jueves, 21 de septiembre de 2017

AGATHA NUNCA DORMÍA A OSCURAS

LA OTRA BIOGRAFÍA | AGATHA CHRISTIE
AGATHA NUNCA DORMÍA A OSCURAS
POR FERRÁN VILADEVALL
Nació en Torquay, Inglaterra, en 1890. Sólo fue al colegio un año, en su adolescencia. De sus viajes obtenía ideas para sus novelas, más de 80, que le valieron el sobrenombre de "Reina del Crimen". Solitaria. Richard Hark publica una biografía no autorizada en la que muestra a una Agatha de carácter débil y solitario que no maduró hasta los 36 años.
Nació en Torquay, Inglaterra, en 1890. Sólo fue al colegio un año, en su adolescencia. De sus viajes obtenía ideas para sus novelas, más de 80, que le valieron el sobrenombre de "Reina del Crimen". Solitaria. Richard Hark publica una biografía no autorizada en la que muestra a una Agatha de carácter débil y solitario que no maduró hasta los 36 años.
Era una fría mañana de diciembre del año 1926. La niebla todavía cubría la campiña inglesa cuando un gitano de 15 años descubrió un vehículo Morris Cowley en la cuneta. No había signos de accidente. En su interior, las pertenencias de su dueña: un abrigo de piel, dos pares de zapatos negros, un vestido de noche y un carné de conducir caducado a nombre de Agatha Christie.
En menos de una hora la policía estaba en casa de los Christie preguntando por la señora. «No está», les dijo una nerviosa Charlotte Fischer, la secretaria, consciente de que en el bolsillo de su vestido tenía una nota que la misma Agatha le había escrito la noche anterior. Una nota breve y directa: «No estaré en casa esta noche. Mañana ya te diré dónde estoy». Pero no lo hizo.
Pasaron los días, y lo que parecía una ausencia accidental tomó visos de asesinato. Archibald Christie, el marido de Agatha -un ex piloto militar de gran atractivo y menos personalidad- era el principal sospechoso. La noticia de la desaparición de su esposa, que él catalogó como un producto de su «naturaleza dramática» y a una «especie de crisis nerviosa», le había pillado en brazos de su amante, una joven de 26 años llamada Nancy Neele. Y tuvo suerte de que no trascendiera que había pedido el divorcio a su esposa ese mismo día.
Tras un barrido exhaustivo -con cientos de policías y voluntarios- y sin rastro del cadáver, la policía admitió lo que creían inadmisible, que la escritora había desaparecido sin dejar huella. Además, habían encontrado su pasaporte y las cuentas bancarias no habían registrado ninguna actividad en los días posteriores a su huida.
La prensa internacional enseguida se hizo eco del suceso. Que una escritora de misterios desapareciera de forma enigmática, cerca de su casa, era un tema morboso. Entonces llegó la primera pista. Una carta escrita por la autora, con el matasellos marcado tres horas después de que se descubriera el vehículo, dirigida al hermano de Archibald, también militar. En ella afirmaba que se desplazaba hasta un balneario de Yorkshire. La segunda pista apareció poco después, cuando un par de músicos de Yorkshire llamaron a la policía asegurando haber visto a la escritora en el Harrogate Hydropathic Hotel, un lugar remoto y exclusivo, conocido por las dotes curativas de su manantial de azufre.
Archibald se dirigió al lugar escoltado por la policía. Se sentó en la recepción a esperar, protegido por las páginas de un diario. Al rato, una mujer pelirroja, elegante y estilosa, apareció en lo alto de las escaleras. Se miraron. Con paso firme, la mujer cruzó la estancia en diagonal. Al llegar junto a Archibald, extendió su mano y se presentó. «Hola, me llamo Neele. Señorita Teresa Neele». Fin del misterio. Teresa Neele había sido el álter ego de Agatha Christie durante 11 días. La elección del nombre no fue casual, Neele era el apellido de la amante de su esposo.
Nadie supo nunca los motivos reales de su desaparición pero, con esta farsa, Christie dejó, a sus 36 años, de ser una ilusa emocional con problemas de autoconfianza y una timidez desbordante para convertirse en una mujer madura, aventurera y capaz de controlar sus emociones. Al menos eso dice Richard Hack en Duchess of Death (Duquesa de la muerte), la última biografía, no autorizada, publicada sobre la afamada novelista, fruto de una investigación basada en más de 5.000 notas, apuntes y cartas nunca antes revelados.
INFANCIA SOLITARIA
Agatha Mary Clarissa Miller -Christie después de casada- fue una persona introvertida y, hasta cierto punto, misteriosa. Luchaba por mantener a los extraños, la prensa y a los curiosos lejos de su círculo íntimo. Una actitud que se cimentó durante su infancia, una época que ella describió como «feliz», pero que no fue típica. En 1895, a los cinco años, aprendió a leer sola, en secreto, con una novela romántica. Creaba familias enteras de personajes invisibles y, sobre todo, buscaba con avidez su tiempo a solas. Momentos que aprovechaba para dar rienda suelta a su imaginación en los que completaba las historias que le contaba su madre, una mujer con una facilidad innata para la narración oral en las que el bien prevalecía sobre el mal. Pero una cosa era la soledad controlada y otra aquella a la que quedó expuesta a los seis años. Su familia -durante la época en que disfrutaban de solvencia económica- se fue a Nueva York para presentar a su hermana Margaret en sociedad. A falta de amigos, Agatha experimentó «un sentimiento de soledad y abandono que siempre permaneció con ella», escribe Hack.
