7/1/2000 | |
Generación Beat
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Pero, no es menos cierto, también sirven como coartada para quienes desde Internet propugnan/defienden el uso de las drogas. Jean François Duval, autor de un libro reciente dedicado a esta generación, afirma que los cibernautas o internautas son los herederos actuales de aquel grupo porque, dice, “la cultura de Internet es una contracultura que subvierte el orden establecido, por la anarquía de unas redes difícilmente controlables”. Pero, ¿qué hay detrás del término beat? Aunque rastrear su etimología no es sencillo, hay interpretaciones para todos los gustos. Fue el propio Jack Kerouac el primero en abominar de la etiqueta. En tres textos, publicados a finales de los años 50, ensayó un juego de definiciones que, sin apenas conseguirlo, trataban de clarificar muchas y muy discutidas derivaciones semánticas de la palabra Beat (verwww.unil.ch/spul/allez_sa voir/as11/5kerouac3.html). Contradiciendo interpretaciones ajenas, Kerouac declaraba que la generación Beat no era más que una banda de gamberros y de irresponsables. “Beat –escribía el autor de En el camino– no quiere decir cansado o reventado, sino beato, beatifico en italiano: estar en un estado de beatitud. Pero ¿cómo se puede estar así en nuestro delirante mundo moderno?”. Según relata Allen Ginsberg fue el propio Kerouac quien, en 1948, explicó a John Clellonwww.charm.net/~brooklyn/Texts/ThisIsBeatGen.html que la suya no era una generación perdida como la de entreguerras, sino una generación “encontrada o angélica”. El paso de una década le hizo cambiar radicalmente de idea pero, no obstante, en el web citado se encuentran buenas referencias sobre las influencias recibidas y prestadas a otros escritores tanto contemporáneos como posteriores. El texto de Ginsberg, muy medido y algo condescendiente por los años, choca con el contenido de su vida y de su obra. El escritor mexicano José Agustín propone, en un ensayo sobre la contracultura, su propia visión y análisis del término beat en un artículo que puede leerse en la páginawww.jornada.unam.mx/1996/jun96/960602/sem-joseagus.html. Según este autor, en 1948 Kerouac bautizó a su grupo y a la vez definió a la gente de su edad: “Es una especie de furtividad, como que somos una generación de furtivos”, dijo a Clellon, quien lo transcribió en Go, la primera, y según dicen muy buena, novela sobre los beatniks, publicada en 1952: “...una especie de ya no poder más y una fatiga de todas las formas, todas las convenciones del mundo ... Por ahí va la cosa. Así es que creo que puedes decir que somos una beat generation”, o sea, una generación exhausta, golpeada, engañada, derrotada”. Herb Huncle (intelectual de Times Square que era el camello de Burroughs) le había pegado a Kerouac este uso de la palabra beat, que a su vez había recogido de los garitos del jazz, donde se decía, por ejemplo: “I'm beat right down to my socks”, algo así como “estoy molido hasta los calcetines”. Otros opinan que beat más bien significaba “engañado”. En todo caso, también usaban el término como participio del verbo to beat (debería ser beaten, pero en las mutaciones alquímicas del ambiente el sufijo se perdió), y lo cierto es que, en el jazz, se llama down beat a un tiempo que se marca con la batería. Así que, para Kerouac, beat también implicaba “golpeado” y “derrotado”. Con el tiempo, la palabra derivó en beatnik y, por supuesto, en Beatles. José Durán King diana.cps.unizar.es/coaxial/contraweb/beatniks.html coincide en que la palabra fue acuñada por Kerouac y Clellon para definir a la gente de su edad que vivía en Nueva York a finales de los 40, pero añade que el término proviene de “beaten down” (derrotado). Un reflejo de la desesperación frente a una sociedad barrida sucesivamente por la depresión económica, la Segunda Guerra Mundial y la amenaza de la bomba atómica. Los beatniks (la partícula –nik es un sufijo despectivo tomado del yiddish, con lo que beatnik significaría “derrotaducho”) optaron, vista la situación imperante en su país, por una actitud despojada de toda falsa moralidad, que mostrara al hombre desnudo y sincero. Esta definición, que desde el punto de vista semántico no parece tener fisuras, es menos evidente si nos atenemos a la trayectoria vital de estos tres personajes. Inadaptados y rebeldes, sin duda, derrotados sólo dos: Kerouac, que murió victima del alcohol a los 47 años, y Neal Cassady –adscrito al trío original– muerto por sobredosis cerca de una vía férrea. A contratiempo, porque el auge de su literatura vino a coincidir con un ciclo de prosperidad económica de Estados Unidos. Y lo más incomprensible. Era hasta cierto punto normal que en países como Francia e Inglaterra surgieran grupos de jóvenes desencantados después de los horrores de la guerra, pero resultaba cuando menos un síntoma extraño que en el país más rico del mundo, el vencedor de la guerra, el temible gendarme de las armas nucleares, un grupo de jóvenes no sólo rechazara el “mito americano”, sino que se viesen a sí mismos como agotados, golpeados, vencidos, engañados. Era una muestra irrebatible de que detrás de su fachada de Disneylandia, Estados Unidos desgastaba precipitadamente sus mitos rectores: el país del destino manifiesto, de los valientes y los libres, donde todos pueden ser millonarios. Porque, independientemente de los términos que usemos, los rebeldes sin causa –ineludible alusión cinematográfica— son de esta generación.
A pesar de que muchas de sus actitudes son más que discutibles como modelos –otra cosa es la libertad de opción personal– llama la atención que la gracia de Burroughs jugando a Guillermo Tell con su mujer, a la que dejó en el sitio, se cuente de pasada y no como una pasada, aunque parece, según sus biógrafos, que le afectó mucho. De hecho, sólo cumplió una corta condena en México gracias a sus influencias de rico heredero y quizá porque el alcoholismo se consideró un atenuante. En el web francés Beat, Whisky & Poesiewww.culturebeat.net se puede encontrar una buena historia, aunque sumaria, de la literatura alucinógena y contestataria, en la que se da cuenta de las consecuencias a que han llevado los excesos de esta y otras generaciones posteriores. Una crítica a esas apologías de la droga que, bien vistas en tiempos de Baudelaire, han tenido consecuencias funestas y nada poéticas en las generaciones posteriores, y así hasta hoy. Es inevitable referirse a las drogas cuando se habla de la generación beat. El grupo nace del encuentro en 1943-44 entre Kerouac (1922-1969), Ginsberg (1926-1997) y Burroughs (1914-1997). El trío frecuenta los traficantes neoyorquinos, se relaciona con hampones de segunda y descubre el jazz en Harlem. El exponente inicial fue, en realidad, su poema Howl (Aullido y otros poemas, ed. Visor), escrito por Ginsberg bajo los efectos del peyote. Lo justificará luego diciendo que pretendía explorar ciertos modos de la consciencia, además de sostener que “la marihuana es una herramienta política, un antídoto contra la mierda oficial”. Palabras que disimulan lo que refleja su obra: una poesía que es la historia de su propia alineación y de la búsqueda de una vía de escape. El mayor de los tres, Burroughs, tras regresar de México, escribe su primera novela, Junkie (Yonqui, ed. Anagrama) que no es sino la confesión de un drogadicto no arrepentido, en la que describe la lógica incuestionable de la droga y sus ventajas para la percepción. Sus obras siguientes, sobre todo El almuerzo desnudo, siguieron en la misma tónica de delirio poético-científico, considerado por la crítica como obsceno y peligroso. Lo curioso y, sin duda, no explicado es que tanto Ginsberg como Burroughs tuvieron, a pesar de sus excesos, una vida longeva (¿nadar y guardar la ropa?). Según el segundo, drogarse es “la liberación momentánea de las exigencias de la carne temerosa, asustada, envejecida, picajosa”. Tal fue lo que buscó incansablemente en las exóticas sustancias adictivas que se procuró en los cinco continentes.
