HISTORIA DE LAS MUJERES FILÓSOFAS – Gilles Ménage
«Yo, Hiparquia, no seguí las costumbres del sexo femenino, sino que con corazón varonil seguí a los fuertes perros. No me gustó el manto sujeto con la fíbula, ni el pie calzado y mi cinta se olvidó del perfume. Voy descalza, con un bastón, un vestido me cubre los miembros y tengo la dura tierra en vez de un lecho. Soy dueña de mi vida para saber tanto y más que las ménades para cazar.»A las mujeres, epigrama de Antípatro dedicado a Hiparquia (s.II a.C.). Antología, libro III.
Tales, Anaximandro, Anaxímenes, Jenófanes, Heráclito, Alcmeón, Pitágoras, Filolao, Meliso, Eurito, Parménides, Zenón de Elea, Empédocles, Anaxágoras, Diógenes de Apolonia, Leucipo, Arquelao, Demócrito… y aún no hemos llegado a Sócrates. ¿Qué, llegamos? Vamos allá: Sócrates, Zenatón, Antístenes, Platón, Diógenes de Sínope, Aristipo, Euclides, Zenón de Citio, Aristóteles, Teofrasto, Epicuro… Y así, citando sin despeinarnos mucho nombres vinculados a la esforzada y nunca bien ponderada disciplina de la filosofía, podríamos seguir recorriendo el mundo romano, la Europa alto y bajomedieval, la renacentista, el siglo XVI, el XVII, hasta llegar al momento en que a un tal Gilles Ménage, gramático, latinista y lexicógrafo francés, se le ocurre fijarse en el detalle de que esos nombres, los citados y los por citar, tienen todos ellos en común no sólo el vínculo filosófico sino el hecho de que ¡son todos hombres! Y se hace la ingenua pregunta: ¿no hubo, pues, mujeres filósofas? ¿Es eso posible?
Posible sí es, pero no probable. De hecho nuestro protagonista, Gilles Ménage, así lo cree y por ello se propone escudriñar los textos clásicos en busca de féminas que hayan pensado tanto o más que los del otro sexo (en materia filosófica se entiende, que en las demás se da por hecho que siempre han llevado ventaja las hembras). Fruto de ese escudriñamiento es su Historia mulierum philosopharum, obra que dedica obviamente a una mujer y que escribe originariamente en latín quizá por suponer Ménage que tal idioma es el que usan ellas en sus cuchicheos para que nadie las entienda, como así sucede. El latinista francés empieza a recabar datos referentes a mujeres que a lo largo de la Historia, y por la razón que sea, han sido o pueden ser llamadas filósofas, y en 1690 ve la luz esta obra.
Pero conviene ahora adoptar un tono algo más serio, que el tema y la obra lo merecen. ¿Quién fue Gilles Ménage? Nació en 1613 en la Francia de los Luises (conoció los reinados del XIII y del XIV –el Rey Sol–) y pronto destacó en las humanidades y el estudio de la lengua francesa, no en vano está considerado el autor del primer gran diccionario etimológico francés. En el París de aquella época, el siglo XVII, estaba en auge la cultura de los salones, lugares de reunión de numerosas mujeres de la alta aristocracia (a los que acudían también hombres, por supuesto) en los que se conversaba sobre arte, literatura, música, filosofía, etc. Ménage solía frecuentar unos cuantos de estos salones, y aprendió a valorar la inteligencia y la amistad de las numerosas damas que allí conoció: Madame de Rambouillet, Mademoiselle de Scudéry (autora, bajo el nombre de su marido, de la novela más larga escrita en francés, de 10 volúmenes), Madame de La Fayette… En honor de estas damas escribió Ménage su Historia de las mujeres filósofas, y lo hizo en latín no por lo antedicho sino porque la obra iba dirigida al mundo erudito como reivindicación de la existencia en todas las épocas (como así era en su propio tiempo) de mujeres que pensaban.
¿Cuál fue el criterio de Ménage para incluir o no un nombre en su lista de mujeres filósofas? Él no lo dijo pero, tras una atenta lectura de su libro, se han hecho conjeturas al respecto que concluyen en los tres puntos siguientes: que el nombre fuera alguna vez citado bajo el adjetivo de «filósofa» o incluido en alguna lista de filósofos; que la mujer fuera familiar, discípula o amiga de algún hombre sabio o filósofo; o bien que hubiera participado en alguna actividad vinculada a la filosofía. Con estos tres filtros Ménage encontró sesenta y cinco mujeres que podían ser denominadas filósofas y elaboró una relación descriptiva, que no una historia (pese al título) de las mismas. Las agrupó por escuelas filosóficas (platónicas, cirenaicas, peripatéticas, pitagóricas…) y dedicó, de manera aparentemente arbitraria, a unas apenas unas líneas, a otras páginas enteras. Según el propio autor, el suyo no era el primer intento de recopilación de mujeres pensadoras: ya otros autores clásicos habían escrito algo similar. Pero estas obras quedaban ya muy atrás en el tiempo.
