lunes, 8 de junio de 2009


CORTES DE AMOR

El delirio llevó incluso a establecer una suerte de parodia jurídica: en las llamadas cortes de amor, las grandes señoras (Leonor, María, la vizcondesa de Narbonne) daban sus dictámenes: si la dama tal se había arrepentido, ¿tenía derecho a devolver el anillo que había aceptado? ¿Era culpable la otra, que no informó a su amado que estaba encinta de su esposo?


Estas arduas cuestiones llegaron a ser codificadas por escrito, cuando María de Champagne llevó a su corte al clérigo André le Chapelain, quien redactó De arte honeste amandi, inspirado en el Arte de amar del romano Ovidio. Una de sus sentencias más famosas era que el amor no podía ocurrir entre esposos, pero que el matrimonio no era obstáculo para el amor.


¿Se trataba de una invitación al adulterio? Por el contrario, era una recomendación de castidad. Porque, si bien el amor cortés permitía escapar, en la fantasía, al menos, a la miseria de un lecho conyugal impuesto, en la nobleza había demasiados intereses en juego como para correr el riesgo de que las mujeres tuvieran hijos extramatrimoniales.


El amor cortés era un amor particular, paradojal, contradictorio: era alegría y sufrimiento a la vez, angustia y exaltación. Era un amor destinado a no concretarse, pues encontraba su fuerza en la frustración antes que en la satisfacción: si llegaba a consumarse, moría de inmediato, pues el motor era la esperanza, no la obtención del deseo.


Un amor neurótico diríamos ahora, y con razón. Pero, delirios aparte, de esos sentimientos surgieron hermosas obras y, nos guste o no, todavía nuestra cultura conserva mucho de él. Aparece -modificado, adaptado a la época- a lo largo de los siglos en la más alta literatura y en los folletines más baratos. Al fin y al cabo, si las telenovelas transcurrieran en el medievo, la protagonista sería una dama en apuros; los malos, brujas u ogros, y el enamorado un caballero andante



Tanto me posee el amor (Bernard de Ventadour)

Tanto se han oscurecido
para mi sus rayos
que no veo brillar el sol.
Sin embargo no me aflijo
porque la claridad del amor
ilumina mi corazón.
Y aun cuando otros se atristen
prefiero no dejarme abatir
para salvar mi canto.

Tanto me posee el amor
que los prados parécenme
verdes y bermejos
como en la dulce primavera.
La nieve se me ocurre
flor blanca y roja
y el invierno fiesta de mayo,
pues la más noble y más alegre
ha prometido
concederme su amor.
¡A menos que se haya arrepentido!


La llave del corazón (Guillaume de Lorris)
Él extrajo de su bolso
una llavecita muy labrada
hecha de oro fino, purísimo:
"Con ella por todo resguardo
-dijo- cerraré tu corazón.
Es la llave que guarda mis joyas,
más chiquita que tu meñique
y sin embargo poderosa
porque es dueña de mi cofre."
Entonces me tocó el costado
y encerró mi corazón,
tan suavemente,
que apenas sentí girar la llave.



Reproches de amor (Conon de Béthune)

Si la cólera y el delirio
y la desgracia de amar
me hicieron hacer locuras
y hablar mal del amor,
nadie debe culparme.
Si el amor que he servido
me engaña injustamente,
no sé en quién confiar.
…..

La tierra es durísima,
sin agua ni humedad
allí donde prodigué mis cuidados.
Jamás recogeré en ese lugar
fruto, ni hoja, ni flor.
Es el momento oportuno,
razonable y justo
de devolver
lo que ella sintió por mí.

Fuente: Apuntillos.espacioblog.com

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