Aunque En el camino nunca fue llevada al cine, en ella se encuentra la inspiración de la más célebre road movie, dirigida por Dennis Hopper y con la que inició su carrera Jack Nicholson: Easy Rider. Emblema de la contracultura hippie surgida a partir de finales de los 60 y película de culto desde entonces, marcó a una generación: todos querían perderse en la carretera con su chupa negra y su Harley. Hoy es difícil imaginar que tres escritores y sus amigos músicos pudieran ejercer tanta influencia sobre las generaciones jóvenes de un país saciado de optimismo véasewww.mcs.net/~rwor/a/v19/905-09/905/ginsb_s.htm. El ciberpunk de nuestros días es, a su manera, un pálido reflejo de aquel fenómeno. La esencia de su vida era desafiar a la autoridad y hacer pedazos lo convencional. Les encantaba retar al sistema, burlarse de lo establecido. Una vez pidieron a Ginsberg que describiera sus creencias políticas y contestó con dos palabras: “desafío absoluto”. En el otoño de 1955, cuando leyó Aullido por primera vez en San Francisco, electrizó a los presentes, pero él fue el primer sorprendido: tuvo un efecto inmediato sobre la juventud americana y el gobierno pasó al ataque. La policía persiguió a su amigo el librero Ferlinghetti por publicar y vender el poema, y lo llevó a juicio por obscenidad. Cuando ganaron la batalla en los tribunales, Aullido, que celebraba la enajenación, la rebelión, la sexualidad y el amor, recorrió el país uniendo a muchos en ese grito. Los poetas reconocidos, claro está, detestaban a Ginsberg. Su obra, que rompía toda convención, y las ideas que propuso sobre la poesía, cambiaron algo para siempre. Ginsberg descartó todas las reglas sobre metro y ritmo, y dijo con desparpajo que el ingrediente más importante de la poesía era la sinceridad, que un fragmento de pensamiento podía ser una estrofa y que la experiencia de cualquiera podía ser un poema (¿no se diría lo mismo de los textos del rock?). Según Ginsberg, el ritmo y el metro podían ser la lengua de la calle o las notas de un saxofón, la vida de cualquier ser humano podía ser la materia de la poesía. Ayudó a sacar a la poesía de las aulas académicas para que todos disfrutaran de ella, no solo leyéndola y escuchándola, sino escribiéndola. De repente, la poesía pasó a ser un medio por el cual las masas podían expresar sus ideas sobre la vida. Y la poesía llegó, pues, a ser una parte importante del movimiento. Ginsberg fue el único del grupo original que mantuvo posiciones políticas, sobre todo en el movimiento contra la guerra de Vietnam. A fines de la década pasada, Ginsberg fue invitado a enseñar en Columbia, sin duda esperando que en el invierno de su vida se apaciguara. Pero el poeta barbudo siguió arremetiendo contra el sistema. Sus obras de los útimos años atacan la crueldad de la política, la guerra contra los pobres y la hipocresía de la clase dominante. Trabajó con Ed Sanders para agregar nuevos versos al tradicional himno religioso Amazing Grace, en los que denuncia la situación de los sin techo. Ginsberg proclamaba que quienes mandan en Estados Unidos son “gente que se dice cristiana pero que odia a los pobres con inteligencia satánica”. A principios de 1995 escribió una violenta diatriba contra el político republicano Newt Gingrich, que tituló, nada menos, “Balada de esqueletos”: “Dijo el esqueleto militar / Compra bombas estrellas / Dijo el esqueleto de clase alta/ Mata de hambre a madres solteras / Dijo el esqueleto subdesarrollado / Envíame arroz / Dijo el esqueleto de las naciones desarrolladas / Vende tus huesos para hacer dados”. Luego grabó el texto con Philip Glass y Paul McCartney, y recorrió el mundo haciendo galas. El director de cine Gus Van Sant hizo