En el libro Ménage se apoya siempre en los textos clásicos que le sirven de fuente, mencionándolos o citando párrafos enteros de ellos. El estilo de la obra no es difícil más que por el hecho de que continuamente aparecen nombres de autores clásicos y sus obras, pero el libro no pretende profundizar en el pensamiento de ninguna de las mujeres filósofas. Quien haya leído algo a Diógenes Laercio, escritor del siglo II-III d.C. autor de las Vidas de los más ilustres filósofos griegos reconocerá ese mismo estilo en la obra de Ménage: gusto por la anécdota, por la recopilación de hechos, autores y citas, por la poca profundidad de análisis… Por nombrar algunas de las mujeres que Ménage incluye, podemos mencionar a Aspasia, mujer de Pericles; Diotima, quien en el Banquete de Platón debate y participa activamente en la conversación; Hipatia, la filósofa de Alejandría; Eloísa, cuyos amores con el filósofo Pedro Abelardo son dignos de ser leídos; Temistoclea, que fue sacerdotisa de Delfos; o Porcia, mujer de Bruto.
En la cuidada edición de la editorial Herder la obra viene precedida de una interesantísima introducción (de donde, por cierto, han salido muchos de los datos que aparecen en esta reseña), y pese a ello apenas llega a las ciento sesenta páginas. Finalmente, sólo queda decir que, dada la naturaleza del libro, es lógico que el autor no busque ni pretenda plasmar sus opiniones en lo que no deja de ser una pequeña enciclopedia no exhaustiva de mujeres filósofas; sin embargo vale la pena citar el siguiente párrafo en el que Ménage sí expresa una opinión ajustada, breve y mesurada, que sin duda debió de ser muy bien apreciada por sus amigas en los salones franceses:
«Asombra que haya habido tantas filósofas pitagóricas, siendo que los pitagóricos guardaban silencio durante cinco años y no les era permitido divulgar los muchos secretos que tenían, y siendo que la mayoría de las mujeres son habladoras y apenas pueden guardar un secreto.»
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Tales, Anaximandro, Anaxímenes, Jenófanes, Heráclito, Alcmeón, Pitágoras, Filolao, Meliso, Eurito, Parménides, Zenón de Elea, Empédocles, Anaxágoras, Diógenes de Apolonia, Leucipo, Arquelao, Demócrito… y aún no hemos llegado a Sócrates. ¿Qué, llegamos? Vamos allá: Sócrates, Zenatón, Antístenes, Platón, Diógenes de Sínope, Aristipo, Euclides, Zenón de Citio, Aristóteles, Teofrasto, Epicuro… Y así, citando sin despeinarnos mucho nombres vinculados a la esforzada y nunca bien ponderada disciplina de la filosofía, podríamos seguir recorriendo el mundo romano, la Europa alto y bajomedieval, la renacentista, el siglo XVI, el XVII, hasta llegar al momento en que a un tal Gilles Ménage, gramático, latinista y lexicógrafo francés, se le ocurre fijarse en el detalle de que esos nombres, los citados y los por citar, tienen todos ellos en común no sólo el vínculo filosófico sino el hecho de que ¡son todos hombres! Y se hace la ingenua pregunta: ¿no hubo, pues, mujeres filósofas? ¿Es eso posible?
Posible sí es, pero no probable. De hecho nuestro protagonista, Gilles Ménage, así lo cree y por ello se propone escudriñar los textos clásicos en busca de féminas que hayan pensado tanto o más que los del otro sexo (en materia filosófica se entiende, que en las demás se da por hecho que siempre han llevado ventaja las hembras). Fruto de ese escudriñamiento es su Historia mulierum philosopharum, obra que dedica obviamente a una mujer y que escribe originariamente en latín quizá por suponer Ménage que tal idioma es el que usan ellas en sus cuchicheos para que nadie las entienda, como así sucede. El latinista francés empieza a recabar datos referentes a mujeres que a lo largo de la Historia, y por la razón que sea, han sido o pueden ser llamadas filósofas, y en 1690 ve la luz esta obra.
