lunes, 26 de enero de 2009


las12

Viernes, 6 de Febrero de 2004

EXPERIENCIAS

Jóvenes brujas

A partir de un taller de fotografía, cinco adolescentes del Bajo Flores recuperaron su identidad y su autoestima, y extendieron la estimulante experiencia (re)conociendo el vecindario y el propio paisaje barrial. El trabajo quedó reflejado en un calendario cuyas imágenes se exponen en el Centro Cultural Konex del Abasto.


Tres niñas sonríen frente a la mirada de una cuarta, paradas frente a la cámara, una al lado de la otra, muestran sus panzas con cierta vergüenza. Cuatro años después de aquel primer retrato, examinan las fotos y luego escriben sus deseos, sus ilusiones y fantasías formuladas en largas conversaciones, durante sus juegos, entre la reflexión o el cuidado del cuerpo.
“Nosotras hemos decidido ahora mirarnos –escriben–, encontrarnos, pertenecernos.” Y ésta podría ser la definición de cinco personas adultas que han transformado profundamente su vida cotidiana, que se han detenido a observar sus propias costumbres, sus gestos más íntimos y los han reinventado o reafirmado por propia elección. Que incluso han “desnaturalizado sus hábitos de toda la vida”, como ellas dicen con un dejo de extrañamiento, de asombro todavía.
Sin embargo, tal es la conclusión de cinco adolescentes del Bajo Flores –del Asentamiento 1-11-14–, desde donde posan el objetivo de su cámara fotográfica para conducir la mirada hacia ellas mismas, y hacia afuera, sobre las esquinas o las mujeres del vecindario, y más allá, en las “marchas y movilizaciones que consideramos justas”, aseguran. Las Feas del Bajo, las Brujas –como se/les dicen también–, son un grupo de cinco mujercitas de entre diecisiete y diecinueve años que viene coleccionando historias desde hace más de cinco años, en clave de relato fotográfico, de vívida experiencia que recorre la percepción y los roles femeninos en una cuidada apuesta a técnicas de educación popular, cuyos resultados se pueden ver hasta fines de febrero en el Centro Cultural Konex.
Ese primer retrato pudoroso del 2000 –acaso despedida de la infancia, pero no de una mirada fresca sobre el mundo– se logró gracias a un taller de fotografía inicial. Un espacio donde se conjugaron dispositivos comunicacionales como disparadores, herramientas que se pusieron a disposición de las integrantes del grupo para trabajar sobre los temas propuestos por ellas, sobre sus propias realidades dentro de la comunidad. “Para trabajar las lógicas colectivas o estructuras de subordinación de las mujeres dentro de la villa”, asegura Niza Solari Oyarzo, comunicadora social y fotógrafa chilena que organizó el taller en virtud de una propuesta de trabajo sobre adolescencia y prevención de vih, a partir de un programa de la Dirección General de Niñez y Familia del GCBA, que rápidamente quedó superado.
Por un lado, Niza estaba interesada en la fotografía social en la Argentina, y por otro, Karina Reinaga, la primera integrante del taller, quería practicar fotografía. Por iniciativa del grupo se empezó a trabajar sobre el cuerpo, la sexualidad, los tabúes, la vergüenza, los abusos. En un principio representaron sus figuras en un collage de imágenes conformadas por retazos de revistas. “Pensamos en cómo deberíamos ser, en cómo se nos exige que seamos –dice Laura Hernández, otra integrante de la agrupación–, y entonces nos representamos flaquitas, altas, éramos modelitos todas.” Las siluetas delgadas abrieron curso a la discusión acerca de la presión de los modelos de belleza imperantes, y otras formas de violencia –desde las más sutiles hasta las evidentes– que sufren las mujeres en el interior de todas las comunidades.
Salieron pues al barrio para buscar su historia en las imágenes de sus vecinas, en los registros de voces de otras mujeres, las que entrevistaron y grabaron. Así fueron reconociendo/se, tejiendo su propio relato en un trabajo autobiográfico retrospectivo, una fotonovela sobre ellas y su vida dentro de la comunidad.
