso bien enseñando. O, mejor dicho, me gusta estar en un aula con treinta chicos e intentar reflexionar con ellos. Casi como iguales.
Laurent Cantet: El contrato de igualdad entre profesor y alumnos se rompe en el último tercio de la película por culpa del consejo disciplinario, dado que vuelve a imponerse la jerarquía y la autoridad. Sin embargo, no por eso queda anulado. Durante toda la película, se ve una utopía en pleno funcionamiento. No se trata de una idea acerca de cómo debería ser el colegio, sino de experimentar lo que podría ser. Pero llega un momento en que la utopía se da de bruces contra una máquina mucho mayor que ella, más o menos como lo que pasa fuera de los muros del colegio. Aun así, ha ocurrido algo.
François Bégaudeau: Siempre surgen situaciones geniales en el instituto, pero también sabemos que este mismo instituto es discriminatorio, nada igualitario, que es una máquina de fabricar reproducciones, etcétera.
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