Pero conviene ahora adoptar un tono algo más serio, que el tema y la obra lo merecen. ¿Quién fue Gilles Ménage? Nació en 1613 en la Francia de los Luises (conoció los reinados del XIII y del XIV –el Rey Sol–) y pronto destacó en las humanidades y el estudio de la lengua francesa, no en vano está considerado el autor del primer gran diccionario etimológico francés. En el París de aquella época, el siglo XVII, estaba en auge la cultura de los salones, lugares de reunión de numerosas mujeres de la alta aristocracia (a los que acudían también hombres, por supuesto) en los que se conversaba sobre arte, literatura, música, filosofía, etc. Ménage solía frecuentar unos cuantos de estos salones, y aprendió a valorar la inteligencia y la amistad de las numerosas damas que allí conoció: Madame de Rambouillet, Mademoiselle de Scudéry (autora, bajo el nombre de su marido, de la novela más larga escrita en francés, de 10 volúmenes), Madame de La Fayette… En honor de estas damas escribió Ménage su Historia de las mujeres filósofas, y lo hizo en latín no por lo antedicho sino porque la obra iba dirigida al mundo erudito como reivindicación de la existencia en todas las épocas (como así era en su propio tiempo) de mujeres que pensaban.
¿Cuál fue el criterio de Ménage para incluir o no un nombre en su lista de mujeres filósofas? Él no lo dijo pero, tras una atenta lectura de su libro, se han hecho conjeturas al respecto que concluyen en los tres puntos siguientes: que el nombre fuera alguna vez citado bajo el adjetivo de «filósofa» o incluido en alguna lista de filósofos; que la mujer fuera familiar, discípula o amiga de algún hombre sabio o filósofo; o bien que hubiera participado en alguna actividad vinculada a la filosofía. Con estos tres filtros Ménage encontró sesenta y cinco mujeres que podían ser denominadas filósofas y elaboró una relación descriptiva, que no una historia (pese al título) de las mismas. Las agrupó por escuelas filosóficas (platónicas, cirenaicas, peripatéticas, pitagóricas…) y dedicó, de manera aparentemente arbitraria, a unas apenas unas líneas, a otras páginas enteras. Según el propio autor, el suyo no era el primer intento de recopilación de mujeres pensadoras: ya otros autores clásicos habían escrito algo similar. Pero estas obras quedaban ya muy atrás en el tiempo.
En el libro Ménage se apoya siempre en los textos clásicos que le sirven de fuente, mencionándolos o citando párrafos enteros de ellos. El estilo de la obra no es difícil más que por el hecho de que continuamente aparecen nombres de autores clásicos y sus obras, pero el libro no pretende profundizar en el pensamiento de ninguna de las mujeres filósofas. Quien haya leído algo a Diógenes Laercio, escritor del siglo II-III d.C. autor de las Vidas de los más ilustres filósofos griegos reconocerá ese mismo estilo en la obra de Ménage: gusto por la anécdota, por la recopilación de hechos, autores y citas, por la poca profundidad de análisis… Por nombrar algunas de las mujeres que Ménage incluye, podemos mencionar a Aspasia, mujer de Pericles; Diotima, quien en el Banquete de Platón debate y participa activamente en la conversación; Hipatia, la filósofa de Alejandría; Eloísa, cuyos amores con el filósofo Pedro Abelardo son dignos de ser leídos; Temistoclea, que fue sacerdotisa de Delfos; o Porcia, mujer de Bruto.
En la cuidada edición de la editorial Herder la obra viene precedida de una interesantísima introducción (de donde, por cierto, han salido muchos de los datos que aparecen en esta reseña), y pese a ello apenas llega a las ciento sesenta páginas. Finalmente, sólo queda decir que, dada la naturaleza del libro, es lógico que el autor no busque ni pretenda plasmar sus opiniones en lo que no deja de ser una pequeña enciclopedia no exhaustiva de mujeres filósofas; sin embargo vale la pena citar el siguiente párrafo en el que Ménage sí expresa una opinión ajustada, breve y mesurada, que sin duda debió de ser muy bien apreciada por sus amigas en los salones franceses:
«Asombra que haya habido tantas filósofas pitagóricas, siendo que los pitagóricos guardaban silencio durante cinco años y no les era permitido divulgar los muchos secretos que tenían, y siendo que la mayoría de las mujeres son habladoras y apenas pueden guardar un secreto.»
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