Los martes por la tarde, los días de reunión en el centro comunitario –COPA, ubicado en el asentamiento–, encontraron marcas de su tiempo particular. Y se apropiaron de ese tiempo y de sus historias, comenzaron a analizar artículos de diarios y revistas, reflexionaron sobre las políticas del Gobierno, y salieron a fotografiar movilizaciones y marchas. Las imágenes entre el 2002 y el 2003 muestran los primeros planos de distintas mujeres manifestando en el Congreso, en la Plaza de Mayo, es decir, un lugar donde antes no se hubieran imaginado. “Fue importante el contacto con esas luchas que nos identifican –dicen Karina Reinaga, Lorena Hernández y Carmen Gandulia–. Allí empezamos a reconocer nuestros verdaderos intereses, porque nosotras íbamos creciendo, peleando y pensando al mismo tiempo, sin dejar de reclamar lo que considerábamos justo, que nos correspondía. Todas las relaciones se fueron modificando en torno a esta nueva manera de actuar.”
“Es interesante advertir cómo aparece en todas un conflicto con las madres –asegura Niza–, porque empiezan a verla como una mujer, como una par, y se enojan. Se preguntan, por ejemplo, ¿por qué mi mamá se sometió tanto y nunca reaccionó? Se dan cuenta de que las madres a veces no quieren que se diferencien de ellas, es un discurso esquizoide: les dicen que estudien y, a la vez, les exigen que cumplan el rol tradicional de mujer. Las chicas deben adquirir confianza a pesar de un contexto donde la pequeña traición está a la vuelta de la esquina. No la gran traición sino las pequeñas deslealtades, conflictos que surgen inevitablemente, porque es difícil estar ahí y decidir no ser madre adolescente, cuando ésa es una de las formas de refrendar su identidad como mujeres: siendo madres. El embarazo adolescente es una problemática, pero de una manera diferente de cómo la experimenta la clase media. En la villa, en cambio, las chicas al tener hijos se sienten con alguna forma de propiedad de ese niño. Dentro de la misma familia se producen choques y es difícil para una chica expresar su deseo profundo y sostenerlo, por más que se trate de un embarazo indeseado.”
Esa tenaz, rigurosa, incesante revisión, les valió el seudónimo: Las Feas del Cuartel las llamaron sus compañeros –en alusión a la telenovela Betty, la fea–, y también Las Brujas, entre la ironía y la burla. Un apodo del que se apropiaron alegremente desconociendo lo del cuartel, que sonaba muy milico, “porque total, no nos dejamos llevar por lo que nos puedan decir”, concluye Karina. “No nos afecta y, además, para nosotras lo feo no representa lo mismo que para ellos.” Para estas chicas en plan de autoestimarse, “una bruja –según aclaran en la portada del delicado almanaque artesanal 2004 que fabricaron con la intención de difundir y financiar su trabajo– es alguien que tiene poder sobre su vida, que dicta sus propias reglas. Es aquella que no es domesticada, que transforma la energía y se apasiona por sus ideales. Una bruja es desordenada, caótica, capaz de alterar la realidad”. Esta manera de asumir su condición de mujeres sintetiza hasta cierto punto las experiencias de los últimos cuatro años. Un tiempo en que cambió la manera de encarar el disfrute sexual: “Antes pensábamos que el placer era sólo de hombres, que las mujeres no teníamos que sentir placeres, o ¿cómo masturbarnos? Es de hombres o es un pecado. Nos daba vergüenza tocarnos a nosotras mismas y permitir que nos tocaran también, ¿cómo me voy a tocar yo, producirme yo misma el placer?”
Pronto el concepto inicial desbordó, superó la idea original, y derivó en un grupo compacto de adolescentes que ahora examina la subordinación femenina en el contexto de realidades particulares. Que quiere llevar su propuesta más allá, trabajar con otras adolescentes en otros barrios. Ya tienen un proyecto –para el cual buscan financiamiento– compuesto por dos módulos. Uno teórico, que estaría a cargo de Niza y otras colaboradoras. Y otro práctico, coordinado por ellas, mediante el cual reiterarían la experiencia en torno a la realización de producciones audiovisuales. Lo harían en el Bajo, en Soldati y en Barracas. A esa actividad se dedican durante estos días mientras esperan ver los resultados de su trabajo en el Centro Cultural Konex, la repercusión entre el público y, en especial, en el Bajo, donde a pesar de los años que llevan actuando, aún no son conocidas. Además de ser protagonistas conscientes de sus propias historias, ellas quieren participar en otras historias, comunicar a otras mujeres sus inquietudes y conocer las de ellas, continuar en un camino que fue tomando forma y sentido a medida que lo transitaban. Por eso, ahora quieren compartirlo y ampliar sus horizontes.

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