Sería impensable que hoy se le ocurriera a alguien llegar a tamaña osadía. No cabe imaginar que quede machismo tan atrevido para hablar de mujeres neurasténicas como un estado casi consustancial al género femenino, como se hacía sin ningún pudor en anuncios publicitarios de 1913. Y no era de esperar que cundiera el rechazo social, ni siquiera entre las propias mujeres a las que se citaba, como pasaría hoy de inmediato.
El caso es que en los periódicos de hace un siglo eran muy frecuentes los anuncios de todo tipo que ofrecían supuestos medicamentos para remediar toda clase de dolencias a base de citar conceptos etéreos, como estados nerviosos o de 'consunción', que era como se solía llamar al debilitamiento extremo.
Uno de esos anuncios, de los que más resaltaban por su gran tamaño y el contenido, era el que ofrecía las Píldoras Pink, a las que, según decía el anunciante (no constaba la empresa elaboradora), eran «adeptas fervorosas muchas mujeres de todas las clases sociales», una «predilección» de la que se concluía que «no cabe otra causa explicativa sino la del bien que han producido y siguen produciendo diariamente a esta multitud de mujeres».
El anuncio ocupaba dos tercios de página, y en aquel entonces el tamaño de las páginas era más del doble que en la actualidad. Sin recato, con un estilo que hoy causa rubor, se indicaba que la mujer, «ora pertenezca a la sociedad elevada, ora a la simple clase trabajadora, necesita un medicamento sostén de su débil organismo» y que «pocas son las mujeres de temperamento harto fuerte para prescindir de esta medicación tónica».
Píldoras Pink se presentaba como la solución para las mujeres «faltas de apetito», para las que padecían jaquecas, las que sufrían desarreglos, falta de sangre o cansancio del sistema nervioso.
En este apartado difuso referido a dolencias debidas presuntamente a 'los nervios' es donde los vendedores de las Píldoras Pink remataban su lucimiento, hablando de la especial indicación para mujeres que «por regla general están débiles, son irritables, no duermen, lloran con frecuencia, exageran sus padecimientos...»
Ahí se presentaba la pócima milagrosa en forma de píldoras como «el mejor remedio para esta categoría que comprende desde la mujer accidentalmente nerviosa hasta la habitualmente neurasténica». Y su bondad se basaba en que «ejercen una doble acción: sobre los nervios y sobre la sangre», ya que, según se explicaba, «el medicamento que carezca de esta doble acción, acaso calme, pero no curará...., porque los nervios están fatigados, irritados, exacerbados, porque la sangre se halla empobrecida».
Estos eran argumentos casi constantes en medicinas preparadas que se anunciaban en la época: a falta de mayores conocimientos y controles médicos sobre dichos productos, se orientaban a remediar con términos tan genéricos como tonificar los nervios y purificar la sangre.
Las Píldoras Pink no ofrecían datos sobre su formulación y posibles contraindicaciones, como se hace hoy en día en toda clase de medicamentos, pero se vendían en todas las farmacias al precio de 4 pesetas la caja y 21 pesetas por seis cajas.
Para afianzar la bondad de las Pink, el anuncio referían los casos de curación sorprendente de dos señoritas de Madrid, Antonia Torres y Encarnación Jiménez, que narraban supuestamente cuántos padecimientos evitaron al tomarlas.
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