Capítulo 4. Anagramas
Ilustración de Blanca Bk |
Sebastián llegó a casa de Emilio pasadas las seis de la tarde. Aún no se había quitado de la cabeza el extraño suceso del coche, pero decidió no contárselo a su antiguo profesor de química.
Pese a estar jubilado, Emilio era un hombre ocupado y debía aprovechar cada minuto del tiempo que le estaba dedicando. Tras unas frases de cortesía, Sebastián mostró a Emilio una de las hojas amarillentas que había arrancado del viejo cuaderno de Víctor Tim. Se trataba de una tabla periódica con cuatro de sus casillas recuadradas en rojo: nitrógeno, uranio, oxígeno y bromo. Emilio la examinó durante unos minutos y luego negó con la cabeza; no conocía ningún compuesto que combinase esos elementos. El nitrógeno y el oxígeno formaban parte de multitud de sustancias, sin embargo, el bromo y el uranio eran muy poco comunes además de peligrosos, e ignoraba si algún científico habría realizado estudios en este campo.
Mientras le explicaba a Sebastián las posibles consecuencias de una mezcla semejante, Carmen, la esposa de Emilio, entró en el salón con unas tazas de café y unas pastas danesas. Saludó efusivamente a Sebastián y se interesó por el motivo de su visita. Antes de que su invitado pudiese responder, ella comenzó a hablar de lo mal que se le había dado siempre la química porque se despistaba continuamente con los mensajes secretos que encerraba la notación de la tabla periódica. Por ejemplo, con los elementos que tenía resaltados (U, Br, N, O) sería capaz de crear un nombre. A Sebastián, que no había mirado más allá de las valencias y los pesos atómicos, le sorprendió este nuevo punto de vista, pero antes de poder analizarlo con detalle, su teléfono móvil sonó con fuerza. Su madre, al otro lado de la línea, hablaba atropelladamente, muy alterada. Entre sollozos, le dio la mala noticia: su hermano Bruno había desaparecido.
Pese a estar jubilado, Emilio era un hombre ocupado y debía aprovechar cada minuto del tiempo que le estaba dedicando. Tras unas frases de cortesía, Sebastián mostró a Emilio una de las hojas amarillentas que había arrancado del viejo cuaderno de Víctor Tim. Se trataba de una tabla periódica con cuatro de sus casillas recuadradas en rojo: nitrógeno, uranio, oxígeno y bromo. Emilio la examinó durante unos minutos y luego negó con la cabeza; no conocía ningún compuesto que combinase esos elementos. El nitrógeno y el oxígeno formaban parte de multitud de sustancias, sin embargo, el bromo y el uranio eran muy poco comunes además de peligrosos, e ignoraba si algún científico habría realizado estudios en este campo.
Mientras le explicaba a Sebastián las posibles consecuencias de una mezcla semejante, Carmen, la esposa de Emilio, entró en el salón con unas tazas de café y unas pastas danesas. Saludó efusivamente a Sebastián y se interesó por el motivo de su visita. Antes de que su invitado pudiese responder, ella comenzó a hablar de lo mal que se le había dado siempre la química porque se despistaba continuamente con los mensajes secretos que encerraba la notación de la tabla periódica. Por ejemplo, con los elementos que tenía resaltados (U, Br, N, O) sería capaz de crear un nombre. A Sebastián, que no había mirado más allá de las valencias y los pesos atómicos, le sorprendió este nuevo punto de vista, pero antes de poder analizarlo con detalle, su teléfono móvil sonó con fuerza. Su madre, al otro lado de la línea, hablaba atropelladamente, muy alterada. Entre sollozos, le dio la mala noticia: su hermano Bruno había desaparecido.
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