BRUJAS (LA MUERTA) | CRÍTICA
El demonio de
la analogía
Firmamento recupera la hermosa y crepuscular novela
de Georges Rodenbach, cumbre de la narrativa simbolista, en una nueva
traducción de Cristian Crusat
Georges Rodenbach
(Tournai, 1855-París, 1898) retratado (1895) por Lucien Lévy-Dhurmer.
13 de agosto 2023 -
06:00
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La ficha
Brujas (la muerta). Georges Rodenbach. Prólogo y traducción de
Cristian Crusat. Firmamento. Cádiz, 2023. 152 páginas. 21 euros
Adscrito al grupo
de La Jeune Belgique, al que pertenecieron Verhaeren o Maeterlinck,
y cercano en su etapa parisina a otros escritores o artistas como Mallarmé u
Odilon Redon, Georges Rodenbach fue uno de los más claros referentes del
simbolismo por la época en que el difuso movimiento, considerado por algunos
estudiosos como el punto de partida de las vanguardias, aunque tuviera también
algo de restauración tardorromántica, convivía con los estetas decadentes en
un fin de siècle que proyectó su influencia en toda la cultura
europea. Aunque autor de otras obras menos difundidas, el poeta y narrador
belga debe su ascendiente a una novela, Bruges-la-Morte –publicada
por entregas en 1892, en las páginas de Le Figaro, y ese mismo año
en volumen– que tuvo una enorme repercusión entre sus contemporáneos, siguió
siendo ampliamente leída en las primeras décadas del siglo XX y no ha dejado de
ser citada como el perfecto paradigma de la estética simbolista, a cuyo
imaginario contribuyó de forma decisiva. Podemos acceder o volver a ella
gracias a la nueva edición de Firmamento, que recupera este libro emblemático
en una cuidada traducción de Cristian Crusat.
Las imágenes reproducen escenarios de la ciudad del Ochocientos
Descrito en pocas palabras, el argumento
de Brujas (la muerta) narra la historia de Hugues Viane, que
tras la dolorosa pérdida de su mujer se ha instalado en la ciudad flamenca para
llevar una vida consagrada a su recuerdo, rodeado de los objetos que le
pertenecieron. Un día conoce a una vedette, llamada Jane, que
guarda con aquella un inquietante parecido y hechizado por el misterioso
estímulo intenta recobrar la plenitud arrebatada. Pero más que la trama en sí,
cargada de tintes melodramáticos y no exenta de figuras estereotipadas –el
viudo desconsolado e inconsolable, la bailarina casquivana, la sirviente leal
pero escrupulosa, las viejas murmuradoras–, es la atmósfera de la novela, su prosa
evocadora y el trasfondo lírico y programático que encierra, lo que le da una
contextura única, reforzada por las treinta y cinco imágenes que acompañaron la
publicación original, tanto en la edición seriada como en el libro, y son ya
inseparables de la lectura, como contrapunto o narración paralela. Del mismo
modo que los edificios en el agua de los canales, el "vacío sin
transeúntes" del que habla el narrador, y el aire crepuscular del relato,
se reflejan en las fotografías espectrales que reproducen escenarios –casi sin
presencia humana– de la ciudad de finales del Ochocientos.
Brujas es, en palabras de Rodenbach, el "personaje esencial"
de la novela
Brujas es, de
hecho, en las palabras preliminares del propio Rodenbach, el "personaje
esencial" de la novela, "asociado a distintos estados del alma".
Y la imagen especular, recurrente en el texto o asimismo en las imágenes, está
en el centro de la poética simbolista, expresamente invocada cuando el narrador
habla del "indefinible poder de la semejanza", definida como un
"sentido suplementario, frágil y delicado, que vinculaba las cosas entre
sí mediante mil sutiles apéndices". El protagonista ha elegido languidecer
en la ciudad "vetusta", en otro tiempo bullente y ahora mortecina,
habitada por gentes provincianas de costumbres piadosas y moral estrecha entre
quienes crece "la hierba de la maledicencia". El frío paisaje refleja
el interior del hombre y a la inversa, este busca asimilarse a él: "¡mudas
analogías, recíproca penetración del alma y las cosas! Nos introducimos en
ellas y, simultáneamente, ellas entran en nosotros". En otro momento,
anticipando la tragedia, ha hablado del "demonio de la Analogía".
En muchos momentos la narración se asemeja a un poema en prosa
Durante cinco años,
resignado a un "otoño precoz", Hugues ha penado por una "Ofelia
difunta" a la que veneraba sin descanso –"su dolor se había
convertido en su religión"– y la insospechada aparición de Jane,
"recuerdo viviente" de la amada, aunque da lugar a "fúnebres y
violentos deleites", no pone fin a su culto fetichista. Presa del
"embrujo", mantiene una devoción obsesiva –"el amor, como la fe,
se alimenta de pequeñas liturgias"– que linda con la herejía, al tiempo
que cede al "mórbido deseo" y pasa a ser motivo de escándalo. Para
las beatas beguinas, para los que siguen sus pasos ocultos desde las casas, se
ha transformado en un libertino de costumbres abominables. En cierto modo, la
narración es también un relato fantástico, a cuyo desenlace no es ajena la
trenza que el viudo conserva como reliquia en una urna, pero en muchos momentos
se asemeja sobre todo a un poema en prosa, un hermoso poema que transmite mejor
que cualquier tratado el cruce de caminos en el fin del siglo.
De entre los
muertos
En su bien informado prólogo a Brujas (la muerta), el traductor
señala la perdurable influencia de la novela de Rodenbach en varias
direcciones, empezando por la configuración del topos de la ciudad
exánime, desprovista de vida, que entre nosotros representaría el Toledo
descrito por Azorín o Baroja y tiene en la Venecia de Thomas Mann otra
expresión cimera. No olvida Crusat la proyección latinoamericana, que incluiría
las variantes propuestas por Rulfo, Bolaño o Bellatin, ni las páginas que
dedica Sebald, en cuya obra se alternan asimismo los textos y las imágenes, al
Manchester desindustrializado o a ciertos parajes sombríos de la misma Bélgica.
Dejando de lado la geografía, la fatal combinación de "dobles femeninos,
mujeres redivivas e impulsos necrófilos" ha dejado una huella fecunda en
el cine, con hitos como Vértigo (1958) de
Hitchcock –basada en la novela D'entre les morts de Boileau y
Narcejac, que contiene escenas acaso directamente inspiradas por la ficción de
Rodenbach– o la anterior Más allá del olvido (1956) del
argentino Hugo del Carril, también Viridiana (1961) de
Buñuel e incluso las fantasías oníricas de David Lynch. Al margen de su final
truculento, la "búsqueda narcisista y melancólica" de Viane, como la
define Crusat, refleja el vano empeño por resucitar el pasado.
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