Espejo de bruja: las primitivas "webcams de vigilancia" que tenían los ricos y burgueses en casa para que no les robaran
Su fascinante
diseño atrajo a mercaderes, maravilló a los pintores por su potencial y alentó
supersticiones.
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23 Mayo 2024
Carlos Prego
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Carlos Prego
"El diablo está en los detalles", reza el aforismo. Si buscas una imagen de 'El matrimonio Arnolfini', la celebérrima obra
de Jan van Eyck expuesta en la National Gallery de Londres, y la examinas con atención lo que encontrarás en sus
detalles no es el diablo, sino un "ojo de bruja". Tal vez nunca te
hayas fijado hasta ahora. O tal vez sí. El caso es que uno de los elementos
centrales de la composición, no por tamaño, pero sí desde luego por ubicación y
la relevancia que le quiso conferir el propio maestro flamenco, es una pieza
denominada así: "ojo de bruja", aunque también suele
denominarse "espejo de bruja" o "espejo de banquero".
Y lo más
importante: aunque la obra de Jan van Eyck data de la primera mitad del siglo
XV, a su modo pueden considerarse primitivas cámaras de vigilancia.
¿Espejo de
bruja? Así es. El nombre tiene resonancias a película clásica de Disney o
relato de los hermanos Grimm, pero la realidad es menos fantasiosa… y mucho más
fascinante. Lo que en su día se denominaba "espejo de bruja",
"ojo de bruja" o "espejo de banquero" es en realidad un
pequeño espejo circular y convexo cuyos orígenes suelen situarse en el norte de Europa, en el siglo XV, el mismo en
el que van Eyck pintó su obra. En su retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa
él lo situó justo en el centro de la estancia, entre ambos miembros de la
pareja. Y su peculiar diseño le permitió alardear de su habilidad con los
pinceles.
Detalle de "Retrato de Giovanni Arnolfini y su
esposa", del pintor Jan van Eyck.
¿Y por qué ese
nombre? Precisamente por las mismas cualidades que lo hicieron tan
atractivo para Jan van Eyck: por su peculiar forma, curva y con un espejo
convexo. Su diseño le confería una cualidad valiosa y que pronto supieron
apreciar los comerciantes que recibían a clientes interesados en su mercancía.
La forma del espejo les permitía seguir los movimientos de las visitas con
discreción, por el rabillo del ojo, sin necesidad de asomarse, levantar la
cabeza o inclinarse hacia adelante para asegurarse de que nadie hurtaba sus
mercancías.
El espejo les
ofrecía un buen rango de visión. La clave estaba en colocarlo en el lugar
adecuado, uno desde el que pudiera ver reflejado buena parte de la estancia.
Nada más. Tanto éxito debió de tener entre los burgueses acaudalados que, como
recuerda Anne-Lise Carlo en Le Monde, el primer nombre que
recibió fue "espejo de banquero". Allí donde había dinero, metales
preciosos, joyas o cualquier otro género valioso su diseño resultaba una
ventaja, igual que las cámaras CCTV.
Detalle de "El cambista y su mujer", de
Quentin Massys, con el espejo en primer plano.
Y llegó la
superstición. Con el tiempo aquellas piezas elegantes y bien diseñadas adoptaron
otros nombres, con resonancias exóticas, como "espejo de bruja" o
incluso el mucho más poético "ojo de bruja". El cambio se explica en
gran parte por la superstición. Se dice que los sirvientes de las casas
burguesas miraban con recelo aquellos pequeños espejos curvos y de vidrio
abombado que permitían a sus patrones mirar allí donde aparentemente no debía
alcanzar su vista.
Del mito queda
básicamente eso, el mito, pero es bastante elocuente: había quien temía que los
"ojos de bruja" espiasen todo el tiempo e incluso quien creía que
eran algo más que decoración y les atribuía cualidades mágicas. Además de
ampliar el rango de visión de los espectadores, los espejos ayudaban a difundir
la luz por las estancias y servían también para iluminar los recovecos oscuros
del hogar.
De decoración a
moda vintage. Su historia no se limitó al siglo XV y los hogares burgueses. Lo del
espejo convexo gustó lo suficiente como para que el diseño siguiese
evolucionando y retocándose. Así se llegó, ya bien entrado el siglo XX, al
"espejo de sol", o "miroir soleil", que era el
nombre con el que se conocían los modelos decorados con marcos dorados en la
Francia de la década de 1940.
Otro de sus
herederos más populares, recuerda también Le Monde, son los chaty vallauris, inconfundibles por su
diseño y que ideó el decorador y herrero Gilbert
Poillerat. Los "espejos de bruja" siguen siendo aún
hoy piezas populares.
'Un orfebre en su taller', obra de Petrus Christus.
Apreciado por los
artistas. Quizás los mercaderes los apreciasen, pero si hay un colectivo que
supo sacar partido de su peculiar diseño fue el de los pintores. Jan van Eyck
es un buen ejemplo. En su retrato de los Arnolfini, de 1434,
juega con su reflejo, luz y ángulos. Pero hay más. Petrus Christus lo incluyó
en 'Un orfebre en su taller', obra datada en 1449; y Quentin Massys en otra
pintura igual de reconocida, 'El cambista y su mujer', de 1514. Massys situó el
espejo sobre la mesa, en primer plano, y su reflejo nos muestra una ventana
situada fuera de la escena pintada.
¿Un antepasado de
las cámaras? Su uso y popularidad ha llevado a algunos a ver en estos espejos convexos
un antepasado remoto de las cámaras de seguridad. "La característica
especial de los espejos convexos permite a sus dueños ver una habitación
entera. Todo sin tener que cambiar de posición ni girarse. Por eso se
utilizaban sobre todo para la vigilancia. Solían colocarse en lugares donde hoy
se encuentran la mayoría de las cámaras de vigilancia, es decir, en bancos y
tiendas; de ahí el nombre de 'espejo de banquero'", relata la galería francesa Atena.
No son los únicos
que señalan ese vínculo y encuentran similitudes con las modernas
cámaras de ojo de pez, aun cuando las primeras videocámaras para vigilancia no
se inventaron hasta bien entrado el siglo XX y la webcam como tal, aunque con
un funcionamiento primitivo, no llegó hasta hace apenas 30 años.
Imágenes | Wikipedia 1, 2 y 3
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