El lobo se llamaba Denis. Vivía en el bosque de los Falsos Sosiegos. Carente de ferocidad, manso y vegetariano, de pelaje negro y grandes ojos rojos, tenía la costumbre ingenua de observar a los impacientes enamorados que se internaban en la espesura del bosque.
Un día, en una de estas incursiones, el mago del Siam (siam es un juego de nueve bolos y no un país asiático) muerde a Denis mientras el mago intentaba seducir a la joven Lisette. El lobo, tras la mordedura, comienza a sufrir una extraña fatiga, hasta que la metamorfosis le convierte en un ser humano.
Así comienza el relato “El lobo- hombre”, del novelista dramaturgo y músico francés Boris Vian (1920 – 1959), quizás más conocido por sus superventas de novela negra, firmados bajo el seudónimo de Vernon Sullivan (“Escupiré sobre vuestra tumba”, por ejemplo) que por su obra cuentística.
En este cuento de “El lobo-hombre”, Vian rompe con la tradición literaria de la licantropía (personas que se transforman en lobos en noches de luna llena) y da un giro de tuerca al mito popular.
La historia de “El lobo-hombre” prosigue. Denis viaja mutado en hombre hacia un París oscuro y noctámbulo. Conoce y se acuesta con una prostituta, se enfrenta con sus proxenetas. Cansado de la ruindad de los hombres, angustiado por la inminencia de su retorno al cuerpo de lobo, se topa con un policía que le da el alto y le impide su regreso al bosque.
Ahí explota el significado que Vian le otorga al relato: el enfrentamiento de la ingenuidad con la autoridad, lucha que devine en un final abierto: Denis, de nuevo en su condición de lobo, siente la cólera, la inquietud de lo que se presume es un sentimiento de venganza del animal contra la maldad del hombre.
El relato de Vian está así construido bajo el ejercicio literario de la inversión (tomar un supuesto conocido e invertirlo, como el cazador cazado, por ejemplo). La técnica propulsa la imaginación y recrea el mismo acontecimiento desde otros puntos de vista.
No en vano, Boris Vian participó en aquella corriente post-surrealista de finales de los años 40, la escuela de la Patafísica, donde un grupo de escritores y artistas formaban parte de un meritorio clan que promulgaba la imaginación, el juego y la transgresión en lo narrativo, como contrapunto a los cánones y el formalismo literario de la Escuela de París.
El propio Vian se erigía como presidente de una de las subcomisiones del Colegio patafísico parisino, con el insigne cargo de presidente de la Subcomisión de las Soluciones Imaginarias..
Vian, por aquellos años, frecuentaba la élite de intelectuales existencialistas liderada por Albert Camus o Jean Paul Sartre en los cafés del barrio parisino de Saint German. Allí también se topó con genios jazzísticos de la época, como Duke Ellington, Miles Davis o Charlie Parker, “jazzmen” que influyeron mucho en su música.
Sin embargo, su vertiente literaria y el hecho de que su novia le abandonara por Sartre fueron excusas que también le condujeron por caminos más cercanos al surrealismo que al existencialismo.
“El lobo-hombre”, es buen ejemplo de ello. La figura del doble aparece y reaparece siempre en la obra de Vian, como un motivo narrativo (esta vez inverso) que emerge en el subtexto: lobo e ingenuidad; hombre y maldad.
Quizás sea grato recordar las revisiones que la licantropía ha tenido, y no sólo en la cinematografía, sino también en la literatura. Una de ellas, tal vez la más imaginativa, fuera la que Boris Vian trazó en la década de los años 50, con Denis como protagonista (y antagonista), sintiendo así, en los párrafos finales de “El lobo-hombre”, las secuelas de un sentimiento de venganza previo al plenilunio.