jueves, 5 de abril de 2012
Celos, celosas y celosos
Marcel Proust
¿Qué son los celos?. El diccionario francés "Petit Robert" dice: "La inquietud que inspira al compartir una 'ventaja' (un bien) o de perderlo en provecho de un prójimo" y el "sentimiento doloroso que hace nacer el deseo de posesión exclusivo de la persona amada". En el "Grijalbo, Diccionario enciclopédico", el significado de celoso, (sa), es muy escueto: "Que tiene celo o celos. Suspicaz". Significa asimismo: "Se aplica a la embarcación inestable que resiste poca vela. Amer: Se dice de arma o mecanismo de relojería que hace rotar un espejo que suministra las imágenes al ocular".
El sociólogo Francois de Singly se pregunta: "¿Cómo es posible que en sociedades cuya lógica individualista valoriza la propiedad y el aislamiento, se mantenga todavía tan fuerte el sentimiento de los celos?
En su libro "Te amo", Francesco Alberoni afirma que: "Celoso está quien se da cuenta, con razón o sin ella, que para la persona amada él ya no es el único, el exclusivo, como ella lo es para él, que ella encuentra en otro ese valor que habría debido encontrar sólo en él, que el otro posee cualidades esenciales a sus ojos: una habilidad que la divierte, que la alegra, que le encanta, que la conmueve. O bien que el otro es más guapo, más joven o más inteligente. Entonces se siente vacío de todo contenido, de todo valor. Se siente una nada, precisamente porque ella le ha enseñado que era todo. Porque lo ha elevado adonde nunca habría pensado subir. Y ahora le quita la primogenitura apenas conferida, lo echa del trono al que lo ha asociado. Lo expulsa del paraíso, lo hunde en el abismo, y eleva a otro en su lugar".
Pero los celos no son siempre "negativos", ni "destructivos". ¡Cómo olvidar los celos que sentía Antonio Salieri a causa de la genialidad de Mozart! Incluso podríamos decir que gracias a este último, el compositor italiano del siglo XVIII fue conocido. De lo contrario, ¿quién lo recordaría? Gracias a los celos, pudo escribir bellísimos conciertos para la corte de Viena. Es cierto que hay muchas personas que consideran los celos un estimulante del amor. Bien dice el verso de Ludovico Ariosto: "En amor vence quien huye". Vence quien no ama, quien se hace buscar, quien da celos al otro. Sin duda los celos también ciegan, Simone Signoret, esposa de Ives Montand estaba celosísima de Marilyn Monroe, de ella decía que tenía las rodillas espantosas, que era corta de talle y que tenía unos pies horribles. "Nunca se imaginó cuánto la detestaba", confesó en alguna de sus entrevistas.
Según el filósofo italiano Alberoni: "Hay, en cambio, personas que soportan perfectamente los celos. En las formas de amor competitivo los celos, la presencia de un rival, constituyen un elemento excitante, incluso un componente esencial del estado amoroso. Para estas personas el amor es conquista, seducción y lucha". Y más adelante dice: "Esta capacidad de esperar a que también en el otro se despierte el amor, esta capacidad de refrenar los propios celos para impedirles que se conviertan en un sentimiento destructivo, me parece una cualidad más femenina que masculina. La sistemática aplicación de la seducción para hacer enamorar al otro, para conquistarlo, es mucho más discutida en los semanarios y en los libros destinados a las mujeres. Por otro parte, durante miles de años, la mujer nunca se ha adaptado a irse con cualquiera. Siempre ha tratado de conquistar al mejor hombre, al más atractivo, al socialmente más apreciado. No habría podido hacerlo si no hubiese aprendido a esperar, a resistir, a controlar sus celos hacia las rivales".
¿Y quién mejor que Marcel Proust para explicarnos qué cosa es eso de los celos? En el libro de Edmundo Valadés, "Por los caminos de Proust", nos dice lo que escribió el autor de "En busca del tiempo perdido": "Los celos son una de esas enfermedades intermitentes cuya causa es caprichosa, imperativa, siempre idéntica en el mismo enfermo, a veces diferente por completo en otro. Hay asmáticos que sólo calman sus crisis abriendo las ventanas, respirando aire libre, un aire puro de las alturas, mientras que otros se refugian en el centro de la ciudad, en un cuarto lleno de humo. Apenas existen celosos cuyos celos no admiten ciertas derogaciones. Uno se aviene a aquel engaño con tal de que se lo digan, otro con tal de que se lo oculten, sin que ninguno de ellos sea más absurdo que el otro, puesto que, si el segundo resulta más verdaderamente engañado desde el momento en que le ocultan la verdad, el primero reclama en esta verdad el alimento, la ampliación, la renovación de sus sufrimientos".
En el análisis microscópico de los celos de Swann, con Odette y con Albertine, siente que la primera se le escapa, que ésta tiene una "vida secreta", que en cuanto él se aleja, puede recibir a otro amante. En relación a estas dudas escribió: "Es sorprendente que los celosos, que se pasan el tiempo tramando pequeñas suposiciones en falso, tengan tan poca imaginación cuando se trata de descubrir lo verdadero; descubiertos los celos, la persona que los inspira los considera una desconfianza que autoriza al engaño; en los celos tenemos que ensayar en cierto modo sufrimientos de todo tipo y de toda magnitud antes de quedarnos con el que nos parece conveniente. ¡Y qué dificultad más grande, cuando se trata de un sufrimiento como éste, la de sentir a la que amamos gozando con otros seres que no somos nosotros, que le da sensaciones que nosotros ya no sabemos darle, o que, al menos, por su configuración, su imagen, sus maneras, le representa algo muy diferente de nosotros!".
Proust acepta que la peor tortura del celoso es no verificar sus dudas, pues en alguna página expresa: "Preferiría que la vida estuviese a la altura de mis intuiciones". Sin embargo, pensamos que vivir las 24 horas sumido en los celos es un infierno. ¿Cómo soportarlo entonces?. Y Proust nos contesta: "Es que todos necesitamos alimentar en nosotros alguna vena de loco para que la realidad se nos haga soportable", y porque "los que padecen pena de amor son, como suele decirse de algunos enfermos, sus mejores médicos". A lo cual agrega Edmundo Valadés: "También, porque para sufrir verdaderamente por una mujer, es preciso haber tenido fe completa en ella, o porque si no se llega más lejos en el sufrimiento, muchas veces no es más que por falta de espíritu creador".
Para los celosos, los celos que también son horribles, son aquellos que pertenecen al pasado. A este respecto, Francesco Alberoni, le dedica todo un capítulo que se llama precisamente "Los celos del pasado...muchos estudiosos consideran patológicos los celos del pasado. En efecto, ¿por qué estar celosos de alguien que ya no nos amenaza, que ya no puede hacernos ningún daño? ¿Qué nos importa si nuestro hombre o nuestra mujer ha tenido amores y amantes? ¿Por qué nos enojamos de no haber sido nosotros los preferidos, los únicos, incluso cuando aún no nos conocíamos? ¿Unos celos de este tipo no son la prueba de un espíritu posesivo, de una codicia infantil, patológica?". Y el autor se responde: "Debemos partir del hecho de que, cuando nos enamoramos, lo queremos saber todo del otro.
Como diría Madelaine de Scudéry: "Un celoso encuentra siempre más que lo que busca"...
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