Una muchacha mira por la ventana de su departamento en Ámsterdam. Abajo, en la calle, están todas sus pertenencias. Sola en el cuarto vacío, Anne –así se llama– se quita su anillo de bodas: ése es el comienzo de Nothing Personal y ésa será toda la información que tendremos sobre el pasado de Anne, porque en el plano siguiente ya habrá emprendido el viaje a tierras lejanas que narra la ópera prima de Antoniak. La tierra elegida por Anne para su exilio íntimo es la inhóspita Connemara, en la costa oeste de Irlanda; la vemos transitar los caminos de ese paisaje austero convertida en una vagabunda arisca, revolviendo la basura en busca de comida y mostrando los dientes a quien intente perturbar su soledad. Pero encuentra a Martin, un viudo mucho mayor que ella e igual de decidido a defender su aislamiento de las personas; establecen un pacto de intercambio de trabajo por comida, y algo empieza a cambiar en el interior de Anne. Con diálogos mínimos y aprovechando la belleza enigmática del paisaje irlandés, Antoniak encuentra el tono y el ritmo exactos para retratar tanto esa transformación como la química entre Rea (actor fetiche de Neil Jordan) y la formidable Lotte Verbeek, el gran descubrimiento de Nothing Personal.
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