Se supone que la necesidad de comunicarse la llevó a empezar un diario antes de la preadolescencia, escribiendo «pensamientos y algunos intentos de poesía». Sobre todo después de perder a su padre por enfermedad. Por esa época empezaron también sus pesadillas y el sueño repetido del «hombre de la pistola». Un hombre enigmático de ojos azules que armado, siempre le aterrorizaba. A partir de ese momento, Agatha no pudo dormir a oscuras.
Lo fascinante de su caso es que no recibió una educación formal «aparte de un año en una escuela privada en su adolescencia y de algunas lecciones esporádicas impartidas por su padre», detalla Hack. Básicamente, Agatha Christie fue autodidacta. Ya en la adolescencia, las hormonas se pusieron en la lista de espera de sus prioridades. Rechazó propuestas de matrimonio. Duques, príncipes, caballeros, cualquier hombre salido de su imaginación era un candidato perfecto. Los que se aventuraban a hablar con ella -simples mortales-, no le interesaban. ¿Dónde estaban los hombres de verdad? ¿Los que matan dragones con las manos, los que luchan contra ejércitos? Hasta que llegó Archibald Christie.
UN MARIDO DE CUENTO
Fue junto a él que Agatha empezó a escribir. En plena Primera Guerra Mundial, la novelista estaba ejerciendo de enfermera cuando una gripe la retuvo en casa varias semanas. Sacó la máquina de escribir de su hermana. Comenzó a tontear con poesía hasta que la hermana le retó a crear una historia de asesinatos. Pero nada de narrar un crimen barato. La historia tenía que ser inteligente. Tanto que fuera casi imposible descubrir al asesino. La autora aprovechó el contacto que tenía con los medicamentos de la enfermería para familiarizarse con pócimas y venenos -protagonistas destacados en muchas de sus obras-. Así nació El misterioso caso de Styles, su primera obra, protagonizada por un detective belga, pequeño y observador de nombre curioso: Hércules Poirot. «No sé de dónde saqué el nombre. Igual me vino a la cabeza, lo leí en el periódico o en algún otro sitio. Lo importante es que me vino», recuerda la escritora en su autobiografía. A Poirot, luego le sucederían la solterona Jane Marple, Tommy y Tuppence Beresford, Parker Pyne y Harley Quin como protagonistas efímeros de sus novelas. Todos más preocupados con dar caza al criminal que con la naturaleza del crimen.
Tardó años en publicar su primer trabajo, pero una vez conseguido en 1920, ya no paró. No sólo por un contrato draconiano que firmó, casi regalando los derechos de sus primeras seis creaciones y la obligación de producir trabajos, sino por sus problemas económicos. Archibald Christie no era un buen hombre de negocios y camufló la necesidad de ingresos por interés en el pasatiempo de su esposa, como si fuera jardinería o punto de cruz. Incluso cuando la autora había publicado ocho libros, Archibald pensaba «que su afición era ridícula, como ella», explica Hack. Una visión que poco distaba de la que Agatha tenía de ella misma. «Veo mi trabajo como poco importante. Soy una simple proveedora de entretenimiento», dijo a pesar de haber vendido más de 2.000 millones de libros, y de estar traducida a más de 100 idiomas. «No me siento como una autora, más bien como alguien que pretende ser una».
De todas formas, el trauma de 1926 -su desaparición, la petición de divorcio de su primer marido y la muerte de su madre-, la convirtieron al profesionalismo. Eso sí, después de un breve paso por Tenerife, donde se recuperó emocionalmente. «Asumí la carga de la profesión que es escribir incluso cuando no tienes ganas, no te gusta lo que escribes o no escribes particularmente bien».
Empezó a viajar sin su hija Rosalind -habida de su unión con Christie-. Afición que mantuvo hasta que su salud se lo permitió y que le reportó inagotables ideas para sus novelas, siendo una de las más conocidas Asesinato en el Orient Express, tren que tomó en varias ocasiones. En uno de sus viajes a Oriente Próximo conoció a Max Mallowan, un arqueólogo 14 años más joven que se convertiría en su segundo marido. Un hombre más bien feo, pero trabajador, con temple ante los contratiempos y una posible relación homosexual previa, según explica Hack.
La primera década de esta relación estuvo «exenta de sombras» según Christie, que sin embargo, volvió a mostrarse pasiva en la relación incluso siendo la que más ganancias aportaba. «Fue una mujer que siempre buscaba la aprobación de sus padres y de sus maridos», detalla Hack. Con todo, la calma emocional se notó en sus obras. Una de sus creaciones maestras, Diez negritos fue publicada en 1939. Un título que ha vendido más de 100 millones de copias a lo largo de los años. El que más. Luego vino la Segunda Guerra Mundial -Christie rehusó esconderse en los refugios antiaéreos para seguir escribiendo-, los problemas físicos -había engordado demasiado-, la muerte de su hermano drogadicto y el cerco del fisco americano. Llegó a pasar épocas de sequía económica debido a que los yanquis congelaron sus ingresos. Un litigio que duró más de tres lustros y se saldó con el pago de más de 150.000 dólares.
En el último cuarto de su vida, Christie intentó cerrarse más en su mundo, alérgica a la creciente popularidad que la rodeaba. Murió en enero de 1976 a los 85 años, laureada con el título de Dama y con la Orden del Imperio Británico, aclamada por todo el mundo, pero sintiéndose un fracaso como mujer sofisticada. Una preocupación más bien poco misteriosa.
 
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