CULTURA | EL LADO OSCURO DE UN GENIO DEL ARTE
Un libro español que se editará en Argentina indaga en la capacidad que tenía el artista para destruir a sus parejas. La autora de "Picasso y las mujeres" le dijo a Clarín que ese maltrato hoy sería imposible.
Héctor Pavón
hpavon@clarin.com
Mujeres y arte. Las dos pasiones de Pablo Picasso que dominaban su vida y se confundían entre sí. El arte lo dominaba pero las mujeres no. Por el contrario, ejerció todo su poder y todo su desprecio con sus trece esposas, novias y amantes. Todas ellas pasaron por el lienzo, y luego las destruía en carne y pintura. A través de los retratos de sus mujeres se podía percibir cuál era el estado de la relación de ese momento y qué sucedía con su arte y con su amor. Paula Izquierdo, escritora española y doctora en psicología, lo cuenta en su reciente libro Picasso y las mujeres, publicado en España por Belacqua y que Seix Barral editará este año en la Argentina. El libro es un recorrido por la biografía de un hombre a través de sus mujeres, las que lo odiaron, amaron, adoraron, dieron hijos o lo abofetearon.
"Picasso lo fue todo: misógino, minotauro, arlequín, artista irresistible, embriagador, magnético y, sobre todo, experimentador; si hay algo que determina la personalidad de Picasso es su afán ilimitado por experimentar, no sólo con la pintura, sino también con el ser humano. Sobre todo si éste tenía forma de mujer", escribió la autora. El Picasso de Izquierdo es un romántico sin límites que cuando estaba enamorado sucumbía ante su necesidad inagotable de seducir. No se limitaba a una mujer y buscaba consuelo y reconocimiento en los brazos de otra. "Picasso pasaba del amor pasional al desprecio más absoluto con cada mujer y después renacía cuando aparecía una nueva mujer a su lado", le dice Izquierdo a Clarín desde Barcelona a pocos días de la aparición de su libro.
La autora dice que estas mujeres producían en él un inicial entusiasmo creativo pero cuando la relación se iba deshaciendo, la imagen de la mujer retratada comenzaba a deteriorarse, incluso, llegaba a convertirse en algo espantoso. Y la relación se convertía en un martirio para las mujeres, un maltrato que él disfrutaba. El artista solía decir que las mujeres "son máquinas de sufrir".
A lo largo de sus 92 años convivió, hizo sufrir y recibió la influencia de distintas mujeres. El deterioro progresivo de las relaciones encontró una expresión paralela en obras como los retratos de la bailarina rusa Olga Koklova que corresponden al inicio de la relación en 1917. Ellos no se corresponden en absoluto con los que surgieron de la mente del autor del Guernica hacia el fin de la relación. Lo mismo ocurre con los cuadros que retrataban a la pintora Fran©oise Gilot, a quien hacia el final de la vida que compartieron, la pintó con el rostro partido por la mitad. "El era un antropófago, un vampiro que les quitaba la vida a sus mujeres", dice la escritora.
Una anécdota recreada por Izquierdo, refleja cómo las sometía durante y después de sus relaciones. Una vez que había abandonado a la fotógrafa surrealista Dora Maar para iniciar sus relación con Gilot, la seguía considerando como parte de su propiedad. En una ocasión estaban cenando entre amigos, entre los que se encontraba Dora Maar con su nueva pareja, y Picasso hizo una escena de celos porque decía que ese hombre no podía tener trato "con una mujer que llevaba su propia marca".
Marie Thèrése Walter era una adolescente que conoció en París cuando ella tenía 17 años y él estaba casado con Olga Koklova. Se encontraban en secreto para no tener problemas con la ley. La relación con Marie Thèrése fue breve y tuvieron una hija. Pero ella siguió escribiéndole durante 30 años. Durante ese lapso fue la única persona que podía cortarle las uñas y el pelo. Ella los guardaba en bolsas clasificadas porque él temía ser objeto de una brujería. Cuando murió el pintor, Marie Thèrése cayó en una profunda depresión, y se suicidó en el garaje de la casa de Picasso de la Costa Azul.
Ella no fue la única desgraciada. La fotógrafa Dora Maar estuvo encerrada en un manicomio tiempo después de que él la abandonara y se hizo profundamente religiosa. Su última mujer, Jacqueline Roque, se pegó un tiro después de la muerte de Picasso, porque decía que la vida sin él no tenía sentido.
Pero el artista no sólo hizo sufrir a las mujeres. En el libro se recrea una situación que ocurrió en 1911 cuando la pintura "La Gioconda" fue robada del Museo del Louvre. En ese entonces Picasso vivía en París y contaba entre sus amigos íntimos con el poeta Guillaume Apollinaire. Este fue uno de los sospechados por el robo. Picasso fue llamado a declarar ante la policía y sorpresivamente dijo no conocer en absoluto al poeta. Lo negó. Poco después Apollinaire quedó en libertad.
Según Izquierdo, Picasso mantuvo este tipo de relaciones con sus esposas y amantes dentro de un contexto de principios de siglo XX en el que las mujeres dependían mucho de los hombres y en el que "él tuvo un trato brutal con sus parejas, pero ellas también lo permitieron". Lo que es seguro, agrega, es que "hoy, Picasso no hubiera podido tratar así a las mujeres, habría tenido que buscar otras estrategias de seducción más allá del maltrato y la destrucción."
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