una grabación que estuvo entre los vídeos favoritos de MTV y que después se presentó en el Festival de Cine de Sundance. Por su parte, la literatura underground de Burroughs, experimental y pasada por el filtro que le proporcionaba su adicción, en especial a la heroína, evocaba con prosa deliberadamente irregular un mundo de pesadillas, no exento de un turbulento sentido del humor y al que no se puede negar una extraordinaria inventivawww.jornada.unam.mx/1997/ago97/970804/william.html. Considerado pionero en su ruptura con el estilo narrativo tradicional, se hizo famoso por la novela Naked lunch (El almuerzo desnudo, ed. Anagrama), que relata sus experiencias como drogadicto y cuya cruda descripción de la violencia y el sexo impresionó tanto a los editores que tardaron tres años en publicarla. Abiertamente homosexual cuando esta condición se escondía, trató el tema con cruda franqueza y se convirtió en referencia obligada de otros representantes de la contracultura como Gregory Corso y Lawrence Ferlinghetti, o sus seguidores Bukovski y McClure, sobre los que ejerció una gran influencia. Junto con estos, el autor de Yonqui simbolizaba la bohemia, la rebeldía contra el poder establecido y el inconformismo, banderas de la generación beat. El mismo solía reconocer que su vida había sido “una lucha constante para resistir la fuerza de la oscuridad”. La fama le llegó a través de Naked lunch, escrita mientras vivió en Tánger, publicada en París en 1959 y llevada a la pantalla en 1991. La obra estuvo prohibida en su país hasta 1962, cuando el Tribunal Supremo decidió levantar la censura que pesaba sobre esta crónica de una autodestrucción. En opinión de Burroughs, todas las formas de drogadicción son “contraproductivas para el escritor”, y de los quince años que vivió bajo el dominio de la adicción dijo no haber obtenido nada positivo, salvo la admisión de que era víctima de su propia opresión. A partir de ese libro, el novelista se dedicó a experimentar más con la estructura de sus narraciones, entre las que destacan The soft machine (1961), Nova Express (1964 - Expreso Nova, ed. Minotauro), The wild boys (1971), Exterminator (1973), Cities for the red night (1981), Queer (1985) y Tornado alley. Sin embargo, ninguna de sus obras de madurez –la más conocida es Ghost of Chance (El Fantasma Accidental, ed. Muchnik)— fascinó tanto a los lectores como aquella que le dio celebridad. Otros tiempos. La influencia de Burroughs conectaría con una nueva generación de iconoclastas, cuyo medio de expresión sería el rock. El último tributo que se le rindió, en la Universidad de Kansas, contó con la presencia de artistas como Michael Stipe, del grupo REM, y Deborah Harry, antigua cantante de Blondie, ambos representantes de esa generación de relevo. El grupo irlandés U2 lo invitó a participar en su vídeo Last night on earth. Otros personajes del rock, como David Bowie, Patti Smith, Lou Reed o el extinto Kurt Cobain, lo consideraban también “emblema de la transgresión”. Desde mucho antes de la muerte de Burroughs y Ginsberg, la generación beat había pasado a la historia. Como pasó (¿pasó realmente?) la época contra la cual se rebelaron de modo singular. Otras corrientes estéticas y vitales, tan insanas y poco presentables como aquélla, se han sucedido; el liderazgo de las actitudes parece estar hoy en manos de los grupos musicales menos integrados en el mercado. Por su parte, Internet se ha convertido en refugio y caja de resonancia para toda especie de contestatarios, tan hostiles a la “nueva economía” como los beatniks de los años 50. |
domingo, 10 de abril de 2011
Generación Beat Raíces de la contracultura
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