viernes, 23 de enero de 2009


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Domingo, 18 de Enero de 2009

CINE > UN CICLO DE ERIC ROHMER EN LA PLAYA Y DE VACACIONES
De qué hablamos cuando hablamos de amour

El más veterano de la nouvelle vague, y también el más conservador de esos jóvenes iracundos, Eric Rohmer bien podría ser considerado el gran etnólogo de la sociedad francesa de la segunda mitad del siglo. A los 89 años, sus películas siguen siendo un espejo donde ver reflejados los comportamientos amorosos, amistosos y neuróticos de la juventud. El ciclo que empieza el martes en la Lugones ofrece no sólo algunos de sus clásicos ambientados en playas, cafés y vacaciones, sino también dos documentales sobre él, sus procesos creativos y sus adorables pero irritantes criaturas.



Por Mercedes Halfon

Así como en las vacaciones de verano la TV abierta insiste en mostrar la vida en las playas como noticia o programación en directo, en un consuelo o una provocación para los que no pueden salir de la ciudad, el teatro San Martín programó para enero un ciclo de Eric Rohmer, cineasta que ha retratado en gran parte de sus películas historias en ciudades balnearias. La vinculación es innegable: ya en el 2006, cuando se estrenó en Buenos Aires su anteúltima película, Triple agente, hubo un ciclo veraniego que exploraba toda la obra del director francés. Será que es necesario este clima, el calor y su propensión a relativizar las obligaciones, ver la ciudad vaciándose, la urgencia por algún escenario natural, una playa, un pasto, un lago, una montaña, para quedarse ahí conversando, discutiendo, y que entre palabras pasen las horas y los días, como una emanación de ese mismo diálogo, elementos que nos acercan al cine de Rohmer.

Jean-Marie Maurice Scherer –conocido artísticamente como Eric Rohmer– tiene hoy 89 años. Increíblemente sigue trabajando –su última película, Les Amours d’Astrée et de Céladon, es del 2007–, y aun así el ciclo no es una puesta al día con lo más actual de su obra, sino un balance de algunas de las mejores películas de distintos momentos su carrera, acompañadas de dos documentales que registran su singular proceso creativo. Hay que decir que Rohmer es uno de los más viejos de la plana mayor de la nouvelle vague, con ellos comparte muchos puntos estéticos e ideológicos, todos venían de la crítica y de la afición cinéfila, todos foguearon su mirada en la cinemateca francesa dirigida por Henri Langlois, todos admitían la existencia de “autores” cinematográficos (y de ahí sus ídolos: Hawks, Hitchcock, Welles, Renoir), categoría que hasta ese momento sólo estaba permitida para la literatura, todos adoptaron las ideas de realismo de André Bazin, director de la célebre Cahiers du cinéma durante sus años célebres. Después, a todos les pasó más o menos de cerca el mayo del ‘68.

Pero Eric Rohmer es también, y de un modo radical, diferente de estos directores, se ha definido más de una vez como “un conservador”, y ¿cómo puede ser conservador un director de una llamada nueva ola? Rohmer no es sólo el más viejo, sino también el más serio y académico –profesor de literatura– de sus compañeros de ruta. Ha realizado ensayos y trabajos para televisión tratando de ubicar el cine en relación con las otras artes. Su obra, dividida en series, es también un puntilloso trabajo intelectual, donde más que preocuparse por marcar un quiebre entre una película y otra, o en relación al cine en su totalidad, se interesó en el arte de encontrar la variación de una misma forma. Sus series son: Cuentos morales (de la que se verá La panadera de Monceau, La carrera de Suzanne, Mi noche con Maud, La rodilla de Clara), Comedias y proverbios (se verá La buena boda, Paulina en la playa, El amigo de mi amiga) y Cuentos de las cuatros estaciones. Luego están sus films de “época”, donde se aleja del realismo en el registro, se vuelca hacia la literatura y las trasposiciones, deja de lado las reflexiones de tipo psicológico y los estudios sobre los vínculos de sus films más destacados, por un trabajo de revisión histórica y cuidadas puestas en escena.

Pero sus temas privilegiados son y siempre serán: los jóvenes que se cruzan en amistades y amores volátiles, la falsedad del deseo, una torpe búsqueda de “libertad”, la fantasía que aleja a los personajes y sus palabras de su realidad evidente. Hábitos de la pequeña y gran burguesía en tiempos ociosos. Como decía el crítico de cine Serge Daney, Rohmer es “prestidigitador y moralista”. Pone a sus sensibles y caprichosas criaturas ante nuestros ojos, en una identificación contradictoria; sus conflictos y veleidades, si bien nos resultan cercanas, llegan a convertirse en irritantes. Daney decía también: “A Rohmer habrá que considerarlo el etnólogo número uno de la sociedad francesa de su tiempo. Como todo etnólogo, vive de una contradicción: se ha aficionado a sus salvajes, pero los mira siempre ‘desde el exterior’, como la suma perfecta de los gestos de que son capaces, de las palabras con que se envuelven y los hábitos con que se cubren”.

Hay belleza en observar esa contradicción, en el mundo que Rohmer construye obsesivamente, una y otra vez. Como si estuviéramos viendo siempre la misma película. Una donde los personajes podrían decir (como lo hacen, en Paulina en la playa): “Basta, ¡no me hables de amor ahora!”. “Pero si sólo hablas de amor, estuviste hablando de amor toda la tarde.” “Bueno, sí, pero del amor en general.”


Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-5060-2009-01-23.html

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